Capítulo 7

MARATÓN 3/3

Hacía ya unos días que estaba en casa de Ross cuando me senté en el sofá del salón, haciendo una práctica de lingüística avanzada cuando escuché el timbre. Estaba sola en casa, así que me puse de pie y me acerqué a la puerta con el pijama puesto. En realidad, Will y Naya estaban en su habitación, pero estaban tan ocupados que era como si estuviera sola.

Nada más abrir, me quedé mirando una chica un poco más baja que yo, más delgada y con un flequillo rubio mucho más bonito que mi pelo atado de mala manera.

De hecho, ella entera era muy guapa. Tenía los rasgos finos y una sonrisa amable que vaciló un poco cuando me vio. Iba vestida con unos pantalones que parecían caros, unos zapatos de marca y una chaqueta roja con una frase en francés.

—Hola —le dije, confusa.

—Hola —sonrió—. ¿Está Ross?

Claro que sí. Era Lana. Lo había sabido desde el momento en que la había visto. Una corazonada Una de las malas.

Pensar en Ross se me hacía un poco incómodo. Después de lo que había dicho Sue, la relación se había vuelto un poco incómoda. Más que nada porque seguíamos interactuando como siempre, pero cada vez que nos rozábamos, nos quedábamos los dos en silencio incómodo antes de intentar fingir que no había pasado.

Por no hablar de los sueños relacionados con él, que se estaban repitiendo cada noche.

—No está —le dije a Lana, volviendo a la realidad—. Pero puedes esperarlo aquí. No creo que tarde mucho. Termina las clases a las...

—Cinco —me sonrió, pasando—. Lo sé.

Me quedé mirando su espalda y me ajusté las gafas. Me arrepentía de no haberme puesto las lentillas.

Lana miró a su alrededor y se quitó la chaqueta. Llevaba puesto un jersey ajustado que yo jamás me habría atrevido ni a tocar para que no me marcara demasiado la barriga. Ella, sin embargo, tenía un vientre plano perfecto.

Me cayó mal. No voy a negarlo.

—Esto está tal y como lo recordaba —me dijo, sonriendo.

En realidad, no sabía por qué me caía mal. En el fondo, no me había dicho nada malo. De hecho, la conocía desde hacía cinco segundos, pero lo hacía. Me caía muy pero que muy mal.

—¿Has venido aquí antes? —pregunté como una idiota.

—Muchas veces —me aseguró, sentándose—. Oh, ¿estabas haciendo los deberes? ¿Te he molestado?

—No, no —quité los apuntes del sofá y los puse en mi carpeta—. No te preocupes.

Ella miró mi atuendo, que era mi pijama improvisado con ropa de Ross, y sonrió. Ni siquiera parecía hacerlo con malicia, pero yo me sentí como si fuera con una bolsa de basura. ¿Por qué usaba tanta ropa de Ross últimamente? Si me quedaba ridícula.

Porque te gusta el olor a él.

Cállate, conciencia.

—Tú debes ser Jennifer —dijo.

—Sí —sonreí, o lo intenté—. ¿Cómo lo sabes?

—Ross me dijo que tenía a una chica viviendo con él. Me ha hablado mucho de ti.

—Ah... ¿sí?

—Sí, pero eso es como el secreto de confesión. No puedo contártelo.

Se rio y su estúpidamente perfecta risa me dio rabia.

Justo en ese momento, Naya apareció por el pasillo hablando con Will. Los dos acababan de vestirse. Naya se quedó estupefacta cuando vio a Lana sentada conmigo. Después, soltó un grito que Lana siguió antes de que las dos se abrazaran con fuerza. Me quedé mirándolas, confusa.

—¡NO ME LO PUEDO CREER! —chillaba Naya sin despegarse de ella.

—¡Pues créetelo! —Lana se separó y abrazó a Will—. Ay, cómo os echaba de menos. Si esta es como mi segunda casa.

Yo lo miraba todo desde el sofá. Fingí que ordenaba unos papeles para hacer algo más a parte de mirar en silencio como una estúpida.

Y, por si eso no fuera suficiente, en ese momento se abrió la puerta de la entrada y Ross apareció. Se quedó mirando a Lana sin expresión al principio, para después abrir la boca, sorprendido.

