Capítulo 12
Perdón por tardar tanto en subir, estaba en modo bloqueo —creedme, es frustrante, sigo en él— y me ha costado un montón corregir este capítulo. En fin, que lo disfrutéis <3
Miré a Jack. Él tenía los ojos cerrados con fuerza. Will, Naya, Sue y yo lo observábamos en silencio.
Él soltó todo el aire por la nariz y estiró el brazo. Tenía dos tubitos pequeños con polvos blancos dentro. Tragué saliva. Él abrió los ojos. Parecía que le costaba respirar. Frunció el ceño y apretó los tubitos, como si eso fuera doloroso.
—Está bien si no quieres hacerlo todavía —murmuré.
Él clavó los ojos en mí. Hubo un momento de silencio. Me entraron ganas de abrazarlo solo al ver su expresión, pero no iba a hacerlo. Ese era su momento. Era su decisión. No podía influenciarlo. Tenía que hacerlo por sí mismo.
Entonces, puso los dos tubitos en la mano de Will y soltó todo el aire de sus pulmones. Noté que yo misma podía respirar de nuevo.
Will nos observó en silencio. Jack había vuelto a cerrar los ojos. Tenía una pequeña arruga entre las cejas. Estiré la mano y agarré la suya. Aceptó el contacto, pero no abrió los ojos.
—Voy a deshacerme de esto —murmuró Will.
Los cuatro lo vimos desaparecer. Jack apretó los labios en una dura línea, mirándolo también. Por un momento, me pareció que se arrepentía, pero se limitó a clavar los ojos en el suelo.
—Has hecho lo correcto —Naya le dio un pequeño apretón en el hombro.
Sue asintió con la cabeza.
Jack no dijo nada, pero tenía su mano apretada entorno a la mía.
Entonces, en silencio, me soltó, se dio la vuelta y se metió directamente en la habitación. Las tres nos quedamos en completo silencio por unos segundos.
—¿Te imaginas que Will ha ido a tomárselo? —intentó bromear Chris desde el sofá.
Las tres lo miramos fijamente y él se aclaró la garganta, rojo de vergüenza.
Will volvió a casa y pareció algo preocupado al no ver a Jack, pero Naya le dijo dónde estaba. Se abrazaron entre ellos y yo miré a Sue, que parecía pensativa.
—Bueno —dije—, al menos, ya ha pasado lo peor.
—¿Lo peor? —repitió Sue, incrédula—. Ahora viene lo jodido de verdad.
—No seas tan positiva, por favor —murmuró Naya.
—No, tiene razón —Will suspiró—. Ya pasamos por esta mierda una vez hace unos años. Y no quiere ni oír hablar de médicos o clínicas.
—¿Y eso qué quiere decir? —pregunté, un poco asustada.
—Que vamos a ser nosotros quienes se encarguen de que no vuelva a caer en... eso.
Silencio. Me froté el brazo, un poco nerviosa.
—¿Qué...? —empecé, pero no sabía cómo formularlo.
—La última vez estuvo mayormente encerrado en la habitación —Will se sentó en el sofá, un poco cohibido—. Tuvo fiebre algunos días. Y náuseas. Pero lo peor era verlo ahí tumbado sin ganas de nada.
—¿Podemos ayudarlo de alguna forma? —preguntó Naya.
—Estando con él —murmuró Sue—. Dándole apoyo... todo eso. Especialmente tú, Jenna.
Parpadeé, un poco asustada.
—Mira, no es por meterte presión... bueno, un poco sí. Ahora mismo, eres como su pilar —me dijo Sue—. Si tú lo abandonas, se cae el edificio entero.
—No tengo ninguna intención de abandonarlo —le aseguré.
Me quedé unos segundos en silencio, pensando.
—¿Cómo sabes tú eso?
—Estoy estudiando psicología. Algo sé sobre el comportamiento humano.
—Un momento —la detuve—, ¿tú estudias psicología?
—Pasaré por alto el tono de sorpresa.
—¿Podemos volver a centrarnos en Ross? —propuso Naya.
