Destruyendo Corazas
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—¿Aló?
Aira se encontraba dudosa de contestar. Pero, antes de que se diese cuenta, una fuerza imaginaria la había llevado a dar clic al botón de llamada de su teléfono, dejándola luego como una autómata que no sabía qué hacer ni decir...
—¿Aló? ¿Aira, estás ahí?
La joven todavía se hallaba dubitativa. Pero, antes de que pudiera alzar la mano para cortar la llamada y obedecer al impulso que le ordenaba cortar todo contacto con su interlocutor, el escuchar ‹‹Soy yo... Rodrigo›› hizo que se arrepintiera de ello.
La voz de Rodrigo le parecía le parecía amable y cálida a la vez. Esto se hizo más notorio que nunca cuando el joven añadió: ‹‹Aira, por favor, háblame. Soy yo... Por favor, no me ignores››, provocando que el punzón que tenía clavado en su corazón, desde que el día anterior optara por ningunearlo, se clavara con más intensidad que nunca, minando por completo las fuerzas que sostenían su orgullo herido...
—Ho... hola —habló finalmente la chiquilla.
Sus manos temblaban. Pasó saliva. Aunque quiso añadir algo más en su conversación, le era imposible hacerlo sin el temor de tartamudear de nuevo. Y esto era aquello que no quería. No quería dar una mala impresión a Rodrigo, no ahora que era la primera vez que intercambiaba con él algo más que simples mensajes de texto...
—¿Eres tú, Aira?
—S...sí
—¡Por fin me hablas! ¿Sabes una cosa?
—¿Q...? ¿Qué?
—¡Qué felicidad me da oírte!
Aira terminó por desplomarse sobre su cama.
Sus piernas flaqueaban, de tal manera que ya le era imposible sostenerse en pie. El efecto que le producía charlar con el chico que le gustaba era uno que nunca hubiera previsto antes...
¿Esa era ella? ¿La chica orgullosa, altanera y maleducada que siempre tenía una respuesta, adecuada o no, ante quien osara molestarla?
¿Cómo era posible que aquel joven, al que nunca había visto en persona, con unas simples palabras destruyera toda la coraza que había construido durante años para saber adaptarse a la sociedad? Porque eso era lo que ella había hecho al sentirse incomprendida, no querida y lo peor de todo: sola.
Desde pequeña se había sentido apartada de todos: por su madre, su familia, sus compañeros de escuela... por todos. Y ante esto, solo optó por levantar aquella invisible coraza, que la mantuviese a salvo de quienes pensaba que solo buscaban herirla, empezando por aquella mujer que le había dado la vida.
Escuchando siempre sus recriminaciones, de que por su culpa había enviudado tan joven y se había tenido que dedicar a otras labores que no fueran la música, cuando ni bien pudo la mujer la dejó al cuidado de sus abuelos maternos. No fue hasta tiempo después, en que la madre de Aira quedó embarazada de su segundo marido, que decidió nuevamente hacerse cargo de su hija. Sin embargo, si la niña albergó la esperanza de que su progenitora la acogería cariñosamente con los brazos abiertos, se equivocó. La mujer decidió que su hija volviese a vivir con ella, pero solo para que la ayudase en la labor de criar y cuidar a su hermano menor, Lucas. Y esto había provocado que la relación entre ambas, ya de por sí resquebrajada, terminara por romperse en mil pedazos.
La madre de Aira siempre le echaba la culpa de alguna travesura que su hijo menor cometiera o algún accidente que él tuviese, desahogando toda su furia en su hija, al punto de algunas veces rozar el maltrato físico en ella. Esto llegó un punto álgido en el que, en una ocasión, una de sus maestras había notado las marcas de golpes en el cuello y brazos de la muchacha. A raíz de esto, se había abierto un expediente judicial por violencia doméstica en contra de la mujer, siendo Aira asignada a un hogar infantil del Estado.
