Capítulo 8
Cuando salí del examen tenía mala cara. Me había salido más o menos bien, pero durante la mayor parte del tiempo había tenido la cabeza en otra cosa que no era, precisamente, Chomsky y sus malditas teorías lingüísticas. Hubiera ido mejor de no ser por eso. Al salir del edificio, me quedé mirando el aparcamiento un momento, un poco decepcionada conmigo misma, antes de suspirar y seguir mi camino.
Estaba llegando a la parada de metro cuando Mike se me puso delante.
—Otra vez tú —murmuré.
—¿Por qué nunca te alegras de verme? —protestó.
—Sueles deprimirme más de lo que ya estoy —le dije, sin tener demasiado tacto.
Él me ignoró completamente y sonrió. Había visto que solía ignorar los comentarios maliciosos. Especialmente los de Ross.
De todas formas, me sentí mal.
—Lo siento —negué con la cabeza—. Es que últimamente no he estado de...
—Ya, ya —me dio una palmadita en la espalda—. Todos tenemos días malos.
—Y semanas —murmuré.
Hacía ya casi una semana que Lana había aparecido en la puerta del apartamento. La cosa no había cambiado demasiado. Y Ross y yo casi no nos hablábamos. Es decir, hablábamos de tonterías como quién hacía la cama ese día, o el horario... pero de nada más. Era como si fuéramos vecinos desconocidos intentando hablar sin sentirse incómodos en el ascensor.
—¿Vas a casa de Ross? —preguntó.
—Ese era el plan.
—Mira qué bien —sonrió ampliamente—. Yo también.
Durante todo el trayecto en metro estuvo ocupado intentando quitar una pegatina de la barra donde se agarraba, así que no hablamos mucho. Al menos, hasta que estuvimos subiendo el ascensor.
—¿Puedo preguntarte algo?
Él me miró.
—Sorpréndeme.
—¿Dónde vives exactamente?
—Soy un alma libre —sonrió—. Duermo donde puedo.
—¿Y no tienes... casa?
—No. ¿Para qué?
—Para sentirte seguro —murmuré, perpleja—. Por si te quedas en la calle.
Él esperó a que abriera la puerta. Solo estaba Sue, sentada en el sillón mirando una revista. Me saludó solo a mí mientras nos sentábamos en el sofá.
—Ya he dormido en la calle muchas veces —murmuró, sacando papel y haciéndose un cigarrillo distraídamente—. Tampoco es para tanto. Y si no puedo dormir en casa de alguna chica, siempre tengo a Ross o a mis padres.
Ojalá estar así de relajada ante la vida.
—¿Qué haces? —le preguntó Sue de pronto.
Mike sonrió, pero yo no entendí nada.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Mira lo que está haciendo —me dijo ella, señalando el cigarrillo que se estaba haciendo
—Bueno, aquí casi todo el mundo fuma y no...
—No es tabaco, idiota —Sue puso los ojos en blanco.
Parpadeé y miré a Mike, que había terminado y me ofrecía su obra en la palma de la mano.
—¿No me has dicho que tenías una semana mala? —preguntó—. Esto la arreglará.
—¿Esto es... droga? —pregunté, sin atreverme a tocarlo.
—No es una droga tan fuerte. Es solo marihuana.
—¡¿Solo marihuana?! —repetí, incrédula, con una risita nerviosa—. No, no... yo no... eh... mejor, guárdatelo.
—No es para tanto —protestó Sue, adelantándose y agarrándolo ella misma—. Lo haremos entre los tres.
—¿Os habéis vuelto locos? —pregunté con voz chillona.
—Relájate un poco —me dijo Mike—. ¿Nunca haces nada que esté un poco mal?
Me quedé mirándolo un momento.
Durante toda mi adolescencia, esa frase había sido la que más había usado mi hermana conmigo. Preguntarme si nunca haría nada que estuviera medianamente mal, o que al menos me hiciera salir de mi zona de confort. Cuando ella dejó de hacerlo, empezó a hacerlo Monty.
Y no tenían razón. Yo... podía ser muy loca cuando quería. Era muy temeraria.
Claro que sí, querida.
¡Lo era!
—Dame eso —musité, enfadada, agarrando el porro.
Mike y Sue empezaron a aplaudir cuando le quité el encendedor y, tras dudar un segundo, me lo encendí, dándole una calada larga. Iba a dárselo a Sue, pero me hicieron darle dos caladas más.
Diez minutos más tarde, ellos se reían, mirándome.
—Nunca creí que haría esto en casa de mi hermano —murmuró Mike, con una risita.
—Ross se va a cabrear —Sue también se reía como una niña pequeña.
