CAPITULO 58

Annie.

1 de noviembre, cumpleaños de Andrew.

Ayer, fué mi primera vez celebrando Halloween.

Si bien Andrew duró hasta sólo medio día trabajando y, aunque el miedo estaba con que volviera a pasar lo de la última vez, que no regresara a casa hasta el otro día para mí. No pasó. Volvió y ahí tuve oportunidad de preguntarle del piano.

Recibimos la tarde con puras melodías que intentaba recordar. Se veía bastante lindo tratando de que no se sintiera lo oxidado que estaba desde la última vez que se sentó sobre el banquillo. En una oportunidad, le pregunté que canción recordaba más.

—La verdad, ninguna.—se llevó la mano a la nuca, todavía vestía lo que usó para trabajar. Una camisa vinotinto ahora con los dos primeros botones sueltos y pantalón negro.—: Todo el tiempo me antojaba de canciones nuevas que quería que me enseñara,—se refería a su abuelo—: Nunca tuve tiempo de completar una.

De aquí a la noche, encendió el televisor. Me lo dejó ahí mientras iba a hacer la cena, me tomé mis vitaminas y me acomodé en el sofá. No mucho después él se unió conmigo a ver cualquier cosa, especiales de Halloween habían en todos los canales.

Antes de media noche él se fue a dormir, le dije que me iba a quedar otro rato pero no precisamente para ver televisión. Sólo cuando lo escuché subir, corrí a la cocina y abrí la nevera. Tal como lo había visto hacer muchas veces, junté cientos de trozos de fruta en un gran plato sopero.

Me preocupé de no poner fresas.

Miraba cientos de veces arriba, me angustiaba el hecho de que pudiera bajar y me encontrara aquí. Traté de poner todo lo más bonito posible, cuando estuve conforme lo subí a la nevera de nuevo. El plan era buscarlo mucho antes que se despertara, no sabría si podía dormir o no, o despertarme antes o no.

Sin embargo lo intente.

Cuando subí, empecé a dar vueltas por todas las cuatro paredes. Estaba tan ansiosa que me coloqué los zapatos de una vez, como si estuviera lista para lanzarme a correr en cuanto el sol se asomara por las ventanas.

Me quedé dormida varias veces, despertaba asustada pensando que ya se me había ido la hora, que ya estaba despierto y que todo había sido en vano. Pero no, justo ahora cuando desperté por quinta vez ya se empezaban a ver rayos de claridad.

Me encontraba sacando con cuidado el plato ahora frío de fruta. Tomé una cuchara y la metí por un costado, tragué grueso, mis manos temblaban mientras me acercaba a las escaleras que se veían mucho más largas esta mañana.

Mis pasos iban lentos, subía peldaño por peldaño con el plato en mano. Me concentré tanto en no caer que cuando llegué al pasillo de las habitaciones tuve que respirar varias veces para dejar entrar el aire que no sabía que estaba deteniendo.

Mi mano izquierda acarició la madera, aquella madera que me impedía el paso a verlo. Rezando a todos los dioses para no hacer un desastre, pude abrir y lo primero que me invadió fue su perfume, por cada paso que dí su olor me abrumaba más. Tenía días sin pasar aquí, ¿Ese olor siempre ha estado?

Me aproximé a la cama y sonreí, aquellas sábanas grises lo cubrían hasta la cadera, estaba boca abajo con un brazo extendido hasta el lado vacío de la cama sin embargo el otro caía hacia el suelo. Sus dedos rozaban la alfombra, tener esos dos juntos me hizo devolverme a una noche atrás.

Mis mejillas se calentaron al recordar cómo esos dedos me tenían retenida sobre su regazo. Casi de forma automática, dejé el plato en la mesa de luz. Caminé unos dos pasos hasta inclinarme y colocar una mano en su espalda, sólo ahí pude ver su rostro.

Al estar boca abajo, solo veía su perfil izquierdo. Ojos cerrados y boca ligeramente entreabierta, volví a sonreír y con más vergüenza de la necesaria, subí las manos para tomarlo de los hombros y acariciarlo.