En aquel sitio, a pesar de recibir la visita de su abuela materna, Aira se había sentido más sola que nunca. No obstante, conocedora de primera mano de casos de niños huérfanos o separados de su familia por diversos tipos de abusos, por primera vez en su vida, en aquel lugar se sintió integrada. A pesar de que había querido quedarse durante un buen tiempo en aquel sitio, el arrepentimiento mostrado por su madre ante el Juez de menores había hecho que su permanencia en dicha institución no fuera mayor a tres meses. Pero, durante ese breve tiempo en esa Casa Hogar, ella no se había sentido como un bicho raro, muy al contrario de lo que le había pasado en el "exterior", como ella llama a su vida fuera de aquella institución.
En su escuela siempre se había sentido excluida por sus compañeros. Ya sea debido a la tartamudez que el trauma de perder a su padre tan joven le había provocado durante un tiempo, como ser el objeto de burlas por parte de sus compañeros por repetir el primer grado de primaria o al tener conocimiento de aquel fatídico hecho, Aira se había sentido desde chica como el bicho raro de su clase. Solo la cercanía de uno de sus compañeros, Manuel o Chico como lo llamaban debido a su baja estatura, quien también era objeto de burlas porque su padre se encontraba en la cárcel en aquel entonces, la había ayudado a conocer de cerca la verdadera amistad. Sin embargo, esto no bastaría para que pudiera ayudarla a sentirse integrada con el resto de su clase... ni en ningún otro lugar.
Ignorada por sus abuelos paternos que nunca habían visto con buenos ojos el que su hijo se casase con su madre... Acogida de vez en cuando por su abuela materna, quien, aunque la amaba y había hecho todos los trámites por tener su custodia durante su estadía en la Casa Hogar, desde que había enviudado no contaba con el dinero suficiente para poder mantenerla... Ninguneada por su madre y objeto de maltratos físicos y psicológicos de su parte desde pequeña... Objeto de burlas de sus compañeros desde la primaria y con solo un amigo en quien confiar...
Con todos estos antecedentes, Aira aprendió a hacerse fuerte por su cuenta, demostrando una rebeldía y desdén contra cualquiera que osara dañarla. Era muy orgullosa y no olvidaba a aquellos que alguna vez le habían herido, por lo que le costaba mucho perdonar, rayando muchas veces en la soberbia, defecto que en más de una ocasión su abuela le había regañado. A su vez, había aprendido a levantar entre ella y los demás un muro — o su "oscura coraza" como ella la llamaba— para que nadie, nunca más, pudiera entrar en ella para dañarla, porque creía —y tenía razón— que ya había sufrido demasiado para sus quince años de vida. Pero ahora, todo era distinto... muy distinto...
Hoy, con unas simples palabras, Rodrigo había sido capaz de romper aquella coraza... para bien o para mal.
A pesar de que la había herido no una, sino varias veces más, Aira había aprendido a disculparlo. Porque, muy en el fondo, sentía que había algo en él que no era malo. Mejor aún, cuando se enteró, tiempo después, de la razón de sus actitudes iniciales contra ella, se había alegrado de dejarse llevar por su instinto... esa corazonada que le dictaba a su alma que se abriera a él, al aura de bondad y luz que él prodigaba para ella. Y aunque el día anterior había sido derrotada por aquella oscura coraza construida a base de dolor, de resentimiento y desazón, llenándola de celos y de decepción al no querer responder a sus mensajes, su orgullo ahora se veía minado en cuestión de segundos... Destruido por unas cálidas palabras provenientes de aquel tierno joven... Hecho añicos por la luz que Rodrigo le prodigaba con solo decirle una simples, pero significativas palabras, a su dolido y ensombrecido espíritu...
—De verdad, me siento muy feliz de hablarte. Aunque... debo admitir que estoy muy nervioso, ¿sabes?
—¿Por...? Por qué lo estás?
—Porque estaba preocupado por ti.
Aira pasó saliva. Había intentado levantarse de su cama, pero bastó que le oyera hablar a Rodrigo aquellas palabras que solía decirle por chat, para que aquellas flaquearan...
