Anónimos
Marrón.
Los motores de los botes que circulaban en el canal era un ruido de fondo que no pensó le llegaría a ser molesto. El calor de la tarde se le antoja bochornosa y desgastante, o quizás sólo lo sentía de esa manera por la situación en la que se encontraba.
―Oye incluso si te enojas, te juro que no se donde estoy. Es la primera vez que visito este lugar ―dijo intentando no resoplar contra el teléfono aun cuando no resistió la tentación de poner los ojos en blanco.
Como era posible que esa casi insignificante cajita negra estuviera creándole tantos problemas. Tonto celular, pensó torciendo levemente la boca.
Esto no era su culpa, así que no pensaba disculparse por su escaso o nulo conocimiento de su ubicación. Simplemente había salido esa mañana a caminar sin una dirección o destino definido porque deseaba olvidar, despejarse todo, simplemente poner en blanco su cabeza.
El trabajo en el despacho Jurídico era estresante así que cuando su hermana menciono que debía viajar a Italia para fotografiar el Carnevale di Venezia, él simplemente pensó que era una señal divina para tomar las tan ansiadas vacaciones que no había podido utilizar desde hacia dos años.
Qué tuvo que pelear con uñas y dientes para que las aprobaran era otra cuestión, y el hecho de que se viera obligado a chantajear a uno que otro supervisor no demeritaba el logro extraordinario de tener una licencia con sueldo por dos grandiosas semanas.
Ahora. Se levanto tarde. Lo suficiente como para haberse saltado el desayuno y la comida que ofrecía el hotel, sin embargo, no era gran perdida. No señor, eso le daba la excusa perfecta para explorar la ciudad en busca de un buen lugar en donde saciar su recién despierto apetito y visitar los diferentes monumentos de Venecia.
―¿Dime, qué puedes ver? ―se escuchó al otro lado de la línea.
Dorado.
―¿Dime, qué puedes ver? ―preguntó con el tono más amable que pudo lograr en su estado de desesperación.
Eran aproximadamente las cuatro de la tarde y debía, como máximo, volver al hotel a eso de las siete. Sus compañeros de banda y manager habían puesto un sinfín de "peros" para dejarlo salir; porque después de todo su presentación del día siguiente necesitaba ensayo y afinación de un par de detalles, tanto del escenario como para la música; y cuando por fin consiguió su cometido se metía en este dilema.
Los Dioses lo odiaban.
Hace tres casi cuatro años atrás cuando su padre le ofreció la oportunidad de asistir a las audiciones para un programa norteamericano; nunca pensó que no sólo encantaría a los jueces, sino que demandarían su estadía en el país. Su éxito fue notorio y pronto la fama se convirtió en el pan de cada día, pero...
Hacía mucho que no veía a su madre y hermano, así que aprovechando que ellos también estaban comisionados para escribir un reportaje sobre el Carnevale di Venezia (porque su dulce hermano menor siguió los pasos de su Natsuko y era periodista). Quedaron de verse cerca de la Basílica de San Marcos.
Y así ahí se dirigía cuando una discreta cafetería llamo su atención. La tarde refrescaba y comprar un café no le quitaría más de un par de minutos.
―Debe de haber necesariamente algo con lo que guiarnos. Podemos reunirnos en algún punto. Si me describes lo que ves yo podría...
―Veo un puente... y canales... ¿gente?
Rayos, es que este hombre no podía ser más vago en sus descripciones, es como si no supiera que Venecia básicamente estaba conformada por canales.
―Ya, pero hay más de 400 puentes, estamos en Venecia por si no te has dado cuenta ―respondió conteniendo su hastío. ―Amenos que sea uno en especifico no sirve.
Marrón.
―Ya, pero has más de 400 puentes, estamos en Venecia por si no te has dado cuenta. Amenos que sea uno en específico no sirve.
―Oye, estas seguro que si te digo el nombre de la calle no te ayuda ―repitió su primer ofrecimiento porque no encontraba avance en su problema.
