CAPITULO 89

Annie.

—No es buen momento,—habia escuchado a Andrew al teléfono.—: Green, no quiero..

Hubo un silencio, algo que dijo Manuel hizo que el rubio me mirara con una intensidad mucho más fuerte.

—Enseguida vamos para allá.

Andrew poco a poco había agarrado la costumbre de ponerme cada vez más un poco de más comida en los platos que me hacía. Pensaba que no me daba cuenta, pero lo hacía. Y justo ahora que quería que me pusiera menos para poder comer lo que me trajo, no lo hizo.

Me miraba con una sonrisa ladeada viéndome meter el tenedor a mi boca con más rapidez de la necesaria.

—Despacio, la bolsa no se irá—dijo después de ver cómo casi no me entraba más nada para masticar.

Lo ví comer a él un rato después de servirme a mi, aunque sabía que él no había dormido prácticamente nada. Estaba bastante despierto. Sin embargo, al momento de agarrar aquella llamada que hizo que se apresurara al piso de arriba, supe que tal vez volvería a dormir mal esta noche.

Tome ambos platos vacíos de la barra, colocándolos uno sobre otro como lo había visto hacer varias veces. Me bajé del taburete con los platos en mano y los dejé en el lavavajillas, al cerrar aquella pequeña puerta, escuché a Andrew bajar de las escaleras vestido totalmente distinto. Su short fue reemplazado por un jean oscuro, su sudadera gris por un camisa negra, lo acompañaba su chaqueta.

Se acercó hacia mi en la cocina, dejando un beso en mi cabeza.

—Sé que quizás no tengas ganas de salir, pero sinceramente no me siento lo suficientemente tranquilo dejándote aquí.—ambas manos, las bajó hasta acariciar mis brazos cubiertos—: ¿Te tomaste la pastilla?

Negué.—: Estaba recogiendo lo de la comida.

Andrew, estiró el brazo y tomo el frasco junto con el vaso de vidrio del que antes había estado bebiendo agua. Dejando ambos en mis manos, tome la medicina sólo para ver si esa mirada de preocupación se iba.

—Ve a cambiarte, algo con lo que te sientas cómoda.—asentí—: Llévate uno o dos dulces de la bolsa.

Eso me hizo sonreír a mi, así que me aproximé en subir. Admitiendo que, aunque se sentía incomoda mi entrepierna, era bastante soportable saber que era normal y que según le había entendido a Andrew mientras preparaba la comida, se iría en unos días.

Pero volvería, me hizo saber que estaríamos preparados para el próximo mes.

Sentía el pecho hinchado de agradecimiento, Andrew no me trató con asco, no me repudió por haberle ensuciado la habitación, tampoco se quejó del desastre de ropa húmeda que había quedado en el baño, donde el mismo se encargó de exprimir y lanzar en la lavadora. Asegurándome  también que pondríamos las nuevas sábanas más tarde, que ya quería cambiarlas.

Eso último no le creí del todo, pero sabía que lo decía para dejarme tranquila.

No obstante, parecía que todos nuestros planes se iban a tener que esperar hasta la noche, el hecho de que nos querían en la comisaría hizo que mi vientre doliera. Logrando que me quede unos segundos quieta mientras me vestía. Está vez opte por un par de jeans casi del mismo color que el de Andrew, aunque tenía ganas de un pants, no me sacará de la mente la imagen del gris de esta mañana.

La tela del jean estiraba, se ajustaba de forma cómoda a mis piernas, me gustó.

Tomé uno de las sudaderas de lana más gruesas que tenía y la chaqueta de Andrew que siempre reposaba a un lado de la cama. Tomé de la bolsa los chocolates más grandes tras ponerme los zapatos, al mismo tiempo que escuchaba los pasos inquietos de Andrew en planta baja.

Cerré las puertas a mis espaldas y bajé, llamando la atención del rubio al momento. Lo primero que vio fueron mis piernas.

—¿Estás cómoda?—se aproximó a los pies de la escalera, al yo estar tres escalones más arriba, nuestra estatura casi era la misma—: Primera vez que los usas.