Sí, tenía razón.
—¿Cuánto tiempo estará así? —pregunté, mirándolos.
—No lo sé —murmuró Will—. Pueden ser semanas... pero... lo más seguro es que dure algunos meses hasta que tengamos que dejar de preocuparnos. No es fácil salir de eso.
Mi cerebro ya funcionaba a toda velocidad. Me paseé por el salón, un poco inquieta.
—Entonces, alguien debería decir a Joey que cancele todo lo de estas semanas, ¿no? —pregunté.
Will dudó un momento antes de estar de acuerdo, así que agarré el móvil de Jack, que se había dejado en la barra, y busqué su número. Esperé pacientemente los dos primeros tonos.
—Si es mi estrella favorita —saludó Joey—, espero que estés listo para esta tarde, tenemos entrevista con...
—Hey —la interrumpí suavemente—, soy Jennifer. Soy... eh... una amiga de...
—Oh, sí, sé quien eres —sonó un poco sorprendida—, ¿ocurre algo?
—En realidad... sí —murmuré, pasándome una mano por la frente—. Ross no podrá ir a ninguna entrevista por una temporada.
—¿Que no...? ¿Es una broma? ¡Está en plena promoción!
—¿Y pasa algo si no va?
—Sí, querida. Que seguramente no volverán a llamarlo para ir a ningún lado.
—Joey —mi voz sonó más firme—, está intentando quitarse toda la mierda que tiene ahora mismo en el organismo, ¿crees que es un buen momento para que se ponga delante de un micrófono? ¿No es mejor esperar a que se recupere?
Silencio. Por un momento, incluso creí que me había colgado.
—¿Se está desintoxicando? —preguntó, perpleja.
—Acaba de empezar —recalqué.
Silencio de nuevo.
—Te he llamado a ti porque Ross sabía que tú tendrías alguna solución —añadí suavemente, esperando que funcionara.
Ella suspiró.
—Puedo cubrirle por tres semanas como máximo —murmuró—. Podría inventarme algo y que vayan solo los actores principales. No debería darnos ningún problema si lo hacemos bien. Pero... no podré arreglármelas mucho más.
—Gracias, Joey —respiré hondo.
—Algún día, escucharé un gracias de la boca de tu novio, ¿verdad?
Sonreí, divertida.
—Seguro que sí.
—Me pasaré en unos días a verlo. Cuídate. Y cuídalo bien.
—Lo haré. Hasta pronto.
Colgué. Ellos me miraban. Sin decir nada, me guardé el móvil de Jack en el bolsillo y entré en su habitación. Él se había metido en la cama y daba la espalda a la ventana, pero tenía los ojos abiertos. Me tumbé a su lado y le pasé un brazo por encima de la cintura. Él no dijo nada. Ni siquiera dio señales de haberme notado.
—He hablado con Joey —murmuré en su hombro—. Se ocupará de todo durante un tiempo.
No dijo nada. Sentía que tenía que llenar el silencio de alguna forma.
—Naya, Will, Sue y yo estaremos contigo en esto. Lo sabes, ¿no?
De nuevo, no dijo nada. Intenté no suspirar con todas mis fuerzas. Le acaricié el brazo con las puntas de los dedos.
—¿Quieres que te deje solo? —pregunté suavemente.
Fue la primera vez que reaccionó desde que había entrado. Gruñó algo que interpreté como un no y tiró de mi muñeca hasta que tuvo mi torso pegado a su espalda.
Estuve todo el día con él en la habitación, pero no dio señales de escucharme en nada. Se puso los auriculares y se quedó mirando el techo cuando fui a cenar con los demás. No quería comer nada. Will dijo que, por un día, no insistiera. Después de eso, volví a la habitación con él. Tenía las manos en la cara, pero las quitó cuando me vio llegar.
—¿Cómo estás? —pregunté inútilmente cuando se quitó los auriculares.
—Bien —murmuró.
