Capítulo 9|| murmullos del pasado
Roger se peinaba frente a un espejo que estaba en su habitación. No lo negaba, era bastante vanidoso y le gustaba arreglarse y verse bien.
Se colocó una gargantilla elástica de color negro, se amarró sus converse del mismo tono, y se colocó su chaqueta de mezclilla azul oscuro. Se preguntaba si estaba usando demasiada mezclilla azul, considerando la chaqueta y los jeans que llevaba. Se quitó la chaqueta, quedando sus brazos semidesnudos frente a la camiseta negra de Greta Van Fleet que llevaba. Así le daría frío. Se maldijo internamente y sacó otra camiseta, manga larga, que era rayada de colores burdeo y rojo. Luego se cambió los jeans a unos negros con aberturas y la camiseta anterior encima.
Ahí sí le había gustado el resultado, pero entre tanto cambiarse de ropa, se había vuelto a despeinar. Nunca estaba peinado, al contrario, le gustaba tener el cabello desordenado, pero ese día tenía el extraño impulso de peinarse y arreglarse de sobremanera. Inclusive se puso perfume en el cuello y las muñecas. Como no sabía dónde más ponerse, se puso en las axilas y en el hombro, y se sintió un imbécil después de haberlo hecho.
Quizás no debió ponerse una camiseta tan ajustada, se le notaba la ligera curva que tenía su cuerpo y que siempre intentaba ocultar. Era ligera, pero se notaba que era lo que sus hormonas femeninas querían lograr en él, y no podía hacer nada al respecto.
Quizás debía maquillarse con la sombra oscura de su madre. ¿O parecería un gótico si lo hacía? ¿Y por qué se esmeraba tanto en arreglarse?
Bufó, estaba nervioso. ¿Y por qué? Ni sabía.
Syd entró a su cuarto, como Pedro por su casa, mientras cargaba un bolso con varias cosas, que el rubio desconocía.
— ¿Qué haces? —le preguntó Roger.
— Ayudarte. Supuse que estarías nervioso —respondió.
— ¿Qué tiene el bolso? —preguntó.
— Mi mamá me lo pasó —se encogió de hombros—. Creo que es mi ropa, porque le dije que me quedaría aquí...
— ¡Syd! —rió—. Voy a salir.
— Sí, pero quiero que me cuentes cuando vuelvas —respondió—. Así que traje mi ropa y mi delineador. ¿Quieres delinearte?
— Eh... paso, pero gracias —rió levemente.
— Como quieras —sonrió Syd y se sentó en la cama del rubio—. ¿Te dijo dónde irían?
— Al McDonald y a caminar —respondió—. Esto es raro, estoy molesto y a la vez nervioso.
— Muéstrate orgulloso —dijo Syd.
— Eso mismo haré —respondió—. ¿Me veo bien?
— Te ves genial —aseguró Syd—. Así que tranquilo, y sé una perra con ese idiota.
— Está bien, Syd, gracias —sonrió y le dio una palmada en la espalda—. Nos vemos
Tras despedirse tanto de Syd, como de su familia, Roger se sentó afuera de su casa a esperar a Brian. Aún quedaban un par de minutos para la hora acordada, cuando el rizado llegó.
— Hola, Rog —saludó tendiéndole la mano para que se levantara. Roger ignoró el gesto y simplemente se puso de pie.
— Hola.
— ¿Cómo estás? —preguntó mientras comenzaban a caminar.
— Igual que siempre —respondió.
— Oh...
Roger no habló ni le hizo la pregunta devuelta. Brian estaba algo incómodo y lo miraba de reojo.
— Te ves bonito —le murmuró. Roger lo miró por un instante y volvió a mirar al frente.
— Ya lo sabía —respondió, aunque no pensase eso de verdad. Solo quería mostrar orgullo.
— Oh.
Siguieron caminando incómodamente en silencio. Brian no sabía bien qué decir.
— Eh... Rog —dijo—. Vamos al McDonald's o...
— Como quieras —respondió el rubio sin darle importancia.
Caminaron al local mientras Brian intentaba sacar temas de conversación que Roger era capaz de finalizar eficazmente. El rizado entendía al rubio. Sabía que él mismo no se había comportado de la mejor manera, y que era de esperarse que Roger estuviese molesto con él. Cuando llegaron, Brian le abrió la puerta, y Roger entró de forma digna, para luego sentarse en una mesa, esperándolo a que fuera a pedir.
Mientras Brian no estaba, Roger comenzó a mirar alrededor para entretenerse mientras. Habían familias, parejas, grupos de amigos, y a algunas pocas personas solitarias. Suspiró al pensar que jamás tendría una pareja, o alguien que lo quisiera de tal modo.
Brian no tardó en volver con una bandeja con dos hamburguesas, dos paquetes de papas fritas y dos vasos de gaseosa. Se sentó frente a él y dejó la bandeja en la mesa. Roger comenzó a comer básicamente al instante su hamburguesa, sin mirarlo.
— Cuarto de libra, como me dijiste —respondió.
— Sin cebolla, ¿no?
— Sin cebolla —suspiró.
— ¿Tú no eras vegano? —preguntó mirando la hamburguesa.
— Sí, esta es vegetariana...
— Ah.
Roger siguió comiendo sin mirarlo. Brian seguía incómodo y miraba a alguna parte para poder sacar tema de conversación.
— ¿Sabes...? Uhm...
— ¿Por qué compraste esto? —interrumpió mirándolo.
