3. Jirafa

"Hay quienes dicen que las jirafas sí hacen sonidos, 

pero el oído humano es incapaz de reconocerlo".


Si me dieran a describir esa mirada, esos ojos, los compararía con una intensa niebla de un misterioso bosque, en el que debes sumergirte en sus peligros para resolver sus secretos, sabiendo que serán terribles. O tal vez lo habría comparado con el humo de un incendio, que cuando se esfuma deja destrucción, que ante el más mínimo soplido sus llamas se encienden para volver a destruirlo todo.

Había soñado toda la noche con esa mirada color gris, anormal, aguda como nada en el mundo, capaz de atravesar mi mente y mi alma. Magnético y aterrador.

Era nocivo en mí.

El chico de cabello negro y mirada sombría debía darme más pena que miedo.

<< ¡Vamos, Alegra! Estaba rodeado de sus heces y encerrado en una jaula, ¿qué te aterra?>>

Lo desconocido me estremecía, saber que tras todo eso había una verdad incómoda, y esta vez no se trataba de un simple juego.

Desayunaba en la cocina con la mirada meditabunda. Pensando en él, pensando si en algún momento hablaría como los otros dos. Me molestaba pensar que podía obsesionarme. Estaba en mi espíritu querer resolverlo todo, tener las cosas en claro. Por eso, tanto como la situación en la que me encontraba, como ese chico mudo, me volvían loca de la incertidumbre.

No esperé ni a digerir el café, que corrí a las celdas. Aunque me contuve con el chico de ojos grises, y fui directo a la del joven de cabello ondeado y aspecto vanidoso.

Él estaba desparramado en su catre, su mano derecha colgaba de lado y goteaba una sustancia blanquecina.

—¡Levántate! —grité, era momento de cambiar mi actitud patética del día anterior.

Solo eran personas encerradas, yo tenía ventaja sobre ellos. Me era imperativo imponer mi autoridad.

Él se levantó de un brinco, y verlo me quitó la energía con la que llegaba. Su rostro había sido molido a golpes. Un ojo en compota, el labio partido y su nariz sangrante.

—¡Señor, sí, señor! —dijo en tono de soldado, parándose firme y limpiando su mano en su camisón.

—¿Qué? —pregunté aturdida—. ¿Cuándo te hicieron eso? ¿Por qué...?

Él soltó una risita y peinó su melena hacia atrás.

—Aquí las preguntas las hago yo —su voz se tornó oscura—. Tú sólo responderás a mis órdenes, Conejita.

—Tú eres el prisionero, yo hago las preguntas —refuté, enderezándome. La postura lo era todo.

Él se acercó hasta el vidrio, su aliento chocaba contra el mismo y lo empañaba. Otra vez me miraba de arriba abajo, un poco de manera analítica, y, otro tanto, percibía cierta lascivia.

—¿Eres buena en el sexo oral?

—¿Qué...? —primero no entendí, y luego grité—. ¡¿Qué mierda preguntas?!

—Ni siquiera lo has hecho —resolvió pensativo—. ¿Al menos te has acostado con un chico?

Apreté mis labios y desvié mi mirada de la suya, pretendía tomarme el pelo, desestabilizarme.

—Claro que sí, pero no quieres hablar de ello —canturreó alejándose un poco del vidrio—. No eres una chica experimentada, tuviste una desilusión. Yo te puedo hacer olvidar, ¡que el vidrio no nos detenga! Frotémonos hasta que se funda con nuestros fluidos.

<<Eso es físicamente imposible...>>

Quizás yo era fácil de leer, pero él no se quedaba atrás. Era tan obvio como se esforzaba por desviar la conversación, como buscaba perturbarme mediante la vergüenza.

—¿Cómo sacas tantas conclusiones? —pregunté, si quería empezar a hablar por ese lado debía tomar mi oportunidad.

—Leo tus gestos corporales, eres evidente, Conejita —alegó, ¿sería verdad? Hasta ahora acertaba en todo—. Por eso sé que ocultas algo, por eso sé que no debo confiar tan fácil.

—No te haré daño —le dije.

