14. Elefante
"Una memoria de elefante es buena para recordar
el pasado y no tropezar con la misma piedra dos veces."
Por la mañana, cuando desperté, palpé el sitio en donde me encontraba, asimilando que seguía en el bosque. Abrí los ojos, y no vi a Frank. Froté mis ojos y oí algunas voces fuera.
—Ya está... —decía Mamba—, se ha calmado.
Salí de mi refugio y vi como todos rodeaban a Frank, desvanecido en el suelo.
—¿Qué sucedió? —fui a él de inmediato.
—Otro ataque —respondió Morgan—. Hace un momento salió de la tienda arrastrándose y luego comenzó a convulsionar.
Me tranquilicé al ver que respiraba calmado, y que poco a poco se reincorporaba como siempre. Aunque bien sabía que era algo temporal, los ataques continuos eran motivo de preocupación.
—¿Y si necesita de algún medicamento? —pregunté—, quizás llevaba un tratamiento.
—Es posible, Conejita —dijo Paris, dando vueltas al recinto—, pero no podemos ir a un hospital y pretender que atiendan a un anómalo epiléptico y mudo. Sería una pérdida de tiempo.
Tenía razón, por el momento no podía hacer nada por Frank, tan solo rogar que no le sucediera nada grave, mantenerme a su lado y contenerlo en sus ataques.
—Si pudiéramos regresar a casa... —dijo Bran, lo miré interrogativa y el prosiguió—: allí hay gente especializada en atender anómalos.
—Lo que le sucede a Frank es producto de algo que desconocemos —rumió Dalila, colocando sus brazos en sus caderas para lanzar un largo soplido.
Ni siquiera ellos sabían que le podía estar sucediendo. Mi padre lo había conformado como un ser biológicamente superior, pero alguien había destrozado su psiquis. Alguien sin escrúpulos había osado sobrescribir el trabajo de mi padre, ¿pero quién?
Mi "investigación" tenía más baches que certezas, miles de hipótesis, nada sustentable, ninguna prueba de nada.
¿Qué me aseguraba que los anómalos no fueran unos mitómanos? Que eran psicópatas lo daba por sentado, pero ¿el próximo eslabón humano? Otra cosa, ¿qué llevaban en la conservadora de plástico espumoso? ¿Cervezas? Decían querer ir a un laboratorio para analizar los embriones de mis cuatrillizos, pero esa irrealidad no me la tragaría. Solo había tenido relaciones una vez con Max y había usado condón, y, como mucho, habría quedado embarazada de un solo niño.
Con la cabeza más fresca, decidí comenzar por el principio, la raíz de todo mal. Así como una vez la madre de Paris lo había hecho, yo tenía que ir a la fuente del conflicto. Considerando que mi padre era historia, me quedaba una alternativa. Antes de ir al laboratorio, tenía una parada que hacer. Arranqué el motor de la camioneta, mientras mis "queridos evolucionados" guardaban todas las cosas de la noche anterior.
—¿Vamos a comer, Conejita? —preguntó Paris acomodándose a mi lado—. Se me antoja carne y verduras grilladas con papas a la crema.
—A mí se me antoja que te calles —gruñí al igual que mi motor—. Vamos a ir a la casa de mi abuelo, vive en los campos de Marimé, a algunos kilómetros de aquí.
—Así que nos llevaras a la casa de tu abuelito —comentó Dalila, asentándose encima de Bran—. ¿Vamos a hornear galletas de jengibre?
Evité responder con insultos y conduje derecho, siguiendo el camino de memoria. La casa de mis abuelos consistía en un amargo recuerdo de la infancia. Ellos no querían mucho a mi padre, tampoco me querían a mí. El motivo se debía a que el pensamiento de ellos era conservador, no podían aceptar las ideas revolucionarias de mi padre. Lo creían desviado e inmoral, una aberración.
No tenía alternativa. Ya estaba cruzando los maizales de la estancia, hasta aparcar cerca de la modesta cabaña en la que mi padre se había criado.
