Capítulo 19

Miro por décima vez la hora marcada en el reloj que cuelga en la cocina. Reviso mi celular para comprobar que no hay ningún mensaje, ni una llamada o alguna otra señal de vida. La tarde ha caído rápidamente, y aún no sé nada de Cristhel.

Me dejo caer lentamente en el piso de la cocina, cerca de la puerta que da hacia el patio trasero. Panda me observa por un segundo, pero luego vuelve a su preciada tarea, dormir.

Suspiro resignado.

¿Debería llamarla? ¿Estará en problemas? ¿Qué es lo que iba a hacer? ¿Por qué no quiso que fuera con ella?

Esas y otras preguntas dan vueltas en mi cabeza desde hace dos horas. Tomo nuevamente mi celular y busco su contacto, estoy a punto de presionar el botón de llamar cuando un sonido en el exterior hace que me detenga.

Corro hacia la entrada, al llegar veo a Cristhel entrar a la casa con muchas bolsas en las manos. Ella empuja la puerta con un pie antes de dar la vuelta y pegar un respingo al notar mi presencia.

—¡Santo cielo! ¿Por qué no me ayudas si solo estás ahí parado? — reclama.

—Lo siento — me disculpo intentando ayudarla a cargar las bolsas.

Cris me evade y continúa su camino hacia la cocina.

—¿No qué quería que la ayudara? — murmuro cuando la pierdo de vista.

—¡Puedo escucharte! — grita desde la otra habitación.

Ingreso a la cocina. Cris ha dejado las bolsas en la isla y ahora está acomodando su contenido. Me acerco lentamente queriendo ayudar, tomo una de las bolsas, por suerte para mí contiene productos que van en el refrigerador, así que empiezo a guardarlos.

—Comenzaba a preocuparme por tí — digo ocultándome detrás de la puerta del refri — Creí que te había pasado algo.

—No me pasó nada. Es que... había mucha fila en la tienda — contesta.

—¿Una fila que duró cuatro horas? — cuestiono cerrando la puerta.

—Existen filas muy largas — menciona ella dándome la espalda mientras guarda algo en la alacena.

—Dudo mucho eso. ¿Me dirás qué es lo que sucede? ¿Por qué no confías en mí? — pregunto acercándome a ella.

—Las buenas compras duran mucho — comenta volteando a verme — Cuando iba con mi papá tardábamos más.

La observo sin creer como evadió mis preguntas. Ella sonríe con fingida inocencia y regresa su atención a las compras.

—Te traje esto — dice sacando un paquete y enseñándomelo.

—¿Galletas para perro? — cuestiono con el paquete ahora en mis manos.

—Sí, son para Panda. Las vi en la tienda y recordé que Alex le daba una de esas después de sacarlo a pasear. También noté que no te las había dado con el resto de sus cosas, así que pensé en comprarlas para que tú se las des — explica ella.

—Gracias — murmuro sin saber que decir.

Ella ríe mientras saca algo de otra bolsa.

—Esto sí es para ti — menciona entregándome otro paquete.

La miro dudativo, luego al paquete y de vuelta a ella. Sonríe tímidamente, hasta podría decir que se ha sonrojado.

—¿Las quieres o me las como yo? — pregunta al ver que no hago nada.

—Las quiero, las quiero — digo quitándole el paquete — Galletas para humano — finjo leer algo que claramente no está escrito.

Ella me da un golpe en el hombro y luego se ríe. Dobla las bolsas vacías y las guarda en un bote que no había notado antes.

—Iré a darme un baño. Caminé mucho y me duelen los pies — se queja saliendo de la cocina.

Sonrío al verla desaparecer. Analizo el paquete de galletas que me ha dado, tienen chispas de chocolate. Al menos sé que pensó en mí. Suspiro cerrando la puerta de la cocina para después ir a mi habitación.

La noche ha caído ya. El frío se está sintiendo cada vez más y eso hace que me cuestione el no haber traído ropa abrigadora. Dedo ir a casa mañana, y de manera urgente.