—No podrías. De no estar este vidrio... —él hizo ese guiño sonriente propio de un demente—, te desmembraría y comería tu carne luego de hacerte el amor, Conejita.

—¡No me digas Conejita! —solté abrumada y enojada.

—¿Cómo te llamas?

—A... —no podía decir mi nombre real—. Ariana.

—No te llamas así. —Él meneó su cabeza, como si mi mentira fuera la más evidente y graciosa—. Te lo dije, leo tus gestos. A lo mejor tu nombre me diga mucho de ti, ¿no? Por eso lo ocultas.

—Llámame como quieras —resolví demostrándole que no me impresionaba, aunque de ahora en más sabía lo cautelosa que debía ser.

Ese tipejo podía sacarme mentira y verdad con mi sola expresividad. No necesitaba que dijera nada; ya conocía mi vida sexual, que ocultaba algo y que podía resolverlo con saber mi nombre.

<<¡Hijo de puta!>>

Cuanto más tiempo pasaba hablando, más perdía yo. Debía alejarme por el momento. Fuera un loco o no, no era ningún estúpido promedio. Lo peor que podía hacer era subestimar a un hermoso joven tras un vidrio antibalas.

Pretendía hablar con la chica, de la cual también dudaba. Otra opción no tenía, y todo habría resultado de un modo tranquilo de no ser por que escuche ruidos de metal. Las patas de los catres estaban siendo arrastrados por el suelo, chirriaban provocándome dolor de muelas. El ruido provenía de la celda del chico de ojos grises, no lo pensé, fuera lo que fuera, corrí en su dirección.

Solo bastó un ligero trote para encontrarme con una desesperante prueba de fuego.

Una corriente nerviosa me recorrió de la espina a los pies.

El joven de cabello negro se retorcía, convulsionaba sobre el suelo, mucho más herido que el día anterior, ¡vomitaba, y sus ojos dados vuelta estaban en blanco! Se sostenía de su cama y la arrastraba consigo haciendo un estridente sonido.

—¡Dios mío, no! —chillé desesperada, y de inmediato comencé a golpear el vidrio, buscando algún método de abrirlo—. ¡Ayuda, ayuda!

Podía asegurar que mi padre tenía todo vigilado desde algún lado, debía ver lo que sucedía, ¡debía enviar a alguien de urgencia antes de dejarlo morir así! Pero, bajo ninguna circunstancia, podía decir la palabra "ayuda, papá", de ese modo, los otros reclusos sabrían quién era yo.

—¡Ayuda! —gritaba y pateaba el vidrio. Él seguía y seguía agonizando—. ¡Ayuda! ¡Hagan algo, mierda!

Di vueltas al sitio y corrí hacia la celda del joven pervertido. Él estaba con sus ojazos abiertos, viéndome con desconcierto.

—¡¿Cómo se abren las celdas?! —pregunté con los nervios de punta.

—Si tú no sabes.

—¡Dime, maldita sea!

El castaño se puso ceñudo, pretendía complicar mi vida, pero alguien habló.

—¡La botonera! —clamó la chica que se ubicaba a la vuelta.

Corrí a ella, y me señaló una hendija al lado del vidrio, sobre la pared de su celda. Era una pequeña puertecilla.

—Ábrela, hay un interruptor —dijo.

Abrí la puertecilla, con el simple movimiento de una palanca podría libera a quien quisiera.

De ninguna manera la liberé a ella, mucho menos a quien tenía al lado.

Corrí hacia el chico de ojos grises y abrí su puerta prefiriendo morir en sus manos que ver a alguien morir por mi culpa.

Me lancé de rodillas sobre él y su ataque epiléptico comenzó a cesar; pero, al finalizar, él perdió la razón.

La espuma y la sangre brotaban de su boca, sus ojos habían quedado volteados, rodeados de venas violáceas a punto de estallar.

<<¡No mueras, no mueras, no mueras!>>

Traté de tomar su pulso, pero el mío latía peor. Mi cuerpo trepidaba de manera histérica. Si ese tipo me mataba o moría sería culpa de mi padre, él era un criminal, iría a la cárcel.

