12. Asno

"Era el símbolo indiscutido 

de la ignorancia y la estupidez".


Desperté presa de un intenso dolor en todo mi cuerpo, recostada en algún sitio pequeño, con sábanas húmedas y pegajosas. El ambiente apestaba a desinfectante barato, el ruido de metales y voces lejanas me aturdían.

Abrí mis ojos y no reconocía nada. Una habitación de cuatro por cuatro, mohosa y desteñida, una camilla maltrecha con sábanas manchadas de sangre y suero conectado a mis venas.

Era un hospital de mala muerte, uno de pesadillas.

Me levanté sintiendo agujas en todo mi ser. Caminé descalza hasta la salida. Abrí la puerta y en un pasillo escuro estaban ellos: mi desgracia personificada.

—¡Conejita! —Paris vino a mí, noté que no sonreía.

¿De verdad se preocupaba por mí?

Todos los demás me acecharon de igual manera.

—¡Vuelve a la habitación! —ordenó Mamba, con un tono imperativo de temer.

—Lo siento —me disculpé porque esta vez sabía que yo traía problemas—. Compré las pastillas para dormir... y ya tenía el estómago revuelto, tomé cerveza caliente y fumé... Supongo que me descompuse.

Ellos se miraron entre sí, no podía suponer que pasaba por sus cabezas, pero enseguida Frank me sonsacó de mis pensamientos alzándome en sus brazos para colocarme en la camilla.

—Descansa un poco más —dijo Bran—. Tenemos que partir pronto, pronto, pronto.

Asentí, quería irme de allí cuanto antes. Además, ya pensaba en buscar un refugio para pensar en cómo seguir adelante. Un silencio se hizo entre todos, hasta que una enfermera, vieja y amarga, ingresó murmurando algunos insultos, portando una pequeña caja conservadora de plástico espumado que entregó a Frank. Éste la sostuvo, me preguntaba que habría dentro, ¿medicamentos?

—¡Desocupen la habitación! —berreó como si yo fuera basura—. Ya me hicieron limpiar bastante sangre.

¿Sangre? Sí, algo recordaba. Había visto sangre, pero no heridas. No tenía idea. A lo mejor no era mía.

Tomé mis pertenencias y subimos a la camioneta otra vez. Al arrancar, vi el asiento trasero empapado de sangre, incluso podía oler el hediondo hierro infestando todo el vehículo. Además Bran y Morgan traían consigo dos cajas medianas dentro de unas bolsas negras.

Paris iba a conducir, y antes de arrancar pregunté:

—¿Qué es toda esa sangre?

—No importa, Conejita —susurró Paris—. Fue una noche larga.

Mi respiración se entrecortó, mi pulso se aceleró, no quería preguntarlo dos veces, pero me obligaban a hacerlo.

—¿Qué mierda pasó?

—Abortaste a tus cuatrillizos —dijo Dalila con la vista en la ventana—. Estabas embarazada de cuatrillizos, Conejita, ahora están en la caja que lleva Frank.

Ella se volvió hacia mí con su mohín maliciosos de lado a lado.

<<¿Qué mierda dice esta idiota?>>

Vi, en ese instante, como ninguno contradecía las palabras de Dalila. No reaccioné, mi mente quedó en blanco. Era demasiado para ser real, así que lo interpreté como parte del humor negro que solían usar.

Apoyé mi cabeza en el asiento y dejé que Paris condujera, que me llevara a donde quisiera; a la policía, al cementerio, al sanatorio mental... cualquier cosa estaría bien.

Regresamos al hotel con la peor cara del mundo, exceptuando a Paris, que aún podía sonreír y coquetear a la recepcionista.

En tanto subíamos a las habitaciones, buscaba mis pastillas para dormir.

—Es inútil —me dijo Mamba—. Solo puedes tomar analgésicos. Basta de drogas, Alegra.

¿Desde cuándo Mamba era mi mamá?

Bran le lanzó un blíster con pastillas que luego me entregó a mí. Entonces supuse que en las cajas que llevaban había más cosas robadas. Resoplé con fastidio, me costaría mucho pegar un ojo. Quise encerrarme en la habitación, pero alguien me tomó con fuerza antes de que pudiera cerrar la puerta.

—¡Auch! —grité ante el brusco agarre, y al levantar la vista vi que era Frank. Plisaba el ceño con disgusto—. Déjame sola. Tienes tu propia habitación.

