Capítulo 10
Cuando abrí los ojos, tardé un momento en saber qué estaba pasando.
Parpadeé al notar un a mi alrededor. Y que mi mejilla estaba apoyada en alguien. Entonces, todos los recuerdos de la noche anterior vinieron a mi mente.
Me aparté con cuidado de Ross, que seguía durmiendo plácidamente. Le puse su brazo encima y salí de la cama sin hacer un solo ruido. Cuando dormía, parecía un verdadero angelito. Fui de puntillas hacia mi armario y me puse ropa interior y mi ropa de deporte.
Y eso que estaba agotada.
Y no de correr.
Eché una última ojeada a Ross antes de salir de la habitación y no pude evitar sonreír. Si fuera siempre así de tranquilito...
No estuve tanto tiempo como de costumbre, así que me detuve para comprar un café para todos y un bote de mantequilla de cacahuete para Sue. Mientras entraba en el edificio, me detuve al notar que me vibraba el móvil. Dudé un momento al ver que era Monty.
Entonces, sin saber muy bien por qué, decidí no responder.
Al entrar en el apartamento, me encontré a Sue rebuscando en la nevera. Ross estaba bostezando en la barra —solo se había molestado en ponerse unos pantalones de algodón, nada más—. Will y Naya llegaron entonces salón con cara de sueño.
—Mirad lo que traigo —sonreí ampliamente, dejándolo en la encimera.
—Creo que te quiero —Naya se acercó.
—¿Café? —Sue me puso mala cara.
—Y un bote de mantequilla de cacahuete para la señorita —dije, sacándolo de la bolsa.
Sue esbozó una sonrisa malvada mientras lo agarraba e iba a por una cuchara. Miré a Ross y le pasé su café. Él me dedicó una sonrisa misteriosa antes de tomar un sorbo.
—Siento el ruido de anoche —dijo Will, sentándose junto a Ross. Yo me coloqué al otro lado de la barra, metiendo azúcar a mi café—. Es que mi cama está rota y hace ruido porque sí...
—¿Porque sí? —repitió Ross, mirándolo con una ceja enarcada.
—Porque sí —le dijo Naya—. Espero que no os haya molestado.
—Yo he dormido muy bien —dijo Ross, antes de mirarme—. ¿Y tú?
Me estaba sonriendo abiertamente. Me puse roja sin saber muy bien por qué. Bueno, sí lo sabía. Él sabía qué implicaba esa pregunta. Como no sabía qué decirle, tomé un sorbo del café.
—Bien —dije al final, aclarándome la garganta.
—¿Bien? ¿Solo bien? —preguntó, ofendido.
—Bastante bien.
—¿Bastante? ¿Eso qué quiere decir?
—Un aprobado —dije, levantando la barbilla—. Muy justo.
—Venga ya. Eso era un sobresaliente.
—Un cinco.
—Un diez.
—Un siete.
—Un nueve y medio como mínimo.
Los demás intercambiaron una mirada confusa.
—¿Ponéis nota a vuestro sueño? —preguntó Naya, confusa.
—Es una afición que tenemos —sonrió Ross.
—Mierda —escuché decir a Sue.
Nos giramos los cuatro hacia ella, que tenía una mueca.
—Está atascado —dijo, viendo cómo el agua del fregadero no bajaba—. Y yo no voy a arreglarlo.
—Yo tengo que cosas que hacer —dijo Will enseguida.
—Y yo no sé nada de eso —dijo Naya.
Los dos se quedaron mirando a Ross, que resopló.
—Estoy empezando a hartarme de ser el chico de los recados.
Media hora después de intentarlo con el desatascador, estaba tumbado en el suelo con la cabeza metida debajo del fregadero mientras yo estaba sentada en la encimera comiendo tranquilamente una tostada con las herramientas al lado.
—¿Qué tal ahí abajo? —pregunté, divertida.
—¿Te lo estás pasando bien con esto? —preguntó, malhumorado.
—Mejor de lo que esperaba —dije, intentando no mirarle el torso desnudo. Aunque era la oportunidad perfecta. No podía verme.
—Llave inglesa —dijo, estirando la mano hacia mí.
Se la pasé y vi que él hacía algo bajo el fregadero. Los músculos de su estómago se tensaban cuando hacía fuerza. Di un mordisco a la tostada, saboreando el momento.
