CAPITULO 73
Manuel.
El plan era sencillo, muy fácil hasta que ellos se fueron. Annie logró sacar bastante que me dijera que el que teníamos si era responsable de algo, y que sabia más de lo que decía.
Perfecto hasta ahí, sin embargo no contaba con que al volver Phillippe se iba a volver loco. Me asomé en la puerta donde estaba, pasando unos segundos después de ver cómo intentaba soltarse.
—Ni lo intentes—amenacé.
—¡Cállate!—gruñó—: ¿Dónde está?
—¿Quién?—me hice el desentendido?
—¡Annie!
Levanté mi muñeca para ver la hora.
—Ya debería estar llegando a casa.
Frunció el ceño.
—¿Casa?—escupió sin creerlo—: Ella no es de aquí..—parecía intentar convencerse a sí mismo.
Sonreí cruzandome de brazos.
—Nunca dije que fuera con su familia—los ojos de Phillippe antes dudosos, ahora parecían dagas. Bingo—: Ahora más tarde te traerán la cena.—dije aproximandome a la puerta.
—¡No me dejes aquí!
Ignorandolo, cerré la puerta tras de mí y caminé hacia el laboratorio. Está parte de la comisaría siempre era la más fría, por lo que la teníamos en el tercer piso. Todos los metros de está habitación les pertenecía a ellos, lo demás a nosotros. No sabía cómo podían tolerar tanto frío en estas épocas.
Cuando estuve a tan sólo pasos, ví por el ventanal que Christina estaba hablando con la forense de turno.
—Buenas noches jefe—saludaron ambas.
—Buenas,—entré a junto a ellas, noté como todo lo de la caja estaba por encima de los mesones—: ¿Hay algo importante ahí?
«Debe haber»
La forense asintió, yendo para una de las bolsas transparentes que tenían las vendas que había ubicado con sangre.
—La sangre es perteneciente a la víctima,—la esperanza me inundó—: También encontré partículas de cloro en los bordes que no tocan la sangre.
—¿Estaba limpiando?—asintió, yendo al monitor.
Cuando la pantalla se iluminó ví lo que ella había visto cuando puso cada detalle en el microscopio.
—Ninguno fué reciente y, como usted comentó en el reporte—buscó el papel que se encontraba por la caja—: Estaba en el fondo de aquella habitación cerrada.
Asentí.
—De eso estábamos hablando,—aportó Christina a la conversación—: Phillippe hasta el día de ayer estaba solo, sabemos que nuestra víctima estaba ahí. Pero no fué en ese tramo de días porque tenemos la certeza de que se ubicaba en la fábrica.—juntó sus manos—: Hasta testigos que la vieron provenir desde ahí.
«Andrew, correcto»
—Phillippe admitió tener a la víctima en su apartamento,—comenté, haciendo que Christina abriera los ojos con sorpresa—: Lo único malo es que no soltó ni nombre, ni sitio donde puede estar el otro.
—¿El otro?—preguntó la forense.
—Si, varias veces hizo referencia a alguien más.
—¿Pero Phillippe tiene que ver?—ahí estaba la pregunta de oro.
¿Tenía que ver? Si, claro pero mientras no encuentre nada de que él puso las manos encima de Annie, los cargos que se le suman no tienen el peso que se merece.
Estaba por responder, hasta que el pitido del micrófono de las paredes hizo indicio de prenderse.
—¡Problemas en la sala de investigación dos, los oficiales necesitan refuerzos!
«Phillippe»
Junto con Christina salimos corriendo escaleras abajo hasta que vimos el gentío apuntando cerca de la puerta. Ví la hora en la pared, 10 de la noche.
«Ya le habían traído la cena»
Empujé a varios hombres intento hacer paso, la puerta estaba abierta, dejándome ver a Phillippe arrinconado con la esposa de su pie rota, me tranquilizó ver qué seguía con las esposas de las manos intactas. Uno de los que atendieron primero al llamado lo sujetaba del cuello, en el rostro del pelinegro aparecían distintos tonos de rojo.
Pero su expresión de rabia no se iba.
—¡Suéltalo, es mi sospechoso!—grité sacando el arma que guardaba en el cinturón.
Cuando el hombre que lo sostenía se volteó, me di cuenta que era Frank. Aparte de su rostro cansado, su uniforme era lo que más resaltaba. Después de interponerse y actuar de forma irresponsable en el caso de Annie, lo habían bajado a patrullero.
—Entonces controla bien a tus perros,—soltó a Phillippe, dejándolo tosiendo como si su vida dependiera de ello. En este caso, era literal—: Por fin avanzas y el que tienes causa desastres.—señaló mi izquierda.
Miré de reojo al suelo, notando el desastre de comida juntó con la bandeja tirada. No me sorprendería que le hubiera causado al que le atendió un buen susto.
—Largo,—escupí—: Todos.
Poco a poco cada uno salió de la habitación, dejándome sólo con Phillippe. Esté último un tanto más calmado se arrecostó en la pared, dejandome ver la media esposa que tenía sujeta al tobillo.
—¿Me explicas?