La polvareda ensuciaba los vidrios, pero ya distinguía la achacosa morada a punto de caer. Mi abuelo no aceptaba un solo centavo de la fortuna endemoniada de su hijo. Él se valía de su maíz, sus tomates, sus gallinas; y desde que mi abuela había fallecido, todo parecía estar descomponiéndose con más avidez.
Vi un cuerpo delgado y encorvado salir a recibir las visitas con una escopeta en la mano.
—¡¿Quién es?! —preguntó apuntando al vehículo.
Detuve el motor y bajé sin preocuparme por su senilidad.
—Soy yo, abuelo —farfullé y el frunció el ceño.
—¡Hija del demonio! —gritó afirmando su agarre en la escopeta, alcé las manos a pesar que lo creía incapaz de matar—. ¡Lárgate de aquí!
—Basta de juegos, abuelo —siseé bajando los brazos y avanzando a él—. No vine a matar a tus gallinas. Papá ha muerto. Lo mataron.
La confesión fue brusca y espontánea, pero suponía que le daba igual.
—Ha tenido lo que merecía... —rumió el viejo sucio, y le clavé mis pupilas con cuanto odio pude. Pero él me desafió—: alguien ha hecho justicia, tiene mi respeto.
Sonreí de lado, mientras el viejo miraba a mis acompañantes descender.
—¿Tu respeto? —pregunté aguantando la rabia de querer escupirle entre ceja y ceja—. Hubo una matanza, y quizás mi padre no haya sido el mejor tipo del mundo, pero quienes lo asesinaron tampoco, y tú menos, viejo hipócrita.
—Pequeña rata... —protestó.
Lo aparté de un empujón, y sentí las risitas de Paris y Morgan.
—Tengo que hacer una investigación —dije ingresando a la casa—. No molestes, no tengo ganas de escuchar tus delirios místicos.
Lo oí murmurar algunos insultos, cuando supo que no podría contra todos nosotros con su miserable escopeta. No me importaba, estaba en el nido de mi padre, el sitio en donde había vivido por lo menos hasta los dieciocho años.
—¿Por qué te odia tanto? —preguntó Morgan mientras subíamos las escaleras hacia las habitaciones.
No podía responder con certeza, a lo mejor me odiaba porque odiaba a su hijo, y, como era su padre, siempre había sabido que clase de persona era.
—Es un viejo de mierda —rumié—. Si mi padre tuvo defectos, los ha heredado de él.
Me dirigí al ático de la cabaña, en donde se encontraban las pertenencias más antiguas de mi padre. Di algunos saltos hasta alcanzar la cadena que desplegaba la escalera hacia ese oscuro y recóndito sitio con olor a humedad.
Comencé a subir sin fijarme en los demás. Aunque bien sabía que me seguían, no pretendían quedarse cerca de mi abuelo, aunque pudieran matarlo.
Trepé hasta subir por completo a aquel minúsculo sitio que me intoxicaba con su polvo. Sacudí mis manos llenas de tierra en mi ropa, y encendí el bombillo que colgaba en el techo. Pude ver que, en los tres metros cuadrados, se hallaban unas cuantas cajas y algunos artilugios de poco valor.
—¿Qué buscas con exactitud, Conejita? —Paris miró por encima de mi hombro—. Me estoy ensuciando.
Él observaba todo con cierto asco, el asco que le faltaba para matar o violar. En tanto yo me disponía a hurgar en todo lo que allí hubiera.
—Cualquier cosa —dije abriendo algunas cajas y solo encontrándome con basura—, algo que me lleve a conocer a mi padre desde el principio. Las opiniones no me sirven para nada. Ni siquiera la idea que yo tenía formada de él. Debo actuar con profesionalismo, hacer de cuenta que era un perfecto desconocido.
Morgan apareció a mi lado como un fantasma, de inmediato emprendió a ayudarme con mi búsqueda. Asimismo lo hizo Bran y Mamba. En cambio, Paris decidió marcharse antes de empolvarse las manos, lo mismo hizo Dalila, a lo mejor podía llevarse bien con el viejo cascarrabias. Respecto a Frank, bueno, él no servía para ese tipo de tareas.