—¿Qué...?

—¡Sorpresa, bebé! —gritó Lana, lanzándose literalmente sobre y él abrazándolo con brazos y piernas.

¿Bebé? Qué ridículo.

Intenté con todas mis fuerzas no apretar los labios.

—¿Me habéis echado de menos? —preguntó ella, separándose—. Yo a vosotros sí. Un montón.

—¿Cuándo has vuelto? —le preguntó Ross, a quien le brillaban los ojos.

Aparté la mirada y fruncí el ceño.

—Esta mañana. Quería venir a saludaros.

—¿Y te quedas? —Naya parecía entusiasmada—. ¿Para siempre?

—Temporalmente. Pero es indefinido.

—¿Y vas a vivir aquí? —Sue había aparecido y miraba a Lana con horror.

—Hola, Sue —la saludó ella con una sonrisa.

—¿Sí o no? —la cortó ella. La miraba incluso peor que a mí.

Eso me gustó. Sue me caería mejor a partir de ese momento. Al menos, no era la única a la que no le gustaba Lana.

—No puedo —Lana me miró—. Alguien duerme en mi lugar.

Los demás se rieron como si nada, pero yo me quedé mirándolos y siendo la persona más avergonzada del mundo. ¿Por qué estaban tan tranquilos? Acababa de decir que literalmente le había quitado su lugar.

—¿Te quedas a cenar? —la invitó Ross—. Podemos pedir sushi. Te encanta el sushi.

—Sabes que no puedo decir que no al sushi.

Se acercaron todos a sentarse y, por algún motivo, cuando Ross vino a sentarse a mi lado me salió ponerme de pie y sentarme sola en el sillón junto al de Sue, que miraba a Lana con cara de asco.

Ross me miró un momento con expresión rara antes de centrarse de nuevo en Lana, que acababa de sentarse en mi antiguo lugar.

—Francia es increíble —empezó—. Deberíais verlo. La gente es encantadora. Y las calles son... uf, preciosas. ¡Es mágico! ¡Si hasta sé decir cosas en francés!

Menos mal que sabes decir cosas en francés después de haber vivido en Francia, chica.

Mi conciencia podía llegar a ser maligna.

—Ojalá yo me fuera también al extranjero —Naya miró a Will—. Aunque no podría estar separada de mi osito mucho tiempo.

—Mi osito —repitió Sue, negando con la cabeza.

—Y las fiestas eran increíbles —siguió Lana—. En serio, los europeos están mal de la cabeza. Y me encanta.

Se empezaron a reír todos menos Sue y yo.

Dios mío, me estaba convirtiendo en Sue.

—He decidido venir a pasar un tiempo aquí. Echaba de menos a mis padres —ella se apartó un mechón de pelo de la cara y vi que tenía la manicura perfecta. ¿Por qué todo en ella era tan perfecto?—. Probablemente vuelva el año que viene, pero hasta entonces...

—Puedes venir a cenar con nosotros siempre que quieras —le dijo Ross, sonriendo.

Apreté los palillos y me metí otra pieza de sushi en la boca, malhumorada.

—Bueno —Lana sonrió y le puso una mano en la rodilla a Ross—. ¿Y vosotros no tenéis nada que contarme? Todo el rato he hablado yo.

Lo sabemos.

—No hay mucha novedad —dijo Will.

—Me alegra ver que seguís juntos —miró a Ross—. ¿Y tú qué? ¿Nada nuevo?

Vi que ella me miraba de reojo mientras lo preguntaba, así que me centré en mi plato de sushi.

—Nada —le dijo Ross.

—Es una pena —ella sonrió—. Bueno, ¿vais a venir a mi fiesta de bienvenida la semana que viene?

—Yo nunca me pierdo una fiesta —aseguró Naya.

—Ni yo —dijo Ross.

Will asintió con la cabeza.

Lana me miró a mí directamente, ignorando a Sue.

—Yo no puedo, lo siento —dije.

—¿Por qué no? —me preguntó Ross.

—Porque no.

Igual soné un poco más seca de lo que pretendía.

Se lo merece por no quitarse la mano de esa de la rodilla.