Ellos dos estaban en el sofá, mientras que yo me había mudado a un sillón. Estaba mirando al techo con los pies colgando del reposabrazos. Tampoco estaba sintiendo nada.
—¿Qué tal, principiante? —me preguntó Mike.
—Bie... uy.
Mi voz sonó rara. No sé por qué, pero me hizo gracia. Intenté evitarlo y parpadeé. De pronto, me sentí muy relajada, casi mareada. Intenté centrarme en mirar un punto del techo y, lo hice tan bien, que por un momento me olvidé del resto del mundo, poniendo la mente completamente en blanco.
—¿Holaaaaaa? —escuché una risita de Mike.
Solté una risita parecida al volver a la realidad. Dejé colgar la cabeza fuera del sillón para mirarlos.
—Estáis... sentados en el techo —murmuré.
Ellos dos empezaron a reírse de mí mientras seguían fumando. Me lo pasaron de nuevo y, tras otra calada, se lo devolví.
—¿Y por qué estamos... eh...? —se me olvidó por un momento de lo que estaba hablando—. ¿...fumando?
—Porque sí —me dijo Mike, dejándose caer en el respaldo—. Se han cerrado más pactos así que serenos.
—No sé yo si eso... —me reí cuando vi a Sue tosiendo porque le había dado el humo en la cara.
—¿Y qué te pasaba? —me preguntó Mike.
—¿Eh?
—Estabas depre, ¿no? —dijo con voz arrastrada.
—Estaba... depre... ¿deprimida? —pregunté, confusa.
—Es que está celosa de la ex de Ross —dijo Sue, asintiendo con la cabeza.
—Oye —empecé a reírme, señalándola—. ¡Yo no estoy...!
No pude terminar porque ellos se estaban riendo de mí y a mí me causó gracia.
—Es que —suspiré, qué mareo y que relajamiento a la vez—, puf... mi hermana cree que me estoy acordando de algo un poco jodido que me pasó hace... eh... um... ¿de qué hablábamos?
—De tu hermana y tu pasado jodido —me dijo Sue con una risita.
—Ay, sí —correspondí a su risita—. Es que hace unos meses me dio un eh... ¿cómo se dice eso? Cuando te alteras mucho y te quedas así.
Hice como que me quedaba muerta y ellos empezaron a reírse a carcajadas. Yo también lo hice y tuve que sujetarme al sillón para no caerme.
—Un ataque de algo —dijo Sue.
—¡Sí! —sonreí—. ¡De ansiedad!
—¿Por qué?
Parpadeé un momento y luego empecé a reírme.
—Es que os vais a reír.
—Si ya nos estamos riendo —Mike estaba llorando de la risa.
—Es que parece una tontería —dije, riendo.
—Dilo ya, pesada —Sue puso los ojos en blanco.
—Incluso fumada estás amargada —le dije, negando con la cabeza.
Nos miramos un momento antes de echarnos a reír a carcajadas. Yo me puse una mano en el estómago, que dolía de tanto reír.
—Es que me enteré de que mi novio y mi mejor amiga de la infancia se habían estado acostando a mis espaldas durante los primeros tres meses de mi relación con él.
Cuando lo dije, vi que ellos vacilaban un momento al sonreír, pero yo no. Dejé de reír un poco después al ver el silencio, pero tampoco me pareció para tanto. No me podía creer que me parecía tan tontería.
Quizá era el efecto de la droga.
—Vaya amiga —me dijo Sue, acomodándose mejor en el sofá.
—Y vaya... —Mike soltó un eructo y los tres nos reímos—. Y vaya novio.
—Sí. Vaya dos.
—Que les den —dije, sonriendo.
—¡Que les den! —Sue se puso de pie y se tambaleó—. Voy a por... eh... cerveza.
—¡Y que le den a tu hermano! —le dije a Mike.
—¡Que le den! —dijo—. Espera, ¿por qué?
—Porque sí. ¡Que le den!
—¡Que le den, entonces!
Él aceptó la cerveza de Sue. Agarré la mía e intenté abrirla al revés.
—¡Que la vas a derramar! —me dijo Sue, llorando de la risa.
—Uy... eh...
Justo en ese momento, escuché un ruido muy lejano que pareció el de la puerta. Conseguí abrir la cerveza mientras miraba hacia la entrada.
Ross entró con el ceño fruncido y se quedó mirándonos un momento. Los tres intentábamos disimular lo fumados que estábamos poniéndonos serios.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, y clavó la mirada en su hermano.
—No sé... de... eh... qué... estás hablando —dijo él, intentando abrir la cerveza.
—¿Quién te crees que eres para entrar droga a mi casa? —le preguntó Ross secamente, quitándole la cerveza de la mano y dejándola en la mesita.
—¿Droga? —Mike se llevó al corazón—. ¿Qué droga?
