Santo
En un tiempo distante, el cielo lloró. Las lágrimas divinas descendieron con furia, inundando la tierra y lavando lo que una vez fue puro. Los hombres, antaño dependientes de la fe y el espíritu, se encontraron cara a cara con el poder de su propia creación: la ciencia. Surgió una nueva humanidad, capaz de moldear el tejido de la realidad con sus mentes. Manipulaban los rayos, se desplazaban entre dimensiones, y alteraban las leyes mismas del espacio. Lo imposible se volvió cotidiano.
Mientras tanto, las iglesias que una vez dominaron los corazones de los hombres permanecían ocultas, gobernadas en secreto por aquellos que aún veneraban a un Dios que parecía haberse desvanecido. Su influencia era tenue, un susurro en un mundo ensordecido por el rugido de la ciencia.
En este mundo de prodigios y maravillas, existía un joven. Un muchacho sin nombre ni identidad, un fragmento olvidado en un océano de prodigios. No poseía magia ni las capacidades psíquicas de la nueva humanidad. Era, para todos los efectos, común, invisible en una era de lo extraordinario.
Fue en una tarde fría, bajo un cielo gris, cuando sus pasos lo llevaron a una iglesia en ruinas, sus puertas desgastadas y sus vitrales rotos. Allí, entre los escombros del pasado, encontró un objeto extraño: una Biblia antigua, cubierta de polvo y cargada de un aura inusual. Intrigado, la tomó en sus manos. No era como las Biblias que había visto antes. Sus páginas estaban llenas de palabras familiares, pero con un peso distinto, como si sus versículos escondieran algo más allá de lo terrenal.
Sin otra cosa que lo anclara al mundo, el joven dedicó sus días a estudiar el libro. Leía sus palabras, memorizaba sus pasajes y reflexionaba sobre su significado. Cuanto más aprendía, más se sentía transformado. Los versículos que recitaba resonaban en el aire, y en ocasiones, la realidad misma parecía responder.
Un día, mientras repasaba un pasaje de Génesis —"Y Dios dijo: Sea la luz; y fue la luz"— sucedió algo que cambiaría su vida. Las sombras de la iglesia se desvanecieron, como si el sol mismo hubiera respondido a sus palabras. El joven entendió entonces que lo que tenía en sus manos no era una Biblia ordinaria. Era el Another Bible, un artefacto divino capaz de traer a la existencia el poder contenido en los versículos que contenía.
Pero el descubrimiento no pasó desapercibido. En un mundo donde la ciencia reinaba suprema, la existencia de un poder basado en la fe y lo sobrenatural era un desafío directo al orden establecido.
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Él no tenía nombre, al menos no uno que alguien recordara con cariño. En su aldea natal, era conocido simplemente como "la peste". Su vida comenzó como una serie de infortunios interminables, un ciclo de desgracia que parecía perseguirlo sin cesar. Los demás lo trataban como una anomalía, un error en un mundo lleno de prodigios. Los niños más grandes encontraban placer en apedrearlo, mientras los adultos lo miraban con desprecio o indiferencia. Sin amigos, sin familia, y sin un propósito claro, su existencia parecía ser una broma cruel del destino.
Sin embargo, a pesar de todo el desprecio que recibía, el joven nunca respondió con crueldad. Había algo en él, una chispa de bondad inexplicable, como si entendiera que el dolor que otros le infligían no era más que un reflejo de su propia miseria. La rabia que debería haber brotado de su corazón fue reemplazada por una determinación tranquila. Él no deseaba venganza; deseaba ser útil, ser alguien que pudiera traer algo de bien al mundo.
Contra todas las probabilidades, el joven logró ingresar a una de las academias científicas más prestigiosas del mundo. Era un lugar reservado para los brillantes, los talentosos, los destinados a moldear el futuro con sus mentes. Pero incluso allí, su falta de habilidades sobresalientes lo marcó como una anomalía. Fue clasificado como un "sin talento", alguien que nunca tendría el potencial de cambiar el curso de la humanidad como los otros estudiantes.
Y sin embargo, él no se rindió. Aunque las clases eran duras y los trabajos complicados, lograba mantenerse al margen gracias a su incansable esfuerzo. Donde otros confiaban en su genio innato, él compensaba con dedicación. Aunque nadie lo notaba, él cumplía cada tarea con un propósito claro: ayudar a los demás.
