✉ Aires y Auras ✉
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El cielo de la ciudad se mostraba sangrante, recordándole a uno de los poemas que había escrito días atrás. El sol se escondía poco a poco para, finalmente, desaparecer detrás de esos pequeños cerros grises como su ciudad. La oscuridad que comenzaba a mostrarse contrastaba con los pequeños faroles que empezaban a prenderse a lo largo de las calles y avenidas, tal como la luz que comenzaba a irradiar desde su corazón.
Hacía minutos antes había decidido salir a pasear. Quería aspirar el aire primaveral que se respiraba en su ciudad. Sentir el oxígeno llenando sus pulmones le recordaba que hoy, más que nunca, estaba viva. Podía percibir cómo la sangre corría por sus venas, dispersando una alegría y energía sin igual, llenándola de vitalidad y de esperanzas. El aire iluminaba toda su soledad y melancolía, desapareciéndolas por completo de su mente, y reemplazándolas por sueños y anhelos de un mundo mejor. Porque hoy, luego de pensarlo toda la mañana, había llegado a la conclusión de que eso era lo que él significaba para su alma. Un aire fresco, un aire vivo, un aire lleno de esperanzas.
Luego de llegar a un parque donde había retozado de niña junto a su padre, decidió sentarse en una de las bancas. El trinar de las aves a punto de dormitar le trajo recuerdos de aquella tarde que había paseado con él por última vez. Y no fue hasta que vio a un hombre cargando a una pequeña niña en sus brazos, la cual tenía a una pequeña flor en sus manos, que la tristeza que había desparecido horas antes volvió a ensombrecer su espíritu.
Hacía años atrás, ella había tenido como costumbre ir a ese parque con su padre y jugar diversos juegos con él. Sin embargo, el último recuerdo que ella tenía de una tarde la marcaría por completo, pesando sobre su joven espíritu una carga que no le era fácil de llevar.
Voluntariosa como el hombre la llamaba, Aira se había caracterizado desde pequeña por ser una niña con mucho genio. Siempre había querido hacer lo que ella deseaba, llevándose más de una golpiza física por parte de su madre, quien decía que la chiquilla sólo era un dolor de cabeza. No obstante, aun cuando a veces ella le obedeciera, igual la mujer descargaba sobre ella sus frustraciones, provocando que su padre saliera en su defensa y se enfrascara en una de sus tantas discusiones con su cónyuge. Y, aunque a simple vista pareciera que su hija era el único motivo de la tantas peleas de la pareja, esto era solo la punta del iceberg.
El padre de Aira había sido un aspirante a músico de un grupo que hacía covers en las discotecas de Lima. Como líder de la banda y por su atractivo físico, era el foco de atención de las jovencitas que asistían a los locales a verlo tocar. Y en una de sus tantas presentaciones en un local nocturno había conocido a quien sería su futura esposa.
De su unión de drogas, sexo y alcohol nació Aira, en medio de un embarazo no deseado, de un intento fallido de aborto y de suicidio, los cuales sólo fueron interrumpidos cuando el joven músico le propuso matrimonio a la muchachita que recién terminaba el colegio. Él creyó que eso era lo más maduro que podía hacer para darle a su mujer la seguridad de que no se hallaba sola en su estado.
La niña debía su peculiar nombre a un error del registrador civil en su partida de nacimiento. Su padre había querido bautizarla como "Aura", en honor a lo que su mujer le había dicho al momento de conocerlo, que él destilaba un aura pura y llena de energía, que le prodigaba de un aire de vitalidad y frescura a su vida. El hombre, en aquel entonces, aún guardaba las esperanzas de volver a aquellos comienzos y construir una sólida familia. Y poco después del nacimiento de su hija se casaría con su mujer. Sin embargo, un acto civil no curaría lo que de una noche de pasión y sin amor los uniría.