—Andrew..—murmuré, intentando despertarlo. Se removió—: Andrew, despierta.

Tras unos segundos sus párpados se apretaron.

—¿Mhm?—le solté los hombros cuando lo sentí removerse.

Me alejé de la cama para tomar lo que había hecho, no me sorprendió cuando la inseguridad de si le gustaría o no me agarró.

«¿Se lo comerá?»

Me quedé quieta a su costado mientras se volteaba bajo las sábanas, unos momentos después se sentó en la orilla. Las marcas de la sábana estaban marcada en el lado en el que había dormido, una risa se salió de mi boca al mismo tiempo en que me volteaba a ver.

—¡Feliz cumpleaños, Andrew!—exclamé.

Y, aunque la voz no me titubeó, el estómago si cuando me regaló una sonrisa que no le cabía en el rostro.

Se frotó ambos ojos con el pulgar y el índice antes de tomar el desayuno que le había hecho y dejarlo en la mesa de luz no sin antes darle un bocado. Aún con la boca llena de fruta me jaló de una de mis manos para que me colocara de pie entre sus piernas.

—Gracias preciosa.—me sonrojé, pero lo que más me gustó fué verlo comer frente a mi.

A ciencia cierta después que tuvimos aquel momento en mi habitación, no había vuelto a pasar. Ni otro beso, ni ningún roce pero, en sólo 24 horas había sentido como una pequeña barrera se rompió, como si un vidrio se hubiera roto y quedan los pedazos que por más que lo intentes no se vuelven a pegar como es.

Algo así había pasado, ayer había sentido los brazos del rubio cuando llegó del trabajo, también aquellos labios en mi frente antes de que se fuera a dormir.

Por mi parte no hay mucho, pero es que no se cómo hacerlo. Tener tanto por dentro es horrible cuando no sabes cómo expresarlo, tenía miedo incluso de que lo que fuera a hacer no le gustara o que sólo le parecía gustar cuando él hacía algo.

No que fuera recíproco.

En tan sólo horas me han invadido kilos y kilos de vergüenza, más cuando llevé mi boca a su frente mientras masticaba. Se veía tan tierno comiendo en el borde de la cama que no me aguante.

Se había detenido, abrió los ojos pero supongo que por temor a decir algo que me detuviera al hacerlo de nuevo, no dijo nada. Su sonrisa y el pequeño color rosado que estaba en sus pómulos fué mi recompensa.

Me dió risa que cuando lo intento devolver, su boca en vez de caer en mi rostro o algo, cayó en mi clavícula cubierta por la tela de la camiseta.

—Te dejo comer, voy al baño.—avisé, eso lo hizo toser.

Mis sentidos se alarmaron cuando me olvidé traer un vaso con agua. Estaba por salir corriendo a la cocina cuando su voz me detuvo.

—¡Espera!—llevó su mano a su boca antes de mirarme ahora con todo el rostro enrojecido.—: Ponte abrigo.

—¿Eh?

«¿Se está ahogando y lo que quiere es cubrirme?»

—Annie, comenzó noviembre las calles deben estar heladas y..—se detuvo antes de alzar los hombros, carraspeando su garganta—: Quiero que salgamos más al rato.

Los nervios volvieron.

—¿A dónde?—sonrió de costado, metiéndose un trozo de manzana a la boca.

—Después te digo, sólo abrígate.—asentí y salí de la habitación.

Entre las camisetas más bonitas del bolso que había traído el oficial Green para mí, había una color celeste. Tenía pequeñas flores blancas por toda la tela, me gustó así que la tomé para dirigirme al baño.

Pasando de largo el espejo y me metí a la ducha, casi grité cuando salió el agua helada. Eso solo hizo que el baño fuera más corto de lo que quería.

Me vestí, y ahora con más frío del que quería me terminé poniendo el abrigo que me llegaba por los muslos; antes de salir de la habitación. Mis pies cubiertos con medias y zapatos, pantalón de algodón gris, camiseta y abrigo.