Sue y yo soltamos risitas.
—¿Te crees que no sé a qué huele la marihuana? —le preguntó secamente Ross.
—También es mi casa —protestó Sue—. Y la de Jenna.
—Eso, eso —murmuré.
Ross se me quedó mirando.
—¿Has drogado a Jenna? —le preguntó secamente a su hermano acercándose a mí.
—Lo hemos hecho juntos. Somos un equipo de la droga —protestó Sue.
Yo intenté beber la cerveza, pero no deduje que si le daba la vuelta me la derramaría encima. Efectivamente, conseguí que me cayera una buena cantidad en el cuello y en la camiseta justo antes de caerme del sillón del susto y quedar estirada en el suelo.
Nosotros tres empezamos a reír a carcajadas mientras Ross agarraba mi cerveza y la dejaba junto a la otra. Yo me sujetaba el estómago y Sue se limpiaba lágrimas de risa de los ojos. Por no hablar de las carcajadas de Mike.
—Mierda, mira cómo te has puesto —me dijo Ross, tirando de mi brazo para dejarme sentada.
Me miré a mí misma y me dio más gracia ver mi jersey mostaza completamente manchado de cerveza.
—Y tú ya puedes dejar de reírte —le dijo secamente Ross a su hermano—. Cuando se te pase el subidón, ya hablaremos.
—Vamos, no seas tan amargado —protesté, viendo que me hacía ponerme de pie tirando de mi brazo.
—Sí, vamos, tenemos guardado para ti —le ofreció Sue.
Ross le clavó una mirada que habría helado del infierno.
—Pues para mí —Mike se lo quitó con una risita.
Ross decidió ignorarlos y me miró el jersey.
—Oye, oye —le dije, chasqueando un dedo delante de su cara—. Que soy una chica con pareja, descarado. Tengo los ojos aquí arriba.
Los otros dos empezaron a reírse mientras Ross me miraba fijamente con la mandíbula apretada.
—Esto no es divertido, Jen —me dijo en voz baja.
—Yo creo que sí —dije, riendo.
Sue y Mike lloraban de la risa. Ross parecía querer matarnos a los tres.
—Vamos, tienes que quitarte eso —me dijo Ross.
—No quiero —protesté, sin moverme cuando tiró de mi brazo—. Estoy aquí con mis amigos.
—Yo también soy tu amigo y te digo que tienes que cambiarte eso.
—Tú quieres verle las tetas —dijo Mike con una risita.
—Ross quiere verle las tetas a Jenna —empezó a canturrear Sue con voz aguda por la risa—. Ross quiere verle las tetas a Jenna.
—¡Ross quiere verle las tetas a Jenna! —empezó Mike también, cantando a la vez.
—Yo no... —empezó Ross enseguida.
—¡Ross quiere verle las tetas a Jenna! ¡Ross quiere verle las tetas a Jenna!
—¡Que no...!
—¡ROSS QUIERE VERLE LAS TETAS A JENNA!
—Se acabó —me miró, irritado—. Ven aquí.
Se agachó y me quedé un poco confusa cuando me quedé mirando el suelo. Después, lo entendí cuando vi que me había colgado del hombro. Los demás se estaban riendo de mí mientras me llevaba por el pasillo hacia su habitación.
—Bájame de aquí que tengo vértigo —protesté, golpeándole sin muchas ganas la espalda.
—Has perdido los derechos de quejarte cuando te has fumado esa mierda.
—Mis derechos a quejarme siguen latentes —dije, muy seria—. Este es un país libre, Ross, no intentes coartar mi libertad, porque...
Me dejó en el suelo, interrumpiéndome, y vi que estábamos en la habitación.
—He perdido el hilo de lo que decía —protesté.
—Qué pena —ironizó, enarcando una ceja.
—¿Sabes? Si hubieras venido antes, igual ahora estarías igual de contento que nosotros —lo señalé—. Y no tan... amargado. Pareces Sue.
—Intentaré ignorar eso.
—Oye, Ross —le dije—, deberías disfrutar un poco más de la vida, que tienes un montón de años por delante.
—¿Llevas algo debajo?
—A no ser que te atropelle un camión, en cuyo caso...
—¿Sí o no?
—Este jersey es barato, Ross. Si no me pongo algo debajo, pica.
Él agarró el jersey por el borde de la cintura.
—Levanta los brazos —me dijo.
—Sí, capitán —reí.
—Ríete si quieres, pero levántalos.
Levanté los brazos, divertida, y él me sacó el jersey por la cabeza. Me quedé con mi camiseta de tirantes interior y me froté los brazos.
—Que hace frío —protesté—. Todavía es invierno.
—Me he dado cuenta, pero gracias por avisar.