—Hey... —susurré cacheteándolo un poco—. Oye, despierta, vamos...

Insistir no serviría, al menos sentía una leve respiración.

Al calmarme, noté el espantoso hedor de aquel lugar, las heridas profundas de aquel joven, la miseria, el horror. Debía sacarlo de ese pozo infeccioso. Mi padre no mostraba señales de estar presenciado nada, o por lo menos no pretendía ayudarnos.

Tomé al chico por las axilas, lo até con algunas sábanas, y, con un esfuerzo que me costó el alma, comencé a arrástralo afuera.

—¡Pesas mucho! —Me quejé, y es que era el peso muerto de un tipo súper alto con cuerpo de deportista—. ¡Y apestas!

Me apenaba pensar que prefería tener a ese hermoso joven del otro lado del vidrio, en donde no lanzaba ese hedor a perro muerto.

Con suerte pude llevarlo hasta el baño, en donde con una toalla de manos comencé a limpiar un poco la sangre que lo cubría. Luego busqué en el botiquín gasas y alcohol. Le daría los primeros auxilios.

—Estas heridas son horribles —musité limpiando con desinfectante un tajo en su brazo.

Luego lo envolví en gasas, y me dirigí a un corte en su hombro, sobre el camisón.

Debía quitárselo, su olor me generaba arcadas, por lo que acometí a abrí más el agujero hasta poder quitárselo por completo.

Iba a desnudar al tipo peligroso antes que me matara. A lo mejor tenía heridas que no podía ver.

Era por su bien, así que levanté mi vista a él para supervisar su desmayo.

Dos orbes grisáceos me miraban con fijeza.

<<¡Mierdamierdamierda!>>

Mi corazón se agitó de un modo demencial, me caí hacia atrás, ¿desde cuándo me observaba? ¿Me mataría? ¿Moriría? Seguramente.

<<Adiós, mundo cruel>>.

—Yo, yo solo... —susurré como una idiota y él hizo un gesto de dolor, pero sin emitir ruido alguno—. Déjame curar tus heridas por favor —repuse con más calma.

Él desvió su mirada inquietante a un lado, supuse que me dejaría continuar con mis atenciones.

Proseguí con mucho más cuidado, sintiendo las gotas de sudor nervioso recorrerme la espalda, caer desde mis sienes. Tenía el corazón en la boca, iba a morir vomitándome encima. Eso me tenía preocupada.

Me levanté, no soportando la presión de estar tan cerca de él. Aún tenía varias heridas, pero no podía más. Tampoco se moriría por unos cortes y hematomas.

—Puedes bañarte si te sientes mejor —dije con una patética naturalidad—. Limpiaré afuera.

Abrí la canilla de agua caliente y lo dejé allí, en el baño, esperando a que supiera que hacer.

—Dios, mátame ahora... —supliqué al cielo, al cerrar la puerta tras mi espalda.

Todo lo que pudiera pasar en ese entonces era incontrolable para mí. Al menos mi conciencia estaría tranquila.

Decidí despejarme, trapeando el vómito, la sangre y la orina de los suelos con bastante desinfectante, al punto de comenzar a intoxicarme.

—¡Conejitaaaa!

El patán de la celda izquierda me llamaba. Me acerqué a él solo para hacerlo callar.

—¡Cállate! —aullé alterada, me desquitaría con él—. ¡Y deja de llamarme así! ¡¿Te gustan los apodos?! ¡Pues yo te llamaré pedazo de mierda!

—¡No seas maleducada! —Él desplegó esa grácil y sublime sonrisa—. No te enojes, si no me dices tu nombre no tengo opción.

—¡Tú no me dices el tuyo! —repliqué a pesar que no me interesaba.

—¡Paris! —dijo como si hubiese querido pronunciarlo desde siempre—. Me llamo Paris. Es tanto de hombre como de mujer.

—Ah, bueno —seguí trapeando—. Igual no te diré como me llamo yo.

Paris se decepcionaba al ver que su nombre me diera igual.

—¿Me vas a decir qué pasó? —indagó "Paris".

—El chico de la celda derecha convulsionaba, tuve que sacarlo porque nadie vino a ayudar.