—Resultaste ser bastante fría y calculadora, Alegra Hyde... —rumió Morgan, fijando su oscurecida mirada en mí—. Cualquier ser humano normal ya habría enloquecido en tu situación, ¿te das cuenta de eso?
—Creo que nadie ha estado en mi situación como para que puedas compararme —siseé, casi olvidando con quien trataba—. Hago lo que puedo, lo que considero correcto. De todas formas agradezco que me ayuden con esto.
—A nosotros también nos compete —comentó Mamba, ella revolvía algunos papeles que dejaba en una bolsa apartada, ya que consideraba de poca importancia—. También me interesa saber más sobre mí. A diferencia de Paris, a mí me hicieron sin consentimiento de mis padres. Hyde trastocó mis genes para experimentar, creo yo que a tu padre le importaba más su investigación que el dinero que le dejaban las fecundaciones.
Un sabor amargo inundó mi boca, el comentario de Mamba fue como un puñetazo a mi estómago. Me dolía creer que mi padre era un demente inescrupuloso.
—¡Aquí está lo importante! ¡importantísimo! —exclamó Bran, quien desplegó una variedad de objetos que yo habría considerado inútiles—. ¡Por eso lo áticos son geniales! ¡Están llenos de basura interesante! ¡Solo tienes que relacionar todo y te darás cuenta!
Fotografías, apuntes, algunas cartas, postales...
Empecé revisando las fotos, en algunas mi padre estaba en la universidad, cuando era muy joven, en otras se hallaba en premiaciones y fiestas de los nobeles, algunas en su laboratorio, con su equipo de trabajo más cercano y sus aprendices, siempre muchachas que no pasaban los treinta. Incluso en algunas estaba yo de pequeña, metida en todo ese gentío de personalidades importantes.
Las cartas y postales guardadas eran de un tal doctor en psiquiatría, Daniel Dorsett. En uno de sus escritos, comentaba de manera amistosa sobre sus vacaciones, también que escribiría un libro y que lo invitaba a su conferencia en cuanto lo publicase, incluso le ofrecía una invitación al hotel donde pararía. No era la relación de un doctor y paciente, más bien la de dos amigos muy íntimos.
En una de las tantas fotografías de casa, mi padre y yo posábamos al lado de un hombre de unos cuarenta, muy pulcro y bien vestido. Ese mismo hombre estaba en todas las fotografías que Bran había apartado. Sin embargo, esta era especial, porque revelaba su identidad en el reverso de la misma: "cumpleaños de Alegra, junto a Daniel".
—Ese tal Daniel Dorsett podría saber más de mi padre, tenía que buscarlo para interrogarlo —murmuré—. ¿Cómo seleccionaste la información tan rápido, Bran?
Eso era lo sorprendente, por no decir "sospechoso".
—¿No lo sabes? —Bran abrió sus ojazos—, es una habilidad, o un defecto... no sé si tu padre lo hizo intencional, pero todo lo que veo queda grabado en mí como una fotografía; recuerdo detalles mínimos de los eventos, de todo lo que me rodea. No olvido nada, soy una grabadora humana.
—Incluso dentro de los anómalos hay anomalías —susurró Morgan en mi oído, la piel de gallina me brotó hasta los párpados—. ¿Por qué crees que nos tenían apartados de los otros tres?
Pestañé rápido, algo se movió en mi cerebro. Miré a Morgan frunciendo el ceño, nunca lo había pensado, ¿a lo mejor porque las celdas estaban repartidas? ¡Qué sé yo! ¿Era intencional? Algo era seguro: cada vez daba más asco como detective. Si salía de esa situación me cambiaría de carrera.
—¿Así que son más especiales que Paris? —pregunté casi en broma.
—De los seis cautivos —comenzó Morgan—, nosotros tres les servíamos más. Bran recuerda todo en detalle, es la fuente más confiable de datos.
Ahora me daba una idea porqué se encontraba en peor estado. Era el único capaz de decir todo con exactitud: dónde vivían, cómo y demás... Pero no había largado ni una sola palabra.
