CAPITULO 87

Manuel.

El sentido se me habia agudizado tanto que podia escuchar las sirenas, los grifos, el aire, la puerta. Todo me estaba abrumando, todo me estaba preocupando más de lo necesario. Juraría que ya no tengo la misma fuerza, solo cada vez más ganas de querer una tranquilidad. Una tranquilidad que no sabía que tenía.

Y que ahora extrañaba.

El viento que soplaba contra la patrulla cada vez que nos adentrabamos más en el mes, se volvía más denso. Más espeso, más frío, incluso más insoportable.

Teníamos la laptop, teníamos el teléfono, pero la duda de si había algo o no ahí me estaba taladrando la mente más de lo necesario. El pelinegro sabía mucho más que nosotros, tuvo mucho tiempo para cubrir cualquier huella que lo involucrara de alguna u otra forma. Sino fuera porque dimos con su edificio, aquellas vendas en esa caja en el fondo de aquella habitación sellada nunca habrían dado hacia nosotros.

Nunca, y de eso estaba seguro.

Creyó que por cerrar la puerta, cerraba recuerdos. Y tan fácil eso no funciona.

Por desgracia.

—Jefe, tiene que haber algo ahí.—comentó Jerry una vez que nos adentramos de nuevo a la comisaría.

Me la había mantenido en silencio todo el camino de regreso. Mi equipo me conocía lo suficientemente bien para saber que este caso cada vez daba más giros, más vueltas. Sentía que todo, al mismo tiempo que tenía nada.

—Phillippe es inteligente.—admití con una sensación amarga en el estómago.

—Por lo mismo no se va a arriesgar a hacer un trámite personal en la oficina de lo que era su trabajo.—me aferré a ese comentario que soltó el más joven de nosotros.

Los tres entramos en fila, derecho hasta el piso donde se encontraba la sala de computación, mejor conocido como el lugar favorito de Jerry. Al abrir la puerta, las pantallas iluminaban distintas imágenes tomadas del vídeo de seguridad donde aparecía el primer sospechoso de las notas.

—¿Encontraste algo de eso?— Christina hizo seña hacia el monitor. Jerry nego con pesar.

—Todavia no, estaba en un punto ciego—levantó la vista hacia la imagen, sentandose en la silla principal.—: Es muy difícil hacerle tanto zoom cuando la calidad de la cámara es pésima.

Asentí sabiendo que el sabía de lo que hablaba.

Tome asiento en una silla un tanto apartada de la de Jerry, por más que la ansiedad me carcomía vivo, sabía que por el perfil de Phillippe no iba a ser tan fácil cualquier entrada a sus cosas.

—¿Que hay con el teléfono?—pregunté viendo como nada más cargaba la computadora encima.

El menor alzó los hombros.

—Encontrar algo ahí es más fácil,—al encenderla, la pantalla se iluminó pidiendo una contraseña—: Maldito. —gruñó antes de dejar caer el puño en la mesa, provocando un golpe seco.

Cómo si tuviera un resorte en las piernas, me levanté directo hacia las seldas, dónde por la hora se debía encontrar el pelinegro.

Al mostrarle al oficial de guardia mi placa, me dejó pasar dejando ver una imagen cada vez más tétrica de Phillippe. Estaba sentado en todo el centro, con las piernas abiertas, extendidas a sus costados. La selda era lo suficientemente alta y ancha para su estatura. Estaba prácticamente solo en esta área, ya que los que entraban en el día eran delicuentes de pequeños robos, se iban y venían todos los días.

Todos con una expresión de molestia y frustración. Lo más espeluznante, justo ahora, es que Phillippe estaba sonriendo mirando el techo.

—¿Qué te causa tanta risa?—me puse de pie frente a las rejillas.

No me estaba mirando, seguía con sus ojos observando el pavimento del techo.

—¿Qué quieres ahora?

—La clave de tu computadora—comenté con despreocupación.

Phillippe se rió.

—¿Y de verdad crees que te la voy a dar?—meneó la cabeza para ambos lados, sin abrir los ojos.

—¿Escondes más?

Una nueva carcajada salió de su boca.

—Recuerda que no puedes confundirme,—despegó los párpados, sus pupilas estaban rojizas. No ha ingerido nada maligno en sus días aquí, por lo que supongo que es por la falta de sueño.—: ¿Que quieres de ahí?

