CAPITULO 91
Andrew.
Mirar por el retrovisor y ver aquellas dos camionetas negras solo lograba que el volante fuera extragulado por mis manos. No sabía que estaba apretando la mandíbula hasta que empezó a doler.
Las luces que iluminaban la calle a mi costado cada vez pasaban a ser solo reflejos. Pero todavía por medio de ellos, seguía viendo aquellos vehículos que me seguían.
Estar en ese estado en el que el cuerpo empieza a ser el principal espectador de tus emociones es aterrador, podía sentir como los vellos de la nuca se alzaban. Cómo aquel cosquilleo iba desde la palma de mis manos hasta la punta de mis dedos.
Sin pensarlo, crucé dónde no debía intentando perderlos, no funciono. Un gruñido salió de mi garganta al mismo tiempo que pisaba el acelerador. Mi cabeza latía, mis manos sudaban al mismo tiempo que cada vez movía más rápido el volante.
Nada, seguían ahí.
Tenía tanto tiempo viviendo en esta cuidad que mi subconsciente se movía solo, parecía que solo mi memoria por las calles era lo único que tenía movimiento la camioneta. Al ver por el retrovisor y notar que tenían casi la misma seguridad que yo por las calles, me hizo saber que estaba intentando desviar a alguien que se conocía el lugar casi tan bien como yo.
—¡Maldición!—ladré al aire, desviando la dirección del camino hacia otra calle.
Sentí como mi pie se hundia cada vez más y más en el acelerador.
Seguían ahí.
—¡Andrew!—la voz de Annie logró que mi cuerpo diera un respingo.
160km por hora.
—Mierda..—murmuré mirando las calles, casi estábamos por el puente, a las salidas de New York.
Cómo si me hubieran regresado a donde estaba, me desvíe de nuevo, pero está vez hacia el primer terreno en blanco que ví. Sintiendo como el motor me lo agradecía bajo mis manos, los neumáticos poco a poco dejaron de rechinar, y mi respiración se volvía cada vez más fácil de obtener.
«¿Qué hice?»
Cuando lo sentí lo suficientemente estable, frené en seco, apagando el motor antes de abrir la puerta y lanzarme a pisar tierra. Al momento del aire frío llenar mis pulmones, la inquietud y el pánico empezaron a hacer su aparición.
Apreté mis ojos con fuerza con mis manos, evitando en todo lo posible que aquellas gotas de agua salada bajarán por mis ojos.
«No estaban permitidas, no estaban permitidas..»
Sólo de pensar en lo que pudo haber pasado si algún vehículo hubiera tomado la dirección equivocada, de lo que pudo haber pasado si aceleraba mucho más, de si no tenía el control suficiente para poder frenar.
Confiaba en mí mismo, sabía que nunca iba a ir hacia algún sitio que no conociera. Pero en vez de concentrarme en que algún desconocido aún peor que yo nos pudiera chocar de frente, solo pensé en desviar a los de atrás.
Poniendo en riesgo a Annie.
No sabía que estaba caminando en círculos cuando unas manos se posaron a mis espaldas.
—¡No!—grité alejándome, dándole la espalda. Podía sentir su expresión herida.
—Andrew..
Negué.
—No,—seguí negando, volteandome para verla a unos pasos de distancia—: Annie, pude hacer que nos estrellaramos.
—No pasó.—murmuró intentando llegar a mi, me alejé.
—¡Pero pudo!—ladré, girando el rostro hasta las camionetas con la seguridad a unos metros de nosotros—: Esos..
No pude terminar, las manos me empezaron a temblar. La sensación de presión en el pecho era totalmente abrumadora, no tener control de mi propio cuerpo en estos momentos solo me asustaba más.
Annie había acortado lo que nos separaba, envolviendo sus delgados brazos en mi cintura. No traía su chaqueta puesta, antes de montarnos al salir de la comisaría al había dejado en los asientos traseros.
—Estas temblando,—comentó, apoyando su mejilla en la parte baja de mi pecho—: ¿Es frío?
Negué, sin poder hacer otra cosa más que intentar controlar todo lo que tenía dentro que estaba mal.
Poco tiempo después Annie había conseguido arrastrarme a regañadientes a una proximidad más cercana a la camioneta. Podía sentir en la nuca como el sudor frío, proveniente del mismo susto seguía bajando hasta llegar a mi espalda. La pelinegra, un tanto ausente a la gravedad del asunto se había decido a solo apoyarse en la puerta del vehículo a mi costado.