Me reí de mi propia imagen en mi cabeza, si me cubría el rostro sólo me vería como una pila de tela. No ayudaba que Andrew nunca apagará el aire acondicionado. Lo tenía general, por todo el piso.

Él reaccionaba muy bien al frío, solo se abrigaba cuando iba a salir. Así que no me sorprendió bajar y verlo apoyado sobre sus codos en la barra de la cocina, sólo con un jean negro junto con una camiseta blanca y deportivas...

Bajé la vista a mis pies y luego a los suyos, eran el mismo. Teníamos puesto el mismo modelo de zapato.

Estaba por decir algo cuando Manuel salió por la puerta de la cocina hacia donde estaba el rubio.

—Buen día, Annie—saludó con una leve sonrisa. Viéndose algo sorprendido como yo.

—Buen día..—iba a decir oficial, pero hoy como muy raro que parezca. No cargaba su uniforme.

Vestida todo de gris, pero en distintos tonos. Lo único que si traía correspondiente a su trabajo era el cinturón que sostenía su placa.

—Annie,—exclamó Andrew llamando mi atención desde donde estaba. Giré el rostro hacia él cuando hizo seña con su mano de que me acercara. Cuando lo hice pude notar el plato de unos círculos que parecían panes en el centro de la barra—: Escoge, la que quieras.

—¿Qué son?—tomé una que tenía un hueco en medio, su cubierta era blanca.

—Las mejores donas de New York,—me respondió Manuel también tomando una de la caja, la de él era marrón oscuro—: Son mi regalo y también, —carraspeó su garganta antes de morder su dona—: Son de paz.—lo pensó, mirándome a mi antes de volver hacia él—: Por ahora.

Andrew río algo incómodo, yo no me inmuté. Tampoco quería meterme en eso, así que con mi dona en mano me regresé a la puerta de la cocina para buscar un vaso de agua. Sonreí cuando bajé la vista y ví el plato que había usado para poner la fruta, totalmente vacío.

Con el vaso en mano, fuí a la esquina de la barra para tomar los frascos de vitaminas y sacar una de cada uno bajo la atenta mirada de ambos hombres. Andrew estaba tranquilo, Manuel con el ceño fruncido.

—¿Qué son?—preguntó el oficial.

Andrew, después de desaparecer su último trozo de dona con un mordisco, lo miró.

—Vitaminas, una de tus colegas dijo que sería bueno que las tomara y la verdad le creo.—respondió el ojiverde antes de rodear la barra y meterse conmigo en la cocina, está vez yendo a las estanterías que no alcanzaba.

Sacó un envase con tapa y metió cuatro donas en el.

—¿Para mí?—bromeó Manuel.

—No,—cerró el envase—: Vamos a salir, son para el camino.

Aunque los ojos del policía mostraban un leve asombro, se intentó mantener sereno.

—¿A dónde van?

Andrew se encogió de hombros.

—A un lugar muy diferente a dónde me llevaste el año pasado,—a su amigo se le escapó una carcajada bastante gruesa—: No sé de qué te ríes.

—¡Lo disfrutaste, imbécil!—la sonrisa no se le iba.

—No recuerdo mucho.—se limitó a decir.

Después de eso, Manuel se quedó un par de minutos más. Le dijo que su esposa le mandaba saludos, que cuando pudiera se pasara por allá. Andrew despreocupado le dijo que si. Cuando la puerta se cerró, se fué hasta a mí para besarme la frente.

—¿Lista? Salimos en cinco.

Dicho y hecho, en cuestión de segundos  ya nos encontrábamos bajo la calefacción de su camioneta. Puso la radio para tener algo de fondo y condujo tranquilamente por las calles de New York a media mañana.

Mirando por la ventana pude ver cómo muchas de las tiendas estaban quitando ya sus adornos de calabazas, como eran reemplazados por listones y flores rojas. Otras sin embargo no parecían prestarle atención, continuando todavía con sus decoraciones en tonos naranja con negro.