Para él, la ciencia era más que una herramienta para crear maravillas; era un regalo divino. En su corazón, creía que Dios, en su infinita sabiduría, había otorgado la ciencia al mundo como una forma de aliviar el sufrimiento y construir un futuro mejor. Esta creencia lo mantenía firme incluso en sus peores momentos, cuando las burlas de sus compañeros lo hacían sentir que no pertenecía.
Pero el joven sabía que no necesitaba talento para ser útil. Si la ciencia era un don divino, él haría todo lo posible por entenderla y usarla para el bien.
Sin embargo, el destino tenía planes distintos para él. Lo que comenzó como una vida de lucha silenciosa cambió radicalmente el día que entró en aquella iglesia abandonada y encontró el Another Bible. Aquel libro antiguo y misterioso le ofrecía algo que nunca había tenido: poder. Pero no era poder para imponerse sobre los demás, sino un poder que, en sus manos, sería usado para proteger y sanar.
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La iglesia abandonada era un refugio de quietud, un rincón donde el tiempo parecía haberse detenido. Entre los bancos rotos y las velas derretidas, él pasaba sus días leyendo el Another Bible. Las páginas del libro parecían estar vivas, pulsando con una energía desconocida que resonaba en cada palabra. Con cada versículo que leía, sentía que algo dentro de él se transformaba, como si una fuerza oculta lo estuviera moldeando para algo que aún no comprendía.
Entonces, sucedió.
Un silencio más profundo que cualquier otro cayó sobre la iglesia, un silencio tan absoluto que su respiración se sintió como un trueno en sus oídos. De repente, lo sintió: una presencia. Lentamente levantó la vista y, frente a él, en el espacio vacío entre los bancos, apareció un ojo gigantesco. Su forma era imposible de describir; parecía flotar en múltiples planos al mismo tiempo, girando, observándolo con una intensidad que hizo que su piel se erizara.
Antes de que pudiera reaccionar, escuchó una voz. No era un susurro, ni un grito, sino algo que resonó directamente en su mente, como si las palabras fueran pensamientos que no le pertenecían. Era una voz juvenil de una niña, ligera y llena de curiosidad, pero también cargada de un peso inexplicable, como si la niña que hablaba supiera cosas que ningún ser humano debería saber.
—Qué curioso... —dijo la voz— un cuento interesante, uno que nunca había leído antes. Un joven ordinario, la peste del mundo, levantándose con un poder más allá de la comprensión científica. Intrigante, sin duda.
Él tragó saliva, paralizado por el miedo y la fascinación.
—Qué te parece, pequeño héroe? Crees que puedes ascender? Ir más allá de lo que los hombres han logrado con su ciencia?
No era la voz de Dios. No tenía la gravedad ni la solemnidad que imaginaba en el Creador. Tampoco era un demonio burlón o un ángel autoritario. Era algo más, algo que no encajaba en ninguna categoría que conociera. Pero había algo en aquellas palabras, una especie de sinceridad extraña, casi infantil, que lo hizo bajar la guardia.
El ojo gigante lo observaba, esperando su respuesta. No sabía qué decir, pero en su corazón había una claridad inquebrantable.
—No sé quién eres ni por qué estás aquí —respondió finalmente, con la voz apenas temblando— pero si esto es un regalo, si este poder es real, entonces lo aceptaré. No para mí, sino para ayudar a los demás.
Hubo un momento de silencio. El ojo gigante pareció parpadear, aunque su forma hacía que eso fuera casi imposible de discernir. La voz volvió a hablar, esta vez con un tono de satisfacción.
—Confías, incluso en lo que no comprendes. Eso te hace interesante. Muy bien, pequeño héroe. Sigue leyendo, sigue aprendiendo...porque lo que viene será mucho más grande que tú.
Y entonces, el ojo desapareció, dejando tras de sí el mismo silencio que lo había precedido.
Él quedó allí, sentado, con las manos aún temblando. No entendía lo que acababa de ocurrir, pero algo en su interior le decía que había sido un momento trascendental, una bifurcación en su destino. Cerró los ojos, respiró profundamente y volvió a abrir el libro.
Si la voz tenía razón, lo que estaba por venir cambiaría no solo su vida, sino el mundo entero.
FIN.
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