—¿Vamos a ir a casa?—preguntó, abrazandose a ella misma. Estaba empezando a soplar cada día más frío.
«Huele a Diciembre»
No respondí, podía ver por la esquina del ojo como aquellos vehículos que nos seguían, estaban apenas a unos pocos metros de nosotros.
—Andrew, es por seguridad.—seguió hablando Annie—: Manuel cree..
—Manuel cree muchas cosas,—la corte sin tirarme a verla—: Él cree habwe vivido todo, pero no.
Escuché como se removió bajo sus pies.
—Él solo quiere lo mismo que yo.—murmuró, y sino fuera porque sólo estábamos nosotros dos en este sitio, no hubiera sido capaz de oírla.
Alcé una ceja.
—¿Qué nos vigilen?—cuestioné, sintiendo como se me revolvía el estómago.
Negó, apretando más sus dedos en su chaqueta—: Que descanses.
Mis hombros cayeron.
—Annie, yo descanso.—extendí las manos, haciendo énfasis a mi mismo—: Nos vamos a acostar a la misma hora.
Negó varias veces, otra vez.
—Te quedas despierto, o sino cierras los ojos pero es como si tú mente no te dejará dormir. —comentó, había un ligero tono de rabia por cada palabra que decía—: Las ojeras bajo tus ojos están cada vez más pronunciadas, —alzó la vista hacia mi, la intensidad en su mirada era notoria—: Si ellos nos están cuidando, puedes dormir.
Fué mi turno de negar.
—No nos están cuidando, nos están acosando. Vigilando incluso.—la propia palabra hacia estragos en mi sistema. No solo eso, el tener a agentes cerca solo podría ocasionar algún impulso de quien está de detrás de todo esto.
«Si el desgraciado me quiere quitar a Annie yo...»
—¿Vigilar? ¡Manuel quiere cuidarte!—extendió sus brazos.
«¿Cuidarme?»
Manuel quiere cuidar todo lo que le puede llevar a un espacio fuera de su zona de confort, sin importarle si eso destruye mi tranquilidad y la seguridad de quien está involucrado. Él cree que por tener a unos sabuesos detrás de nosotros va a tener todo controlado pero no. Éso, o alerta más al culpable o lo convierte en unos ojos y oidos más cerca de mi, de nosotros.
Me separé de la camioneta para ponerme a su frente.
—¡Manuel quiere espiarme!—casi grité, sintiendo el pecho oprimido. No sabía si era lo mejor que Annie supiera de lo ocurrido hace unas noches, en mi cabeza era mejor borrarlo.—: No hace mucho le confesé a Manuel como me sentia,—agarré aire sintiendo como el frío me calmaba los pulmones—: Como me sentía contigo, le dije que iba a hacer todo lo que estuviera en mis manos para que no te apartaran de mi.
Ladeó la cabeza, sus manos cayeron derrotadas a sus costados.
—¿Le dijiste?—habia un rastro de emocion en su voz, asentí—: ¿Qué tiene que ver con esto?
—Que no lo aprueba.—alcé los hombros con desinterés—: No es como si necesitará su aprobación, pero es mi mejor amigo.—la rabia por los recuerdos estaba devolviendome la tensión en el cuello—: En vez de apoyarme o de aconsejarme para bien, lo que hace es que me juzga.
Annie mantuvo el silencio, esperando que continuara. Ella sabía que no había terminado de soltar todo lo que tenía encima. Dí los pasos que me separaban de su proximidad, alcé las manos con más necesidad de la necesaria por tomar su rostro entre mis palmas.
—Manuel no solamente opina que está mal que te quedes conmigo,—acaricié sus mejillas con mis pulgares. Mis manos debian de estar congeladas pero no pareció importarle—: Sino que está mal cada una de las cosas que hacemos, pará él eres solo una víctima y yo el que te rescató.—bajé el volumen de mi voz, encorbandome ligeramente para apoyar mi frente en la suya—: Él no entiende en absoluto que eres para mí más que una simple víctima.
El primer sollozo salió de su boca, pero no habían lágrimas.
—Annie, Manuel me vio mientras te abrazaba para dormir. Y no me moví,—cerré los ojos ante el recuerdo—: En sus ojos no había más que sorpresa e indignación.—apreté los dientes—: Esa gente que aprobaste que nos siguieran van a ser los ojos de Manuel encima de nosotros.