Nadie pareció darse cuenta a parte de él, que me miró unos segundos antes de fruncir el ceño.

—Si cambias de opinión, la oferta sigue en pie. Será en mi antigua fraternidad. Las chicas son geniales. Han organizado todo por mí. Habrá barra libre, así que no hace falta traer nada.

—Pienso emborracharme —aseguró Naya, mirándome—. Y tú también.

Le sonreí un poco, pero no dije nada.

Estúpido Ross.

Lana estuvo un buen rato hablando de sus viajes por Europa, de su estancia en Francia, de sus buenas notas y de lo perfecta que era en todo. Y los demás la escuchaban embobados.

Al final, no pude aguantarlo más y me puse de pie. Ross se me quedó mirando.

—Me voy a dormir —les dije—. Buenas noches, chicos.

—¿Ya? —Naya puso un puchero—. Pero si solo son las once.

—Es que mañana tengo que madrugar. Y estoy agotada.

—Bueno...

—Ha sido un placer conocerte —le dije a Lana.

—Igualmente —me sonrió.

Sorteé los sofás para meterme en la habitación de Ross. Al instante en que me aseguré de que no me seguía nadie, agarré mi móvil y empecé a buscar cobertura como una loca. Tuve que salir al balcón y estar en un rincón de este para que tuviera un poco. Me estaba congelando mientras marcaba el número de Shanon.

—Jenny —me saludó.

—Tengo un problema —le dije—. Y Nel no me coge las llamadas, como ha hecho desde que me fui.

—Así que soy tu plan B. Empezamos bien.

—Escúchame.

—Vale, te escucho.

—Tengo un problema.

—No será para tanto —me dijo—. ¿Qué pasa?

—Creo que estoy celosa de algo de lo que no debería estarlo —le dije.

Ella lo consideró un momento.

—¿Es sobre el dueño de la casa en la que vives?

—Sí.

—¿Qué ha pasado?

—Una chica... creo que es su ex... ha venido a casa y ha empezado a hablar lo perfecta que es en todo. Y los demás estaban embobados.

—No creo que el problema sean los demás —dijo, riendo.

—Vale, no. Pero tampoco tengo derecho a ponerme celosa.

—Ay, si pudiéramos elegir de lo que nos ponemos celosos... —ella suspiró—. ¿Qué pasa? ¿Te gusta ese chico?

—Tengo novio, Shanon.

—Eso no responde a mi pregunta.

Lo pensé un momento.

—No.

—Y una mierda.

—¡No!

—Bueno, si quieres convencerte de que no, te seguiré el rollo. ¿Cuál es el problema?

—Que le dije a Monty que aceptaba una relación abierta, pero nunca dijo nada de ponerse celoso sobre la ex de un amigo.

—Pues... no sé qué decirte. Igual deberías alejarte un poco de ese chico.

—Duermo con él —puse los ojos en blanco.

—¿Y qué?

Hubo un momento de silencio.

—¿Y qué, Jenny? —me preguntó, sospechando que faltaba algo.

—Es que... —respiré hondo y lo solté todo de un tirón—. He soñado que lo hacía con él cuatro noches seguidas.

Ella no me dijo nada por unos segundos que se hicieron eternos.

—¿Y qué tal lo hacía? —preguntó, curiosa.

—¿Crees que eso es importante, Shanon? —me irrité.

—¿Lo hacía mejor que tu novio? —casi podía ver su sonrisa.

—¡Céntrate!

—¡Lo hacía mejor que tu novio! —empezó a reírse—. Me encanta este drama.

—¡Shanon! —protesté.

—Vale, vale, me centro —lo consideró un momento—. Igual deberías enfriar un poco la relación. No por él, sino por ti. Si te estás confundiendo...

—No me estoy confundiendo.

—Te estás confundiendo. No te engañes. Igual deberías intentar mantener una relación de amistad.

—Es lo que tenemos ahora.

—¿Y sueñas que te lo montas con todos tus amigos o solo con él?

Me callé. Ella tenía la razón, como de costumbre.

—Aunque eso es lo menos importante —me aseguró—. Si ves que empiezas a comerte la cabeza, llama al idiota de tu novio y que te distraiga. Quizá solo te estés confundiendo porque lo echas de menos.