—No seas idiota,—se aclaró la garganta—: Llamas a qué me traigas la cena y ni los pies los tenía libres, ¿Quieres que coma como un puto pájaro?
Me llevé las manos a la sien, intentado encontrar lo que me quedaba de paciencia después de el día de hoy.
—Sino te comes eso, no comes más nada hasta mañana.—saqué las esposas que tenía que reserva en el cinturón.
Phillippe notando eso se enderezó, si era un tanto más alto que yo pero él estaba en desventaja, no tenía sus manos, mucho menos tanta fuerza.
—Pues traeme el menú,—sonrió de costado, cansado—: Escogeré el desayuno.
Alcé los hombros, no me importaba que el mal nacido no comiera. Mi trabajo era hacer que hablara y, con lo que había conseguido con Annie, capaz lo demás lo pueda conseguir solo.
—Bien,—con rapidez lo tomé de los brazos y lo senté en la misma silla donde había estado desde que llegó. En uno de sus intentos de patearme lo tomé del tobillo y lo espose a una de las patas de la mesa—: Buenas noches.
Sólo escuché sus quejas antes de cerrar la puerta.
Caminé hasta mi escritorio dejándome caer con más fuerza del necesario, no sabía que tan pesado había sido trabajar hoy hasta que recordé el informe que tenía que dejar del día.
«Joder»
Me levanté a regañadientes y fuí a la cafetera, muchos seguíamos aquí debido a lo mismo. El caso de Annie se había vuelto tan grande, que necesitábamos a hombres en todos lados para poder completar las partes. Hablábamos de rutas, del escáner del vídeo, de las pistas del laboratorio, del registro personal de los sospechosos, de los exámenes obtenidos y más.
Volví a mi puesto y encendí el monitor.
Mi noche se basó en eso, recordar y detallar todo lo que habíamos obtenido hoy. Estaba orgulloso de eso, a pesar de que me pesaban hasta los dedos. En pocas horas pasamos de no tener nada, a tener casi todo.
«O por lo menos eso esperaba»
Revisando el correo, todavía no tenía respuesta de la embajada Australiana para que me proporcionara los datos que tenían de la familia que le quedaba a Annie. Bufé y me dejé caer en el respaldo de la silla antes de continuar.
Miré el reloj en la pared, 3 de la mañana. Le envié un mensaje a mi esposa para que me disculpara por llegar tarde antes de continuar con el resumen. Llevaba más de tres páginas y apenas había llegado a cuando aparecimos en el puerto.
—Maldición—resoplé llevándome la taza a la boca de nuevo.
No me di cuenta, no se en que momento pero pasó, mis ojos se cerraron. Por pura inercia cuando sentí que ya me iba a levantar, estiré la mano a la derecha intentando buscar el cuerpo envuelto en sábanas de mi mujer.
Sorpresa fué cuando mi palma tocó la impresora, abrí los ojos de golpe y miré a mi alrededor. Había amenecido, me concentre en la pantalla y quedé cuando Annie había llegado a hablar con Phillippe. Con todo el dolor de espalda del mundo me incliné hacia el monitor y terminé.
Tomé la chaqueta, me estiré y ví la hora. 7 y media de la mañana.
Caminé hacia el baño para por lo menos lavarme el rostro, las ojeras me llegaban hasta casi la mitad de la nariz. Iba a necesitar dormir más de 48 horas para recuperar todas las madrugadas perdidas.
Estaba por salir, hasta que escuché el grito de una mujer. Mis sentidos se alarmaron junto con el de los que estaban a mi alrededor.
Los pocos que quedamos junto con los que iban llegando.
Saqué el arma y caminé a paso casi invisible hasta los pasillos, los demás me seguían. Escuché más gritos ahogados provenientes del pasillo donde se encontraba Phillippe. La puerta estaba entre abierta, y cuando me aseguré que tenía refuerzos listos a mis espaldas, entré.
Lo primero que llamó la atención de todos es que la mesera que se encargaba de distribuir el desayuno a los que quedabamos estaba siendo ahorcada por el brazo de Phillippe, ahora sin esposas.
Ambos miraban hacia el frente, ella nos miraba con miedo, el pelinegro con rabia contenida.
—¡Me dió lastima, me dió lastima lo siento!—chilló la mesera, él apretó más su agarre, ella luchaba por encontrar más aire—: ¡Me dijo que no podía comer sin sus manos, no sabía que tenía los pies sin esposas!
«¿Qué?»
De reojo ví hacia el suelo, otra vez había conseguido romper la cadena. Maldito.
—Phillippe, suéltala—escuché la voz de Christina a mis espaldas, no sabía si tampoco se había ido anoche.
Volvió aquella sonrisa.
—Denme espacio y la suelto—su brazo estaba volviendo el rostro de la mesera rojizo, a ella le caían las lágrimas por las mejillas.
—Suéltala y hablamos—comenté, intentando no perderla de vista a ella.
—¿Me crees estúpido?—ladró el pelinegro antes de mirar hacia la que tenía ahorcando, con la mano libre llevó uno de sus dedos a los mechones de cabello que le caían en el rostro a la mujer—: No sé parece.