Soy de comer lento así que la dona que había tomado en la mañana me la terminé de comer cuando llevábamos diez minutos de viaje. Cuidando en mi regazo el envase con las que había tomado para llevar.

—Si quieres otra, recuerda que puedes tomar una, o todas.—avisó girando en una esquina con sólo una mano en el volante. La otra la tenía en el teléfono.

Reí y negué, la risa no me duró mucho cuando me cubrí la boca, escuchándolo llevarse el teléfono a la oreja.

—Estoy cerca, para que me abras el garaje por favor.—tres segundos más y colgó.

«¿Estábamos cerca?»

Miré por la ventana y, en vez de haber muchas tiendas y edificios como había donde vivía Andrew, ahora aparecieron muchas casas todas iguales.

Un color crema que resaltaba a la ausencia de sol, dos pisos y porche techado. En la que Andrew se detuvo tenía en todo el techo unas luces blancas que caían hasta el porche, estaban apagadas pero juraba que en la noche han de verse hermosas. Siendo ahora la única con garaje abierto, Andrew se adentro, cuando se aseguró que entró por completo la puerta del garaje se cerró.

Tenía el ceño fruncido, el ojiverde parecía un tanto nervioso. ¿Dónde estábamos?

Un pitido sonó en el fondo de la camioneta indicando que las puertas se podían abrir. Andrew salió y rodeo por la parte delantera para abrirme a mi, con su mano de apoyó bajé pero antes de poder decir algo, una puerta blanca del costado se abrió dejando ver a una señora mayor de cabello castaño claro, casi rubio con expresión llorosa.

—¡Mi nene!—Andrew con una leve sonrisa caminó unos cuantos pasos hasta ella para abrazarla—: ¡No puede ser, Feliz cumpleaños!

—Gracias, mamá.

«¿¡Mamá?!»

Agradecía que ninguno de los dos me pudiese ver el rostro, el rubio porque estaba de espaldas y la señora porque por su estatura no podía ver más allá de su hombro.

Ambos se separaron y Andrew fué el primero en girar hacia mí. Sólo ahí ví el brillo de los ojos de una madre al ver su hijo, una pequeña sensación de dolor me opaco el pecho.

—Ma' mira, ella es Annie.—extendió una mano para que la tomara, lo hice mientras que con la otra sostenía las donas que habíamos traído. Cuando estuve más cerca pude notar que éramos casi del mismo tamaño, ella era un tanto más alta.

—Hola cariño,—saludó con tono dulce—: Annie es un lindo nombre.

—G-gracias..—tartamudeo mirándola a ella antes de ver a su hijo de nuevo.

Pareció entenderlo.

—No le dije a dónde, ni a quien iba a ver por eso está así.—soltó como si fuera lo más normal del mundo, yo quería que me tragara la tierra.

—¡Andrew Reyes Parks!

Después de que lo regañara unos segundos, nos adentramos a la casa. A diferencia del apartamento esté era todo decorado con tonos de marrón y blanco. La escalera estaba a un lado de la cocina, frente a ésta estaba la sala, un sofá familiar y dos individuales estaban perfectamente acomodados frente a la chimenea. Detrás del sofá familiar estaba el comedor y lo que supuse alguna otra habitación.

Andrew tomo el envase que no había soltado en todo el camino y sacó una dona de él para llevarsela a la boca, ofreciéndole a su madre que negó con una sonrisa.

Nos sentamos en la sala porque su hijo insistió, sentí de nuevo la vergüenza cuando dijo que yo tenía las manos heladas. Tomé asiento en uno de los sofás individuales mientras ellos dos se acomodaban en el familiar.

Solté un suspiro cuando el calor empezó a entrar en mi sistema.

—Ma' hay algo que quiero aprovechar ya que estamos aquí,—su madre que antes le acariciaba el brazo lo miró con una ceja alzada—: Es importante pero si Annie no quiere hablarlo vamos a hacer de cuenta que no dije nada.

Una parte de mi sabía a qué se refería.