—¿Por qué siempre eres taaaaan sarcástico? —protesté, mirándolo con la cabeza ladeada.
Me entró la risa tonta cuando miró mi jersey manchado.
—Mañana esto no te hará tanta gracia —murmuró.
Suspiró y dejó la prenda en el cesto de ropa sucia antes de mirarme. Yo estaba sonriendo, divertida.
—Oye, yo me he quitado la camiseta —le dije, señalándolo—. Lo justo es que tú te quites algo también.
Él se quedó parado un momento.
—¿Eh?
—Igualdad de condiciones —dije, señalándolo.
Dudó un momento antes de hablar. No supe muy bien qué significaba su expresión.
—¿Cuánto has fumado, Jen?
—Bastante. Pero es verdad. Me siento vulnerable.
—¿Era tu primera vez?
—No, no soy virgen —fruncí el ceño.
—N-no... ¿Qué? —parpadeó, incómodo.
—¡Me has preguntado tú! —fruncí el ceño—. ¿Qué te crees que he hecho hasta ahora con mi novio? ¿Jugar al ajedrez?
—¡Decía fumando!
—Ah, sí. Eso sí —sonreí—. Por un momento, pensaba que te habías vuelto un pervertido, Ross.
Suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Aunque a veces haces comentarios de pervertido, ¿eh? —le puse un dedo en el pecho, acusándolo—. Como el de la toalla del otro día.
—Son de pervertido entrañable —protestó.
—No lo niego, pero son de pervertido.
Decidió cortar esa conversación.
—¿Qué quieres ponerte? —preguntó—. Es tarde. Puedo sacarte el pijama.
—Mi pijama es horrible —puse los ojos en blanco.
—Podrías usar mi ropa, como siempre —me dijo, mirando su cómoda—. Aunque esta semana no lo has hecho.
—Es que es muy cómoda —sonreí inocentemente, sentándome en la cama.
—¿Y por qué has dejado de usarla? —preguntó, confuso.
—Porque era un poco incómodo pasearme con tu ropa estando enfadados, ¿no? —sonreí. Era obvio.
Él frunció el ceño un momento.
—Yo no estoy enfadado contigo. No podría —me dijo—. Eres tú la que se porta de forma extraña desde hace unos días.
—Porque yo sí estoy enfadada, Ross.
—¿Y se puede saber por qué? —preguntó, cruzándose de brazos.
Suspiré y me dejé caer en la cama. No me apetecía hablar de eso. Quería tumbarme y relajarme.
—¿Por qué he tardado tanto en descubrir la marihuana? —pregunté, cerrando los ojos.
—Porque es una droga y ni siquiera deberías haberla probado —me dijo secamente—. Ya hablaré con Mike.
—Mike es un buen chico —le dije, mirándolo—. No como tú.
Le había dicho muchas cosas para irritarlo juguetonamente, pero eso pareció hacerlo de verdad. Pasó del cansancio a una mirada fría al instante. Me incorporé lentamente mientras él apretaba la mandíbula.
—¿Mike te parece un buen chico? —repitió.
—Vamos —él estaba de pie delante de mí. Le agarré la mano—. No seas tan tremendista. Era broma.
Él no dijo nada, pero pareció calmarse. Apreté su mano. Yo la tenía fría y caliente. Como casi siempre.
Ross miró nuestras manos un momento antes de centrarse en mí de nuevo.
—¿Por qué te cae tan mal? —le pregunté, curiosa.
Él no cambió de expresión, pero supe al instante que no quería hablar de eso. O quizá no quería decírmelo. Suspiré.
—Es complicado —dijo, al final.
—Da igual —le solté la mano—. No es mi problema. Lo entiendo.
—No es eso —murmuró, frunciendo el ceño—. Pero... ya te lo contaré en otro momento.
No dijo nada mientras yo me pasaba una mano por la cara.
—Oye, Ross —dije, con la mano en los ojos, algo mareada.
—¿No estás bien? —noté que se agachaba al instante delante de mí.
—¿Eh? —parpadeé, quitándome la mano de la cara—. Sí. Estoy bien. Más relajada que nunca.
—¿Y qué quieres? —preguntó.
Estaba agachado delante de mí con las manos a ambos lados de mis piernas. Por un momento, tuve el impulso de hacer algo que no debía hacer. Opté por limitarme a mirarlo.
Tenía los ojos castaño claro, pero vi motas verdes en ellos. Eran bonitos.
—¿Y bien...? —preguntó, enarcando una ceja.
—Tienes los ojos muy bonitos.
Él pareció sorprendido por un momento. Abrió la boca para decir algo, pero no supo qué decir.
—Más que Monty —murmuré—. Él los tiene marrón caca.