No era cierto, pero no insistí. Me puse el pijama y me quité las lentillas notando sus ojos clavados en mí. Después, me tumbé a su lado y apoyé la cabeza en su hombro. Se durmió mientras le pasaba los dedos por el pecho.
***
Las dos primeras semanas fueron horribles.
Cuando abrí los ojos al tercer día, él seguía durmiendo y me fui a correr. Sin embargo, me quedé paralizada al volver y encontrarlo agachado en el inodoro. Sue estaba con él, sujetando el papel higiénico. No sé cuántas veces vomitó, pero no me moví de su lado. Estuvimos ahí toda la mañana.
Los demás días fueron peores. No dejaba de temblar y una parte de mí quería creer que era por el frío, pero a la vez sudaba y no quiso ponerse una camiseta porque le ardía la piel. Volvió a la habitación, pero tenía que ir tantas veces al cuarto de baño que, una noche, terminó durmiendo con la cabeza apoyada en la taza del inodoro y no volvió a la cama hasta que me fui a buscarlo al darme cuenta de que había desaparecido. Estaba tan pálido que parecía que iba a desmayarse en cualquier momento, pero se limitó a pasarse las manos por el pelo, frustrado.
Intenté hablar con él varias veces, pero quería estar solo. Mi ansiedad aumentaba cada vez que me tenía que quedar con los demás en el salón. No podía evitarlo y volvía cada media hora para asegurarme de que estaba bien. Seguía sin hablar conmigo o con nadie.
Y no podía dormir. Era lo peor.
Durante la noche, no dejaba de ver cómo se paseaba por la habitación intentando no hacer ruido, pero pasándose las manos por el pelo y soltando maldiciones en voz baja. Cuando me veía despierta mirándolo, se ponía de peor humor y salía al balcón para que le diera el aire en la cara. No volvía a intentar dormirse hasta que, después de veinte minutos, iba a buscarlo. Ya en la cama, apoyaba su cabeza en mi pecho y quería que le pasara los dedos por el cuero cabelludo, cosa que hacía encantada... aunque no sirviera de nada, porque seguía sin poder dormir.
A la tercera semana, empecé a sentirme como si yo misma estuviera en abstinencia de algo. Odiaba verlo así. Apenas comía, apenas bebía, apenas hacía nada. No quería ver a nadie, solo a mí. E incluso a mí me ponía pegas cada vez que intentaba hablar con él de comer o beber más. Tenía la mirada perdida y el cuerpo como entumecido. Creo que se sentía mal en general. Como si tuviera algún tipo de depresión. A veces, lo pillaba a punto de llorar cuando le entraban episodios donde realmente necesitaba todo lo que había dejado. En esas ocasiones, solía pedirme que me quedara con él. Y yo lo hacía, claro. E intentaba no llorar yo por verlo así.
Habíamos llegado al punto de que no podía ni bañarse. Se las había arreglado solo hasta aquel entonces, pero llegados a ese punto apenas se sostenía de pie sin marearse. Era horrible, así que empecé a ayudarle —aunque no dejó de protestar por ello—. Al final, se convirtió en parte de la rutina. Le llenaba la bañera y él cerraba los ojos mientras yo me encargaba de todo. Después, lo ayudaba a vestirse y los dos nos lavábamos los dientes. En cuanto llegaba a la cama, se quedaba mirándome hasta que lo volvía a atraer hacia mi pecho y a pasarle las manos por el pelo. Casi se sentía como cuidar de un niño pequeño. Y yo necesitaba cuidarlo. Me estaba destrozando verlo así.
Ya llevábamos cuatro semanas. No había querido ver a nadie. Yo había avisado a Mary y a Agnes de lo que estaba ocurriendo, pero ellas sabían cómo era Jack, así que se limitaban a quedarse en el salón cuando venían mientras Will les contaba cómo iba todo porque él no quería que lo dejara solo.
Al mes, tuve que convencer a Joey de que lo cubriera un poco más. Ella organizó una sesión de cine con la película en la que todo lo recaudado fuera destinado a una ONG, contentando a la prensa por un tiempo y distrayéndolos de la ausencia de Jack. Era buena en su trabajo, no voy a negarlo.