—Andrew..—su lamento era palpable incluso antes de que terminara.
Negué—: Ahora entiendo porque lo hiciste,—me separé lo suficiente para besar su frente—: Pero si yo no puedo dormir es porque me estoy matando la cabeza para pensar que hacer para que no te separen de mí.—una escena de mis pesadillas dónde llego a casa y Annie no está, me hace apretar los párpados—: Sólo pensar que te puedo perder hace que..
Apreté los dientes, y no lo supé hasta que los liberé al sentir la mano fría de Annie en mis mejillas. Tomándome ahora como yo la tenía hace momentos, agarré sus muñecas. Aferrandome a ellas, sintiendo como ella estaba conmigo de verdad y que mis pensamientos solo eran eso, escenarios inventados producto de mis miedos.
—No me vas a perder.—aseguró, y aquella seguridad hizo que un calor me llenará el pecho.
Cerré los ojos negandome a soltar aquellas lágrimas de agua salada. Estaba tan acostumbrado a no llorar más desde niño, que cuando querían salir aquellos drenajes de emociones se sentía como una bala atravesandome el pecho. Dolía tanto tener que reprimirlas, que muchas veces me pregunté que tan malo sería si en algún momento las dejara ir.
—¿Confías en mí?—pregunté abriendo los ojos, parecía que en ningún momento Annie había apartado la mirada. Se notaba preocupada.—: ¿Confías en mí para que te cuide?
—Si.—contestó rápidamente, fue suficiente para soltarle las muñecas para segundos después cambiar mi agarre a la parte interior de sus rodillas. Alzandola como ya me es tan familiar.
Sus brazos no tardaron en rodearme el cuello en un abrazo, apoyé su espalda a las ventanas de la camioneta pero no pareció molestarle, era el soporte que necesitaba para dejar caer mi rostro en el escondite de su cuello. Sintiendo aquella sensación se seguridad y tranquilidad que me daba cada vez que estaba conmigo, fuera sólo o con más personas, yo sabía que solo necesitaba que Annie confiara en mi para poder sentirme como el más fuerte de la ciudad.
A mí nadie me iba a sacar de la cabeza que todos los oficiales de aquella comisaría querían alejar a Annie de mi mismo. Cómo si yo fuera al que tienen que encerrar, cuando no. El que en verdad le hizo daño sigue por ahí, cada vez más cerca y en vez de preocuparse más por lo que yo tengo con Annie, todos en ese edificio deberían ocuparse de conseguirlo lo mas rápido posible.
—¿Vamos a casa?—repetí la misma pregunta que ella me habia hecho.
Annie asintió, acariciandome las orejas.
—Por favor..
Una vez que la dejé en su asiento, lancé una última mirada hacia atrás para ver de nuevo a aquellos oficiales. Debieron notar que ya nos íbamos porque las luces delanteras de ellos se encendieron.
Tomé un último bocado de aire antes de hundirme detrás del volante. No encendí el motor hasta estar totalmente seguro de que podía llevarnos a casa sin perder el control. Conocia está cuidad tanto o casi más que a mí mismo, sabía todos los atajos, todas las vías que podían haber, que podía tomar para tardar más a tardar menos.
Sino fuera porque nos seguían, hubiera tomado la vía larga para poder observar como Annie siempre apoyaba su mejilla en la ventana, moviendo rápidamente sus ojos intentando no perderse ningún detalle de las calles de la que se conocía como la cuidad que nunca duerme. Cómo se reía de forma suave cuando se distraía viendo cualquier aficionado haciendo espectáculos en la calle. En invierno se ven muchos ya que vienen las fiestas, los niños de aquí aman salir y ser público de todo lo que pueda haber diferente.
Adoraba verla tan tranquila bajo las puertas metálicas de la camioneta, la sensación de literalmente ser nosotros dos en un espacio reducido sin que sea incómodo es lo mas gratificante que me ha pasado en años.
Haría cualquier cosa por conservarnos así.
—Annie..—la llamé, interrumpiendo su observación a la vía. Ya faltaba un semáforo para llegar al edificio.
—¿Si?—podia ver de reojo como sus ojos estaban en mi.
El semáforo alumbró el color verde y avancé.
—Sabes que haría cualquier cosa por ti, ¿Verdad?—pregunté, girandome para verla unos segundos.
Estaba sonriendo.