—¿Por qué sabes desatascar una tubería pero no sabes ir de compras? —pregunté.
—Porque soy así de genial —murmuró como si estuviera haciendo fuerza para desenroscar algo—. Joder, ¿por qué no podemos llamar a un fontanero? Se suelen encargar de estas cosas.
—Podemos hacerlo, pero me sentiría muy decepcionada por tus habilidades, la verdad —bromeé.
Él suspiró.
—Lo que hace uno por una chica —murmuró en voz baja.
—¿Qué tal vas? —sonreí, divertida.
—Tengo la cabeza metida en un armario, ¿cómo crees que voy?
—Esa no es la actitud adecuada, Ross.
—Tengo la actitud adecuada para otras cosas por las que me das solo un aprobado justo —me recordó.
No dije nada. ¿Por qué me daba tanta vergüenza que lo dijera tan abiertamente?
—Vale, ya está —sacó la cabeza de ahí debajo y resopló—. Qué asco.
Hice la prueba, estirándome y abriendo el agua, que pasó limpiamente. Él se limpió las manos con mala cara.
—¿No te ha gustado ser el manitas de la casa? —bromeé.
Él se me quedó mirando con mala cara y, aprovechando que estaba distraída riéndome de él, me quitó la tostada de la mano y se la empezó a comer por el lado donde yo había empezado.
—¡Eh!
—Me lo he ganado.
Mientras desaparecía por el pasillo, vi que Sue, la única que se había quedado con nosotros, se asomaba por encima del sofá y me miraba fijamente.
—¿Y bien? —preguntó, entrecerrando los ojos.
—¿Qué? —la miré, confusa.
—¿Qué tal anoche?
Dudé un momento, aguantando la respiración. ¿Había oído...?
—¿Tiraste del pelo a Lana? —sonrió maléficamente.
Oh, eso.
Ojalá.
—No me faltó mucho —me detuve a su lado.
—No es tan simpática como parece, ¿eh?
—No, no mucho. Lo dejó muy claro —fruncí el ceño—. ¿Por qué te cae tan mal, Sue?
—Me cae mal todo el mundo.
—¿Yo también? —puse una mueca.
Ella me analizó un momento con mala cara.
—En menor medida.
Eso era como si me dijera que me amaba. Esbocé una gran sonrisa.
—Si alguna vez me tiro de los pelos con ella, te avisaré antes.
—Genial —asintió con la cabeza.
Me metí en el cuarto de baño para darme una ducha.
Cuando salí del cuarto de baño, no había rastro de Ross. No lo hubo en todo el día.
De hecho, estuve toda la mañana y la tarde estudiando para mi siguiente examen, el de francés, y no tuve mucho tiempo de pensar en ello. No fue hasta la hora de cenar cuando empecé a preocuparme.
—¿Dónde se ha metido Ross? —le pregunté a Will, que estaba mirando su portátil con gesto aburrido.
—Ni idea —me dijo, poco preocupado.
—¿Es normal que se vaya así, de repente?
—Volverá cuando tenga sueño—me aseguró—. No soporta dormir en nada que no sea su cama.
—Oh —miré mis apuntes.
Él debió ver que me quedaba pensativa, porque se aclaró la garganta.
—¿Qué te apetece cenar?
—Lo que sea mientras engorde —confesé.
—¿Hamburguesa?
—Suena bien —sonreí—. ¿No va a venir Naya?
—Hoy no. Estaba cansada. Tiene exámenes esta semana.
—¿Y Sue?
—Hoy me ha dicho que no le pidiéramos nada.
Se me hacía raro ver a Will solo. Él agarró el menú del restaurante y pidió la cena de los dos, que tardó media hora en llegar. Pagamos a medias y miramos el programa de reformas de casas juntos mientras nos quejábamos de la poca calidad que tenía la casa reformada.
Eran las once y Ross no había aparecido. Will se puso de pie, bostezando.
—Me voy a dormir, Jenna.
—Buenas noches.
—No intentes esperarlo despierta.
—No lo haré —mentí.
Me dejó sola y me quedé mirando la casa reformada un rato antes de apagar la televisión e irme a la habitación de Ross.
La idea no había aparecido hasta ese momento, pero... ¿y si se había ido por lo que había pasado? Quizá no debí pedirle que hiciéramos nada. Quizá me precipité completamente. Mierda. Debía ser eso. Me entraron ganas de golpearme a mí misma mientras me miraba en su espejo el estúpido pijama. Yo entera era estúpida.