La mano dura y callosa de Frank me apretaba más fuerte, quería meterse a mi habitación como fuera. Rechiné mis dientes, estaba saturada de él, cansada de todos.

Tal vez fue por el estrés extremo, pero me zarandeé con fuerza para que me dejara ir. Él único que no hacía nada, era quien se ganaba mi descarga de odio.

—¡Suéltame! —berreé, y vi que todos los demás veían con curiosidad la situación.

Frank no me soltó, tensionó su agarré hasta hacerme crujir los huesos. Chillé del dolor, y con ello comencé a llorar.

Era mi límite.

—¡Déjame! —grité furibunda, aún más agitada y nerviosa, sintiendo mi rostro empaparse en llanto.

Cuando Frank parecía volverse más rabioso, fue que los demás acudieron a separarnos.

—¡Cálmense! —se interpuso Mamba.

Dejé de zarandear mi brazo, considerando que Frank no dejaría ir, y me hacía más daño yo que él. No obstante mis lágrimas no dejaban de caer, así y todo traté de sostener mi mirada enojada sobre los grisáceos orbes de quien me sostenía.

—¿Por qué lloras, Conejita? —Paris se acercaba con ese cinismo que me envenenaba—. ¿Es por lo de anoche, verdad? Por lo que te dijo Max de tu forma de ser.

Quise contar hasta diez, quise frenar mis lágrimas para refutar sus idioteces, pero no pude siquiera tomar aire. Mi respuesta salió de mi garganta como el vómito que me había tragado la noche anterior.

—¡¿Crees que lloro por lo que ese idiota dijo de mi cuerpo o mi personalidad?! —vociferé, y no me importó que todo el mundo oyera—. ¡Hay una pirámide de cadáveres en mi casa y mi padre está en la cima! ¡Era un criminal! ¡Pagó para que se acostaran conmigo y luego me secuestró! ¡Estoy rodeada de homicidas degenerados! ¡¿Acaso puedes darte una idea de lo que estoy pasando?! ¡Ni siquiera yo puedo procesarlo!

Paris abrió su boca dispuesto a decir algo, pero de inmediato la cerró. Era un alivio, pues con mi puño libre estaba dispuesta a pegarle.

—Entendemos tu malestar —dijo Mamba, bien sabía que no era así—. Pero Frank quiere estar acompañarte, ¿acaso no lo ves? No va a hacerte mal.

<<¿Estar conmigo? ¿Por qué?>>

Miré a Frank una vez más, mi pecho aún subía y bajaba. No lo entendía y no quería entenderlo. Su mirada no me decía nada, tampoco sus labios sellados. Entonces, al calmarme, sentí que su mano se iba soltando, creí que al final podíamos ir a la habitación. Pero sus piernas temblaron..., y luego lo hizo todo su cuerpo.

Frank se desplomó con los ojos hacia atrás, dejándome estática, culposa.

Era otro ataque de epilepsia. Se retorcía desesperado y lanzaba espuma por la boca. Temblaba, sus músculos tensos parecían a punto de romperse. Sus dientes apretados se quebrarían por la presión que ejercía sobre ellos. No podía hacer nada cada vez que eso sucedía ¡no podía hacer nada por él!

Los chicos se abalanzaron sobre Frank y lo contuvieron, ese desesperante e intenso instante en el que el ataque se disipó dejándolo inconsciente en el suelo.

Mis piernas se aflojaron y caí de rodillas en el pasillo sobre la sucia alfombra del hotel.

Unos brazos me levantaron, era Morgan, podía oírle canturrear en tanto me arrastraba a la habitación junto a Frank.

Bran alzó a Frank y lo colocó en la cama de nuestra habitación, me sorprendía que pudiera elevarlo con tanta facilidad. Morgan lo hizo conmigo y colocó un beso en mi frente, estremeciéndome.

—Descansen —musitó, enseñándome todos sus filosos dientes en una sonrisa—. Cuando estén calmados hablaremos.

Tragué saliva con fuerza. Todos se retiraron y nos dejaron a solas sin darle más importancia a la epilepsia de Frank. ¿Podría descansar? No, nunca más lo haría, nunca más pegaría un ojo sin tener pesadillas horribles. Mi perfecta vida se había ido al mismísimo carajo, y me quedaba corta. Aun me preguntaba si no me había vuelto loca, quería creer que sí. Quería que me despertaran de un electro shock en un manicomio y me dijeran que era la hora de las visitas. Prefería mil veces eso, prefería que todo fuese una ilusión a una vil realidad.