Asentí, colocando mis manos en sus hombros. No fué sorpresa que se encontrarán tensos.

—¿Qué encontró Manuel?—pregunté, sin tener muchas ganas de la respuesta.

—Algo que quiere que sepamos, me imagino que por seguridad—le quitó interés, pero sabía que lo que menos estaba era desinteresado.

Andrew de unos días para acá, se había vuelto más inquieto, más quisquilloso con cada mínimo detalle. Sé que es impulsivo, pero dudaba que los mismos impulsos hicieran que sus horas de sueño se minimizaran hasta ser casi inexistentes, dudaba que los mismos impulsos lograrán que su pierna se moviera repetidas veces sobre el piso buscando calmarse.

Antes que pudiera pensar demás, me tomó de la mano y me hizo caminar hacia la puerta. Se aseguró tres veces que la puerta estuviera bien cerrada antes de dirigirnos al ascensor, ya en un espacio más pequeño, la respiración del rubio opacaba el ruido de los engranajes moverse, murmuraba cosas entre dientes que no supe entender.

—Andrew,—lo llamé en cuanto las puertas metálicas nos dieron la bienvenida al estacionamiento. Bajó el ritmo de su caminar en cuanto me escuchó—: ¿Estás bien?

Apretó sus dientes, mirando a sus costados antes de seguir sus pasos hacia la camioneta.

—A estás alturas ya no sé que esperar de cada vez que vamos a la comisaría, —admitió abriéndome la puerta del copiloto. Una vez que se aseguró que estaba dentro fué hasta su lugar. Al meter la llave, el motor se encendió y lo primero que hizo fue poner la calefacción. Sabía que eso no lo hacía por él—: Comentó algo sobre lo que encontraron en las pertenencias de Phillippe.

«Phillippe»

La mención de su nombre no generaba buenos recuerdos, mi primera discusión con Andrew vino gracias a él.

Mientras conducía, entre en una batalla mental sobre si ver el cielo con sus tonos naranjas o el perfil tenso del rubio. Ambos eran dignos de ver y, al momento de estacionar frente a lo que nos esperaba de los oficiales, me di cuenta que había ganado el mirar a Andrew todo el camino.

El motor dejo de rugir y respirando hondo, nuestros pasos más el aire helado de las calles nos guío hasta dentro. Lo primero que nos recibió fue la creciente corona navideña colgada en todo lo alto de la recepción.

Antes de poder preguntar, Manuel apareció con una expresión cansada en su rostro.

No parecía muy contento de vernos.

—Bien,—miró a su amigo antes de caer sus ojos en mí—: Terminemos con esto.

Se giró sobre sus pies, haciendo una seña de que lo siguieramos. Subimos unos escalones que nunca había visto, guiandonos a otra habitación mucho más amplia que las de abajo.

Más de tres pantallas ocupadas por distintas pestañas abiertas iluminaban toda la habitación, dejando ver mapas, códigos que en mi vida sabía que iba a entender, fotografías en fila de una docena de mujeres. No entendía la razón del porque habían documentos en las pantallas, con unas fotografías de lo que parecía ser Phillipe en el fondo de tantas ventanillas abiertas.

«¿Qué es esto?»

Alcé la mirada para percatarme que el ojiverde estaba en el mismo estado que yo.

—Hola Annie,—saludo la única mujer entre ellos, la recordaba como Christina—: ¿Cómo estás?

Miré a Andrew un segundo, no parecía molestarle que respondiera—: Muy bien, gracias.

Sinceramente, esa no fue una respuesta honesta. Me gustaría estar en apartamento, acostada. Sentía mis piernas y mis pies hinchados, hacía tanto frío afuera que lo que más me apetecía en estos momentos es estar enrollada en cinco cobijas.

Manuel no perdió el trasfondo de mi respuesta.

—Jerry, ¿Crees que es conveniente que Annie escuché?—preguntó el oficial Green, sentándose en una de las sillas disponibles.

Christina alzó las cejas—: Yo puedo estar con ella afuera, no hay problema.

Mis piernas tomaron vida propia y se encaminaron hasta ponerme a las espaldas del rubio, apretando su chaqueta entre mis dos manos.