Me metí en la cama y me propuse no dormirme, pero no lo conseguí. Cerré los ojos un momento y, cuando los volví a abrir, vi que la habitación seguía a oscuras, pero Ross estaba sentado en la cama, cambiándose de pantalones. Me froté los ojos.
—¿Ross? —pregunté con voz ronca, medio dormida.
—¿Te he despertado? —me preguntó, mirándome—. Lo siento, he intentado no hacer ruido.
—¿Dónde estabas?
—Mira a quién le ha nacido la curiosidad —sonrió—. Asuntos familiares.
Me quedé mirándolo un momento.
—¿Está todo bien?
Él asintió distraídamente con la cabeza.
—¿Cuándo no lo ha estado? —preguntó—. Duérmete, anda.
Quise preguntar más, pero me limité a mirar su perfil mientras se me iban cerrando los ojos y me quedaba dormida.
***
—¿Qué tal está mi princesa?
Casi le puse los ojos en blanco a la pared mientras Monty me decía eso. Sabía perfectamente que no terminaba de gustarme que me llamara princesa. O cualquier apelativo cariñoso que hiciera que me diera un subidón de azúcar.
—No lo sé, ¿quién es esa?
—Qué graciosa —Monty parecía de buen humor—. ¿Qué tal todo?
Ya era miércoles. Parecía que había pasado una vida entera desde la fiesta. Las cosas con Ross habían vuelto a la normalidad. No se lo habíamos dicho a absolutamente nadie. No nos habíamos dado una sola muestra de afecto más allá de las normales. Will y Naya ni siquiera lo sospechaban.
En cuanto a Lana, había sido lo suficientemente afortunada como para no tener que cruzármela otra vez.
—El otro día fui a una fiesta, pero solo bebí dos cervezas —dije, negando con la cabeza.
Había salido a comprarme un jersey dado el destrozo que había sufrido el otro cuando había intentado beber cerveza boca abajo. No me había quedado más remedio que ir a por otro. Ahora, ya había anochecido y estaba subiendo las escaleras del edificio.
—Pero no estás acostumbrada a beber.
—Son dos cervezas, Monty.
—Sabes que no me gusta que bebas si yo no estoy ahí.
—¿Y qué hago? ¿No beber nada hasta que te vea?
—Es una opción.
Puse los ojos en blanco.
—¿No puedes preguntarme, simplemente, si estoy bien?
—¿Estás bien?
—No, ahora ya no vale.
—Vale —casi pude ver que ponía mala cara—. Estaba de buen humor, pero está desapareciendo.
No supe qué decirle, así que dejé que él continuara la conversación.
—Cuéntame algo que hayas hecho estos días, entonces.
Vale, ese era el momento.
Sabía que teníamos un pacto, pero aún así era extraño tener que hablar con él de eso.
—Esto... tengo que hablar contigo sobre algo, Monty —me detuve en las escaleras del segundo piso.
—¿Qué pasa? —él se tensó al instante—. ¿Qué has hecho?
—No es nada malo —le aseguré enseguida.
—¿Y qué es? —no parecía mucho más tranquilo.
Me miré los zapatos, pensando a toda velocidad, mientras daba vueltas a la bolsa con el jersey en la otra mano. ¿Por qué era tan incómodo decírselo?
Porque te gustó. Y mucho.
Oh, cállate, conciencia.
—¿Qué es, Jenny? —insistió él, impaciente.
—Me he acostado con otro chico.
Lo dije en voz baja, pero se entendió perfectamente.
Él se quedó en silencio un momento, aunque a mí me pareció una eternidad.
—Dos veces —aclaré, hablando más deprisa de lo normal—. Bueno... tres. Pero fue durante una misma noche. Así que cuenta como solo una vez, ¿no?
Seguía sin decir nada, y cuando me ponía nerviosa empezaba a divagar sin parar.
—Pero... quería decírtelo antes —mentí—. Además...
—¿Con quién? —me interrumpió.
—¿No habíamos quedado en que no nos diríamos los detalles?
—¿Con quién, Jennifer? —repitió.
No sonaba enfadado, pero sí algo tenso. Me mordisqueé los labios, nerviosa.
—¿Te acuerdas de ese chico del que te hablé...?