Vi que esbozaba una pequeña sonrisa divertida mientras yo arrugaba el gesto.
—Gracias, supongo —dijo, divertido.
—Pero no quería decirte eso.
—¿Y qué querías decirme entonces?
—¿Sabes qué...? —dudé un momento, tratando de formular la pregunta—. ¿Alguna vez has soñado algo... que no deberías estar soñando?
Él dudó un momento.
—¿Has soñado que matabas a alguien?
—No exactamente —dije, pensativa.
—¿Entonces?
Estuve a punto de decírselo. A punto. Pero algo me paró.
El instinto de supervivencia.
—Tengo sueño —le dije, fingiendo que bostezaba.
Él suspiró tras mirarme un momento.
—Vamos —me apretó ligeramente una rodilla—, te daré ropa.
Noté el calor de su mano en mi rodilla mucho después de que me dejara sola para que pudiera cambiarme.
Me quedé mirando el techo un momento antes de empezar a vestirme torpemente. Tardé tanto que se me había pasado gran parte del efecto cuando terminé. Me miré a mí misma y tuve que volver a ponerme la sudadera, que estaba al revés. Estaba intentando pasármela por la cabeza cuando la puerta de abrió de golpe.
Me tapé las tetas al instante, justo antes de recordar que todavía llevaba puesta una camiseta debajo.
Pero tampoco pasaba nada. Era Naya. Parecía preocupada.
—¿Mike te ha drogado? —me agarró de la cara, mirándome fijamente—. No me lo creo. ¡Mírate los ojos rojos! ¡Voy a matarlo!
—No ha sido contra mi voluntad —fruncí el ceño.
Seguía teniendo la sudadera enroscada en el cuello. Conseguí ponérmela por completo y miré a Naya.
—Tú y yo tenemos que hablar —me dijo seriamente.
—¿Ahora? Tengo hambre.
—Y yo tengo ganas de hablar.
Se sentó en la cama y golpeó su lado, mirándome fijamente. Solté un largo suspiro y me senté con ella.
—¿Vas a tardar mucho? —el estómago me rugía, o eso me pareció—. Es que tengo...
—Hambre —finalizó por mí—. ¿Sabes qué? Vamos a por algo de comer o no me escucharás.
Sonreí ampliamente mientras la guiaba por el pasillo. Los chicos, Mike y Sue estaban en el salón. Se me quedaron mirando cuando abrí el armario de la cocina y agarré la barra de chocolate de Ross.
—Yo también tengo hambre —murmuró Mike, callándose al instante en que todo el mundo lo miró con mala cara—. Pero me aguanto. Mejor. Debería ponerme a dieta. Así empiezo hoy.
Naya se sentó con Will mientras yo me sentaba entre Ross y Sue.
—¿Te recuerdo que no querías que lo comprara? —me preguntó Ross, enarcando una ceja.
—Lo compraste porque te obligué a acompañarme —le recordé, comiendo—. Estamos en paz.
Mike se puso de pie en ese momento, mirando su móvil y tambaleándose.
—Tengo que irme —dijo, sonriendo y mirándonos a Sue y a mí—. Llamadme cuando queráis. Siempre estoy disponible para una buena sesión de risas, ¿eh?
Las dos nos despedimos de él con un asentimientos de cabeza. En cuanto desapareció, noté que todas las miradas se clavaban lentamente en mí menos la de Sue, que me había quitado parte del chocolate.
—¿Qué? —pregunté con la boca llena.
—¿Nos vas a explicar ya a qué ha venido lo de esta semana? —preguntó Naya, cruzándose de brazos.
—¿El qué? —me hice la tonta.
—Sabes el qué —me dijo ella.
—No la mareéis —me defendió Sue.
—Eso, no me mareéis.
—¿Puedo preguntar en qué momento habéis pasado de odiaros a haceros amigas? —preguntó Ross, confuso.
Ella y yo nos miramos.
—Cuando coincidimos en que nos caías mal —le dijo Sue, antes de que las dos empezáramos a reírnos con una risita más propia de una chica de quince años que de nosotras dos.
—Habías tardado mucho en atacarme —Ross puso los ojos en blanco.
—Lo preguntaba en serio —me cortó Naya.
La miré un momento.
—No sé de qué me hablas —le dije, encogiéndome de hombros.
—Yo creo que lo sabes, Jenna.
Miré a Will en busca de ayuda. Sorprendentemente, él lo entendió a la primera. Se quitó las piernas de su novia de encima y se puso de pie.
—Voy a fumar —me dijo—. ¿Vienes?
Me puse de pie rápidamente, dejándole el chocolate a Sue.
Me alegró ver que Ross estaba ocupado intentando quitarle su chocolate a Sue y no se ofreció a venir. Naya me miró como si quisiera golpearme, pero tampoco nos siguió.