—¿Qué sucede?—su mamá aunque curiosa, estaba tranquila.

Andrew se enderezó, apoyando sus codos en sus rodillas. Le dió una rápida mirada a su madre antes de volver hacia mi.

—Preciosa, ¿Recuerdas lo que te comenté?—era la primera vez que me decía así con alguien más presente—: Está mujer que conociste hoy es el vivo ejemplo de superación, el vivo ejemplo de fortaleza. El mejor que conozco.—miré a su madre, tenía los ojos cristalizados—: Ella ha sabido quitar cada huella de dolor de su cuerpo, se ha mantenido de pie aún cuando muchas veces se sintió tocar el suelo. Cómo tú.—su mirada era intensa, me costaba mantenerla.

Andrew estaba orgulloso de la mujer que le dió la vida, de quién le dió vida para salvar la mía.

—Ma',—cuando giró hacia ella, se estaba limpiando una lágrima de su mejilla—: Annie desde antes de cumplir los diez años habia estado sometida a maltratos hasta hace tan sólo unas semanas.—la señora se llevó la mano a la boca, ocultando su sollozo—: Ella escapó, iba pasando justo por esa calle cuando casi choque con ella. Desde ahí ha vivido conmigo.

Tragándome las ganas de llorar cuando los miles de recuerdos de los últimos días me llenaron la consciencia, tomé una profunda respiración.

—¿Lo reportaste? ¡Manuel es policía!—exclamó como una solución—: Él puede ayudar.

Andrew sonrió con ternura.

—Él lleva el caso, han dado con el sitio donde estaba, la ropa es gran indicio pero Annie nunca vio nada.—ella me miró y negué con expresión lastimera, sintiendo los ojos llenarse de agua de nuevo—: Es como una aguja en un pajar.

Hubo un silencio, uno un tanto incómodo. Tomé un tanto de iniciativa y me acerqué, Andrew hizo espacio de inmediato para que me colocara en medio de ambos. El beso en la parte trasera de mi cabeza me dió apoyo, me dió ánimo para continuar.

Lo único que más me importaba además de sentir la paz, era quererme a mi misma. Encontrar la forma de poder verme en el espejo y no sentirme desagradable.

—Señora..—comencé, me detuve cuando su mano tomó la mía.

—Alicia, cielo. Dime Alicia—el tono maternal con el que me hablaba sólo hizo que el dolor en mi pecho creciera.

—¿Cómo...—miré su mano sobre la mía—: ¿Cómo hizo con las cicatrices?

Aquellos ojos pardos me sonrieron con ternura, sus ojos seguían llorosos pero se notaba que estaba intentando mantener la calma. Sólo cuando me soltó y llevó sus manos para desatar el nudo del sobretodo que cargaba me percaté de como estaba vestida.

Pantalón de algodón ancho color beige, combinado con una camiseta del mismo color y el sobretodo color negro que le cubría hasta las muñecas. Ahora sin el, noté los tatuajes repartidos por sus brazos de forma específica.

—Cientos y cientos de especialistas en el cuidado de piel me recomendaron cremas, gotas, jarabes. Pero ninguno tan efectivo como la tinta.—sonrió al verse los dibujos en sus brazos—: No sabía cómo obviar tantas marcas, marcas que no se iban a ir.

Asentí entendiendo todo, sabía que era eso.

—Lo que más dañado tuve fueron los brazos, era lo que más visible mantuve siempre.—Andrew se mantenía en silencio a mis espaldas—: ¿Son tus brazos lo que te molesta? —tomó uno con cariño, concentrándose en la más marcada, la muñeca—: Capaz a ti si te ayudan las cremas, cariño.

—Pero mi espalda..—murmuré, ella alzó la vista—: Es la que más marcada debe estar.

—¿Cómo lo sabes?—frunció el ceño, con miedo a la respuesta.