— Porque no quería que te humillaran...
— ¿Lástima? Porque sé que doy pena ajena —dijo. Brian se puso rojo de la vergüenza. Roger lo había escuchado.
— Sé que le dije eso a Fred, pero...
— No importa, buena caridad. A la próxima podrías donar para los muertos de hambre, o para un orfanato.
— Rog...
— No importa —suspiró bajando la mirada.
— Yo... yo sé que las cosas no han salido bien entre nosotros y que... que es mi culpa, pero... no sé, yo...
— Tú fuiste el que decidió alejarse, Bri —dijo Roger—. Yo nunca te pedí eso.
— Sí sé, es... me dejé llevar por Fred y...
— Te dejaste llevar por todo, Bri.
— Hacía meses no me llamabas así...
— Casi un año —concordó Roger con un suspiro.
— Lamento todo lo que pasó, Rog —dijo Brian mirándolo.
— Ya fue —aseguró en voz baja.
— Creo... creo que me dejo dominar demasiado por lo que piensan los demás acerca de mí.
— Créeme, Bri, eso ya lo sabía —dijo dándole un sorbo al refresco mediante la pajilla de plástico—. ¿Te vas a comer eso?
— Eh... no, ten —le pasó lo que quedaba de sus papas. El rubio las tomó y comenzó a comerlas—. Por... por eso también compré la cita...
— ¿Por pena?
— No... porque... quería hablar contigo y no sabía cómo.
— Sí, no te creo —dijo Roger convencido—. Te creí una vez, no lo volveré a hacer.
— Rog...
— Solo sigamos comiendo, ¿bien? —dijo—. Ya fue bastante incómodo todo lo de ayer.
Brian suspiró y asintió. Cuando terminaron de comer, salieron del local.
— ¿No tienes frío? —preguntó Brian.
— No, jódete —respondió Roger y sacó un cigarro para luego encenderlo y llevárselo a los labios.
— ¿Sigues con eso...?
— ¿Te pedí tu opinión? Recuerdo solo haber pedido una hamburguesa.
— Bien, bien —suspiró—. Pero...
— Brian, ya deja de fingir que te importo por un maldito... —Brian lo interrumpió y lo besó en los labios. Roger se quedó estático. Ni siquiera correspondió, y solo se quedó quieto mientras el rizado le ponía las manos en las mejillas.
Tras varios segundos después, Brian se separó de manera lenta. El rubio nunca correspondió aquel beso, y lo miró confundido y con el ceño fruncido.
— ¿Qué mierda fue eso? —le preguntó.
— ¿Qué crees? Un beso —respondió con normalidad.
— ¿Acaso tengo cara de querer que alguien me bese? —arqueó una ceja.
— No es el primero —repuso Brian.
— No, pero es el último —sentenció Roger.
— Ni siquiera correspondiste...
— ¿Estoy obligado a hacerlo?
— No, pero...
— Si crees que solo porque pagaste una cita en una mierda que parece una mezcla de prostíbulo y venta de esclavos y porque me besaste, voy a arrastrarme a tus pies, estás equivocado. Las cosas fueron como fueron por algo, y...
— Ni siquiera llegamos a ser pareja, Roger...
— Porque tú no quisiste —repuso—. Empecemos desde cero, ¿quién fue el que de la noche a la mañana dejó de hablarme? Hm... ¿que me llamó anormal delante de todos? Ah, y no solo eso, que también empezó a decir estupideces y a dejarme mal.
— Sí sé que fui un idiota, no es necesario recordarlo —murmuró.
— Solo quiero dejarte en claro que no tengo interés alguno en lo que sea que sea esto.
— Realmente no te entiendo, Roger...
— Ni yo a ti, Brian. Porque un día me odias y al otro finges tener algún interés en mí.
— Lo tengo.
— No, no lo tienes. Dime, ¿cuánto fue?
— ¿Perdón?
— Cuánto te pagaron —dijo—. No es primera vez que me pasa, ¿cuánto te pagaron por besar al anormal? ¿O por salir con él?
— Estás haciendo suposiciones que ni sabes si son verdad —repuso Brian.
— Estoy hablando por experiencia —repuso.
— ¿Experiencia? Estás diciéndolo porque te sientes inseguro, porque no quieres seguir sufriendo por imbéciles y yo soy un imbécil, y lo sé, pero no quiero dañarte, Roger.
— ¿Entonces qué mierda quieres?
— Yo... no sé, aún... aún tengo que pensar las cosas.
— Eres un imbécil...
— Lo soy, pero solo quiero arreglar las cosas...
— Me gustaría eso, cuando madures.
— Soy maduro.
— Si lo fueras...
— Sí sé que eso fue inmaduro, pero...
— ¡Te contradices cada segundo!
— ¡Y tú también!
— ¡Yo sigo con mi idea y sigo con el mismo punto! ¡Tú eres el indeciso que...! —Brian lo volvió a besar, pero el receptor lo empujó—. ¡Ya para con eso, estoy hablándote, y te estoy diciendo que no quiero nada contigo!
— Yo no sé qué quiero, Roger.
— En ese caso, piensa en dar "la siguiente movida" cuando te decidas. Porque no voy a andar corriendo por tus putos caprichos —dijo. Luego comenzó a caminar.
— Roger, vamos, no te vayas —lo siguió.
— Ya tuvimos la puta cita, ahora vete a la mierda —dijo y se fue finalmente. Brian suspiró y se pasó las manos por la cara.
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