—¿Qué me hace creer que me lo dirás por tu cuenta?

Ladeó otra sonrisa.

—Ya nos estamos entendiendo, Green.

Soltando un suspiro, agarré la banca individual más cercana. Me senté prácticamente frente al pelinegro, en uno de los taburetes que se encontraban en las esquinas de las paredes, normalmente para los guardias. Lo único que nos separaba de que uno se lanzara contra el otro eran los barrotes de la selda.

—Las contraseñas normalmente son algo que es fácil de recordar.—solté, juntando mis manos en el espacio que habían dejado mis piernas abiertas.

Se quedó en silencio.

—Cumpleaños, nombre o fechas de hermanos, de mascotas..—alcé los hombros—: No te considero tan imbécil como para colocar tu cumpleaños como tú contraseña, ¿O si?

Otro silencio, sabía la respuesta.

—No te vez como la mayoría de los americanos amantes de tener mascotas en su casa, —acepté, antes de continuar—: Y por como tenías tu piso, fácil se te hubiera muerto. —casi reí —: Ningún animal vive a base de cerveza.

Su sonrisa se borró, y por como me estaba mirando capaz sabía que yo estaba deduciendo la respuesta. Sin más que decir, me levanté y regrese a paso pausado hacia la habitación donde Jerry y Christina se encontraban intentando.

Podría estar equivocado, en este trabajo cualquier cosa puede pasar con los perfiles, con las suposiciones. Incluso con los falsos testimonios.

A lo que me escucharon llegar se voltearon.

—¿Te dijo algo?

—Intenta Annabelle—solté, logrando que la expresión del menor se contrajera.

Escuché como tecleo.

—Nada.

«Mierda»

—Annie.—volví a intentar, sintiendo un peso en los hombros.

—Nada, jefe.

Con más fuerza de la necesaria cerré la puerta a mis espaldas. Me encontré a mi mismo dando vueltas en la habitación mientras mis manos se iban directamente a mi nuca. Sabía que la contraseña iba a por ahí, se notaba que nadie del círculo de Phillippe sabía de Annie.

Nadie en su posición querria que supieran lo que había sucedido en sus paredes, como permitió que abusaran físicamente de una menor. Eso no se cuenta, por lo que algo relacionado a ese suceso de su vida es una posible contraseña.

Algo privado solo para él.

«Para él..»

Abrí los ojos con asombro en cuanto las últimas conversaciones de Annie y Phillippe aparecieron en mi memoria—: Beba.

Escuché como se volteo en su silla y empezó a teclear. Al no recibir respuestas en esos micro segundos considere regresar a la selda y sacar la contraseña estrellandolo contra los barrotes. Sin embargo, el que el menor se volteara con una sonrisa lo dijo todo.

—Entré.

Solté un suspiro de alivió, en mi mente volvía a tener esperanza.

—Quiero todo,—señalé el aparato—: Correos, imágenes, historial de búsqueda. —solamente en pensar en lo que podría haber ahí me inquietaba, a estas alturas hasta la piel me exigía respuestas—: Al igual que al teléfono, historial de llamadas, mensajes, ubicaciones. —me enderecé—: No quiero que se nos escape nada está vez.

—Entendido, jefe.

Le hice una seña a Christina que me acompañará fuera de la habitación, Jerry tenía trabajo que hacer.

A paso pausado fuimos a dar hasta los escritorios, al sentarme y ver la pila de carpetas, mis manos se dirigieron hacia mi frente, sintiendo cada vez más fuerte el latido de las venas en mi frente que mis sobrinos habían apodado a cada una como 'Tio Junior 1' y 'Tio Junior 2'.

—¿Que piensas?—la voz de Christina hizo eco en mi cabeza, su escritorio estaba junto al mío.

«¿Que pensaba?» 

En cómo diciembre estaba a la vuelta de la esquina, en cómo los informes de este caso cada vez llenaban más y más una carpeta, en cómo mi sangre se volvía cada vez más oscura, siendo similar al color del café que me entraba por lo menos 4 veces al día. En qué extraño pasar más tiempo en la casa con mi mujer, en cómo no he tenido ni segundos para pensar en los regalos que hay que comprar para mis sobrinos estas navidades.