—¿Cuál de ellos?
—No te mencioné muchos detalles sobre él. Se llama Ross. Bueno, es Jack Ross, pero lo llamamos Ross y...
—¿Te gustó? —me interrumpió.
—¿Qué? —me salió voz chillona—. No, no... claro que no.
—¿Y por qué lo hiciste tres veces con él?
Me quedé en blanco. Vaya.
—Yo... Monty...
—¿Cuánto tiempo llevas fuera? ¿Tan poco te ha costado acostarte con otro?
—¡Esto fue idea tuya!
—Y ya veo que te ha gustado mucho, ¿verdad?
—No es justo que hagas esto ahora —le dije, negando con la cabeza—. ¿O me harás creer que tú no has hecho nada?
Él dudó un momento.
—Sí, he hecho algo.
Apreté los labios.
—¿Con quién?
—La chica de la que te hablé —me dijo.
—¿Más de tres veces?
Él volvió a dudar.
—Sí.
—¡Y te quejas de mí!
—Sé sincera conmigo —dijo, respirando profundamente—, ¿te gustó?
—¿Y a ti?
—Respóndeme.
—¡Respóndeme tú a mí!
Él respiró hondo y casi pude ver su expresión. Estaba jugando con su paciencia, y eso no solía terminar bien.
—No me gustó —dije en voz baja.
Monty lo pensó un momento.
—Bien —dijo—. Entonces... bien.
Con lo mal que mentía, me sorprendió que él no me pillara al instante.
Ross te conoce mejor.
Que te calles.
—¿Y...?
—La verdad es que preferiría adherirnos a eso de "no detalles" —le interrumpí.
—Lo que tú digas... —aunque no parecía muy convencido.
—En fin, tengo que colgarte —le dije—. Voy a ir a cenar.
—Sí, yo también. ¿Qué vas a cenar?
—Creo que Will habrá comprado hamburguesas.
—¿Otra vez hamburguesas? ¿No estarás engordando?
Enarqué una ceja al instante.
—Salgo a correr todas las mañanas. Y te recuerdo que si engordo me crecen las tetas, Monty.
—Sí, seguro que a Jack Ross le gustan más así.
Estaba subiendo las escaleras, pero me detuve al instante.
—Monty —advertí.
—¿Qué? —me soltó.
—No hagas eso.
—No hago nada malo.
—Quedamos en que nada de celos, ¿te acuerdas?
Él dudó un momento.
—Sí.
—Porque tú sigues siendo mi novio, no me he olvidado de eso.
—Ni yo tampoco, Jenny —pude percibir su sonrisa.
—Ahora, me voy a comer mi hamburguesa, Monty. Descansa bien.
—Igualmente, cariño.
Le colgué el móvil y me giré hacia la puerta. Me quedé helada cuando vi a Agnes de pie en su puerta mirándome.
—Tienes unas conversaciones muy interesantes —dijo, divertida, pasando por mi lado para ir a tirar la basura.
Me quedé mirándola, roja de vergüenza, y luego entré rápidamente en el apartamento de Ross. Al instante, me llegó el ruido de la risa de alguien que no me gustaba ahí dentro. Lana.
Bueno, nunca es tarde para que el día empeore.
Los cinco se giraron cuando dejé el bolso en el suelo y me acerqué a ellos.
—La alegría de la casa —dijo Ross con una sonrisa, viendo mi cara de asco.
—Estudio crítico —me limité a decir.
Pero no era estudio crítico, era la rubia criticona que estaba sentada en el sillón mirándome con una sonrisa inocente. Y por mi novio, que estaba celoso a causa del trato que él mismo había propuesto.
Me senté junto a Ross y él me pasó una caja con mi hamburguesa intacta. Me estaba muriendo de hambre.
—¿De qué hablabais? —pregunté, limpiándome la salsa de la comisura de los labios con la lengua.
Vi que a Ross se le desviaban un momento los ojos hacia mi boca, pero los volvió a subir enseguida, como si nada hubiera pasado.
—El otro día te fuiste de la fiesta muy rápido —me sonrió Lana—. Preguntaba a los chicos por qué. Te eché de menos.
Sue puso los ojos en blanco.
—Quería irme —me encogí de hombros, dispuesta a no enfadarme por sus tonterías de niña pequeña.
—¿No te gustó? —puso cara de pena.