De aquí no me pensaba mover.

—Me quiero quedar.—comenté lo más alto que pude, no por escuchar, sino porque no quería estar en otro lugar que no sea con Andrew.

Jerry un tanto dudoso, miró al ojiverde en busca de respuestas.

—Ya sabe de las notas que me están dejando,—admitió pausadamente, dejando a Manuel con los ojos desorbitados.—: Si lo que hay es relacionado al que está dejando esas mierdas, está bien que se quede.

Observé de reojo como Christina miraba a su jefe en busca de alguna reacción.

No la tuvo.

—Explica Jerry, por favor.—se acomodó en su asiento, extendiendo las piernas. Andrew me aproximó una de las sillas más cerca de la pared al lado de la puerta, me senté pero él se quedó de pie con los brazos cruzados sobre su pecho.

A mí lado.

El más joven de ellos se aclaró la garganta y procedió a señalar en las pantallas.

—Bien, dado que por fin obtuvimos acceso a la computadora de Phillippe, encontramos una copia exacta de los mapas que indican los recorridos de la aduana, —se levantó y amplio la imagen en la pantalla del centro—: Phillippe al ser de los mejores hombres que tenía el puerto, no le costó en absoluto saberse cada una de las rutas.

—¿Qué tiene que ver con el caso?—preguntó Manuel, mirando varios puntos en la imagen.

«Tambien quería saber eso»

—A eso voy,—cerró esa pestaña, abriendo la que le seguía. Un listado enorme de números, nombres y horas llenó el 80% del monitor. La mayoría estaba en verde, otra parte en amarillo, y una sola en rojo—: Esa hoja de vida es el registro de los barcos recibidos en el puerto en el mes de secuestro de Annie,—tragué en seco—: Phillippe, llevaba el registro de cada uno de los embarques, recibiendo su comisión por hacerlo, enviarlo, o recibirlo. Por lo mismo, era el más organizado.

Miré de reojo a la sala, todo el mundo tenía la atención fija en la explicación de Jerry.

—Tras la conclusión de que el que cometió el secuestro de la víctima tuvo que esperar unos días antes de verse en la desesperación de pedir ayuda, coincide exactamente con el barco recibido por Phillippe en esas fechas. Que el mismo tacho en rojo.—cerró esa pestaña, para sentarse en su silla de nuevo y rodar hasta el monitor más cerca de mí—: Eso, de forma implícita, es complicidad.

—¿Implícita?—preguntó Andrew.

Jerry asintió con pesar—: Phillippe no ha admitido eso, sólo admitió tenerla en su piso. —hizo una mueca con su boca—: Aquella confesión que obtuvimos gracias a tu ayuda nos sirve para ubicar a Phillippe en relación con la víctima,—abrió los ojos con sorpresa, recordó que estaba en la misma habitación y me miró con arrepentimiento —: Lo siento,—miró de nuevo al ojiverde—: Ubicar a Phillippe en relación con Annie.

Sonreí sin mostrar los dientes, agradeciéndole su disculpa.

—Seguimos,—el menor se volvió a aclarar la garganta y miró el monitor que tenía enfrente—: En el disco duro no había ninguna foto relevante, más que fotos de sus tatuajes o de sus trabajos como tatuador. —me miró de reojo—: No había foto de tus alas.

Asentí.

Cerró y amplio una nueva pestaña, la que yo había notado de una fila de fotos de mujeres.

—En el registro teléfono de Phillippe lo que destacaba eran mujeres, dada la conclusión de que en el registro de llamadas como tal, solo se repite una para cada una. Deduje que solo eran encuentros casuales.—se encogió de hombros, ojeando de nuevo el registro.

—¿Se podría entrevistar a una?—preguntó Christina.

Manuel casi río.

—Perderiamos el tiempo, si son encuentros casuales solo hablarían de las habilidades de Phillippe en la habitación.—se pasó la mano varias veces por el cabello—: Y honestamente, no quiero saber eso.

—Esperen..—la voz de Jerry se escuchó mucho más sería y, en la pantalla se presenció cómo el listado de mujeres paso de ser de una docena a revelar solo la imagen de una sola.