—¿Y ahora? ¿Cómo está él?

—Lo dejé bañándose —resoplé sentándome frente a Paris—. Estaba destrozado..., y quizás me mate, tiene cara de sicario profesional.

—De verdad no tienes idea de nada. —Paris silbó con la vista al techo y se recostó sobre su cama.

—Te dije que no.

—Es una pena, yo no hablaré —repuso Paris, haciéndose el tonto—. Nos vigilan. No dije nada hace un mes, ahora tampoco.

—¡Hace un mes! —Me levanté con brusquedad—. ¡¿Están aquí hace un mes?!

Paris asintió.

—¡Heeey! —llamó la chica reclusa.

Fui hacia ella, debía agradecerle.

—¡Pensé que abrirías mi jaula! —se quejó a penas me vio.

—Te agradezco, pero no —respondí enderezándome—. Ustedes sospechan de mí, yo de ustedes. Tuve que liberar a uno porque parecía a punto de morir, nada más.

—Bueno, él te matará y nos liberará —gruñó enfadada y regresó a su cama.

Lo que dijo me estremeció hasta el alma.

Era verdad, una vez que el chico de ojos grises tomara su baño ya podía hacer lo que quisiera. Liberar a sus cómplices, matarme a mí ¿por qué? No tenía idea, pero esa era la impresión que daban. Lo que más me decepcionaba era morir sin saber las respuestas, sin haber hecho buenas amistades o haber vivido mis veinte años con más entusiasmo, me molestaba morirme por culpa de mi padre, por haber pasado el fin de semana estudiando y no preparando un outfit para la noche del sábado.

<<Todos morimos, da igual>>.

Me resigné bastante rápido, y es que no tenía ganas de vivir una secuencia de terror. No había salida para mí.

Una vez que limpié todo, revisé la celda abierta. En el armario había batas de hospital limpias, de esas que tienen la parte del trasero abierta y son muy humillantes. Tomé una y se la llevé a mi invitado.

Inspiré con fuerza y me dirigí a la puerta del baño, golpeé con delicadeza.

—Te traje ropa limpia.

Él abrió la puerta sin dejarme esperar.

Mi vista se dirigió abajo por alguna razón.

<<Qué interesante...>>, pensé, aunque no pude sentir ninguna emoción en medio del caos.

Era como si se hubiese dado un chapuzón en la bañera, así, como Dios lo había traído al mundo. Goteaba de todos lados, con la ferocidad impostada en su mirada.

Traté de ver hacia otro lado y carraspeé mi voz.

—Hay toallas —señalé a un lado, y le entregué la bata para alejarme con el paso acelerado.

Me dirigí a la cocina y tomé un cuchillo de plástico para defenderme. Entonces esperé sentada que viniera a matarme.

<<Juro que si me matan volveré como fantasma y no descansaré hasta averiguar que mierda está sucediendo>>.

Cuando menos lo esperaba, apareció.

Llené mis pulmones de cuanto oxígeno pude y apreté el mango del cuchillo de plástico, mi única arma.

Escudriñé cada centímetro de su ser como la primera vez. Limpio se veía incluso mejor, un perfecto Ken, pero no olvidaba que era la persona que me iba a lapidar. Él se acercaba paso a paso a mí, yo respiraba esperando a que mi muerte fuera como la de las gallinas del campo: una rápida torcedura de cuello y a la olla.

Su ceño encogido, sus labios sellados, su mirada gris... todo en su cuerpo gritaba: te voy a matar, Conejita.

No lo hizo.

Se paró a mi lado, me miró malhumorado y sus tripas sonaron.

—Hay comida en las alacenas —tragué saliva—. Mátame primero y luego come. ¡O mejor dime qué sucede! No querrás que mi espíritu quede errando por estos lares.

Él tomó algunas bandejas, lanzó el papel al suelo y comió.

No era sordo, quizás sólo mudo. Como si no tuviese cuerdas vocales, pues no emitía sonido. Aunque tampoco mostraba signos de saber lenguaje de señas, lo cual era más extraño. Entendía, pero no se hacía entender.

No me importó más, permanecí viva.