—Si, lo sé.—dejó caer su espalda en el asiento—: Y no sabes lo mucho que te lo agradezco.
Calidez, eso era lo que me llenaba cada vez que estábamos juntos. La misma sensación se mantuvo cuando llegamos al piso, dejamos los abrigos en la entrada y mientras ella se fué a cambiar, yo me fui a los armarios en busca de sabanas limpias.
No eran muy distintas a las anteriores, solo que con otros tonos de gris. La vez que fui por el primer par, me asegure de tener repuesto que me gustara. De nada me servía tener uno bonito y los otros un desastre.
Subí descalzo, dejando la incomodidad de los zapatos en la sala. Al llegar a la habitación estaba vacía, una sensación me rugió en el estómago y me aseguré de concentrarme de que Annie solo estaba en otra habitación.
—¡Annie!—la llamé, dejando el cambio de sabanas encima del colchón.
Sus pasos rápidos hicieron eco en el pasillo, también estaba sin sus zapatos. Apareció en el marco de la puerta con el mismo jean, la misma sudadera pero con uno de los chocolates que se llevó para la comisaría, que ni oportunidad le dieron de comerselo. Ahora estaba en su mano, a medio comer.
—¿No quieres cenar primero?—cuestioné con una sonrisa ladeada al ver cómo tenía alrededor de la boca manchas de chocolate.
—Lo siento,—rio suavemente dando otro mordisco, aproximó sus pasos hacia mí—: No había comido de lo que me trajiste, me ganaron las ansias en cuanto lo saqué del bolsillo.
Negué con la cabeza varias veces mientras reía.
Las ganas de observarla como hace momentos en la camioneta me ganaron ahora a mi. Hombros caídos, una mano en su cintura y la otra sosteniendo el dulce. Mientras terminaba de masticar miraba con curiosidad las nuevas sábanas. La punta de su lengua hizo un intento de limpiar su boca de chocolate, fracasando en el proceso.
—Termina eso para que me ayudes a colocar esto,—palpeé las sábanas—: Así cenamos, algo sano.—miré el chocolate y luego a ella. Annie lo apartó de mi vista dando el último mordisco—: Y luego vamos a dormir.
Eso pareció sorprenderla.
—¿Todavía quieres que duerma contigo?—preguntó con las cejas un tanto alzadas.
Mi ceño se hundió.
—¿Por qué no querría que durmieras conmigo?—respondí sentandome en el extremo del colchón, separando como siempre las rodillas para que Annie se metiera en ellas.
Lo hizo, colocando una de sus manos en mis hombros.
—Porqué ensucie todo, y pensé que quizás debería dormir sola mientras se quita ésto,—bajó la vista, haciendo referencia con las manos a su vientre—: y cuando ya no esté manchando nada, vuelvo a tu habitación.
Negué, una y otra vez.
—Si llegas a ensuciar otra vez, al día siguiente volvemos a cambiar las sábanas.—apoyé mi frente en su pecho—: No me molesta ésto Annie, acuérdate que va a seguir pasando de todas formas, y es totalmente normal.—coloqué ambas palmas en sus caderas, afirmandola en su sitio—: Aparte, —me encogí de hombros —: No quiero dormir solo.
Eso pareció tranquilizarla.
Más tarde, después de decirle que se limpiara la boca y cenar. Cambiamos juntos las sábanas, siendo ella la primera en salir corriendo buscando algo cómodo para dormir.
Aproveché ese tiempo para salir de la habitación y verificar cada una de las puertas y ventanas. Una vez que todo estaba asegurado, al volver, Annie ya encontraba acostada en todo el centro de la cama.
Sonreí con cansancio, dejandome caer en el borde de la cama para cambiarme los jeans por un pants. Sacando la camisa de forma pesada por mis hombros, me coloqué la misma que me había quitado en la mañana.
Cuando me dejé caer en el colchón, Annie me recibió de brazos abiertos. Sabiendo ya por memoria que últimamente estaba escogiendo dormir más en el hueco de su cuello que en la propia almohada.
—Intenta dormir, por favor—murmuró al mismo tiempo que hundía sus dedos en las hebras de mi cabello.
Me intente concentrar lo más posible en ese movimiento, convenciendo a mi mente que solo se imaginara momentos de Annie y yo juntos en algún lado lejos de todos los problemas.
Eso fué suficiente para que me dejara llevar por el sueño.
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