Un mes y dos días. Jack parecía que volvía a comer como siempre. Pero su estado de ánimo era horrible. Conmigo no hablaba en absoluto. Pero eso no era lo malo. Sino cómo trataba a los demás. Ya fuera Will, Sue, Naya... no importaba. Cada vez que alguno de los demás abría la boca para decirle algo, los mandaba a la mierda o cosas peores.
Una vez, Naya no pudo más y, cuando yo había salido a correr, le dijo que volvería a dejarle si seguía portándose como un idiota. Cuando volví, vi que había lanzado la lámpara al otro lado del salón y había tirado toda una estantería al suelo. Se había encerrado en la habitación después de ello con expresión arrepentida y Naya había intentado pedirle perdón varias veces, pero no había dicho nada. Ayudé a los demás a recogerlo.
Llevábamos ya un mes y una semana cuando, por primera vez desde que toda esa mierda había empezado, hizo un ademán de tocarme. Normalmente, tiraba de mí para acercarme, pero eso era todo. Sin embargo, ese día le propuse ver una película como siempre y, por primera vez, me dijo que sí. Intenté disimular mi sorpresa, pero no pude evitar mostrarla cuando, en medio de la película, me recorrió la mandíbula con un dedo. Solo eso y mi corazón ya iba a toda velocidad.
Nos pasamos unas cuantas mañanas juntos, conmigo sentada en el sofá y él tumbado con la cabeza en mi regazo. Chris siempre tenía el detalle de ir a dar una vuelta para dejarnos solos. Normalmente, mirábamos cualquier película mala que encontráramos. Al menos, funcionaba como distracción por un rato, hasta que llegaban los demás y volvía a la habitación.
Me estaba saltando varias clases, pero Curtis —que seguía quedando con Chris— me salvaba pasándome todos los apuntes que le pedía. Era un cielo. Jack incluso lo llamó por su nombre cuando se lo conté, cosa que me hizo sonreír.
Un mes y medio. Su humor había cambiando drásticamente. Estaba muy nervioso. Había vuelto a no poder dormir. Durante las últimas semanas, había empezado a dormir en exceso, pasándose el día en la cama, pero ya habíamos vuelto al principio. La diferencia era que, ahora, no se quedaba en la cama. Se pasaba el día dando vueltas por el piso e intentando calmarse haciendo ejercicio, pero no servía de nada. Era como un deportista dopado.
Como estábamos ya a principios de abril y el frío no era tan insoportable, tuve la idea de cansarlo de algún modo. Will sonrió ampliamente cuando se lo propuse. Era la primera vez que Jack salía de casa en un mes y medio. Se puso sus gafas de sol y dejó que Will condujera, preguntando de mal humor dónde lo llevábamos. Vi que su rodilla subía y bajaba con nerviosismo. Esperaba que fuera una buena idea.
Naya y Sue no habían venido, pero Mike sí. Él sonreía ampliamente, también, a mi lado. Jack lo miraba con desconfianza.
Cuando bajamos del coche, Jack me siguió con la mirada con los ojos entrecerrados. Me detuve en la parte trasera del coche y lo abrí, rebuscando.
—¿Qué haces? —me preguntó, desconfiado.
—Ten un poco de paciencia.
—No quiero. Exijo saberlo.
—Y yo exijo que te calles.
Sonreí y saqué una pelota de baloncesto, lanzándosela.
Él la atrapó con sorprendente habilidad, frunciendo el ceño con confusión. La botó un momento y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba en el campo en el que solía jugar con Will cuando eran más pequeños. Por un momento, me dio la sensación de que se subiría al coche de nuevo y querría irse.
Sin embargo, esbozó una sonrisa de oreja a oreja y lanzó las gafas de sol al interior del coche antes de salir corriendo y botando la pelota hacia una de las canastas. Abrí la boca de par en par cuando encestó desde la mitad del campo. Will no pareció muy sorprendido cuando la recogió y la encestó desde más cerca.
