CAPÍTULO 28
Annie. Parte 2.
Por una vez en mi vida, quería pensar positivo.
Cuando Andrew me dejó pasar me dijo que me sintiera como en casa, que podía agarrar la habitación que quisiese. Tragué grueso cuando poco a poco subí aquellas escaleras, encontrándome con aquel pasillo por donde había pasado, hace apenas días. Mis pies se fueron a la habitación que ya conocían.
Moví el pomo dejando a la vista aquella habitación tan ordenada que parecía como si nadie hubiera estado durmiendo aquí.
—Esa es mía—dijo a mis espaldas.
Di un respingo sin haber escuchado sus pasos cerca, volví a cerrar y asentí. Ya sabía eso. Caminando un poco más, me topé con la otra puerta. Ahora sí podía sentir los ojos de Andrew clavados en mis pasos, con cierto nerviosismo abrí la puerta dejando ver la aquellas paredes que poco conocía.
—No estoy seguro si te devolvieron aquella camiseta rosada que cargabas antes de irte pero, —lo escuché hablar en el pasillo, cuando voltee iba entrando a la habitación—: Lo demás que estaba en el bolso que trajo Manuel sigue ahí.
Asentí con una leve sonrisa. Dejándome caer en el borde de la cama.
—¿Tienes hambre?—negué, no después de todo lo que me había hecho comer—:¿Sueño?
Tras preguntar, la sábana a mis espaldas parecía estar llamándome a gritos, mis dedos se extendieron por toda la sábana llenandome de gusto al sentir la suavidad bajo mis palmas. Cuando mis ojos volvieron al hombre frente a mí, asentí.
Andrew imitó mi acción dirigiendose a una esquina de la habitación.
—Aquí, aumentas el frío o el calor—presionó con un dedo una cajita pegada a la pared, parecía una radio—: Para la derecha es frío, para la izquierda es calor, ¿Oíste?
—Si, gracias—sombra de una sonrisa es lo que ví en su rostro, pero no estaba segura.
Segundos después, estaba sola en la habitación. Me quité aquellos incómodos zapatos que pertenecían al uniforme del refugio, me recordaban mucho a los mismos que le había visto a las enfermeras que me atendieron.
Cuando mis pies tocaron el frío del piso, tuve que retener un gemido de satisfacción. Por mucho tiempo estuve descalza, creía normal el no acostumbrarme todavía a tener los pies bajo presión. Caminé por la habitación abriendo la puerta que estaba a un lado del closet, un baño.
Adentrándome en el, lo primero que ví fue mi reflejo. Un nudo en mi garganta creció al ver mis ojos opacos, ocultos bajo unas bolsas moradas. Me incliné hacia el espejo y me llevé las manos al rostro, las ojeras me llegaban a mitad de la nariz, ¿Tan casada he estado?
Mis labios estaban secos, en mi frente habían uno que otro rasguño y lo peor era que no recordaba como se hicieron. Cuando mis manos fueron hasta ellos para presionarlos a ver si me dolían, mis dedos pasaron a ser el centro de atención.
La parte interna de mis manos se mantenía rojiza, con muchas sombras de haber tenido alguna cicatriz ahí. Seguido de eso mis muñecas me sorprendieron, marcas que las rodeaban de una forma tan espeluznante que me hizo bajarlas y esconderlas tras mi espalda.
Cuando volví a mirarme en el espejo, mis lágrimas estaban presentes. Unas silenciosas bajaban por mis mejillas y sin poder aguantarlo más, salí.
Me tiré entre las sábanas, escondiendo mi rostro entre los almohadones. Entre murmuros míos, pidiendo que se me quitara todo esto que tenía encima, me dormí.
Cuando mis ojos se abrieron juré que había dormido tan sólo unos minutos, pero la luz que entraba por la ventana me indicaba otra cosa. Tenía frío, cansancio y pereza. Estuve a punto de cerrar los ojos de nuevo cuando un ruido en lo que parecía ser la sala me despertó.