—Las fiestas no son lo mío.
—Es una lástima. Es muy difícil conseguir un taxi barato a esa hora.
Dudé un segundo. Quizá debería lanzarle la hamburguesa a la cara y seguir con mi vida. Pero no. Eso era lo que ella quería.
—Tranquila, Ross se ofreció a llevarme —sonreí con la misma expresión inocente que ella.
Lana apretó los labios.
¿Ves? Yo también sé jugar a este juego, querida.
—¿Y Ross se perdió la fiesta por eso? —preguntó ella, con expresión de lástima.
—No me perdí nada —aseguró Ross, y me miró con una expresión que hizo que me pusiera roja, olvidándome por un momento de Lana, que nos fulminaba con la mirada.
El resto de la cena transcurrió sin muchos más incidentes. Al cabo de un rato, Will, Sue y Ross subieron al tejado a fumar y me quedé a solas con Naya y Lana. La segunda no había dicho casi nada desde que Ross la había hecho callar.
—Oye, Naya —Lana me interrumpió cuando estaba contándole a Naya una cosa de clase—. ¿Te acuerdas de lo que te conté el otro día?
Naya me miró confusa, y luego miró a Lana.
—Em... sí, supongo.
—Pues hay novedades.
Lo dejó en el aire, mirándome significativamente, como si quisiera que me fuera.
—Es que... Jenna me estaba contando algo —dijo Naya.
—Ya, pero es que es muy importante. Y privado—recalcó.
—No pasa nada —sonreí a Naya—. Me voy a la habitación.
—A la de Ross —aclaró Lana.
Le dediqué una sonrisa.
—Sí. A nuestra habitación.
No me giré para ver su cara, me dirigí directamente a la habitación.
Un rato más tarde tenía los ojos clavados en la pantalla cuando Ross abrió la puerta. Olí el humo del tabaco impregnado en su ropa antes de que llegara a la cama.
—¿Qué miras? —preguntó, asomándose.
—Los vengadores —dije, centrada.
—¿Y por dónde vas?
—Le quedan dos minutos.
—Lástima. La veré otro día.
Mientras se ponía el pijama, yo vi el final de la película y pasé a la escena post-créditos, como bien me había enseñado. Después, cerré la pantalla y lo miré.
—Oye, no quiero ser molesta con el tema, pero...
—No sabía que vendría —me interrumpió mirándome mientras se cambiaba de ropa.
—¿Eh?
—Lana —aclaró, adivinando lo que iba a decir—. Lo siento. No quería que fuera una encerrona. Si te has sentido incómoda...
—No me he sentido incómoda —le aseguré enseguida, arrepintiéndome de sacar el tema.
—¿Entonces? —preguntó, mirándome.
Dudé un momento.
—¿Qué tienes tatuado en la espalda? —cambié de tema rápidamente.
Ross tuvo la consideración suficiente como para fingir que no se había dado cuenta.
Se dio la vuelta y se bajó un poco el cuello de la camiseta para que pudiera ver un tatuaje de un águila que tenía las alas extendidas hasta sus hombros. No pude evitar levantar las cejas.
—¿Qué significa?
—Que un día estaba borracho y tenía noventa dólares —dijo, riendo.
—Es muy bonito.
—La primera vez no quedó tan bonito. Era un pájaro feo y amorfo. Tuve que ir a un tatuador profesional para que lo hiciera presentable.
—El feo y amorfo pegaba más contigo.
—Te perdonaré eso porque sé que, en el fondo, me adoras —me sonrió—. ¿Y tú qué? ¿No tienes algún tatuaje en un lugar secreto y oculto?
—Tengo uno, pero no es gran cosa.
—¿Es muy feo? —su sonrisa se ensanchó.
—No es que sea feo, es que es muy pequeño.
Me di la vuelta y me aparté el pelo para enseñarle la nuca, donde tenía una luna pequeñita tatuada.
—No está tan mal —me aseguró.
—Me lo regaló Shanon cuando cumplí los dieciocho.
—¿Cuándo es tu cumpleaños?
—En febrero. Siempre lo celebramos en el patio trasero de casa. Papá saca la barbacoa y mis hermanos ponen música. Y, a veces, vienen mis abuelos y mi tío.
—¿Y tus amigos?
—Con ellos lo celebro por la noche —hice un gesto, restándoles importancia.
Me miró un momento.