—¿Tú crees?

—Claro que sí —ella suspiró—. Y también creo que esto te afecta porque te recuerda a ya sabes qué.

Me dio un revuelco el estómago al pensar en ello.

—No quiero hablar de eso —murmuré.

—Han pasado meses, Jenny, quizá, si lo hablaras...

—No quiero hablar de eso —la corté.

—Está bien —aceptó—. Ya sé cómo te pones cuando te acuerdas de eso. Solo... intenta no relacionarlo con lo que te pasa ahora, ¿vale? No quiero tener que ir a buscarte.

—No tendrías que venir a buscarme —fruncí el ceño.

—¿No tendré que venir si te da otro ataque de ansiedad por lo de...?

—¡Shanon!

—Vale —finalmente, dejó el tema—. Tengo que colgarte, pero prométeme que estarás bien.

—Estaré bien. Y gracias por el consejo.

—No hay de qué. Mantenme actualizada, que me aburro mucho.

—Vale —sonreí sin ganas—. Adiós, Shanon.

Ella colgó y yo me metí de nuevo en la habitación de Ross. Escuché sus risas desde el salón y apreté los labios, metiéndome en la cama y quitándome las gafas.

No llegué a dormirme. De hecho, escuché la despedida de Naya y Lana. Mientras se decían adiós, la puerta de la habitación se abrió y Ross se acercó para ponerse el pijama. Como yo le daba la espalda, cerré los ojos. No me apetecía hablar con él.

Unos momentos más tarde, escuché que se metía en la cama y los abrí de nuevo, mirándome las manos.

—¿Estás despierta? —me preguntó en voz baja.

No respondí. Él suspiró, pero no dijo nada más.

***

Esa mañana corrí un poco más de lo habitual mientras sonaba rock a todo volumen por los auriculares. Cuando subí las escaleras —más ejercicio— del edificio, tuve que hacer una pausa para respirar hondo.

Sue era la única despierta. Estaba bebiendo una cerveza mientras se comía mantequilla de cacahuete a cucharadas.

—¿Se te ha terminado el helado? —pregunté, sirviéndome un vaso de agua.

—Sí —murmuró, de mal humor.

Hubo un momento de silencio mientras bebía el vaso. Ella me miraba fijamente.

—No te gustó, ¿eh? —me dijo.

—¿Qué? —pregunté.

—La pija de anoche —me dijo—. A mí no me cae bien.

La miré, pero no dije nada. Ella sonrió malévolamente.

—La verdad es que no mucho —dije, tras asegurarme de que no había nadie más.

—Nunca me han gustado las que van de perfectas —me aseguró Sue, antes de entrecerrar los ojos—. Me da la sensación de que son las peores.

—Suelen serlo —murmuré.

—No sabes la tortura que es cuando viene. La adoran como si fuera su diosa.

—Ya me di cuenta anoche —sonreí de lado.

Ella me miró, analizándome.

—Quizá no estés tan mal, después de todo.

No supe cómo tomármelo, pero decidí ir a darme una ducha. Cuando salí del cuarto de baño con la toalla, me encontré de frente con Ross, que iba a desayunar. Él me sonrió.

—Buenos días —dijo alegremente—. La toalla no te sienta mal, pero si te la quitas no me quejaré.

Relación de amistad. Recuérdalo.

Lo miré sin devolverle la sonrisa, cosa que hizo que se detuviera.

—Buenos días —dije, pasando rápidamente por su lado.

Vi que se daba la vuelta para mirarme, pero cerré la puerta antes de que pudiera decir nada.

Me vestí y fui a clase con cuidado de evitar a todo el mundo.

En realidad, ese día se me hizo más pesado que de costumbre. Estuve dos horas en la biblioteca terminando un trabajo grupal en el que no se habían presentado la mitad de los integrantes, y el resto estaban desesperados para que todo quedara perfecto.

En resumen, fue un día bastante malo.

Estaba bastante cansada cuando salí de mi edificio y me encontré de frente con Mike, que estaba fumando y mirando a unas chicas que pasaron por su lado. Les sonrió antes de verme.

—Mira quién es —me sonrió—. Siempre nos terminamos encontrando, ¿eh?