No sabía dónde estaba él y no sabía dónde estaba el otro. Y que lo interrogara cual policía sobre las cosas que lo rodeaban le estaba poniendo los pelos de punta. Para él todo parecía igual, tiendas, personas, edificios. Nada lo suficientemente llamativo para servir de guía. Ambos estaban ahí de turistas así que era difícil ubicarse.
¡Hay! Su hermana iba a preocuparse si no se aparecía para la hora de la cena. Solo esperaba que tuviera un mínimo de paciencia para no acudir a la policía y organizar una búsqueda y rescate.
―Mira aquí dice Calle Fratellini. ¿Te suena?
―No. Para nada.
Genial, de vuelta al principio.
Dorado
―No. Para nada ―Tajó deteniendo su avance y peinando sus cabellos rubios desde la frente hasta la nuca antes de comprobar en su reloj de pulsera la hora.
Ya eran casi las cinco y cuarto y él seguía ahí dando vueltas como un hámster en laberinto. Sí sumaba el tiempo que había pasado primero para darse cuenta del error y lo que llevaban intentando encontrarse, podía deducir que no llegaría al encuentro con su hermano y mamá.
Porque así de confuso como se oían las explicaciones, podrían incluso estar a cada extremo de la ciudad y para postres, estar caminando en sentido contrario a su ubicación.
―¿Oye ves unas señales con flechas amarillas que digan Ferrovía y Plaza de Roma?
―Sí. Sí. Las veo. ¿Quieres que nos veamos ahí?
Y tuvo que reír discretamente por el entusiasmo casi infantil de la voz del otro. Como si problema se hubiera resuelto mágicamente, y esa sería una idea muy buena si tuviera al menos otras tres horas para llegar al punto de encuentro y luego volver. Pero como no era el caso. Tuvo que negarse.
―Por cierto, me da gusto que seas japonés.
―¡Ah! ¿Cómo sabes que soy japonés?
Marrón
―¡Ah! ¿Cómo sabes que soy japonés?
―¡Eh! ¿No lo eres? Pues lo hablas muy bien. Y desde que comenzamos la llamada no he utilizado inglés o algún otro idioma. Así que pensé que...
¡Diablos! A pesar del acento y la fluidez de su habla nunca debió haber asumido nada. Sólo esperaba que no se ofendiera. Es decir, parecía por el tono de su voz que pasada la primera molestia o incomodidad era un hombre agradable. Tal vez cuando se encontraran podría preguntarle como volver al hotel, porque a estas alturas de verdad estaba completamente perdido.
―Lamento eso no nunca quise...
―Tranquilo. Soy de padre japonés y madre francesa.
Dorado
―Tranquilo. Soy de padre japonés y madre francesa. ―Explicó apresuradamente para evitar la ansiedad que asoma en la voz de su interlocutor. ―Pero... estas seguro que no podrías volver atrás.
Estaba suplicando en su fuero interno para que la respuesta al menos sea una leve duda. Algo que les ahorre el tiempo tan precioso que están perdiendo. Cuando escucha la negación casi puede sentir como su alma se desinfla de desilusión. Y cuando escucha que asegura estar perdido se ve en la necesidad de tomar el puesto de el lado optimista.
―Tranquilo, ya veras que logremos ubicarnos.
―Haber si esto te ayuda. Estoy viendo una torre inclinada.
―¿Una torre inclinada? ―pregunta aguantando la burla el musico. ―¿Qué estás en Pisa? ¿Cómo hiciste para llegar ahí?
Marrón
―¿Una torre inclinada?¿Qué estás en Pisa? ¿Cómo hiciste para llegar ahí?
Bien, el chistecito no le hizo gracia al litigante y sin pensarlo se vio torciendo los labios, luego le resoplo una mini sonrisa porque nada ayudaría enojarse.
―Bien, no lo he descrito como se debe. Es más, como un campanario. Es viejo y está hecho de ladrillos, ah y para variar, esta junto a un canal. Y hay un puente.