Todo era demasiado. Un cúmulo de hermosas y tiernas sensaciones que él provocaba en ella la desbordaban por completo, minando sus defensas y haciendo que su corazón latiera con tanta fuerza, que danzara de pura emoción.
—¿Estás ahí? —La voz de Rodrigo, aunque expectante, se escuchaba nítida, grave y cantarina. Ni en sus mejores sueños hubiera esperado que sonada de tan bella manera.
—S... sí.
—Estás muy callada.
—Es que... no sé qué decir. Tu... tu llamada me... me tomó por sorpresa —dijo rápidamente antes de que las fuerzas de gesticular las palabras la abandonaran.
—Entiendo. Uhm... pero, ¿me puedes decir una cosa?
—¿Qué?
—¿Por qué te enojaste conmigo antes? No lo entiendo...
El pesar en la voz de Rodrigo al decir esas palabras hizo que Aira reaccionara.
Aunque se sentía todavía enojada por los celos que había experimentado al saber de la interacción de Rodrigo con sus lectoras, decidió por el momento callar. No quería que la oscuridad de los celos, el orgullo y la desazón ensombrecieran a aquella cálida luz que él le prodigaba al haber roto momentáneamente su coraza. Ya habría tiempo para reconstruirla... con otras personas y en otros momentos, pero no ahora... no con Rodrigo, quien esperaba expectante su respuesta:
—Cosas mías. —Respiró profundamente y decidió optar por contar una verdad a medias—. A veces me deprimo y me enojo con todos, tú incluido... y muchas veces, como ahora, lo hago sin razón alguna.
—Ya veo.
En esos instantes, la voz de Rodrigo le pareció algo adusta, no tan cálida como al comienzo. Quizá algo había hecho mal. Y de ser así, debía recomponerlo de inmediato, si no quería verse envuelta de nuevo por aquella oscura coraza de la que se hallaba tan alegre de salir...
—Pero, ya no estoy enojada. —Se apuró en decir—. Lo siento por no responder antes a tus mensajes, Poetín tin tin.
Pudo oír una pequeña risa. El apelar a una broma tonta para relajar el tenso ambiente era una de sus especialidades para salir airosa ante una situación comprometedora. Y ahora no era la excepción.
—Ok. Estoy aliviado. ¡No sabes cuánto me alegra saberlo!
—¿En serio?
—Sí. En verdad siento un gran alivio.
—¡Qué...! ¡Qué bueno!
—¿Sabes? Eres la última persona con la que me gustaría estar peleado.
La garganta la sentía seca, así que tragó saliva. Pudo percibir el sonido nítido de su corazón en sus oídos. Su pecho izquierdo le dolía de tal manera que se llevó una mano a ese lugar para así estrujarlo.
El escuchar eso la hacía sentir como alguien única, una sensación que solo había experimentado, aunque de diferente manera, cuando su padre estaba vivo. Con este se había sentido la niña de sus ojos. Con Rodrigo se sentía como si fuera alguien tan especial a quien nunca más quisieran dañar... y esto era lo que ella necesitaba para salir de su oscura coraza de depresión y soledad.
Pero ella no se conformaba solo con esto. Quería experimentar más de aquella aura única e incomparable de luminosidad:
—¿Por...? ¿Por qué...? ¿Por qué lo dices? —dijo ella de forma rápida, antes de que volviera a tartamudear y mostrar signos de fragilidad. No quería que él viese tan pronto ese lado vulnerable de su ser.
Hubo una respiración entrecortada y después una breve pausa. Aira se preguntó si la llamada se había cortado. Ansiosa e impulsiva como era, empezó a subir el volumen de su teléfono y luego a cerciorarse si este funcionaba bien. Cuando se dio cuenta de que todo estaba en perfecto estado, se escuchó en toda la habitación algo que había esperado oír durante días atrás:
—Supongo que es porque me gustas.
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