Prólogo
— ¿Cómo salió la operación?
El médico miró a la mujer que preguntaba con ojos preocupados. Sus manos temblorosas estaban juntas frente a su vientre y pequeñas gotas de sudor poco perceptibles se hacían presentes en su frente. Un par de cabellos blancos se mezclaban con los rubios, pero aún así ella conservaba varios hilos de su juventud. Sus ojos no habían cambiado, eran tan azules y tan vivos como siempre, pese a que en esa ocasión estaban llenos de lágrimas preocupadas por el estado de su hijo.
El hombre suspiró y se dio vuelta completamente para verla mejor y se acomodó sus gafas en un gesto que la mujer consideró excesivamente dramático, como si la situación en sí ya no tuviera una suficiente dosis de drama.
— Fue un éxito —respondió—. El paciente está descansando, tiene una venda que podrán sacar en un mes. Debe tomar algunos analgésicos y venir a consulta en dos semanas más y cuando venga a quitarse la venda.
— ¿No tendrá secuelas? —preguntó aliviada y agradeciendo mentalmente a Dios o a quien la escuchase por el bienestar de su hijo.
— Quizás algunas, pero no volverán a crecer —aseguró.
— Muchas gracias... de verdad —agradeció al experto—. Roger estará muy contento. Muy contento.
— Estuvo sonriendo todo el tiempo antes de la operación —aseguró el hombre con una sonrisa de ternura hacia el niño de trece años, aunque siendo dirigida a su madre. Ella también sonrió.
— Es muy valiente —dijo convencida—. ¿Sabe sí pueda hacer la otra operación? ¿La completa?
El hombre pensó antes de responder. Realmente era complicado y tampoco tenían esa tecnología en la clínica. Probablemente en otra más avanzada, pero él no podía asegurar nada.
— Actualmente no poseemos la tecnología necesaria —dijo—. Y aunque puedan hacerla en otra clínica, lamentablemente el precio es excesivamente caro. Sería como pagar esta operación cuatro o cinco veces, y Roger aún es muy pequeño para hacerla.
— Oh... entiendo —dijo ella lentamente—. Estaba muy emocionado... quiere ser normal.
— Todos los niños con su patología tienen ese deseo —aseguró el médico—. Pocos han podido hacerse la operación. El seguro médico no la cubre. Otros mueren en el proceso o después de este. Es complicado.
— Señor... por favor... cuando sus compañeros se enteraron de su patología fueron tan crueles... —dijo ella suplicante—. Mi marido y yo haremos lo posible por ayudarlo.
— Señora, lamentablemente la mayoría de los niños con este caso deben afrontarlo hasta la muerte. Es algo muy complicado, necesitan varios cuidados post operatorios, y tengo entendido que tienen otra niña pequeña. Roger siempre habla de ella.
— Clare siempre ha entendido a Roger... siempre lo apoya... —dijo ella—. Tiene nueve años y es más madura que tanta gente que conocemos respecto al tema. Ella entenderá. Siempre lo hace.
El rubio fingiendo estar dormido, escuchaba atentamente todo. No sería normal. Era lo único que pensó, además de que su hermana no podía quedar tirada por culpa suya. Comenzaba a exasperarle el hecho que ni el médico ni la madre usaban el término de su patología. Eso solo comprobaba lo extraño que era.
— Sus dos hijos necesitan amor.
— Yo decido cómo criarlos. Y no porque quiera cuidar a un hijo enfermo significa que voy a descuidar a otro —dijo ella segura. Roger sonrió, era cierto.
— Disculpe.
— Yo solo quiero que mi hijo sea feliz, doctor —dijo ella limpiándose las lágrimas—. Quiero que no lo juzguen por una patología que ni su culpa es. Quiero que se sienta cómodo con él mismo.
— Para eso señora, por el momento solo puedo derivarlo a un psicólogo juvenil o infantil. No puedo hacer nada más.
— ¡Puede operarlo! —exclamó ella—. ¡Estudió para eso!
— Le estoy diciendo que la operación es complicada, que es cara y que invalidará a Roger casi por un año. Por favor entienda —pidió el médico con cansancio.
— Está bien. Pero créame que buscaré la forma de hacerlo feliz —dijo y fue a buscar a su marido y a su pequeña hija. Roger solo intentó no llorar por sus sueños rotos.
La gente dormida se supone que no llora.
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