—¿A quién?—preguntó Christina.
—Annie.
—¿Hago que venga?—solté, dándome cuenta después que lo dije que era una idea terrible.
Phillippe volteo de inmediato hacia mi, en sus ojos se había prendido algo. A pesar de que todo el cansancio estaba presente, mencionar a Annie no parecía disgustarle.
—Si.
—Suéltala,—señalé con el arma a la mesera—: Y saldré a llamar para que la traigan.
De inmediato, la soltó. Haciendo que ella corriera a los brazos de Christina para que la sacara de aquí. Ahora con los brazos de Phillippe libres, su ropa en tonos oscuros hacia el contraste con la tinta rojiza que tenía tatuada en sus brazos.
La marca de las esposas debía dolerle pero no se quejaba.
—Llama,—apuntó hacia la puerta—: Ahora.
Hice ademán para que los que estaban a mis espaldas se acercarán, él no se iba a quedar solo aquí ni de chiste. Salí esquivando a dos que intentaban entrar, caminé a paso rápido hasta mi escritorio buscando el teléfono.
Cuando lo encontré, me cuestione si en verdad debía llamar. Mirando la hora ya estaban entrando las 8 y tanto de la mañana, debía estar despierto.
Podría mentirle a Phillippe.
Lo iba a hacer.
Hasta que escuché estruendos provenientes del mismo pasillo. Encendí el teléfono y sin pensarlo más llamé al rubio.
—¿Diga?—escuché al tercer pitido.
—¡Trae a Annie!—grito, saliendo de dónde estaba, caminando hasta aproximarme al pasillo donde estaban los demás.
—¿Para qué?
Sentí la sangre revolverse con la mierda cuando ví la silueta de Phillippe correr escaleras arriba seguido de dos de mis hombres.
—¡Por qué me da la gana, Reyes!—volví a gritar, corriendo hacia el centro de la estación para prender el micrófono—: ¡Quiero todas las puertas cerradas, quiero a más de tres hombres en las puertas ahora mismo!—todo el mundo se empezó a mover.
—Manuel..
—¡Qué la traigas!—colgué.
Era increíble como todo en tan sólo pocas horas se había revuelto, juraba que para antes de llegar aquí ya habría desayunado junto con mi mujer, que tendría espacio, tranquilidad antes de venir. ¿En qué momento la comisaría se volvió un Atrapame si puedes?
Costó, a todos nos costó más de un golpe. Unos que nos encontramos empujando las cosas, cerrando puertas y ventanas. Phillippe no podía salir de aquí. Más de una vez me lancé contra varios que no estaban haciendo nada por colaborar.
Phillippe corría por toda la comisaría como si se la conociera. Estaba por la puerta hasta que Annie llegó, distrayendolo. Pude jurar que escuché el suspiro de alivio de todos cuando lo traía arrastras con dos hombres más hacia una nueva habitación de investigación, de la había roto el seguro cuando se abalanzó sobre los demás.
—¡Suéltame pedazo de mierda!—podía insultar todo lo que le diera en gana, ya no estaba de humor para sus carreras.
Cerré con llave, dejando a los dos que me acompañaron cuidando la puerta. Con la vista llamé a Andrew, ambos me siguieron a la misma sala de la otra vez. Sólo que ahora, solo éramos los tres.
Jerry no llegaba hasta el medio día.
Frente a nosotros de nuevo estaba Phillippe, intentando recuperar el aire después de todo esto. Menuda mañana de mierda.
—¿Se iba a escapar?—preguntó el rubio soltando a Annie, acercándose al vidrio de brazos cruzados.
—Ya no sé,—alcé los hombros, mirando en la misma dirección—: Cada hora parece menos cuerdo.—llevé mis ojos hacia atrás, Annie nos miraba con curiosidad a los tres. Nada que ver con su reacción al llegar—: Necesito que le preguntes hasta de que color se vistió antes de venir.
—¿Qué?
Andrew me miró con duda.
—Phillippe la puede confundir,—fruncí el seño antes de ver al pelinegro—: Aparte, Annie ya preguntó mucho, me toca a mi.
Lo miré de inmediato.
—¿Te volviste loco?—intenté encontrarle el chiste, no se rió—: Tu no puedes entrar ahí.
Él asintió.
—Si lo voy a hacer,—miró de reojo a Annie—: A mi no me va persuadir.
Desplacé la vista entre ambos, algo no estaba bien. A mí amigo lo conocía a diferencia de ella, Andrew estaba pensando demás. Me extrañaba sentir tensión, leve pero estaba.
—¿Qué quieres que le pregunte?
—Qué no puedes entrar ahí—mascullé.
—No pierdes nada,—contestó—: Tu quieres saber lo mismo que yo, o hasta más.—se metió las manos en los bolsillos—: Veré que consigo.
—Andrew,—estaba muy cansado para discutir, cuando me enderecé ya la puerta estaba entre abierta.
Se había ido.
«Maldito hombre éste también»
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Un beso, recuerden que son lo más bello de wattpad❤
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