Morgan hizo una media sonrisa, percibía mis meditaciones, entonces continuó:
—Yo tengo un buen olfato —dijo acercando su nariz a mi cuello para inspirar con fuerza—, puedo diferenciar los aromas de las especies... humanos, anómalos y demás. Soy un rastreador de sangre.
<<¡Diablos! ¿Será cierto?>>
—¿Y tú, Mamba? —pregunté para evitar que Morgan siguiera oliéndome—. ¿Cuál es tu súper poder? —bromeé, aunque no me reí. Nadie se rió.
Ella se encogió de hombros.
—Creo que me tu padre me dejó allí porque habité las instalaciones de sus enemigos, podía aportar datos por ese lado, aunque no demasiado —confesó, era creíble—. Pero... si lo pienso por otro lado, me considero una genetista tan grande como tu padre —Mamba amplió una sonrisa en la que todos sus dientes lucían como perlas preciosas.
—¿Cómo mi padre? —pregunté rápido, siendo insultante.
Es decir, se comparaba con un genio.
Ella arqueó una ceja y frunció sus labios.
—Me dediqué mi vida entera a estudiar el trabajo de Hyde —confesó más seria que antes—. No me crié cerca de otros como yo, hasta hace poco los demás me pusieron al tanto de una comunidad de anómalos. Por mí misma dilucidé lo que era, descifré mi propio código genético, el secretillo de Hyde.
No tenía que mentir. A lo mejor por eso querían ir a un laboratorio, a analizar lo que tenían en la conservadora con las habilidades de Mamba. Preferí no hacer más comentarios al respecto, al menos Bran servía de algo. Ahora tenía un nuevo objetivo: encontrar a Daniel Dorsett para un interrogatorio.
Descendimos del ático y sacudimos la polvareda de nuestras ropas. Paris dormía en la habitación de huéspedes, Dalila aguardaba en la camioneta y Frank veía la televisión junto a mi abuelo que dormía en su sofá.
Necesitábamos quedarnos un momento más para ubicar al doctor Dorsett. Para mi suerte (si es que a veces la tenía) Bran, además de ser una máquina recopiladora de imágenes y datos, también era un cleptómano. Él ya estaba guardándose algunas cosas de mi abuelo entre sus calzones, no tenían mucho valor, pero no iba a juzgar sus rarezas mientras fueran las más inofensivas del grupo. Lo importante de esto era que tenía una laptop por ahí, la cual me serviría para buscar a ese misterioso conocido de mi padre. Comencé a teclear sin perder tiempo.
—Daniel Dorsett... —murmuraba buscando algún dato conciso—. ¡Aquí! Daniel Dorsett, psiquiatra. Hay un teléfono de su consultorio.
No lo pensé dos veces, marqué rápido, y el tono de espera me paralizó. No tenía idea que pasaría, ni siquiera tenía idea que decir.
—Clínica Dorsett —dijo la voz de una muchacha al otro lado de la línea.
—Ho-hola, ¿se encontraría el doctor Dorsett? —tragué saliva—, soy Alegra Hyde.
—¡¿A- Alegra Hyde?! —bramó la mujer, casi horrorizada—. ¡En seguida la comunico!
En ese momento lo creí como un golpe de suerte, era lo que buscaba, contactar con ese hombre lo más rápido que pudiera.
—¿Alegra...? —preguntó la voz de un individuo—, ¿de verdad eres tú?
La extrañeza me invadía, la forma familiar con la que hablaba me daba mucho que preguntar.
—Disculpe, doctor Dorsett —comencé diciendo—, he visto unas fotografías de usted y mi padre, pero no lo recuerdo.
—Claro que no... —Él lanzó un suspiro—. Eras muy pequeña.
—He visto que usted era amigo de mi padre, yo necesito hablar... —la voz me tembló, pero seguí—, están sucediendo muchas cosas y es necesario conversar personalmente.
—Puedes venir a mi consultorio cuanto antes —dijo, percibiendo mi súplica—. Imagino que debes necesitar apoyo, he visto las noticias esta mañana.
—¿Las noticias? —pregunté confundida.
—Mi más sentido pésame.
Al fin era pública la muerte de mi padre.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top