Ojos oscuros, su cabello del mismo color que sus ojos caía en forma suave por sus hombros. Su color pálido contrastaba con las pecas en sus mejillas.

—El número de esa mujer, salió cinco veces del teléfono de Phillippe.—comentó y se quedó viendo la imagen por unos segundos, lo que más me desconcertó fué como después me observó—: Jefe, usted..

Manuel asintió.

—Se parecen,—los pies de Andrew se removieron en el piso—: ¿Cómo se llama la mujer?

Jerry, seleccionando la imagen en pantalla, movió un par de teclas y tras unos segundos de espera aparecío otra nueva foto de la misma mujer pero está vez con unos registros a su costado.

—Anet Rhod, 26 años, vive actualmente a las afueras de Brooklyn.—el menor leyó la pantalla, por la luz, pude notar como sus ojos vagaban rapidamente por el registro intentando no perderse ningún dato.

—¿Por qué sale en sistema?—preguntó Christina, mirando fijamente el monitor.

Volví mi vista a Jerry, que buscaba rápidamente en distintas carpetas. Un sello policial salió de una de ellas.

—Tuvo un accidente de auto en Enero de este año, iban sus padres, su mascota y ella. No hubo heridos.—regresó su vista a su jefe—: Creo que si deberíamos interrogarla. Capaz Phillippe le haya dicho algo.

—¿Sobre el caso?—preguntó de nuevo la única mujer entre ellos—: Phillippe no entra en el perfíl de que confíe rápido en las personas.

—No pero,—Manuel se frotó la sien—: Tiene fetiches, el mismo lo dijo.—regresó su vista a la pantalla, exclusivamente a la foto de Anet Rhod.—: Nadie quita que Phillippe durante la intimidad la haya dicho o se le hayan escapado algunos comentarios.

Andrew, un tanto más incómodo miró a su amigo.

—No entiendo el porqué de estar aquí.—estaba tenso, en su voz se notaba a leguas.

Yo sin embargo, parecía que había perdido toda capacidad de habla.

—Solo espera,—le respondio de la misma forma Manuel. El rubio no tuvo más remedio que volverse a enderezar viendo con repudió los monitores frente a nosotros—: Continua, por favor.

Jerry asintió, mirando está vez a Andrew antes de volver a teclear.

—Siguiendo con el teléfono, —en grande, volvió a aparecer el registro de llamadas del pelinegro—: Phillippe recibió una llamada de un número desechable hace tan solo semanas. —seleccionó aquellos dígitos y los llevó hacia donde estaban ubicados los mapas.—: Normalmente los números desechables no se pueden rastrear a menos que haya alguna llamada en curso por alguno de los dos oyentes, ¡Pero!—alzó un dedo, parecia emocionado por ese descubrimiento—: La llamada de esa ocasión duró lo suficiente para tener un margen de radar de las antenas principales del momento que estos dos estaban hablando.

Tras un botón, el mapa se empezó a ampliar, cada vez más y más cerca, revelando un círculo rojo entre medio de tres antenas.

—La llamada fue realizada desde un punto en Brooklyn, sabemos que fué Phillippe. Asi que el origen de la llamada lo descartamos,—señaló el círculo principal que se había ampliado en la pantalla—: Este círculo revela un margen de solo kilómetros de distancia de su apartamento, señor Reyes.

Y ahí estaban, aquellos latidos frenéticos que sentía desde el principio de la garganta hasta el fondo del estómago.

—¿Qué tan reducido es ese margen?—ladró Manuel por Andrew.

A pesar de la poca luz de la habitación, podía notar como el rubio en un instante había perdido el color.

—Recordemos que el señor Reyes encontró a Annie de salida del trabajo, pasando por los pocos kilómetros que había recorrido a pie desde la fábrica donde ya se comprobó que había pasado una temporada bajó esas paredes,—en la pantalla, aparecieron unas fotografías tomadas desde el exterior de la fábrica. Mi estómago sufrió un apretón.—: En esa zona, hay una cantidad reducida de población en comparación con el centro de la cuidad. —aquel plano en la pantalla pareció alejarse lo suficiente para revelar más de una docena de casas y edificios.