Con el paso de las horas supe que no pretendía acabar conmigo, tampoco intentaba hablarme. Tal vez, a diferencia de los otros dos, éste entendía que era una víctima, o que era la clave para que ellos pudieran huir, por eso matarme no tenía sentido alguno. Miles de cosas podían ser posibles. Por el momento tenía una segunda oportunidad.

No sé cómo pasó, ¡de verdad no lo sé!

El chico que me había aflojado las piernas con su sola mirada, el chico con el que había soñado la noche entera, el chico que había creído morir, y que luego creí que me mataría, estaba a mi lado en aquella réplica de mi habitación.

—Mira esto —le indiqué uno de los muros despejados de la habitación, y con un marcador negro comencé a escribir en el mismo—. Yo fui raptada el sábado por la noche, y ustedes hace un mes. Yo estoy en una réplica de mi habitación, y ustedes en celdas... Ustedes responden a patrones físicos, yo no.

Procuraba anotar algunos detalles relevantes de la situación de modo que me sirvieran para resolver el caso, pero él no me prestaba atención, solo comía algunas papas fritas. Me preguntaba cómo actuar de ahí en adelante, qué beneficios podía sacar de él, o él de mí, cuando no manifestaba ganas de comunicarse.

<<Hablando de enigmas, tú eres el peor>>, pensé sin obtener conclusiones.

—Deja de hacerte el tonto, sé que me oyes —dije luego de un largo rato—. Oíste bien cuando hablé de comida. Ni siquiera sé cómo llamarte.

"Crunch, crunch".

Él seguía masticando todas mis papas. Esperaba que mi padre repusiera la mercadería del almacén.

—Tal vez podríamos buscar un modo de salir, ¿no te parece?

No me prestó absoluta atención.

—¡Te estoy hablando! —le empujé el hombro.

Él se ofuscó de inmediato. Dejó de masticar y me vio a los ojos con fiereza. El sentimiento de miedo se convertía en exasperación cada vez que me ignoraba, ya no me hipnotizaría con su belleza. El último que se había atrevido a ignorarme era mi ex, lo cual no me hacía ninguna gracia.

—Dime cómo te llamas —insistí bajando los decibeles—. O te pondré un apodo horrible.

"Crunch, crunch"

Él volvió a masticar.

Permanecimos un buen rato así, hasta que sus párpados comenzaron a bajarse, y poco a poco se durmió. Me mantuve a su lado, mirándolo un buen rato, tratando de develar el misterio que escondí su perfección, sin caso. Jamás de los jamases había visto a alguien como él, a nadie como Paris o como la otra chica. Para colmo, mi padre no se había comunicado en todo el maldito día. Tenía ganas de insultarlo. Por su culpa, el chico que reposaba entre mis sábanas casi moría.

Lo sucedido no tenía perdón.

Trataba de mantenerme bien, bromeando con la situación, me fijaba en superficialidades, pero en el fondo lo sabía, no habría vuelta atrás para el crimen que se estaba cometiendo.

Mi vida cambiaría, después de ese hecho nada sería igual. Lo asumía.

Quería decirle a papá que si me seguía ocultando cosas los liberaría a todos, que rompería su prisión y prendería fuego las instalaciones. Además tendría que enfrentarme cara a cara, y pedirme perdón de rodillas si pretendía que fuera su hija otra vez.

Pero no, él ya no llamó.

Tuve que atragantar mis insultos, mis reproches y mis infinitos cuestionamientos un tiempo más.



Un suspiro constante y caliente chocaba en mis labios, los calentaba y los humedecía con su vapor. Creí estar con él, con Max, quien rompió mi corazón de un modo vulgar e inesperado. Pensé estar con el maldito que me usó a fin de sumarme a su lista de trofeos y luego descartarme como a la basura.

Estaba junto a alguien peor.

Abrí mis ojos con lentitud, el chico de ojos grises tenía sus pestañas negras y tupidas muy plegadas, parecían una escoba. Dormía, dormía muy pegado a mí, quizás confundiéndome con una almohada. Suspiraba leve, tranquilo, en paz.