—¿Los echas de menos?
—¿A mis amigos? No mucho.
—A tu familia —aclaró, sonriendo.
—Ah, bueno... sí, es decir... los echo de menos, pero a la vez sé que me gusta estar aquí, ¿sabes? No los echo de menos en plan oh, Dios mío, los necesito en mi vida o me moriré de pena, es más como os echo de menos, pero estáis bien donde estáis y me lo estoy pasando bien.
Hice una pausa y arrugué la nariz.
—¿Ha sonado tan horrible como creo?
—Solo un poco —bromeó—. Si te consuela, el primer mes que pasé fuera de casa me sentí como tú.
—¿Y nunca ves a tus padres?
—Bastante más de lo que me gustaría —él suspiró—. Aunque evito a mi padre todo lo que puedo.
—¿No te llevas bien con él? —levanté las cejas, sorprendida.
—No tenemos mucho en común —se encogió de hombros.
—¿Y con tu madre?
—Mi madre es totalmente distinta —sonrió—. El otro día me pasé todo el día ayudándola a organizar una exposición de pintura que tiene mañana por la tarde en una galería cerca de aquí.
Misterio resuelto, Watson.
—¿Y no irás a verla? —pregunté, sorprendida.
—En realidad... —hizo una pausa, mirándome—. Iba a preguntarte si querías venir conmigo.
Vio que me quedaba un momento en silencio y se aclaró enseguida.
—Es decir, Naya y Will también irán. Puede que incluso mi hermano, si no está ocupado recibiendo una paliza de una chica con la que haya discutido, claro... pero no te sientas obligada, solo era...
—¿Bromeas? ¡Claro que quiero ir!
Él levantó las cejas, sorprendido por mi entusiasmo.
—Ah... ¿sí?
—¡Claro que sí! Nunca he estado en una exposición de arte. Me encantan estas cosas. Y más si son de tu madre. Podría buscarle el significado a los cuadros para sentirme intelectualmente superior.
—En realidad, la mayor parte de la exposición de arte abstracto. No entenderás nada. No lo entiende ni ella.
—Pues mejor. Si no entiendo lo que veo, no puedo hacer el ridículo criticándolo.
Él empezó a reírse, mirándome.
—Le vas a encantar —dijo, sacudiendo la cabeza.
Yo también estaba sonriendo, pero la sonrisa se fue esfumando cuando me acordé de un problemilla rubio.
—¿Va a venir Lana? —pregunté.
Él estaba mirando su móvil. Vi que se tensaba un momento y me miraba con cautela.
—No lo sé. No se lo he preguntado —dijo—. ¿Por qué?
—Por nada —aseguré.
Él enarcó una ceja.
—¿Por qué tengo que recordarte lo mal que mientes cada vez que lo haces?
Esto con Monty no pasaba.
—Es que no quiero hablar mal de tu amiga —aclaré.
—Soy bastante consciente de que no te cae bien, Jen —me aseguró, sonriendo.
—Y yo no le caigo bien a ella.
—¿Y qué más da su opinión?
Dudé un momento.
—El otro día, en la fiesta... creo que te equivocabas.
—¿Por qué? —frunció el ceño.
—Le gustas, Ross —le dije—. No creo que sea cuestión de conseguir lo que quiere. Creo que le gustas de verdad.
No pareció ni ilusionado y ni decepcionado, simplemente parpadeó.
—Ah —dijo.
—¿No te importa?
—No es su opinión la que quiero saber —dijo distraídamente, metiéndose en la cama.
Como vi que se quedaba pensativo, decidí cambiar de tema.
—¿Cómo tengo que ir vestida mañana?
—¿Eh?
—A la exposición de tu madre.
—Pues... normal —dijo, confuso—. Yo voy a ir normal.
—Pero ¿la gente no se arregla para esas cosas?
—No me he fijado nunca, la verdad —murmuró.
—No ayudas mucho —le aseguré.
—Irás bien con lo que te pongas.
—Gracias por tu objetividad.
—Vale —me miró—. No vayas en bragas, ¿eso es lo suficiente claro?
—Qué lástima. Yo quería ir desnuda —ironicé.
—Yo no me quejaría —aseguró.
Lo empujé por el hombro, haciendo que riera. Cuando agarré mi portátil y me puse a buscar otra película, él se asomó por encima de mi hombro.
—Mhm... ¿puedo elegir?
