Capítulo 01|| fenómenos desconocidos

Pintura.

Pintura y algunas cosas viscosas y grumosas de las cuales desconocía su origen estaban por todo su cabello y se deslizaban lentamente por su frente y cabeza, ensuciándole también parte de la ropa,  la mesa y algunos cuadernos.

Cerró los ojos escuchando ciertas burlas. Lo típico. Tan cliché, tan aburrido y poco interesante. Así era su vida. Un maldito cliché de Disney.

Ah, pero él no sufría tratos así por ser inteligente o simplemente por ser envidiado. ¿Quién envidiaría a un fenómeno como él?

Escuchó las risas del salón, escuchó los apodos que le ponían y se puso de pie levantándoles el dedo medio a cada uno de sus compañeros para irse al baño a limpiarse. Costaría sacar todo eso.

Un alumno lo veía callado. No entendía bien, conocía al chico desde hacía un tiempo, pero era ajeno a rumores y simplemente ignoraba eso. Llevaba un año allí, y solo podía ver cómo molestaban al tipo rubio de la clase.

Muchas veces había querido interferir, pero realmente no se atrevía. Quizás Roger había hecho algo malo y merecía que lo tratasen así, o quizás si intentaba meterse comenzaban a molestarlo a él.

Justamente. Brian era alguien que prefería no meterse en problemas.

Nunca había cruzado más de unas pocas palabras con el rubio. No era desagradable, pero no lo conocía lo suficiente como para considerarlo agradable. Mantenía distancias. Solo sabía que lo llamaban fenómeno, además de su condición. Era relativamente normal que le sucediera aquello.

No tenía interés alguno en hablarle, mucho menos en defenderlo, ¿cómo defender a alguien así a quien además no conocía? Claro, Roger tenía redes sociales, pero solo las necesarias y nunca publicaba algo que no fuese un dibujo, o un video suyo tocando batería. Nada personal. Además siempre tapaba su rostro de una u otra forma e intentaba no verse.

Roger tenía algo.

Reitero. Brian no conocía a Roger, solo lo necesario, y tampoco tenía interés en hacerlo.

Un día llegó un alumno transferido de Cambridge. Brian estaba con sus amigos, Freddie y John, hablando antes que empezara la clase, cuando llegó.

— Otro emo —comentó uno de los alumnos del fondo.

— ¿Creen que debamos hablarle? —preguntó John.

— Cielo, ya sabes que es complicado —dijo Freddie.

— A Brian le hablamos —repuso.

— Brian nos habló a nosotros, ¿y si este chico es como Roger? —preguntó Freddie.

— No creo que sea malo que sea como Roger... —comentó Brian—. Solo... no importa.

— Cariño, ¿acaso quieres que también se rían de ti? Baja la voz —dijo Freddie.

Brian bufó. El otro chico los miró mal y se sentó junto al puesto del rubio.

— Pobre chico... se metió en un terreno difícil —dijo Freddie.

— Sí, supongo que sí —suspiró Brian.

(...)

Roger salió del baño con el cabello mojado y la ropa también. Tenía frío, pero supuso que no importaba. Podría secarse más tarde.

Entró al aula de la forma más silenciosa que fue capaz, evitando ser notado. Lo hubiese logrado de no ser por el maestro, quien lo miró y lo apuntó con su borrador.

— Señor Taylor, nuevamente tarde —dijo.

— ¿Señor? —un chico comenzó a reír. El alumno recién llegado miraba todo confundido.

— Usted cállese —lo riñó y volvió a dirigirse a Taylor—. ¿Sabe cuántas veces ha sucedido lo mismo?

Roger pensó que ninguna. Siempre llegaba con media hora de anticipación a la escuela, solo por lo gratificante que era leer un rato o jugar con su celular sentado solo en su puesto. Siempre que "llegaba tarde" era por motivos de fuerza mayor, y siendo sinceros, solo era por una ida obligada al baño, o una huida rápida.

— Yo... no sé —dijo avergonzado. No tenía un carácter débil, pero algo que le molestaba eran esas intervenciones tan ridículas.

— Diecisiete veces, señor, y solo llevamos un mes de clases —dijo.

— Lo siento —se disculpó con honestidad. Odiaba ser el centro de atención y solo quería sentarse, pero su maestro no lo quería permitir, o eso daba a entender.

— Debería aprender la importancia de la puntualidad —siguió el hombre—. Quiero que para mañana, recite la importancia de la puntualidad al inicio del día. Puede leerlo, pero debe dar diez razones. ¿Entendió?

Hijo de puta.

Sí, señor, disculpe —dijo.

— Por lo que veo usted es alguien dormilón que se despierta tarde, a juzgar por la humedad de su cabello —siguió.

¿A usted le pagan por hacer clases o por humillar alumnos?

Me despierto temprano, señor —repuso.

— Le cuesta acomodarse —comentó otro de la clase. Todos comenzaron a reír y el profesor no interfirió.

— No lo pareciese —dijo—. Si mañana llega tarde o no recita, le diré al director que lo haga durante el aniversario, ¿comprendió?

— ¿Usted planea humillarme acaso? —preguntó Roger. Él mismo se sorprendió de la inadecuada insolencia en sus palabras y abrió los ojos de manera exorbitante.

— ¿Disculpe?

— Lo siento —murmuró.

— Bien, deje de responderme —dijo el hombre de mal humor—. Tome asiento.

Roger obedeció sin decir nada y rápidamente sacó sus cosas de la asignatura correspondiente comenzando a anotar lo necesario. El chico nuevo lo miraba intrigado, indeciso de hablar o no.

Roger se decidió en hacerlo, no perdía nada con ello.

— Hola —saludó cuando el maestro dio un tiempo libre al ser llamado por otro para discutir un asunto.

— Hola —saludó el chico sonriente. Le habían hablado pocas personas hasta ese momento, pero extrañamente el rubio le causaba curiosidad. Había algo más allá de lo natural y normal en él.

— ¿Cómo te llamas? —preguntó sin saber qué otra cosa preguntar. De todas formas era buena opción empezar con aquello.

— Roger —respondió.

— Vaya, yo igual —rió un poco el rubio.

— Pero, hey, es tu día de suerte, tengo un apodo. Déjame presentarme de nuevo, soy Syd. Syd Barrett —sonrió mostrando los dientes.

— Roger Taylor —le estrechó la mano.

— Debo admitir que fue bastante genial lo que le dijiste al maestro —dijo Syd—. Yo ni me hubiera atrevido.

— Yo no creo que fue genial, ese tipo me odia y probablemente eso me deje una consecuencia —rió un poco—. Pero al diablo, no importa. ¿De dónde vienes?

— Cambridge —respondió.

— He ido a Cambridge, una tía vive allí y es muy bonito —comentó Roger.

— Lo es. Londres tampoco está mal —se encogió de hombros mirando alrededor de la sala.

— Para nada —sonrió.

— Oye, Syd, cuidado con el anormal —comentó un tipo.

— ¿Anormal? —preguntó él confundido.

— Ignóralo, son solo simios con un edema cerebral —dijo Roger encogiéndose de hombros. Syd se echó a reír.

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