Pensaba en cómo mi mejor amigo cada vez que me ve me odia más, en cómo no quiero que vaya a jucio por una mujer. Pensaba en que Annie siendo tan pequeña ha revuelto la vida de todos en tan solo segundos, cada cosa se desmorona una tras otra por su aparición.

También, en qué hay dos mujeres familia de mi víctima planeando quien sabe qué para sacarla del edificio del amigo que me detesta, de como a ese amigo lo sigue un loco que busca quitarle a Annie de sus manos. Y sin contar en cómo tengo a otro loco llamado Phillippe encerrado en mi comisaría hace días, que debe saber todo lo que necesito para encerrar al imbécil que provocó todo esto en primer lugar.

Alcé los hombros.

—Cosas,—intenté sonar sin interes—: Quiero terminar con esto.

Ella se dejó caer en la silla con pesadez.

—Todos queremos eso, —miró el monitor de su computadora—: ¿Vas a hacer el informe de hoy?

Asentí,—: Antes que se me olvide.

Pasé unas buenas horas redactando lo poco y lo mucho que tenía, era extraño. Muchas cosas no tenían respuestas, solamente estaban sucediendo y ya. El sujeto de las notas estaba actuando por su cuenta en un modo desesperado, asustando a quienes tenía cerca de lo que antes él tuvo.

Es decir, Annie.

Suspiré una y mil veces hasta que termine de escribir hasta el último punto. Me deslicé en la silla hasta tener el suficiente espacio para poder levantarme.

Estaba recogiendo mis cosas, esperaba por fin poder salir de aquí unas horas en busca de ver a mi mujer por lo menos un momento. Sin embargo, no sabía como sentirme en cuanto sentí que el teléfono que se encontraba junto a mi computador sonó.

Jerry.

—¿Diga?—dije al llevarme el aparato a la oreja, me aproximé a la salida.

Tengo algo.

Mis pasos se detuvieron en seco, y al mismo tiempo caminé en retroceso hasta dejar las cosas de vuelta en el escritorio y salir con el corazón en la garganta.

«Por favor, por favor...»

Subí de a dos escalones hasta llegar a la puerta en la que había estado hace tan solo momentos. Escuché pisadas rápidas a mis espaldas, al voltearme era Christina.

—¿Encontró algo?—cuestionó llegando a mi costado.

Asentí.

—Esperemos sea bueno.

Una vez dentro, todos los monitores que cubrian toda la habitación estaban repletos de mapas, números, códigos. No cabía ni una ventana más abierta en toda la habitación. Jerry se encontraba en su silla giratoria, arrecostado con una lata de refresco de cola en su mano. Su cabello estaba alborotado, junto con los dos primeros botones de su camisa suelta.

—¿Qué te paso?—preguntó Christina por mi.

El menor de nosotros se miró de arriba abajo, no obstante, cuando pensábamos que iba a reclamar el comentario, solamente alzó los hombros.

—Phillippe es un imbécil inteligente.—casi gruñó, empujando con sus piernas la silla, logrando que rodará hasta el centro de todos los monitores.

Cuando pensé que estaba a punto de empezar a hablar. Se giró a verme.

—Creo que el señor Reyes debería ver esto,—alcé las cejas.

—¿Por qué?—pregunté, todavía sin entenderlo—: Es información confidencial.

Jerry casi rio.

—Jefe, su amigo sabe igual o casi más que nosotros de este caso, vive con la víctima.—miró las imágenes en la pantalla un segundo antes de volver sus ojos hacia mí—: Hay calles, ubicaciones. Si no queremos perder a ninguno de ellos dos por un descuido, es mejor que Andrew sepa por dónde dirigirse una vez que salga.

—¿Que quieres decir?—el estómago se me contrajo.

—El que escribió las notas cada vez se está aproximando más a ellos, jefe.—comentó con una expresión de pesar en su rostro—: Aquí hay posibles ubicaciones, radares.. —movió sus manos, explicando —: Podemos evitar que su amigo se dirija hacia allá con la víctima, solamente con que esté presente escuchando los puntos de posible peligro para ellos.

Esto no me estaba gustando, salí de la habitación sacando el teléfono de mi bolsillo. Una vez ubicado el número de Andrew presioné el botón de llamar.







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