―Otro puente... ―y un resoplido divertido se escucho salir de la bocina.
―Pero este es diferente, lo juro. Es muy grande y de madera ―detalló intentando encontrar cualquier otra particularidad que pudiera ser de utilidad.
―De madera y muy grande. ¡Ah! Ya sé, es el Ponte da Accademia. Ya sé dónde estás.
―Genial. ¿Te espero aquí? ―concluyó feliz el abogado.
Dorado.
―Genial. ¿Te espero aquí?
―No estás muy lejos, peeeerooooo mejor quedar en un lugar intermedio ―su sugerencia fue aceptada con poco entusiasmo, pero sin protesta. ―¿Ves las cupulas de una basílica desde el punto más alto del puente?
―Sí la veo. ¿Ahí nos vemos?
―No espera. No estoy ahí ―un resoplido se escuchó haciéndolo reír, este hombre deber ser muy impaciente, casi podía imaginar el rostro iluminado con la esperanza para luego volver a desanimarse al escucharlo negar. ―Esa es la Madonna della Salute. Bájate del puente cuidando que las cupulas estén a tu izquierda, luego gira a la derecha, no, no. Izquierda, y sigue por esa calle todo recto. Al final te encontraras un embarcadero frente al mar. Ahí nos vemos.
Finalizó las indicaciones mirando el aparato de comunicación y de pasó su reloj. Esperaba que esto terminara ya para poder seguir con lo que tenía planeado originalmente.
―Espero haber entendido bien.
Marrón
―Espero haber entendido bien ―dice algo cansado de estar dando vueltas.
Venecia es hermosa y la gente a su alrededor es interesante. No es como en Japón, en donde todas las cabezas están adornadas por cabelleras negras. No, aquí hay una gran variedad de tonos llamativos, como el del chico que mira a la distancia y cuyo cabello rubio parece bailar con el viento. Es un joven apuesto de eso no hay duda. Y por su postura y el teléfono pegado al oído puede deducir que espera a alguien.
Niega con la cabeza e intenta concentrarse, pero después de cinco minutos más andando y con un suspiró al fin admite
―Oye, estoy perdido. Me siento como un niño en plena plaza comercial.
―Pero al menos es Venecia. A donde quiera que mires hay cultura y arte.
―¿Vives aquí? Pensé que eras turista igual a mí.
―No. Estoy de visita. Pero yo si hice la tarea y miré un mapa de los lugares más trascendentes.
Dorado
―No. Estoy de visita. Pero yo si hice la tarea y miré un mapa de los lugares más trascendentes. Estoy aquí por cuestiones de trabajo.
Y se mordió la lengua, no debió haber dicho eso. Simplemente se sentía bien hablar con alguien que no gritara de emoción en cuanto lo viera o en este caso lo escuchara.
―¿Trabajo? ¿De que trabajas?
Marrón
―¿Trabajo? ¿De que trabajas?
Preguntó dejando al fin de caminar, estaba casado y deseaba una pausa. Además del punto de reunión.
―Soy musico. Y tu... dijiste que eras turista. ¿Estás de vacaciones? ¿Por cuánto tiempo? Y ahora que lo pienso... ¿Cómo eres? No podre ubicarte si no se como luces. ¿Cómo tienes el pelo? ¿Qué llevas puesto?
―Pues llevó puesto un pantalón y una camiseta, tengo el pelo levemente largo y un teléfono pegado a la cara ―y una risa encantadora le hizo sonreír.
―Ya te veo.
Marrón y Dorado
―Ya te veo.
Y efectivamente al volverse de un lado a otro logro ver al hombre rubio de hace un rato, el mismo que ahora agitaba la mano en alto con energía para hacerse notar. Y por lo tanto respondió con el mismo gesto. Aun estaban a un puente y varios metros de distancia, pero al menos ya se habían encontrado.
―Soy Yamato, mucho gusto ―se presento apretando el paso para llegar al otro hombre.