—Mis rodillas dolían, siempre porque eran lo único que sostenían mi peso cuando no tenía cadenas,—me incliné hacia mi pierna, levantando la tela del pantalón y bajando la media. Revelando la marca menos rojiza que rodeaba mi tobillo.—: Me hacia ovillo y lo único que recibía los golpes era mi espalda.

Recuerdo el ardor, el dolor y los quejidos. Todos juntos seguían por un par de días, y cuando creía que el dolor iba a pasar. Volvía a sentirlo cada vez más vivo.

La mamá asintió y pidió permiso para levantarse y subir por las escaleras. Andrew de inmediato me abrazó por atrás. Mi cabeza estaba apoyada en su pecho mientras mantenía una expresión neutra, ilegible.

Nos quedamos en silencio hasta que sentimos los pasos bajar por dónde habían subido. Era una bolsa, una que tenía un par de cremas para la piel que ella solía usar. Andrew le agradeció mientras yo me ponía a llorar en silencio cuando me lancé a abrazarla.

Entre más abrazados y agradecimientos, entre los tres nos pusimos al preparar el almuerzo. Los tres era solo era una forma de explicar que todos estábamos en la cocina, ellos cocinaban mientras yo veía.

Así, mientras esperábamos, se hacía y comíamos, la tarde nos recibió. Su madre se disculpo por no ponerse a hacelo más temprano.

—Hacer tu pastel de cumpleaños me mantuvo distraída.—habia dicho, con una sonrisa.

Cuando ya los platos estaban limpios, la mamá pregunto si quería cantar las mañanitas de una vez. Andrew negó, que quería hacerlo a media noche, no supe porqué hasta que ese momento llegó. Me había colocado a su costado pero no me dejó, me colocó frente a él mientras Alicia encendía la vela.

—Justo a las 12, termina mi cumpleaños y comienza el tuyo.—acarició mis hombros—: Quiero que ambos apaguemos la llama y pidamos un deseo, ¿Está bien?

Un sentimiento lleno de emoción me llenó el estómago, las manos me temblaban mientras las colocaba arriba de las suyas. Miré a su mamá que miraba con orgullo a su hijo por lo que había dicho.

Ella lo escuchó y estaba de acuerdo. Así, entre los tres empezaron a murmurar una canción que apenas me sabía. Andrew y yo nos miramos unos segundos cuando la canción terminó, volvimos a centrarlos en la vela y cerrando los ojos al mismo tiempo, tras un deseo, apagamos la llama entre los dos.

Alicia nos abrazó a ambos, tomando más tiempo con su hijo, llenandole de besos las mejillas. Sonreí al mirarlos, no lo podía creer.

Entre ambos repartieron los trozos, metiendolos en el envase que antes tenía las donas. Nos ofreció a quedarnos pero Andrew volvió a negar, diciendo que tenía planes para mañana.

Cuando volvimos a la calefacción del auto, ya la noche estaba en todo lo que da. El rubio encendió la radio de nuevo, está vez dando la bienvenida a una canción que no aguanto subirle todo el volúmen.

—¡¿Cómo se llama?!—grité para que me escuchara. La vibración de la canción me hacía sonreír.

Su sonrisa bajo la poca iluminación de la noche me encantaba.

—¡Ocean, de Khalid!—dijo en el mismo tono, antes de empezar a cantar.

Las calles de esta zona estaban desiertas, por lo que Andrew no evito pisar el acelerador mientras cantaba. Sonreí al sentir la velocidad, mi interior vibra ante la mezcla de todo, la música, la velocidad y lo que siento ante su sonrisa. Unos segundos después se le sumó el frío de la noche, cuando Andrew abrió la ventana de la camioneta.

—¡Feliz cumpleaños preciosa!—gritó sin detenerse.

Me sentía feliz, llena. Por primera vez en mucho tiempo experimente lo que era la felicidad plena al ver aquella sonrisa contagiosa. Pedí al cielo que este sentimiento durara mucho más, mucho mucho más. Sólo aquí, recordé mi deseo al apagar la vela.

«Qué él me quiera como yo lo quiero

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Un beso, recuerden que son lo más bello de wattpad❤

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