Miré mi muñeca, con lentitud se entintaba en morados y púrpuras tras el agarre de Frank. Entonces, una vez que escuché su leve ronquido, pude pensar en los frutos recolectados en la noche para luego anotarlos en mi libreta.

¿Lo que decía Max era cierto? Podía suponer que sí. El inicio de todo comenzaba hacía un mes con los secuestros de los autodenominados "anómalos", hijos productos de las fertilizaciones artificiales de mi padre, al mismo momento que lo mío y lo de Max. Así y todo seguía siendo una idea muy retorcida para ser cierta. ¿Acaso mi padre pretendía distraerme de sus asuntos? Era innecesario, ya bastante distraída estaba con el estudio, no necesitaba pagarle a alguien. El problema mayor era justificar a sus amigos muertos en mi sala. Era complejo pensar que Max hubiera inventado toda una historia en un momento de fracaso.

No quise creer en Max, decidí pensar que era una mentira producto de la frustración al ser abusado por Paris. Decidí pensar que había sido en vano ir a buscarlo. No quería creer en su testimonio a pesar de ser mi idea.

Me acurruqué al lado de Frank, prefiriendo pensar en cosas banales por un instante; en la perfección de su piel color vainilla, en la esponjosidad de sus labios pálidos, en lo espeso de sus pestañas negras. Mi padre había sido bueno con su trabajo, seleccionando los rasgos más favorables. Era agraciado por donde se lo mirase. Diseñado como una encantadora telaraña en donde enredarse como mosca. Por otro lado era triste, Frank no presumía de su belleza, de hecho no podía presumir de nada, era una víctima más.

No me lo explicaba, la fecundación artificial no era un secreto, las investigaciones de mi padre eran patrimonio de la humanidad. O eso había creído, la clave estaba en averiguar que era un anómalo, esa nueva palabra que aguardaba un mundo de sombrías incógnitas.

Para mí no eran más que personas hechas a la carta; sin miopía ni varices, ni diabetes o celiaquía, inmunes a enfermedades congénitas, virus y bacterias. Daba igual, eso no los hacía exclusivos. La belleza de nada servía; era un agregado superficial, que podía perfilarse como una característica perturbadora en un universo distópico. Por otra parte, su inteligencia era promedio, exceptuando por lo visto de Frank (en las computadoras), no podía decir que eran superdotados cuando carecían de toda lógica. No eran armas gubernamentales, no tenían súper poderes, y cualquier médico podía hacerlos en su laboratorio; entonces, ¿qué era lo que se buscaba de ellos?

—Frank... ¿quién eres? —pregunté, y no respondió—. Lamento haberte tratado mal, estallé de la peor forma, pero, a pesar de todo, tu compañía me agrada. O quizás me siento muy sola, por eso me conformo con que no digas nada.

Tuve la esperanza de que volviera a pronunciar mi nombre, pero no lo hizo por más que esperé, y esperé. Tampoco pude dormir hasta que el sol comenzó a descender. A lo mejor descansé unos veinte minutos, más de eso me fue imposible sin mis pastillas.

Me espabilé cuando un ligero cosquilleo se hizo presente en mi muñeca. Fui abriendo mis ojos y vi que Frank estaba despierto, rozando con sus dedos en sitio exacto en donde me había lastimando antes. Analizaba los resultados, un horrible hematoma y, posiblemente, un esguince. Todavía me punzaba.

Corrí mi mano de él, recibiendo una mirada ceñuda.

—No debí enojarme contigo —musité percibiendo culpabilidad—. Pronto sanará.

Frank se levantó de la cama y se dirigió al baño. Yo me quedé un rato más apreciando la ventana que daba a los suburbios. El atardecer caía en grises apesadumbrados, y no me sorprendía que la policía no estuviera buscándome. Ni un solo patrullero por los alrededores. Encendí la televisión y no hubo rastros de alguna noticia sobre mi padre y un múltiple homicidio. A lo mejor, debido a la delicadeza del crimen, no querían hacerlo público.

A lo mejor, era peor de lo que pensaba.

Frank salió del baño con la cara empapada, en vez de secársela con la toalla lo hizo con su camiseta. Pude evaluarlo un poco mejor, tenía su cuerpo trabajado, entonces me preguntaba si siempre había sido mudo, o traumado, o lo que fuera. Dudaba que en ese estado se le diera por ir al gimnasio. Agité mi cabeza ante la intensidad de mis pensamientos estúpidos, entonces nos fuimos de la habitación.