Mordí mi labio sin saber si bajar o no, sin saber si estaba bien que bajara o no. Pero ahí estaba Andrew, él sabría que hacer.
«¿Pero si le estaban haciendo algo a él?»
Salté de la cama y el frío, ahora mayor, del piso bajo mis pies me hizo brincar. Importandome muy poco, salí de forma silenciosa hasta el inicio de las escaleras.
—¡Cállate que la vas a despertar!—gruñó Andrew apoyado de brazos en el respaldo de una silla. Encorvado de esa forma le hacía ver la espalda mucho más ancha.
—¡No me callo una mierda, Reyes!—Manuel se le acercó hasta tenerlo de frente—: Eres un irresponsable.
El rubio oscuro bufó.
—Yo no hice absolutamente nada,—aseguró—: Rosalva me llamó a mi.
—¡Por qué Annie le habló tuyo, como hace con todo el que se le cruce!—sus brazos se extendieron a los lados, alterado—: ¿Sabes qué tenías que decir?
—Ilumíneme, señor sabio.
Su sarcasmo sólo lo hacía enfurecer más.
—Tenías que decir que Annie no es problema tuyo, que ella solo es una niña obsesionada con la única persona que le dió ayuda en mucho tiempo—gruñó frente a él, en ningún momento ninguno de los dos apartó la mirada.
Sonaba tan seguro de sus palabras que hasta a mí me hizo sentir un golpe en el estómago. Manuel no me quería aquí, me quería lejos, lejos de su amigo.
—No iba y no voy a decir eso,—Andrew se enderezó caminando hacía la cocina, Manuel se quedó en el mismo sitio—: Ya está todo arreglado, Rosalva me dió un permiso para firmar y asunto arreglado.
El policía empujó la silla tan fuerte que juré que iba a dar hasta el suelo.
—¡Asunto arreglado las bolas mías!—caminó hasta él, haciéndome bajar unos cuantos escalones más para poder seguir escuchando.
—¡Deja de gritar joder!—escuché como cerró la puerta de la cocina con ellos dentro—: Te dije que estaba durmiendo arriba—apenas escuché.
Bajé por completo las escaleras y caminando casi sin respirar me apoyé en la misma silla que había estado Andrew. No me veían.
—¡Vas a estar frente al juez en cualquier momento por quien sabe cuántos cargos, pedazo de mierda irresponsable!—Manuel seguía alterado—: No entiendes que sólo intento cuidarte el culo.
Se escuchó como un vaso chocaba de forma ruidosa sobre el lavaplatos.
—Sólo irá a juicio el responsable por todos los golpes que tiene encima, no el que la cuido—Andrew sonaba seguro—: No le he puesto ni una mano encima y no lo pienso hacer.
Tras unos segundos, Manuel habló.
—Hablaré con Rosalva.
«¿Qué? No»
—No lo vas a hacer,—sentenció—: A cualquier sitio que lleven a Annie va a pasar por lo mismo, a éste paso la iban a matar en cualquier momento.
Un escalofrío me recorrió por toda la columna.
—¿Qué?—preguntó Manuel—: Si ella no hace lo que se le pide es su problema, no el tuyo.
Escuché el suspiro de Andrew.
—Annie no está así porque quiere, Green—estaba molesto—: Hay que tener el trato que nadie ha tenido con ella.
—Ah, ¿Y tú si?—ironizó.
—No la escucho quejarse.
«Y no lo iba a hacer»
Mi pulso se aceleró cuando escuché pasos hacia la puerta de la cocina, rápidamente me senté en la silla en la que estaba apoyada, no me iba a dar tiempo de correr escaleras arriba.
El primero que ví fué a Andrew, suspiré.
«Manuel me hubiese gritado»
—Mierda, ¿Te desperté?—negué, parecía preocupado.
—Me voy parando.
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