En cuanto estuve en la azotea con Will, él se encendió un cigarrillo y me miró.
—Bueno —me dijo, metiéndose la otra mano en el bolsillo de la chaqueta—, ¿has venido conmigo por las vistas o para contármelo?
—No sé —murmuré. El aire frío había hecho que se me pasara por completo todo el efecto de la marihuana.
—¿Vas a ir a la fiesta el sábado? —preguntó él cuando vio que me quedaba un rato en silencio.
—¿Qué fiesta?
—La de bienvenida de Lana. Te invitó ella misma.
—Ah, esa —me encogí de hombros—. No lo creo.
Él me miró un momento y esbozó una pequeña sonrisa. Le puse mala cara.
—¿Qué? —pregunté, a la defensiva.
—Es que me parece curioso que te resulte tan incómoda su presencia —dijo él.
—Su presencia no me resulta incómoda.
—¿Entonces?
—Es que me cae como el culo.
Igual seguía estando un poquito demasiado sincera.
Sin embargo, él no pareció alarmarse demasiado.
—¿Por eso has estado así estos días?
—¿Qué? —solté una risita nerviosa—. ¿Yo? Pero si me he comportado como lo hago siempre...
Él hizo como si no se hubiera dado cuenta de la mentira que le acababa de soltar.
—Pues todo el mundo la adora —dijo, sonriendo—. Naya la primera.
—Sí, lo sé, es la típica señorita perfecta. Notas perfectas, pelo perfecto, sonrisa perfecta, igual que... —me corté a mí misma y lo miré—. Lo siento. Es tu amiga.
—No es mi amiga —me aseguró enseguida.
Lo miré, sorprendida.
—¿No lo es?
—¿Lana? No. Nunca me ha gustado demasiado. Pero Ross y Naya le tienen aprecio, así que intento ser amable con ella.
¿Sería también eso lo que pesaba de mí? Esperaba que no.
—¿Por qué no? —le pregunté, al final.
—Para empezar, nuestras personalidades no son muy compatibles —comentó—. Necesita demasiada atención y a mí eso no me gusta.
—Sí que la necesita —mascullé con mala cara.
—Además, después de lo que le hizo a Ross, prefiero no acercarme a ella.
Dudé un momento antes de preguntar. Seguro que no me lo diría.
—¿El qué? —pregunté con voz inocente.
Él me analizó durante unos segundos antes de suspirar.
—¿No te lo ha contado Ross?
—No le he preguntado —recalqué—. Más que nada porque apenas hemos hablado.
—Supongo que si yo no te lo digo, se lo preguntarás a Naya.
—Supones bien —sonreí.
—Y Naya te lo dirá a la primera.
—También es correcto.
—Bueno —lo pensó un momento—. En realidad, esto lo sabe todo el campus. Lo raro es que no te hayas enterado todavía.
—¿Qué pasó? —repetí, muerta de curiosidad.
Quizá una parte de mí se había emocionado por tener una buena razón por la que odiarla. Algo que hiciera que no fuera tan perfecta.
—Ella y Ross estuvieron saliendo por bastante tiempo. Casi dos años, creo. Pero se conocieron en el instituto. Siempre íbamos los cuatro juntos. Al final, supongo que empezaron a salir para no sentirse desplazados cuando nos veían a Naya y a mí.
Hizo una pausa, pensativo.
—La cosa es que, aunque no se los veía muy enamorados a ninguno, la cosa iba bastante bien. Pero Lana siempre ha sido muy de... mhm... viajar mucho. No le gusta estar en un mismo sitio durante mucho tiempo seguido. Sus padres tienen dinero y ganas de presumir de que su hija ha ido al extranjero, así que se pasaba semanas sin ver a Ross y sin llamarlo.
—¿Y él no la llamaba? —pregunté, sorprendida.
—Oh, sí. Algunas veces. Al principio. Luego dejó de hacerlo. Más que nada porque él también tenía sus cosas en las que centrarse, como los cortos, sus estudios... bueno, todo eso. Así que llegaron al punto de estar un mes entero sin verse ni llamarse. Pero... yo nunca vi que Ross la echara de menos. Y eso que ya llevaban saliendo juntos un año.
No pude evitar poner una mueca. Incluso yo me había quejado de Monty por no hablarme en una semana, pero... ¿un mes? ¿Y sin echarse de menos?
—Fue entonces cuando Lana se dio cuenta de que lo estaba perdiendo. O eso creo. Lana es de esas personas que quieren que las persigas, pero en el momento en que dejas de hacerlo... bueno, se obsesionan. Decidió volver y pedir perdón a Ross. Él aceptó sus disculpas, claro. Es Ross. No diría que no a nadie.