—Bueno —Mike se frotó las manos—, ¿cuáles son los equipos?
—¿Eh? —dejé de flipar al ver que encestaban cada vez que tiraban y lo miré—. Si yo no sé jugar.
—Solo es botar una pelota, Jenna —Will sonrió malévolamente—. Seguro que incluso tú sabes hacerlo.
—¡Eh! —me ofendí.
—¿Hacemos un hermanitos contra amiguitos? —sonrió Mike.
Para mi sorpresa, Jack estuvo de acuerdo, así que me quedé en el equipo de Will. Menos mal que él sabía lo que se hacía, porque yo no tenía la menor idea. Me enseñó lo básico en un momento mientras los hermanos Monster se reían disimuladamente de mí y yo les ponía mala cara.
—Si no sabes qué hacer —añadió Will en voz baja—, patada en los huevos y roba la pelota. Nunca falla.
—Me gusta esa táctica —sonreí ampliamente.
Al final, salir a correr cada mañana había servido para algo. Mike se sujetaba de las rodillas un buen rato más tarde, intentando recuperar el aliento, mientras yo perseguía a Jack por el campo, que iba rebotando la pelota como si diera un paseo por el campo. Realmente, él y Will hacían todo el trabajo sucio. Y se lo estaban pasando en grande.
Y, cuando llevábamos una hora jugando, por fin conseguí parar una jugada de Jack. O eso intentaba decirme a mí misma, porque me dio la impresión de que había dejado que me pusiera en medio de su camino, sonriendo maliciosamente. Me quedé delante de él, viendo como rebotaba la pelota de una mano a otra tranquilamente.
—¿Estás cansada, Mushu? —bromeó, levantando y bajando las cejas.
Le puse mala cara cuando hizo un ademán de pasar por mi izquierda y yo me moví para detenerlo, pero pasó por mi derecha y fue directo a la canasta, riendo.
Capullo.
Gracias a algún milagro, Will consiguió quitarle la pelota y me la pasó, divertido. Me quedé un momento en modo pánico. Era la primera vez que la tocaba en todo el partido. La boté en el suelo y casi me salió volando. ¿Tenía que hacer eso corriendo? ¡Si no lo había hecho en mi vida! ¡Iba a matarme!
—Esto va a ser muy divertido —dijo Jack, deteniéndose delante de mí con una sonrisita y en posición defensiva.
—No va a ser muy divertido, simplemente te voy a dar una paliza —mascullé, intentando botar la pelota con elegancia.
Su sonrisa se amplió cuando la pelota casi se me escapó.
—Tenemos que mejorar esa coordinación, Michelle.
—¿Quieres que te mejore la cara de un golpe? —amenacé con tirársela.
Él aprovechó el momento para intentar quitármela. Casi por instinto, la pegué a mi pecho como si fuera mi objeto más valioso. Intenté esquivarlo, pero ya era muy tarde y me atrapó con ambos brazos, levantándome en el aire. Tenía la espalda pegada a su pecho y notaba que se sacudía, por lo que se estaba riendo.
—¡Suéltame! —protesté, pataleando (pero sin soltar la pelota, dato importante).
Como respuesta, me sujetó aún más alto. Solté un chillido ridículo cuando dio una vuelta.
—¡Will! —lo miré, en busca de ayuda de compañero de equipo. Él y Mike también se reían de mí. Genial. Mi nivel de ridiculez aumentaba por momentos—. ¡Eso es trampa! ¡Suéltame!
—¿Y dónde está el árbitro? —preguntó Jack.
—¡Está...! ¡JACK!
Tuvo suerte de esquivarme, porque juro que iba a darle un puñetazo cuando me soltó, me quitó la pelota y fue directo a meterla en la canasta.
Vale, admito que me piqué un poquito con el juego. De hecho, al terminar, mientras Will y Mike fumaban junto al coche, estaba sentada en el suelo de brazos cruzados viendo cómo Jack rebotaba la pelota, ya solo en el campo. Él sonrió al verme enfurruñada y se acercó a mí.