—Sí, eso parece —le dije sin muchas ganas.

Él puso cara de pena fingida.

—¿Qué te pasa? ¿Estás triste, Jenny?

—Estoy cansada —le corregí—. Quiero irme a casa de tu hermano.

—Así que ya vives con ellos, ¿eh?

Lo había dicho con un tono un poco burlón. Lo miré con el ceño fruncido.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, Ross tuvo una novia hace un tiempo que...

—¿Cómo se llamaba? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—Lana —dijo, tras pensarlo un momento—. Sí. No estaba mal. Nada mal.

—Lo sé —musité, dirigiéndome a la parada de metro.

Él me siguió, tirando la colilla al suelo y metiéndose las manos en los bolsillos.

—¿Ella también vivió ahí? —pregunté, mirándolo.

—Sí. Durante bastante tiempo. Luego cortaron.

Ahora me sentía aún peor. Me sentía como si la estuviera sustituyendo. Y encima era una copia mala. Muy mala.

—No te pongas triste, Jenny —él me dio una palmadita en el hombro—. Si te consuela, a mi las pijas no me van nada. Me gustas más tú.

—Es un gran consuelo —ironicé.

—Y creo que a mi hermano también le gustas más tú.

Me quedé mirándolo un momento.

—¿Cómo?

—Bueno, no hace tanto que cortó con Lana —me dijo, sonriendo.

Sentí que mi corazón se detenía un momento.

—¿Me estás diciendo que cuando me invitó a su piso solo quería sustituirla?

—Oye, yo no he dicho nada —dijo, levantando las manos en señal de rendición—. Pero no sé qué decirte. Tampoco hablo mucho de eso con mi hermano, ¿sabes?

Él se giró hacia una chica que le había sonreído mientras yo sentía que apretaba los puños involuntariamente.

—Ahora, si me disculpas... —murmuró, mirando a la chica—. Tengo trabajo que hacer.

Cuando llegué al piso de Ross, fue suficiente con abrir la puerta para saber que Lana volvía a estar ahí. Esta vez la vi, de pie, con un vestido beige ajustado que se ceñía perfectamente a su cuerpo. Estaba imitando algo que hizo que todos los demás se rieran. Estaban cenando. Me quedé de pie un momento ahí.

Era la sustitución barata de esa chica. Por eso me habían aceptado tan rápido. Ross, Naya... los dos la adoraban. Era obvio.

Incluso Will me había hecho eso.

Quizá no debí haber aceptado ir a vivir ahí. Ahora me sentía como una mierda.

—Hola, Jenna —me saludó Sue, devolviéndome a la realidad.

Todos se quedaron en silencio un momento, sorprendidos de que me dijera nada, antes de saludarme.

—Te hemos guardado un poco de... —empezó Naya.

—En realidad —necesitaba salir de ahí, lo supe al instante—, ya he quedado. Solo venía a dejar esto.

—¿No cenas con nosotros? —Will levantó las cejas.

—No. Hasta luego, chicos.

No les dejé tiempo para responder. Volví a salir de la casa tras dejar la mochila en el suelo. Después, cerré los ojos un momento. Era una idiota. No tenía ningún lugar al que ir. Probablemente, ni siquiera cenaría.

Justo cuando lo pensaba, la abuela de Ross abrió la puerta y me sonrió.

—¿Tienes hambre? —me preguntó.

Dudé un momento antes de asentir con la cabeza.

—Pasa, venga.

No sabía cómo sentirme, pero lo hice.

Su casa era igual que la de Ross, solo que con muebles más antiguos. Y mucho más ordenada. Tenía un cuenco con ensalada en la barra y un programa de cotilleos puesto en la televisión.

—¿Te gusta la ensalada con pollo a la plancha?

—Mucho —le aseguré. Cuando tenía hambre, todo me gustaba.

—Perfecto, siéntate.

Hice lo que me decía y me puso un plato delante. Empecé a comer y estaba delicioso. Ella sonrió mientras también comía. Estuvimos un rato mirando la televisión sin decir nada, hasta que ella me miró de nuevo.

—¿Por qué no has querido cenar con ellos? Por el ruido de risas, diría que se lo pasan bien.