En el pasillo, para mi suerte o desgracia, los demás discutían en susurros, los odiaba, odiaba que todos supieran algo y yo no.

—¿Durmieron bien? —preguntó Morgan, ampliando su sonrisa.

—Lo habría hecho con mi clonazepam.

—Te queremos viva, Conejita —dijo Paris, con una mirada amable—. Esperamos que estés más relajada, es hora de hablar de lo importante.

Paris trató de fingir formalidad, pero su mueca feliz se dibujó por sí sola en su rostro.

—¿Así que se van a dignar a hablar, "anómalos"? —pregunté cargada de insolencia—. Más les vale ser sinceros, tenemos el reloj en contra para que sigan desconfiando de mí. Además, considero que puedo seguir sola, y ustedes pueden hacer lo que quieran sin mí.

Dalila soltó una risita.

—¿Tú sola? —preguntó—. Seguirías encerrada bajo tierra en tu propio jardín, o te habrían matado en la sala de tu casa, o Max no te habría dicho nada. ¡Agradece al menos!

¿Agradecer? Nunca. Estar viva no me ponía feliz, porque se debía a crímenes terribles. No quería comenzar otra disputa innecesaria, yo no creía que el fin justificara los medios, ellos sí. Callé porque esta vez quería escucharlos con mucha atención para que no me embaucaran.

—¿Estás segura que quieres saberlo todo, todo? —Bran pestañeó rápido al hablar—. ¿Quieres saber qué es lo que buscan de nosotros? ¿Quieres saber que es un anómalo? ¿Quieres saber el mayor logro de tu padre?

—Es lo que vengo preguntando desde un principio —dije, miré a Paris y a Dalila, ellos lo sabían bien.

—Es nuestro secreto —masculló Dalila, evitando verme a los ojos—. Lo protegíamos, debemos preservarlo porque tenemos todas las de perder.

—Agradezco su predisposición para aportarme datos —respondí, noté un malestar general.

Miradas serias y otras esquivas, al fin obtendría un dato jugoso.

—No te estamos aportando datos —indicó Morgan, reflejándome en su mirada—. Te estamos haciendo parte de nosotros.

Fruncí mi entrecejo, ¿parte de ellos? ¿Acaso pretendían que fuera cómplice de sus crímenes? ¿A qué se referían?

—Cuando sepas todo... —musitó Mamba, y casi sonó como una amenaza—, deberás proteger el secreto, deberás quedarte con nosotros para siempre. Tu boca se sellará y la honestidad al grupo tendrá que ser más fuerte que cualquier ambición personal.

Los analicé confusa, era demasiado dramatismo, pero parecía ameritarlo. Muertes, secuestros, robos, mafias... ¡tantas cosas que no sabía con claridad! Tras ellos había algo grande, quería saberlo porque saciar mi curiosidad era mi ambición personal y si para ello querían mi honestidad, la tendrían.

—Está bien —respondí rápido—. Díganme todo.

Ellos se sonrieron e intercambiaron miradas.

—No es el lugar más apropiado —expresó Morgan viendo los alrededores.

—¡Bueno, vayamos a una plaza o algo! —comenzaba a exasperarme con tanta intriga.

—No es algo para hablar a la ligera —dijo Paris, achicando sus ojos destellantes—. Conejita, si te metes en este pozo lejos estarás del País de las Maravillas. Piénsalo, todavía estás a tiempo de salir de esta mierda.

Carcajeé un poco por las frases ocurrentes de Paris. ¿Meterme en un pozo? Ya estaba en uno bastante profundo, nadando en aguas cloacales. No existía forma de caer más bajo, no existía forma de volver atrás, de retomar una vida normal.

—Y yo que pensaba que eras el gato de Cheshire —bromeé, aunque lo hice con amargura—. Basta de juegos, ¿qué más quieren de mí para darse cuenta que no tengo nada que perder?

—Tú no, nosotros sí —dijo Dalila, saliendo del motel seguida de Bran y Morgan.

Podía ser que fuera verdad, a diferencia de mí, ellos hablaban de regresar a un "hogar" cosa que yo ya no tenía.

Intenté ser prudente y no hice comentarios alrespecto. Entregué las llaves de la camioneta a Paris y el condujo por laciudad, guiándose con el GPS. Buscaba un lugar propicio para hablar, al finallo encontró en las espesuras de los pequeños bosques en los límites de Marimé.

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