—Yo no tengo la culpa de que seas mala, Jen —dijo felizmente.
—No es que yo sea mala, es que tú eres un tramposo.
—Eres una mala perdedora, ¿eh?
—¡Y tú eres un pésimo ganador!
—Al menos yo soy un ganador, Michelle.
—Cállate.
—¿Quieres intentarlo? —ofreció.
—¿Intentar qué?
—Encestar —me ofreció una mano—. Venga, ven.
La acepté, todavía enfurruñada, poniéndome de pie. ¿Cómo podía no estar cansado? ¿Cuántas vueltas había dado al campo? Yo ya sentía mis piernas de gelatina. Por suerte, no me hizo correr, solo quedarme de pie en el área de la canasta.
—Vamos a enseñarte las bases del lanzamiento, Jennifer Michelle Brown —anunció alegremente, a lo que le dediqué una mirada agria.
—No hagas que me arrepienta de esto, Jack Ross.
—Coloca las piernas... así —me separó un poco las rodillas y me colocó bien los hombros—. Tienes que colocar los brazos así... muy bien... no, el codo recto. Eso es.
En realidad, no estaba siguiendo sus instrucciones, solo lo imitaba. Lo miré y me miré a mí misma. No estaba demasiado mal.
—Ahora, apunta y... espera, separa un poco la palma de la pelota, sí, eso es. Ahora, dobla un poco las rodillas, da un pequeño salto y espera los aplausos.
—¿Y ya está?
—Bueno, eso de que ya está... tendremos que ver tu puntería. Si es tan buena como tu coordinación, dudo que ya esté.
—Jack, tu cabeza está muy cerca del balón —le recordé—. Ten cuidado.
—Cierto. Mejor me callo.
Apunté un momento, mordiéndome el labio inferior por la concentración, hice lo que me decía...
Y nada.
Tu profesor de gimnasia tenía razón al decirte que era inútil.
Jack se reía disimuladamente de mí. Aprovechó mi mirada de odio profundo para ir corriendo a por la pelota. Al volver, se colocó detrás de mí y me puso como antes, pero esta vez tenía las manos en el balón sobre las mías.
—A ver... —apuntó, concentrado—. Unidos no seremos vencidos, ¿no? Uno, dos, y...
Noté que él prácticamente lanzaba el balón por mí, pero no me importó porque vi que entraba directamente en la canasta. Me entusiasmé como si lo hubiera hecho sola y empecé a dar saltitos, aplaudiendo. Will y Mike me juzgaban mucho con la mirada, pero me dio igual.
—¡¿Has visto eso?! —chillé a Jack, que negaba con la cabeza, divertido—. ¡Tengo que decírselo al imbécil de mi profesor de gimnasia del instituto! ¡Seguro que no se lo cree!
Choqué las manos con las suyas, entusiasmada. Jack parecía genuinamente divertido.
—¿Se metía contigo tu profe de gimnasia? —preguntó como si consolara a un niño pequeño, poniendo un puchero.
—Me dijo que jamás encestaría cuando hicimos baloncesto en gimnasia —protesté, intentando torpemente rebotar la pelota que habíamos ido a buscar.
—¿Y qué hiciste? ¿Le diste un puñetazo? —sonrió ampliamente.
—No —detuve la pelota y me puse roja.
—Oh, no —empezó a reírse sin que se lo contara—. ¿Qué le hiciste a ese pobre hombre?
—¿Por qué asumes que le hice algo? A lo mejor, solo... mhm... abandoné gimnasia.
—No se puede abandonar —sonrió ampliamente—. ¿Qué le hiciste?
—¡Fue sin querer!
—Necesito oír esa historia.
—¡No fue nada importante! Solo... eh... se me resbaló la pelota y... mhm... fue a parar a su cara.
Él seguía riéndose de mí.
—Dios, ¿por qué no fui a tu instituto? Me perdí tantas cosas maravillosas...
—Porque eres asquerosamente rico —le puse la pelota en el pecho y él la recogió, divertido—. Y, ahora, ¿podemos volver? Estoy sudando y me da mucho asco.