—En serio hace frío — digo para mí, cruzándome de brazos para calentarme. Ya que las sábanas dónde estoy envuelto no me ayudan mucho.

Unos toques en la puerta me sacan de mi estado de hibernación. Me bajo de la cama para abrir la puerta.

—¿Ryan? — escucho a Cris del otro lado.

—¿Si? ¿Qué sucede? — pregunto dejándola entrar.

Cris me observa de arriba a abajo, luego ríe.

—Sí que tienes frío — comenta riendo.

La miro fingiendo molestia.

—No te burles de las personas. ¿Qué tiene de malo andar en tu habitación envuelto en una colcha?

Ella se ríe en mi cara. Diciéndolo en voz alta creo que si suena tonto.

—No tiene nada de malo — asegura ella sonriendo — Igual puedes usar los abrigos de mi papá, porque algo mío no creo que te quede. La sudadera de Alex quizá sí, podría prestártela si quieres.

—Estoy bien así — No creo que a Jorge le guste que yo use sus cosas — Además, pienso ir mañana a mi casa por más ropa.

—¿Mañana? Sobre eso venía a hablarte — confiesa sentándose en la cama.

¿Acaso leyó mi mente?

—¿Sobre qué? — pregunto apoyándome en la pared.

Ella me observa un segundo, sonríe, suspira y luego habla.

—No sé si sabes, pero cada navidad se organiza una fiesta para los agentes. Es así desde hace mucho, nunca se había cancelado, y no sé si este año debe hacerse — Ella me observa, pero no digo nada — Por esa razón quiero ir mañana a la agencia, para discutir esto con los encargados de la organización y todo eso. Y quería pedirte un favor.

—¿Qué favor?

¿Acaso me pedirá que la acompañe?

—¿Cómo a qué hora planeas ir a tu casa?

Eso no lo esperé.

—Eh... No tengo prisa — contesto intentando fingir indiferencia.

Ella sonríe.

—Entonces... ¿Me podrías ayudar en algo? — pregunta con esperanza.

—En lo que quieras.

—Mañana vendrán a decorar la casa. Hablé con los decoradores hace rato, dijeron que llegarán como a las ocho de la mañana, a esa hora yo estaré en la agencia y me gustaría que tú estés aquí para vigilarlos. ¿Puedes? — termina viéndome de manera suplicante — No sé cuánto vayan a tardar, pero no harán gran cosa, así que supongo debe ser rápido. Te daré lo que quieras si me ayudas.

—Claro, no te preocupes. Siempre puedes contar conmigo para lo que sea — contesto intentando sonreír.

Jamás pensé que me pidiera quedarme aquí. Aunque debí suponerlo, siempre intenta alejarse de mí.

—¡Eres el mejor amigo del mundo! — grita levantándose de un brinco.

Sucede tan rápido que ni siquiera lo proceso. Lo único que sé es que ella está abrazándome, con su cabeza en mi pecho. Siento el calor de su cuerpo junto al mío, mientras se extiende por mi ser hasta llegar a mi rostro. Mi corazón se acelera, y temo que ella lo note. Trago saliva con dificultad, intentando respirar.

—Gracias, gracias, gracias — susurra sobre mi pecho.

Y me arrepiento de tener esta colcha encima, porque en verdad quiero abrazarla.

—No crees que exageras un poco. No es gran cosa — menciono intentando que mi voz no tiemble.

—Eres abrazable — comenta apretándome más. Y logrando que mi corazón vaya más rápido, si eso es posible.

—Cris... — murmuro.

—Sí, ya, ya, perdón — se disculpa separándose de mí — No te enojes amigo mío — dice sonriendo.

La veo sin saber que hacer. Ella me mira sin desvanecer su sonrisa, luego parece recordar algo.

—Rayos. Ordené una pizza, ya debe estar por llegar.

Dicho eso, sale corriendo de mi habitación. La escucho bajar las escaleras a toda velocidad, mientras mi ritmo cardíaco vuelve a lo normal. De manera inconsciente, mis pensamientos viajan al día en que ella cayó en mis brazos. Jamás creí que terminaríamos así.

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