—Oh, sí, se lo pasan genial —murmuré, sin poder evitar el tono amargo.

—¿No te lo pasarías bien con ellos?

Suspiré.

—No quiero molestarla con mis problemas, señora... eh...

—Señora Ross —sonrió—. Pero prefiero Agnes. Y yo te he preguntado por tus problemas. No me molestas.

Lo consideré un momento, mirando mi plato.

—Es que... sé que es una estupidez, pero me molesta que se lo pasen tan bien con ella.

—¿Por qué?

—No lo sé.

Ella me miró en silencio. Yo suspiré.

—No. No entiendo la mitad de lo que dicen. La mayoría de las cosas son chistes de hace un año, cuando ella y Ross salían y era amiga íntima de Naya. Y yo no entiendo nada mientras todos se ríen. Bueno, todos menos Sue, pero ella no se ríe nunca.

—Así que estás celosa.

—No estoy celosa —me irrité.

—Claro que lo estás. Si es lo más normal del mundo.

Fruncí el ceño. No estaba celosa.

¿No?

Sí, lo estás. No te engañes.

Maldita conciencia.

—No son celos —protesté.

Ella me puso una mano en el hombro.

—Sé cómo te sientes.

—Ah, ¿sí?

Si ni siquiera yo estaba segura de cómo me sentía.

—No eres la sustitución de nadie —me aseguró.

—Ya —murmuré, poco convencida.

—Mira, no sé si servirá de algo, pero a mí esa chica nunca me gustó. Y mucho menos para mi Jackie.

La miré. Quizá me había ilusionado demasiado que dijera eso.

—¿En serio?

Por fin alguien que no odiaba a todo el mundo —como Sue— y no le caía bien esa chica.

—Sí. Es decir, no me parece mala chica, pero... no es para mi Jackie. Además, después de lo que le hizo...

—¿Qué le hizo?

Ella me miró un momento.

—¿No te lo han contado?

—No.

—Verás, le...

Se cortó a sí misma.

—No, querida, es mejor que te lo cuente Jackie.

—No se lo preguntaré —le aseguré.

—Claro que lo harás —sonrió—. Venga, come.

No hablamos más del tema, pero me quedé un buen rato con ella hablando del programa, que era el que mi madre también veía. Agnes era de esas personas que, aunque te estuvieran hablando de la mayor estupidez del mundo, hacía que sonara como algo muy interesante.

Eran casi las doce cuando bostezó, mirándome.

—Si no te importa, querida, mis huesos viejos necesitan un descanso.

—Gracias por haberme dejado cenar aquí —le dije, poniéndome de pie.

—Ha sido un placer —me sonrió—. Cierra la puerta al salir.

Me puse de pie, llevando los platos a la encimera. Cuando iba hacia la puerta, escuché su voz.

—Ah —me detuvo—. Si mi nieto te pregunta, dile que has ido a cenar con un amigo.

—¿Con un amigo? —repetí, confusa.

—Tú hazlo.

Ya en el pasillo, dudé un momento antes de abrir la puerta. Más que nada porque todavía se oía la voz de Lana. La estúpida y dulce voz de Lana.

Finalmente, me metí en el piso y cerré la puerta a mi espalda, entrando en el salón. Sue no estaba, pero los demás se me quedaron mirando.

—Hola —les saludé con una pequeña sonrisa.

—¿Qué tal la cena? —me preguntó Naya.

—Genial —sonreí.

Me senté en el sillón y vi que Ross me observaba.

—¿Con quién has ido? —preguntó, tras dudar un momento.

—Con... —recordé las palabras de Agnes— con un amigo.

Él me miró fijamente durante unos segundos, pero aparté la mirada y la clavé en su paquete de tabaco.

Quizá no debería, pero...

Hacía tanto que no fumaba...

Y me relajaba tanto hacerlo...

—¿Puedo? —le pregunté casi involuntariamente.

—¿Dónde ha quedado lo de que fumar es muy tóxico?

—De algo hay que morirse —murmuré.

Le quité un cigarrillo y me lo encendí. Él me miraba con una expresión extraña.

—¿Tú fumas? —me preguntó Naya, sorprendida.