—Déjame adivinar —lo miré—. No terminó bien.
—Claro que no —sacudió la cabeza—. Todos sabíamos como era Lana. Durante sus años de instituto ya se había ido muchas veces al extranjero. Ahí, encontraba un novio, pasaba unas semanas con él y luego volvía. Pero esa vez tenía un novio esperándola en casa.
—¿Y no hizo nada? —pregunté.
—No lo sé a ciencia cierta. Quizá no. ¿Quién sabe? Nunca se lo he preguntado —él suspiró—. Pero sí que hablaba con varios chicos con los que sé que nunca llegó a nada serio.
—¿Y Ross no le dijo nada? —no pude evitar poner cara de horror.
—No. Él no es así —Will suspiró—. Es demasiado bueno para su propio bien.
—No me puedo creer que no le dijera nada —murmuré.
Cuando yo me había enterado de lo de Nel y Monty, me había dado un ataque de ansiedad. No era lo mismo, pero...
Pero tú eres una dramática.
—La cosa es que Ross no le dijo nada, pero ya se había acostumbrado a vivir sin ella. Se había comprado este piso al principio de su relación. Y, durante el mes en que Lana lo había ignorado, se centró en sus estudios y en ganar algo de dinero. Lana intentó meterse de nuevo a vivir con nosotros una temporada, pero Ross ya no era igual con ella. No es que nunca hubiera sido especialmente cariñoso, pero era obvio que la relación se había enfriado.
—Y a Lana no le gustó, ¿no?
—Para nada. Empezó a actuar como una niña. No dejaba de llamar a Ross, de enviarle mensajes, de sospechar que estaba con otras... y todo porque él no le hacía el menor caso. Ross empezó a cansarse de ella... y eso que tiene paciencia. Muchísima. Pero ya no sentía nada por Lana. Si es que alguna vez lo había sentido, que lo dudo mucho. Fue entonces cuando le dijo a Lana que quería ser solo su amigo.
Hizo una pausa y yo fruncí el ceño.
—No la echó de casa, pero la situación era insostenible. Ross llegó a dormir en el sofá para que ella tuviera su espacio, incluso. Tuve que ser yo quien le pidió a Lana que fuera a vivir al campus o algo así. Lo hizo y se fue a la fraternidad con la que vivió desde entonces, pero... no se lo tomó muy bien. Creyó que Ross me había mandado a decírselo. Y quiso hacerle daño. Donde más le dolía.
—¿Qué hizo? —pregunté cuando vi que se quedaba en silencio.
Él me miró.
—Se acostó con Mike.
Hubo un momento de silencio en el que me quedé mirándolo, estupefacta.
—¿Q-qué? ¿Con su... hermano?
—Sí. Fue un golpe bajo, y con los antecedentes...
—¿Qué antecedentes?
—Ross solo ha tenido dos novias en toda su vida. La primera lo dejó por Mike. Eso lo dejó destrozado. No por la chica, sino por su hermano. A partir de ahí, su relación se enfrió. Así que imagínate cómo le sentó ver que Lana le hacía exactamente lo mismo.
—Pero... Ross es su hermano, ¿cómo...?
—Mike no es como Ross —me aseguró él—. Vive para molestar a los demás. Y siempre se ha sentido inferior a Ross con sus padres, que siempre lo han tratado como el sin talento de la familia. Para él, quitarle la novia a Ross es como un logro personal. ¿No has notado que es muy cariñoso contigo cuando Ross anda cerca?
Al instante, entendí perfectamente la actitud de Mike y el por qué Ross le hablaba siempre tan mal y le decía que me dejara en paz. Aunque no fuéramos pareja ni nada, era un tema personal. Si me veía cerca de Ross, asumía que era una competencia. Apreté los labios.
—Pobre Ross —murmuré, agachando la cabeza.
—Lo sé —dijo él.
—¿Y cómo puede seguir hablando con Lana y Mike? —pregunté, sin entenderlo—. Después de lo que pasó...
—No es rencoroso.
—Aunque no lo sea —dije, incrédula—. ¿Cómo puede actuar como si no hubiera pasado nada y dejar que vengan a su casa?
Will se encogió de hombros.
—Ya te lo he dicho, es demasiado bueno para su propio bien.
—Pero... —seguía sin poder entenderlo—. ¿Cómo pudieron dejar a Ross por Mike?
—No lo sé.
—Si Ross es... perfecto.
Will me miró, entre sorprendido y divertido. Me puse roja al instante.
—Para otra, digo —aclaré enseguida.
—Claro —asintió con la cabeza.
Hubo un momento de silencio en el que yo intenté que el calor bajara de mis mejillas. Noté que me miraba de reojo.