—¿Crees que existía una posibilidad de que este tipo estuviera en alguna de esas viviendas mientras nosotros revisabamos la fábrica?—cuestionó Christina, su tonalidad demostraba su desconcierto—: Eso es..

—Horrible.—completó Manuel, apoyando sus codos en sus rodillas—: Y las posibilidades de que hubiera estado viviendo ahí mientras dejaba a Annie encerrada a solo cuadras, son altas.

Mi respiración empezaba a ser cada vez más pesada, más difícil de obtener. La misma necesidad de escapar que tenía en este momento, es la misma que tengo de ayudar para que lo atrapen. No sé cómo, no tenía ni idea de que podía hacer ya que en mi mente solo habían lagunas, lagunas opacadas con sonidos, insultos, llantos y dolor.

—Andrew, hay medidas de seguridad que podemos tomar.—habló Manuel a espaldas del rubio—: Se acercó a tu trabajo, a tu edificio..—sentí el momento exacto en el que mis cejas llegaron hasta la coronilla de mi cabello, apreté mis manos en el cuero de la silla. Eso no lo sabía—: Podemos hacer que unos oficiales estén en las entradas del edificio, que te respaldan al salir..

—¡No!,—ladró Andrew—: Con eso sólo lo vas a alertar, no lo mantendrá alejado.

—¡Dejandole el paso libre tampoco!—le respondió de la misma forma el oficial Green. Yo solo sentía náuseas—: Es peligroso, y lo sabes.

—Estoy tomando mis medidas..—intentó calmar la situación, cosa que a Manuel no le gusto.

—Andrew,—resopló, para un segundo después tomar aire de nuevo—: Tus medidas como bien les dices solo te van a llevar a un psicólogo,—la mirada del ojiverde se oscureció—: Intentemos con lo legal, si alguno de los que te respaldan ven algo será llevado a rejas de una vez..

—¿Qué te hace pensar eso?—preguntó con ironía el rubio—: ¿Qué la policia siempre va a poder solucionar todo?, ¿Qué tienen todo bajo control?—a estas alturas Andrew y Manuel estaban solo a centímetros de distancia, cada uno a punto de lanzarle un golpe seco al otro—: Si uno mismo no toma las medidas necesarias para proteger a los suyos, nadie lo hará.

Era palpable las mil y un palabras que quería soltarle Manuel a su amigo. La tensión en la habitación era cada vez más horrible de mantener, la sensación de incomodidad era casi inaguantable. El pecho de Andrew subía y bajaba casi con la misma irregularidad que el mío.

—No pienso discutir tu seguridad, y mucho menos la de la víctima en este caso. —antes de que pudiera refutar, sus ojos cayeron en los míos—: ¿Estás o no de acuerdo con que haya seguridad cuidando de ustedes?

Todos los ojos de la habitación se giraron hacia mí.

—Green..—advirtió Andrew.

—Cállate.—Giró su rostro hasta tener la mirada dura del rubio frente a él—: Sino eres lo suficientemente consciente para saber que se encuentran bajo un peligro que ninguno de los dos sabe manejar, alguien debe saber que es necesario algo para ambos puedan dormir tranquilos.

Ese punto no se lo quitaba. Andrew es el que más está pagando aquellas horas de sueño, sus ojos cada mañana despiertan mucho más cansados que antes.

—Sé lo que es proteger a alguien.—gruñó Andrew entre dientes.

Manuel, aunque se notaba que quisiera decir más. Solo negó con la cabeza lentamente.

—No es lo mismo, Andrew. —la intensidad de su tono había bajado—: Lo sabes. —se apartó del rubio y volvió su vista hacia mi.—: Annie, ¿Te sentirías más segura si hubieran oficiales cuidando el edificio? Lo harán cuidadosamente, lo prometo.—la súplica en su voz era bastante clara.

Pensando más en la salud de Andrew, así como él había puesto la mía muchas veces por encima de la de él mismo, asentí con la cabeza.

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