—Solo cuando mi novio no está —les dije—. Odia el sabor a humo de cigarrillo.

—¿Dice que es como besar un cenicero? —me preguntó Ross, enarcando una ceja.

—Sí —dije, tras un momento de silencio—. Dice exactamente eso.

—¿Tienes novio? —me preguntó Lana, sorprendida.

—Sí. Pero no nos veremos hasta diciembre. Se quedó en mi pueblo.

—Debe ser duro no verlo en tanto tiempo.

—Hablamos a menudo —le dije, encogiéndome de hombros—. Es como si siguiera conmigo.

—Pero no está —recalcó Ross.

Lo miré un momento antes de inclinarme a tirar la ceniza.

—Tienen una relación abierta —dijo Naya, rompiendo en silencio incómodo.

—¿Y eso cómo va? —preguntó Lana.

—Podemos acostarnos a quien queramos mientras seamos conscientes de que nuestra pareja es la persona que queremos por encima de eso.

—Eso suena divertido —ella sonrió.

—Está muy bien —murmuré, sin mirarla.

—¿Y ya has probado ese acuerdo con alguien? —me preguntó.

—No. Todavía.

—Uh —ella sonrió—. ¿No te referirás a ese amigo con el que has cenado?

Me encogí de hombros, sonriendo, y solté todo el humo del tirón.

Agnes estaría orgullosa de ti.

Vi que Naya y Will miraban a Ross, pero los ignoré. Y evité mirarlo a él a toda costa, aunque notaba su mirada clavada como un cuchillo. 

—¿Y qué tal tu día? —me preguntó Lana, intentando sacar conversación.

La miré un momento. No quería hablar con ella ni por todo el oro del mundo.

—Aburrido —confesé—. He visto a Mike cuando salía de la facultad.

Vi que se quedaban todos durante un momento en silencio y fruncí el ceño, confusa.

—Hace mucho que no lo veo —Lana sonrió.

Miró a Ross, como si esperara alguna reacción que no llegó porque estaba ocupado mirándome como si intentara que me explotase la cabeza.

—Acabo de darme cuenta de lo poco que hemos hablado desde que llegué —me dijo Lana—. Y eso que he estado aquí casi cada día.

Lo sé, querida, lo sé.

—No me había dado cuenta —sonreí.

Ella me sonrió. No estaba segura de si no entendía la maldad ajena o se limitaba a ignorarla.

—A lo mejor es porque has estado con ese chico de la cena —me dijo, sonriéndome.

—A lo mejor —me encogí de hombros.

Justo en ese momento, Ross se puso de pie.

—Me voy a dormir.

No esperó que nadie respondiera, se limitó a marcharse. Lo observé en silencio y luego sonreí de nuevo a Lana.

—¿Y tú no tienes novio, Lana?

—¿Yo? —se rio—. No, no. No tengo.

—Qué raro. Con lo guapa que eres.

—Ay, muchas gracias. Es difícil encontrar pareja hoy en día —se encogió de hombros—. Además, siempre estoy yendo de un lado para otro. Me cuesta echar raíces.

—Ya veo.

Sabía que estaba siendo una idiota y ella se estaba portando de manera perfecta conmigo, pero no podía evitarlo.

Finalmente, se marchó y le deseé buenas noches a Naya y Will, que ya se besuqueaban. Cuando entré en la habitación, Ross estaba sentado en la cama con su portátil. No levantó la cabeza al oírme entrar.

—Tengo que vestirme —le dije.

Teníamos un acuerdo no escrito por el que, cada vez que uno tenía que vestirse, el otro iba al cuarto de baño o algo así. Siempre lo hacíamos. Sin embargo, esta vez él no parecía estar de humor como para ponerse de pie por mí.

—Genial —murmuré.

Estaba tan enfadada que no me importó cambiarme ahí. Ni siquiera me giré para ver si me estaba mirando. Me limité a darle la espalda y vestirme. Después, me acerqué a la cama y me quité las lentillas. Vi de reojo que él estaba editando un video o algo así. No pregunté. Él tampoco dijo nada.

Estuvimos en completo silencio durante un buen rato. Me quedé dormida antes de que él terminara de utilizar su portátil.



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