—No. Es mi portátil.
—Es mi cama.
—¿Y si me pongo de pie?
—Es mi habitación. Y mi casa —sonrió como un angelito.
—Creía que me habías dicho que me sintiera como en casa —fruncí el ceño.
—Solo cuando me interesa.
Me quitó el portátil de encima y se puso a rebuscar películas. Mientras me leía los títulos y se respondía a sí mismo con lo que quería ver, bostecé y me quité las lentillas. Me quedé mirando la pantalla del portátil sin ver demasiado porque sabía que en cualquier momento me quedaría dormida.
—¿Una de miedo? No, mejor no. Ya estuviste traumatizada una semana —murmuró él—. ¿Una de risa? No. Esa no da risa, sino pena. Mhm... ¿una de guerra? No, son deprimentes...
Apoyé la cabeza en su hombro, frotándome los ojos.
—¿Por qué no podemos ver una romántica? —pregunté.
—Porque son una mierda —me dijo, como si fuera evidente.
—No todas.
—Sí lo son.
—Es matemáticamente imposible que todas sean malas.
—Vale, pues solo son malas el noventa y nueve por cierto de ellas.
—No me lo creo.
—Dime una que no sea una mierda, entonces.
Dudé un momento.
—Es que no he visto ninguna.
—A veces, se me olvida que vienes de un universo paralelo —murmuró, pero vi que se ponía a buscar películas románticas. Sonreí a la pantalla.
—Esa —señalé la pantalla.
—Pretty Woman —suspiró Ross—. ¿No has encontrado una más famosa?
—Vamos, me apetece mucho verla...
—¡La he visto mil veces! Todo el mundo menos tú la ha visto mil veces.
—Vamos, Ross, me hace ilusión.
Él dudó un momento y luego sacudió la cabeza.
—Cada vez que creo que tengo derecho a elegir, me recuerdas que no lo tengo.
Aplaudí cuando puso la película. Los dos nos metimos mejor en la cama y me acurruqué contra él. No sé cómo, pero terminé con la cabeza en su pecho y abrazándolo, mientras él me pasaba un brazo por la espalda y miraba la película con el ceño fruncido. No dejaba de quejarse de todo lo que pasaba en la película mientras yo me limitaba a sonreír e intentar entender lo que decían.
Llevábamos la mitad de la película cuando levanté la cabeza para mirarlo.
—No está tan mal —dije—. Pensé que sería mucho peor.
—Pues a mí no me gusta.
—Qué poco romántico eres —suspiré.
—No es realista.
—¿Y tú qué sabes? Podría haber una Julia Roberts por el mundo ahora mismo que se cruce con un señor millonario que le arregle la vida.
—Julia Roberts no debería necesitar a un millonario para arreglar su vida —murmuró Ross.
Me quedé mirándolo un momento.
—¿Cuántas novias has tenido?
—Wow. Eso ha sido muy repentino.
Pausé la película y lo miré.
—Dos —me dijo.
—¿Solo dos? —levanté las cejas—. Dijiste que en el instituto... oh, vale. Déjalo.
Claro. No habían sido sus novias, sino algo mucho más rápido.
—¿Puedo preguntar por qué quieres saberlo? —enarcó una ceja.
—Curiosidad —me encogí de hombros.
Justo en ese momento, alguien llamó a la puerta y vi que Lana se asomaba. Por impulso me separé de Ross, que cerró el portátil y la miró.
—¿Pasa algo?
—No tengo cómo volver a casa —sonrió ella como un angelito.
Intenté no poner los ojos en blanco mientras Ross suspiraba y se ponía de pie. Por supuesto, él era incapaz de decir que no a nadie. Ni siquiera a Lana. Me miró después de ponerse los zapatos. Debió verme la expresión de amor hacia Lana, porque se quedó pensativo un momento.
—Vuelvo en un momento.
—Pues me voy a dormir —dije, acomodándome, de mal humor.
Miré a Lana de reojo. No entendí muy bien su expresión de horror. Mejor dicho, no lo entendí hasta que noté que Ross me agarraba del mentón y me giraba la cara. Me besó durante un segundo antes de sonreír.
—¿Dormir? —preguntó en voz baja—. No lo creo. Espérame despierta.
Me quedé con la misma expresión de sorpresa que Lana cuando él se incorporó y salió de la habitación.
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