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La alarma lo despertó. Algunos de sus compañeros estaban a su alrededor analizándolo.

- ¿Qué...?

- Casi mueres, eso es lo que es.- respondió la científica Lee. Él simplemente volvió a cerrar los ojos.

- Desamayado en el medio de la nada... ¿Qué hubiera ocurrido si no te encontrábamos? - agregó su superior.

- Seguramente perdió de vista la base, por suerte no estaba tan lejos.

- Tienes que olvidar este tipo de acciones Chanyeol.

- ¿Qué crees que lo hizo perderse?

- Seguramente la leve tormenta que se levantó ayer.

¿Ayer? ¿Tormenta? ¿Cómo era posible? El clima estaba perfecto cuando él salió. ¿Por qué salió? En ese instante su cuerpo se levantó súbitamente en busca de una sola cosa... su cuaderno, pero rápidamente fue sujetado y acostado.

- Una reacción como está. ¿Debemos preocuparnos?

- Debe ser un residuo del daño que le produjo la tormenta y las bajas temperaturas a su salud. - argumentó Lee.

- Debemos dejar que descanse, después hablaré con él.

La puerta de su habitación fue cerrada y la luz apagada. Tenía mucho frío y la cabeza le dolía horrores. En sueños trató de volver a vivir su recorrido. El frío que lo abrazaba con cada paso que daba, el sonido leve que generaba el agua al filtrarse por los cristales del hielo, unos hermosos ojos que lo observaban con asombro y curiosidad, la figura que flotaba del otro lado sonriendo e invitándolo a seguir, pero él no tenía la fuerza suficiente para hacerlo. Era una visión tan irreal. Quería acompañarlo, ver lo que quería mostrarle pero no encontraba manera y  la criatura tampoco podía entenderlo. Aún así, recuerda haber intentado comunicarse usando su cuaderno, movía sus manos por el vidrio dibujando cosas que el otro deseaba comprender. En un momento pensó en rendirse pero entonces, la sombra de algo aterrador y gigantesco se presentó detrás del delicado ser, generando una reacción violenta en Chanyeol y, después de eso, no recordaba más.

Apoyó débilmente sus manos sobre el colchón y levantó su torso, con calma extendió su brazo izquierdo y tomó su mochila, gracias al cielo no la había perdido. Su dedos buscaron entre las divisiones de tela cualquier cosa que le probará, una vez más, que no estaba loco, sin embargo, una sorpresa frustrante explotó en su corazón al descubrir que su cuaderno y su cámara polaroid no estaban. ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Por qué? Arrojó la bolsa con la fuerza que creía no tenía, se bajó de la cama y, lamentablemente, cayó al suelo soltado un alarido de dolor. Clavó sus ojos en un punto ciego en la puerta, necesitaba salir sin importar qué. Aún quedaba la posibilidad de que pudiera recuperar alguna prueba y, tal vez, verlo.

Por alguna razón la campera le pesaba de una manera increíble y su mochila se comparaba en peso a un saco de rocas. En mitad de la noche y asegurando su muerte en manos del terrible clima de Antártida, marchó sin mirar atrás. No volvería por tercera vez con las manos vacías y con el corazón desecho.

Por más intentos y rodeos que le daba al lugar no podía encontrar sus más preciadas pertenencias. ¿Qué les habrá ocurrido? ¿Cómo desaparecieron sin más? Un cansancio delicado y somnoliento comenzó a arrastrarlo hasta el suelo, quería dormir un poco, estaba cansado de buscar. En su mente no dejaba de repetirse, muy despacio, que si se quedaba allí moriría. Su cuerpo, por otro lado, no estaba interesado en otra cosa que no fuera ceder al sueño. Se sumió en la completa oscuridad y sonrió ante la fría briza que llegaba hasta él desde algún punto.

Un aire seco sacudió los cabellos que colgaban en su frente, unas dulces caricias se acomodarnos debajo de su barbilla y una palma acariciaba su pecho desnudo con movimientos circulares. No abrió los ojos por temor a perder las sensaciones cargadas de vida. El leve roce de piel que se generó en su extremo izquierdo y el quejido que escuchó después atrajo muy lentamente su atención hacia el entorno.

Estaba otra vez en la cueva pero con compañía.

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