La madre de Aira le había reprochado a su pareja el haber cortado sus sueños y su juventud, arrimándola a un papel de ama de casa que detestaría por siempre. Y si esto no bastaba, se desfogaría con su hija el haberle impedido cumplir con sus sueños de cantante de música. No obstante, con el tiempo, la mujer lucharía por sus sueños, anteponiéndolos ante todo, descuidando a su pareja y a su niña, si es que alguna vez le importaron...
Con el transcurrir de los años, la infancia de Aira se vería apagada por el maltrato físico y verbal del que era objeto continuamente por parte de su madre. Solo el calor paterno le daría la oportunidad de saberse querida. Sin embargo, ahora, al hallarse sentada sobre la banca de aquel parque, como memoria fotográfica los recuerdos que la atormentaban día tras día se cernían sobre su ser.
Aquella fatídica tarde de su sexta primavera había hecho un viento sin igual. Ella gustaba de correr por los jardines de aquel inmenso parque para sentir el aire sobre sus calientes mejillas. No obstante, desobediente como era, había decidido ignorar las advertencias de su padre de cruzar sola la vereda para jugar en aquellos grandes columpios del jardín de una casa que desde meses habían captado su atención. En especial, había sentido envidia al ver a los niños de esa casa radiantes y felices, empujándose y sintiendo el viento sobre sus mejillas al llegar a cierto nivel de elevación. Aira había querido experimentar lo mismo y en su inocencia no pensó que fuera necesario pedirle permiso a su padre para ello. Cuán equivocaba que estaba...
El hombre, con desesperación, había visto cómo un camión se dirigía por la misma pista en la que su hija corría. No dudó ni un segundo en ir por ella para salvar su vida, si eso significara el dar la suya. Y efectivamente, así fue.
En pocos minutos, la niña sintió cómo aquel joven de veintitrés años que la había amado por sobre todas las cosas, brindándole siempre un aura llena de amor paternal, se iba para siempre de su lado. No recordaba cuánto tiempo había llorado su partida. Pero lo que sí le había quedado para siempre en la memoria era el inmenso vacío que aquel trágico hecho la había llenado para siempre, sumiéndola en lo que ella ahora llamaba un aura de negatividad, soledad y depresión. Y aunque ella siempre negara este acontecimiento diciéndole a los demás que su padre había abandonado a su madre, en el fondo, sus mentiras nunca habían podido llenar aquel infinito hueco que taladraba su ser.
Aira dejó caer un par de lágrimas más, para luego enjugarlas al releer las cartas de amor que su padre le había dado a su madre poco antes de fallecer. En ellas el joven le manifestaba su deseo de recuperar a su mujer y a su familia, y llenarla de un aura pura y llena de energía, tal y como su esposa le había dicho que él significaba para ella años atrás. Pero, aunque era sabido que sus ansias y sus anhelos se esfumaron, el amor y la devoción que aquel joven padre sentía por su mujer y a su hija habían quedado plasmadas en sus eternas líneas.
Desde siempre, Aira se había preguntado si alguna vez conocería a alguien que la amara de la manera en que parecía haberlo hecho su padre, según se infería de sus últimas líneas escritas. El amor paternal le había sido negado desde la partida de él. Quizá el amor de pareja podría suplir aquel inmenso hueco que había invadido su alma desde la partida de aquél.
El viento primaveral que comenzaba a invadir la ciudad bañó las pocas lágrimas que le quedaban. Dobló la vieja carta que había estado releyendo y la guardó en uno de los bolsillos de su pantalón. La joven abrió la boca para aspirar una gran bocanada de aire. La imagen de una mirada de unos bellos ojos verdes inundaba su mente, haciéndola sonreír y trayendo nuevas esperanzas a su ser.
Después de breves segundos, se enjugó las lágrimas y decidió ya no volver a llorar. Por lo menos, no por ahora. Tenía ganas de experimentar un nuevo aire en su vida, aquel que la llenara de un nuevo aura de pureza y de energía vital, tal como su padre lo había hecho años atrás...
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