―Soy Taichi, encantado ―respondió también caminando en su dirección.
―Te imaginaba distinto ―comento Yamato sin detenerse a pensarlo.
―Distinto ¿Cómo es eso? ―preguntó Taichi sin ofenderse, más bien curioso.
―No se, distinto. Eres pelirrojo.
―Un poco, más bien un marrón claro ―defendió Tai feliz.
Y al fin se tuvieron frente a frente.
―Hola
―Hola
Ciertamente era extraño sentirse tan feliz de encontrarse con alguien a quien en tu vida has visto. Pero ahí estaban ellos saludándose y sonriéndose como si fueran los mejores amigos.
―¿Pero cómo ha podido pasar?
―No lo sé, un descuido. Es que son idénticos ―comento Yamato mientras Tai le tendía el teléfono a Yamato que hasta ese momento había estado usando, mientras Yamato hacia lo mismo.
Habían intercambiado de teléfonos cuando Matt había entrado a esa cafetería, se acerco a la barra dejando el aparato para poder mirar el menú y hacer su pedido. Tai que hasta ese momento había estado dando cuenta a una rebanada de pay nunca reparo en el hombre rubio.
―Entonces fue ahí ―dijo Tai sonriendo
―Si exacto, entre por un café, deje el teléfono sobre la barra, pedí mi capuchino, pague y no me acuerdo haberte visto.
―Yo tampoco me acuerdo de ti. Quizás fue cuando saque mi billetera para pagar. Deje el móvil y al salir lo confundiste con el tuyo, digo son iguales.
Una confusión que notarían casi un cuarto de hora más tarde cuando Matt intento llamar a su madre para preguntarle si llegaría a tiempo a la cita. Pero en la agenda había un montón de números desconocidos.
Con la ansiedad de saber quién tendría su teléfono marco su propio número sólo para escuchar como respondía la voz de un joven desconfiado del porque le estaba llamando. Pero luego de aclararle que ese que tenía en la mano era su teléfono y que el suyo lo tenía él, habían comenzado la titánica tarea de ubicarse para poder recuperar lo suyo.
―Tuvo que ser así, pero... bueno... espero que tu cobertura no cobre extra por una llamada en el extranjero.
Y su preocupación era real, no quería que todo ese desastre terminara tal vez con el fondo financiero de Taichi.
―Da igual, ya me arreglare con la compañía de teléfono ―dijo restándole importancia.
―Pero va a salir cara. No es justo que lo pagues tu solo ―insistió.
Y además para que mentir, Taichi era un joven encantador. Su rostro era suave y sus ojos claros y sin malicia. Su voz aterciopelada y profunda.
―No de verdad, así está bien ―volvió a negarse mientras ponía varios pasos de distancia entre ellos.
―Entonces, me permites invitarte una copa, para disculparme.
―No, no mira, no es culpa tuya ni mía, estas cosas pasan. No te preocupes con la intención basta, y ya tengo que irme.
Sin darse cuenta había pasado todo el día fuera y debía volver al hotel, en realidad, primero debía averiguar en donde estaba y de ahí como volver a donde se estaba hospedando.
―Ah, está bien, pero guárdate mi número, tu sabes, solo por si acaso. Voy a estar unos días más en Venecia... digo, por si degustaría salir a ver un poco más de la ciudad.
―Eso... yo... ―sería una buena idea si no sintiera que este hombre ocultaba algo, cuando respondió que trabajaba de musico, por un segundo Tai pudo percibir duda en su voz.
―Sólo piénsalo de acuerdo.
―Lo hare, nos vemos... ―y con esa vaga promesa Tai tomó el rumbo de la primera calle que vio, de todos modos, aunque leyera los nombres no sabría ubicarse. Primero se alejaría de Yamato y luego pensaría que hacer.
―Adiós...
Mientras observaba caminar y perderse entre la multitud a Taichi, Matt no podía pensar que era y no el hombre más afortunado del mundo. Por casualidades del destino se había topado con un joven encantador que... se había negado a tener una cita con él.