¿Con qué soñaría un mudo? ¿Era mudo?

Era imposible no quedar embobada con cada célula que lo componía, como si fuesen las notas de una sinfonía victoriana. Era un diamante en un mundo de piedras. Así también lo era Paris, pero no le daría el gusto de alimentar su ego. Así también lo era aquella chica, pero me daba celos admitirlo. Porque yo era una mundana, porque la única manera que tenía de dormir junto a un chico como él era en un caso extremadamente raro, peligroso, en donde él era mudo, o un loco, en donde quizás me asesinaría de saber que yo era la hija de su captor.

Era estúpido pensar en ello, ¿cómo era posible que la mente humana divagara entre tantas idioteces en una situación de riesgo? A lo mejor era un mecanismo de adaptación para defender la mente de la locura total, del intento de suicidio.

Sí, era eso, Freud estaría de acuerdo conmigo y le echaría la culpa a mi padre.

Él, al percibir mi insistente acoso, fue abriendo esos ojos admirables. Decidí no moverme para no asustarlo.

Nos miramos un largo instante.

Mi corazón latía muy deprisa y tenía miedo que lo descubriera. Tenía miedo que descubriera lo débil y superficial que podía llegara a ser. Tenía miedo que descubriera que podía someterme, encerrarme en su jaula y hacer de mí su presa para luego comerme de un bocado.

No supe que buscaba él en mi mirada, pero yo buscaba reconocerlo, descifrarlo.

¿Por qué nos sucedía esto?

No podía saberlo.

—Buenos días —dije sin esperar respuesta.

Él pestañeó y se removió en la cama. A pesar de tener su rostro inexpresivo percibía que se hallaba gustoso de estar ahí, no por mi presencia, sino porque ya no estaba como un animal; disfrutaba de la limpieza, sus heridas cerraban con discreción, su estómago lleno descansaba en una cómoda cama, aunque siguiéramos sin libertad.

—Prepararé el desayuno —dije con plena normalidad.

¿Me entendía? ¿Me escuchaba?

Me levanté de la cama, aunque deseaba permanecer todo el día allí. Sin embargo la tensión me carcomía. Me cacheteé ambas mejillas, debía regresar a la realidad.

Comencé a batir café instantáneo para mí, y preparé una chocolatada para él. Esperaba que no le cayera mal con todo lo que había ingerido el día anterior. Hice unas tostadas, y la cocina comenzó a oler como un hogar. Ansiaba que no fuera así por mucho tiempo.

Todavía pensaba en que me depararía el nuevo día en cautiverio. Deliberaba en si era buena idea que Paris y la chica lo vieran. ¿Y si lo convencían de matarme o de soltarlos? No confiaba en esos dos para nada.

El chico de ojos grises apareció como un ente. Me sobresalté, pero no lo regañé.

—Te llamaré Will —comenté alcanzándole su chocolatada—. ¿Has visto la película "El Náufrago"? tú eres como Wilson, silencioso, inexpresivo, y por el momento eres mi única compañía.

Él se bebía la chocolatada muy a gusto, apenas me escuchaba. Suspiré y le compartí de las tostadas.

—Mierda, Will, ¿en qué estamos metidos? —pregunté por mi necesidad de hablar con alguien que no fuera yo misma... o Paris.

Él masticó una tostada sin darse cuenta que tenía un bigote de leche, sonreí un poco, y me habría sentido predispuesta a seguir delante de no ser porque, cuando quise beber mi café, el simple aroma revolvió mis tripas.

Mal, se sentía muy mal. Tapé mi boca y corrí al baño.

<<Qué puto asco>>

Me tiré de rodillas en el suelo del baño y lo hice: vomité, vomité todo en el retrete.

—Carajo... —barbullé sintiéndome débil, no creía que la comida estuviese envenenada, de hecho solo había olido el café.

Me levanté con la debilidad impostada en mis piernas y al girarme lo vi a Will. Me miraba extrañado, tal vez... ¿preocupado?

—Supongo que el encierro me empieza a afectar —enjuagué mi boca y pretendí salir.