—¿A quién te recuerda Lana? —me preguntó él, entrecerrando los ojos.
—¿Eh? —volví a la realidad.
—Antes, cuando la definías, has dicho que era como alguien. Pero no has dicho quién.
Bueno, él me había contado todo eso. Ahora no podía negarme a contarle lo mío.
—A una amiga mía. A Nel.
—¿Te recuerda a una amiga tuya y la odias? —él pareció confuso.
—Es complicado —le aseguré—. Ella siempre ha sido mi mejor amiga. Somos como hermanas... pero siempre ha sido la mejor en todo. La más alta, guapa, lista, atlética, buena con los chicos... yo siempre la he querido mucho, pero a su lado me siento tan inferior...
Will me miraba atentamente.
—Cuando empecé a salir con Monty, ella fue de las personas que más apoyaron la relación —le expliqué—. Monty había sido el chico de mis sueños desde hacía muchos años. Salir con él era como un sueño hecho realidad. Durante los tres primeros tres meses, me sentía la chica más afortunada del mundo. Hasta que...
Respiré hondo. Era difícil decirlo en voz alta estando serena.
—Hasta que me enteré de que él y Nel habían estado acostándose a mis espaldas durante esos tres meses —murmuré.
Will dudó un momento antes de ponerme una mano en el hombro.
—Cuando me enteré, fue como una bofetada de realidad. Confiaba tanto en ellos... hubiera apostado mi vida por esas personas. Y descubrí eso. Me llevé tal susto que me dio un ataque de ansiedad.
—¿En serio? —preguntó, sorprendido.
—Sí, sé que suena exagerado —torcí el gesto.
—Cada persona reacciona de formas distintas, Jenna.
—Pero... —suspiré—. No fue por el hecho de que hubieran estado haciendo eso en sí. Sino en que confiaba en ellos. Confiaba tanto en ellos... y por primera vez en mi vida me había sentido especial. ¿Sabes lo que es criarte con cuatro hermanos mayores? Siempre eres la última en todo. Monty fue la primera persona que me eligió porque sí. Porque era yo. No por mis hermanos. No por Nel. Por mí. Y Nel... hubiera podido tener a cualquier otro chico. A cualquiera. Pero eligió a Monty.
Will no dijo nada mientras yo hacía una pausa para tragar saliva y quitarme el nudo en la garganta.
—¿Y los perdonaste? —me preguntó, al final.
—Sentí que si no lo hacía, me quedaría sola —murmuré—. Era mi única amiga y el único chico que se había interesado por mí. El único.
—Hubiera habido otros —me aseguró, frunciendo el ceño.
—Yo no lo vi en ese momento —me encogí de hombros—. Así que sí, los perdoné... y apenas han hablado desde entonces. Ni siquiera hablan. Por mí. Además, pensé que... bueno, que Monty había visto las consecuencias de lo que había hecho y quizá eso hiciera que no cayera de nuevo en el mismo error.
Él me miró como si pensara lo contrario.
—Y ahora lo vuelvo a notar raro —confesé—. Desde que me fui. Apenas me llama, solo nos hablamos por mensaje. Y, si nos llamamos, solemos terminar gritándonos. Por no hablar de Nel. El día en que me fui lloraba. Pero cada vez que le llamo me sale como si estuviera hablando con otra persona.
Hice una pausa. Había empezado a hablar muy rápido.
—No quiero pensar que ha vuelto a pasar, pero... —tragué saliva—. Y, encima, ha aparecido esa chica, que me recuerda tanto a ella... no puedo evitarlo. Me siento horrible. Sé que he pagado todas mis frustraciones en Ross, en Naya y en ti, pero no he podido evitarlo.
Will me miraba en silencio, como si analizara todo lo que le había dicho. Era bueno escuchando.
—La verdad es que a mí nunca me han sido infiel —confesó—. Pero no puedo imaginarme cómo me sentiría si me enterara de que Naya y Ross...
Hizo una pausa y arrugó la nariz al tiempo en que yo lo hacía.
—Naya y Ross —repetí—. Son casi como hermanos. Sería como... incesto. Ugh.
—Sí, yo tampoco me lo imagino.
Los dos teníamos la misma cara de asco. No. Definitivamente, eso no pasaría.
—Volviendo a lo de antes —me dijo—, quizá deberías intentar disculparte con ellos. Están los dos bastante confusos. No saben qué te pasa.
—No lo sé ni yo —murmuré.
—Podrías hacerlo el sábado en la fiesta de Lana —se encogió de hombros.
Lo miré un momento, pensativa.
—Quizá tengas razón —murmuré.
—Suelo tenerla —bromeó.
—Está bien —sonreí—. Iré a esa fiesta con vosotros.
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