No es que Matt fuera vanidoso, simplemente que estaba acostumbrado a escuchar a millones de personas gritar su nombre, decir SI a cualquier petición. Y ahora Taichi de buenas a primeras simplemente tomó lo que era suyo y se marcho sin mirar atrás.
No iría tan lejos para decir que estaba enamorado, pero... sin duda le gustaba. La corta conversación con él fue agradable y físicamente hablando era muy atractivo. Así que no pueden culpara a Matt por intentar pasar tiempo con él. Tal vez si le decía quien era... no, niega con la cabeza porque entonces eso sembraría la duda de si estaba con él porque le agradaba o por los beneficios y gloria que conlleva salir con un artista.
Y en eso estaba cuando sintió y escucho su teléfono sonar. Su sonrisa no puede evitarse en cuanto ve el contacto que ya había registrado con el nombre de Taí. Se pone feliz, porque ahora pude volver a verlo y no por petición suya, sino que es Taichi quien llama. Intenta calmarse antes de contestar.
―Hola
―Hola, Yamato.
―Taichi ¿Qué pasa? ―dice de modo casual mientras por dentro esta haciendo fiesta. Esto tiene la pinta de que puede llegar a más.
―Creo que deberíamos quedar otra vez.
―Así, pues muy bien, yo también lo creo ―concuerda y ya esta considerando si debe darle el nombre del hotel en que se esta quedando o si será intrusivo pedirle el nombre del suyo. Tal vez prefiera ir a cenar primero. Luego...
―¿Te has dado cuenta?
―¿Dado cuenta de qué? ―y es ahí cuando la pregunta parece comenzar a traerlo a la realidad, porque la voz de Taichi no suena para nada melosa, o coqueta.
―De que llevas puesta mi chaqueta y yo la tuya, es así como terminamos con los teléfonos equivocados, en la cafetería NO TOMAMOS el celular equivocado, nos confundimos de chaquetas.
Matt se pone pálido de repente. Dioses, si existen no van a permitir que eso sea cierto porque...
Y recuerda que antes de salir sus amigos habían estado insinuando que su insistencia por salir, no era que fuera a ver a su familia, sino que estaba quedando con alguna chica, tanto que incluso se atrevieron a poner en sus bolcillos un par de CONDONES.
Sus manos revisan a las carreras las bolsas de la chaqueta y efectivamente, en esta encuentra una llave de tarjeta, seguramente de la puerta del hotel en el que se hospeda Taichi.
―No. No. Me lleva... ―remilga el rubio cantante. Esto es tan humillante. Si Taichi se acaba de dar cuenta que esa no era su chaqueta es porque... los encontró, se lamenta en sus pensamientos sintiéndose avergonzado.
¡Rayos! Gime mientras con la cara toda roja se resigna a que ahora el otro debe estar pensando cosas no muy buenas de él y su ofrecimiento de tomar una copa. Intenta calmarse antes de volver a ponerse el teléfono al oído.
―No te muevas, espera, no te muevas. Cuando te marchaste ¿hacia dónde te fuiste?
Y ahí están otra vez.
―No sé. Di una vuelta a la izquierda, luego recto...
―Ahí donde estas ¿Qué ves a tu alrededor?
―Veo... un puente.
―Empezamos con los puentes.
Quiere ver el lado positivo de esto. Si bien Taichi ha visto que lleva encima un para de condones, tampoco es como si él no hubiera usado. Quizás piense que tiene pareja y tal vez si es prudente le explicara como llegaron a su bolcillo, también es cierto que lo volverá a ver, que pude cruzar palabras e intentar una vez más que le regale una cita.
―Creo que ya se dónde estás... ―dice después de volver a escuchar pacientemente lo detalles vagos que le recitan por la bocina. ―Sigue todo derecho por esa calle y luego dobla a la derecha...
Una cosa es segura, no va a llegar a tiempo a su cita con su familia.
Fin.
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