—A mí me gustas así, sudadita —me dijo, sonriente, caminando a mi lado—. No me importaría ser yo la razón por la que sudes un poco más.
Le saqué el dedo corazón y él empezó a reírse, rezagándose un poco.
—¿Como es que nunca te había visto en esos pantalones ajustados, Jennifer Michelle?
—Porque solo me los pongo para hacer ejercicio y nunca lo hago —murmuré—. Para salir a correr, estos son incómodos.
—Tomo nota. Tenemos que hacer más ejercicio. No quiero que esos pantalones salgan de mi vida. Las vistas de tu culo son demasiado perfectas.
—¿Qué...? —me giré, roja de vergüenza, cosa que empeoró cuando me dio una palmada descarada en él—. ¡Jack!
—¿Qué? —se hizo el inocente.
Aunque la idea del ejercicio había sido buena, no duró mucho. No podíamos ir cada día al campo a jugar y, desde luego, no podíamos seguirle el ritmo a Jack, que seguía demasiado acelerado y no había forma de que se cansara. Estuvo así tres días hasta que, al cuarto, descubrió qué era lo que necesitaba para calmarse.
Entré en la habitación cuando estaba haciendo flexiones en el suelo. Era ya de noche. Habíamos cenado hacía un rato.
—Necesitas descansar —murmuré, acercándome.
Él se detuvo. Seguro que ya llevaba más de treinta flexiones. Se puso de pie de un salto, estirando el cuello y mirándome.
—No puedo —me dijo, estirando los brazos.
Miré a mi alrededor en busca de cualquier cosa que pudiera calmarlo.
—¿Quieres escuchar música? —sugerí.
Estaba dando saltitos, como si quisiera calentar su cuerpo. Me miró sin decir nada. Suspiré.
—¿Película?
Negó con la cabeza.
—¿Quieres que vayamos con...?
—No.
Asentí con la cabeza, concediéndoselo.
—¿Puedes intentar tumbarte conmigo, al menos?
Dejó de dar saltos y aceptó tumbarse conmigo. Me puso al instante la cabeza en el pecho y empecé a acariciarlo. Cerró los ojos y me puso ambas manos en la cintura. Su piel ardía. Suspiré, mirando el techo y apagando la luz.
Sin embargo, esa vez sentí que hundía la nariz en mi clavícula e inspiraba hondo. Lo miré, confusa, cuando empezó a besarme el cuello. Ni siquiera había querido tener contacto así en todo ese tiempo. Sin embargo, noté que me pasaba las manos por las costillas, subiendo la camiseta. Contuve la respiración cuando se mantuvo encima de mí, mirándome a los ojos. Parecía ansioso. Bajé la mirada a sus labios y fue suficiente para que aplastara la boca contra la mía y me quitara la camiseta de un tirón.
Y esa fue su manera de calmar sus nervios durante las dos semanas siguientes.
No era muy desagradable para mí, la verdad.
Por las mañanas estaba tan agotada que ya ni salía a correr. Honestamente, ya hacía ejercicio de sobra. En cuanto se despertaba, empezaba a besarme el cuello y quería más. Y yo se lo daba encantada. Después, venía a comer conmigo aprovechando que los demás estaban en clase. Su apetito había aumentado drásticamente. Comía como un pozo sin fondo, como antes. Y, en cuanto terminaba, quería ver una película conmigo. Pero no llegábamos a terminarla nunca porque me agarraba y me ponía debajo de él para seguir con lo que él consideraba que había dejado a medias en el dormitorio.
Por suerte, eso terminó en dos semanas. Por mucho que me gustara, no creí que pudiera aguantarlo mucho tiempo más. Su humor volvió a cambiar. Parecía estar alegre otra vez. Y volvía a tener una energía moderada, pero buscaba quemarla igual. Habíamos encontrado la alternativa de que viniera a correr conmigo por las mañanas. Él sonreía ampliamente cuando me quedaba sin aliento porque no podía seguirle el ritmo. Spencer negaría con la cabeza, decepcionado, si me viera así después de todo lo que habíamos entrenado.