Will regresó por donde vino. Mis tripas seguían estremecidas, mi cabeza daba vueltas. Preferí ir a la habitación y esperar, frente al muro en donde hacía anotaciones importantes, una llamada de mi padre. Ya no quería comer, la idea de tragar algo me asqueaba.

<<Vamos papá, comunícate...>>

Mi padre no llamó, y aunque lo esperé hasta dormitarme en la silla, lo que me despertó fue el sonido de las voces provenientes de las celdas.

—¡Apresúrate, abre la maldita jaula!

Era la maldita voz de Paris. Salté de mi lugar al recordar que Will merodeaba por ahí. Liberaría a Paris y estaba segura que sería algo malo ¡muy malo!

Corrí hacia las celdas y suspiré aliviada al ver a Paris tras el vidrio y a Will apretando sus puños, viéndolo enojado.

—¡No lo hagas! —ordené a pesar que él parecía no tener intenciones de hacerlo.

—¡Cállate, Conejita! —bramó Paris—. ¡No voy a perdonarte! ¡¿Estuvieron haciendo cochinadas sin mí?!

—Es a quien liberé.

—Ah, por eso querías abrir la celda. —Paris hizo un puchero—. ¿Por qué no me liberas a mí?

—Recuerdo bien tus amenazas de muerte y violación —miré a Paris con seriedad, esta vez le ganaba yo—. A ver si con esto entiendes quien tiene más poder aquí. Cuanto más te hagas el gracioso más encerrado te quedarás.

—¡Okey! —Paris carcajeó con entusiasmo, no tenía idea que le divertía tanto. Me molestaba—. En fin, ¿qué le pasa a éste? ¡Me desespera!

Por un momento lo medité, creía que ellos se conocían, que eran amigos.

—¿No son aliados? —pregunté mirándolos a ambos.

—Es de los míos —respondió Paris viendo fijo a Will, relamiendo sus labios—. Pero no lo conozco, siquiera sabía que estaba aquí. Es bastante raro, ¿no?

—Tú lo eres —siseé, y luego miré a Will con pena—. De todas formas quiero ayudarlo. Ayer estaba en peor estado que el tuyo, casi muere, pero no puedo comunicarme con él de ninguna forma.

—¿Cómo sabes que se llama Will?

—No lo sé —confesé encogiéndome de hombros—. Necesitaba nombrarlo de algún modo.

—¡Yo también quiero ver! —llamó la chica de la vuelta.

—¡Cierra la boca, Dalila! —Vociferó Paris—. ¡El chico es mío, y la Conejita también!

<<Así que ella se llama Dalila>>.

Decidí que, a lo mejor, si ella lo conocía podía explicarme que le sucedía a Will, que podía decirme algún modo de ayudarlo.

—Acompáñame, Will —dije avanzando hacia la celda de "Dalila".

Dalila miró a Will de arriba abajo.

—¿Lo conoces? —le pregunté.

—¡Pff! No... —respondió haciendo una mueca de asco—. ¿Qué le pasa a este subnormal?

—Pensé que podías ayudarme con él... —contesté más desanimada que antes—. No habla, pero escucha. Sin embargo me hace caso cuando quiere.

Dalila frunció sus labios haciéndolos a un lado. Dio una ojeada a Will de pies a cabeza, no parecía mosquearse ni un poco por lo bello que podía parecer.

—Ábreme la puerta, chico —ordenó ella.

Me alteré al instante y vi a Will de inmediato. Él no se inmutó. Pero ahora me quedaba claro que Dalila no perdería oportunidad. Lancé una mirada furiosa a ella, quien desplegó una macabra expresión, era la primera vez que la veía sonreír. Sus dientes eran una hilera perfecta, pero sus ojos canela se mantenían estáticos. En ese instante tuve miedo, pero luego recordé el vidrio que nos dividía.

Mi buen amigo el vidrio...

<<Buen intento >>.

—Puedo tener una idea de lo que sucede —dijo Dalila, notando su fracaso de huida.

—¿Qué? —indagué seca.

—Dudo que tenga una patología o un problema psicológico —resolvió llevando su puño al mentón en gesto pensativo—. Le han quitado el habla.