Will decía que eso significaba que ya estaba limpio, pero no quería decir que no tuviéramos que seguir ayudándolo.
Por cierto, durante una semana, Will había acompañado a Chris y a Naya a ver a los padres de ellos y hablarles de todo lo del embarazo. Los padres de Naya se habían enfadado tanto al ver que Chris no tenía trabajo que lo habían obligado a quedarse ahí y trabajar de dependiente en la tienda de zapatos de su madre durante lo que quedara de verano. Al menos, Naya y Will si volvieron a casa. Y con comida casera, que siempre era bienvenida.
Por otro lado, Jack volvió a comer con nosotros a los tres meses. Ya era mayo. Las sudaderas empezaron a quedar atrás para sacar las camisetas de manga corta. Y todo estaba empezando a volver a la normalidad. Ese día, Agnes y Mary se acercaron y quiso verlas por primera vez. Mary parecía emocionada cuando lo notó tan normal como siempre. Cuando salí a despedirla, me dio un abrazo con fuerza con lágrimas en los ojos y se marchó.
Seguía teniendo sentimientos encontrados con ella, especialmente después de todo lo que me había contado Jack la noche de la cena en su casa. Pero... lo cierto era que no había tenido tiempo de enfrentarme a ello durante esos meses. Ahora mismo, lo único que me importaba era que él se pusiera bien.
Ya todo estaba volviendo a la normalidad. Estaba tan feliz. Esa noche, estábamos los cinco —más Mike, que había aparecido de la nada, como siempre— comiendo pizza y viendo el programa de reformas de casas. Naya comentaba no sé qué de una puerta que no le gustaba desde el otro sofá con Will. Sue y Mike se quejaban de su mal gusto desde los sillones. Mientras, Jack se había tumbado en el sofá y me tenía apretujada encima de él. Estaba especialmente cariñoso ese día. Tampoco iba a quejarme de esa parte.
Me tenía la nuca sujeta con una mano y la cintura con la otra mientras me besaba en la comisura de los labios, las mejillas, la nariz, los ojos... y yo no podía hacer otra cosa que mirarlo entre sorprendida y divertida. No dejó de hacerlo ni cuando su hermano me dijo no sé qué de que me veía bien. Yo también lo ignoré. Subieron los cuatro al tejado a fumar —y creo que a dejarnos solos— poco después de ello.
En cuanto estuvimos solos, él me plantó un beso en los labios muy diferente a los que me había dado en toda nuestra relación. Un beso tierno. Muy tierno. Cuando se separó, pasó el pulgar por mi labio inferior, mirándome detenidamente. Subió los ojos hasta los míos. Me miró con intensidad.
—No te has ido en todos estos meses —murmuró, como si no pudiera creérselo.
Era la primera vez que hablaba de ello. De hecho, era la primera vez que hablaba de algo, en general, en mucho tiempo. Sonreí un poco.
—¿Creías que lo haría?
—A veces, me cuesta seguirte —murmuró, observándome atentamente.
Me acerqué a él y volví a besarlo en los labios suavemente para calmarlo.
—No me iré. Ya lo sabes.
—¿Y si...?
—Jack, honestamente, creo que ya he visto lo peor de ti —enarqué una ceja—. Si me hubiera querido ir, lo habría hecho hace tiempo. ¿Crees que me iré ahora que vuelves a ser el de siempre?
Me esperaba una sonrisa, pero se limitó a seguir mirándome atentamente.
—Sé que es una tontería, pero necesito que lo digas otra vez —murmuró.
Se me secó la boca. Él estaba muy tenso, esperando que dijera las dos palabras que quería oír. Aparté la mirada, algo cohibida. Seguía dándome un poco de impresión pronunciarlas.
—¿Me quieres?
Silencio.
—No —lo miré. Entreabrió los labios, sorprendido, pero me adelanté y le dediqué una pequeña sonrisa—. Te amo.
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