—¿Le han quitado el habla? —pregunté un tanto atareada—. ¿Cómo? ¿Cortándole las cuerdas vocales? Si eso fuera intentaría comunicarse de otra forma.

—Lavaje cerebral, tal vez —dijo como si fuese lo más normal y obvio—. El lenguaje estructura nuestro pensamiento, nuestra manera de percibir el mundo. Sin lenguaje solo queda su parte animal.

—¡¿Cómo llegas a esa conclusión?! —Me turbé por demás, pero no quería enterarme que mi padre podía estar tras algo tan retorcido—. ¿Por qué no puede ser un retraso mental o algo así?

—No hay un retraso —sentenció ella con enojo—. Es como yo, y alégrate que ahora mismo su mente sea un helado derretido, de otra forma ya serías carne picada, Conejita.

—Bien, di lo que quieras —bufé enojada—. Ahora me queda más claro en donde debo dejarte.

—Da igual —rió ella dando algunas vueltas a su sitio—. También estás encerrada, si abres esta jaula no me estarías liberando, solo estarías agrandando el espacio por donde pueda moverme. Tú no puedes darnos ningún beneficio.

Comencé a alejarme de Dalila, lo que decía me afectaba demasiado. Su conclusión rozaba la fantasía. ¿Un lavaje cerebral? Podía ser muchas cosas, pero elegía la opción más descabellada. Además, ¿qué era eso de "es como yo"? Sí, súper bello, ¿y...? ¿Y qué era eso de que me haría carne picada? No, había algo más. Pero mi maldito padre me había dejado sin un mísero llamado, no me dejaba con otra opción que comerme los codos, esperando mi oportunidad para aturdirlo con decenas de preguntas.

Will me seguía, y Paris gritaba:

—¡Hey, Conejita, pásame algo de comer, hoy no nos alimentaron!

Lo ignoré por completo, mi vida era un caos, y solo tenía una cosa en mente: a mi padre.

Una cosa era querer protegerme; otra, más grave, era secuestrar las personas que suponía que querían perjudicarlo. Un lavaje cerebral no tenía un puto sentido en la historia, aunque lo anoté en el muro:

"Will = ¿lavaje cerebral?"

Mi padre era un hombre de bien, no solo un apasionado por la ciencia, sino que se entusiasmaba en buscar soluciones para mejorar la calidad de vida de las personas. Sus valores eran de humildad, empatía y amor al prójimo.

Era un filántropo intachable. A pesar del dinero y la fama que podría tener, siempre me enseñaba el valor de la responsabilidad en el mundo de la ciencia. Por eso, a pesar que podía estar conduciendo autos deportivos en Las Vegas o Dubai, despilfarrando su dinero y utilizando su apellido a mi favor, seguíamos viviendo en Marimé, yo tomaba el autobús y estudiaba en la universidad.

No era más ni menos que nadie.

Por eso la situación me era incomprensible.

Las piezas no encajaban, tenía una laguna y eso sacaba lo peor de mí.

Me senté frente al monitor, más que nada en el mundo quería escuchar el ¡pi, pi, pi! de su llamado, pensaba en qué le diría primero. Podría reprocharle por no haber llamado el día anterior, o burlarme de él por haberle abierto la puerta a Will.

En tanto, mi acompañante comía su almuerzo y miraba una película. No podía asegurar si comprendía algo luego de lo dicho por Dalila. Prefería creer que Will tenía algún tipo de mutismo selectivo, sin embargo eso abría otros interrogantes, ¿por qué mi padre tenía un joven así encerrado como un animal?

Las horas pasaban y el llamado no llegaba.

La película terminaba y yo preferí ir a darme un baño. Ya no encontraba formas de que pasara el tiempo. No obstante, apenas salí por la puerta sentí mi cuerpo tambalearse.

Quizás había sido el hecho de no haber comido.

Quizás el estrés.

Quizás el encierro.

Quizás tantas cosas me pasaban que ya no estaba segura de nada, y al momento de desmayarme no me importó volver a despertar.

Pero lo hice, desperté más tarde, en medio de la noche, con Will a mi lado.

Él dormía... y también estaba hablando.

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