CAPÍTULO 27

Annie.

¿Que pasa cuando tienes ganas de llorar y no tienes a nadie en quien apoyarte?

Lloras sola, justo como hice, hago y supongo que seguiré haciendo. Nadie me está esperando.

A ciertas horas del día tocaban una campana avisando que estaba lista la comida. Me asustaba ver a más de una docena de niños corriendo en el pasillo, cuando abrí la puerta del comedor mis piernas empezaron a temblar tanto que no pude entrar. Mis pasos fueron en retroceso y, como seguía llegando gente me empujaban hacia adelante.

Mis piernas no respondían y sentía que mi boca pronto tocaría el suelo, no tenía fuerza para empujarme en dirección contraria. Eran muchos contra uno, dejando salir un chillido de mi garganta me dejé caer.

Mi cabeza todo el suelo y todo se volvió borroso, un grito a lo lejos se escuchó haciendo que los pasos a mi alrededor empezarán a ser peor que antes. No me podía mover y no sabía porqué, el frío suelo me parecía reconfortante.

Tanto, que cerré los ojos.

Mis párpados pesaban, los músculos me dolían pero ya no estaba en el mismo sitio, mis dedos se empezaron a mover alrededor de una tela. Una sábana. Poco a poco, encontré conexión entre mi cerebro y mis piernas, entre mi cerebro y mis manos y así hasta que me senté.

Al abrirlos, me encontraba sóla en una habitación celeste, pequeñas estampas de patos y cunas adornaban la pared de enfrente. Muy infantil, pero no sé porqué me sentí bien con eso. Cuando miré a mi derecha encontré una vía añadida a mi mano, de nuevo.

Pequeños cardenales la adornaban está vez, daba asco mi piel. Mi vista se empezó a nublar con lágrimas que se negaban a bajar, cerré de nuevo los ojos dejándome caer de nuevo en la camilla. No pasó mucho cuando el llanto vino a mi, no sé cuántas veces había llorado desde que me quedé sola.

Me sorprendía la cantidad de agua que podía retener mi sistema solamente para seguir llorando.

Llevé mis rodillas al pecho y las abracé. Estaba vuelta un ovillo en una habitación médica, de nuevo.

Está por aquí, tuvo un episodio...—escuché por detrás de la puerta.

«¿Eh?»

¿Hace cuánto paso?—esa voz...

Me incorporé,  un rayo de esperanza me atravesó.

Unas horas, quizás unas cuatro,—«¡¿Cuatro horas?!»—: Se le inyectó suero, estaba tan blanca como un papel.

¿Comió algo?

Voltee a mi costado e intenté sacarme la vía por mi cuenta.

No que yo sepa, muchos me dicen que no la vieron en el desayuno.

Más agua salada bajaba por mis mejillas mientras quitaba la cinta, dolía como mil demonios cuando la misma jeringa de movía gracias a eso.

¡Joder!

La puerta se abrió de golpe dejando ver a un Andrew con el seño fruncido. Seguido de una enfermera y Rosalva.  Antes de poder decir algo vió lo que estaba haciendo y se apresuró a alejar mi mano de la vía.

—¡¿Qué haces?!—volvió a pegar lo que había logrado quitar, casi lloro—: Déjate eso ahí.

—¡Me lo quiero quitar, me duele!

La que parecía que trabajaba aquí camino de forma rápida hacia él tuvo de plástico al que estaba unida. Se puso frente a Andrew y ella misma con un algodón húmedo intento quitarme la cinta.

—Niña, eso no se hace—acotó.

—Me duele.

—Eso era suero,—parecía molesta—: Hubieras podido hacer un desastre con algo que te estaba haciendo bien.

No contesté.

Rosalva me miraba a mi y a Andrew una y otra vez. Su rostro mostraba preocupación.

—¿Cuanto llevas sin comer?—preguntó el ojiverde.

—No lo sé,—Rosalva palideció—: Lo intenté hoy pero no pude.

Hubiera preferido que se ahorrara las preguntas, no tenía el suficiente ánimo para hablar. ¿Me sacaría de aquí? Sino era así, ¿Qué hacía en este lugar?

«Visita lastimera»

Apreté los ojos con fuerza cuando esa idea llegó a mi cabeza, no quería pensar tan mal pero, ya estaba aquí, ¿No? 

La enfermera se fué dejándonos tiempo a solas a los tres. Rosalva parecía mucho más nerviosa que antes, Andrew estaba tenso y yo, bueno, yo sólo estaba ahí.

—¿Está seguro?—la de servicios sociales cortó el silencio—: ¿Completamente?

El ojiverde me miró por lo que sentí una eternidad. No había ninguna expresión en su rostro que me indicara que pudiera estar pensando.

Andrew asintió—: ¿Qué tengo que hacer?

Rosalva salió dando un suspiro y siguió los mismos pasos que había seguido la enfermera anterior. Me quedé con el ojiverde y no supe que proseguía.

«Sácame...»

—Annie, ahora en serio—se volteó y se sentó en la silla que había frente a mi, quedé más alta—: ¿Hace cuánto no comes?

«Sácame...»

—No mentía.

Tras un resoplido de su parte, se puso de pie y fué a la parte del archivador. Lo siguiente que ví fueron papeles volando por todos lados. Mis ojos casi tocaron mis cejas al verlo tan concentrado en descartar hoja tras hoja.

—¡¿Qué haces?!—grité como él había hecho momentos antes.

—Buscando tus hojas—contestó sin voltear.

Me bajé de un saltó de la camilla, haciendo que mi cuerpo recibiera la peor factura. Un golpe secó se escuchó en la habitación al apoyar mi mano con fuerza en la pared para no caer. El susto, tenía mi respiración desbocada y no ayudó el que Andrew me alzara para sentarme de nuevo.

—Vas a comer,—ordenó abriendo la puerta—: Ahora.

Antes de pensar en que mis pies volvieran a tocar el suelo, sus manos fueron directamente a la parte interior de mis brazos, alzandome como sino pesara nada.

Deambuló por los pasillos hasta encontrar el mismo comedor por el que yo había intentado entrar horas antes. En ningún momento miré por detrás su hombro, no quise ver si se encontraba alguien ahí. No iba a negarlo, no quería.

Estaba bien así.

Pasé mis brazos por sus hombros, rodeándolo para buscar aquel abrazo que me hacía falta hace días. A diferencia de muchas ocasiones que tuve para tener contacto físico, éste era el único que yo quería.

Sus pasos se tuvieron en el mostrador—: ¿Qué quieres?—murmuró en mi hombro.

Negué, comer ahorita significa bajarme y no.

Suspiró—: Me va a dar el tazón de fruta más grande que tenga...—comenzó a pedir, y ahí no paró.

Cómo supuse me sentó en una mesa y colocó los platos frente a mi. Estaba abrumada, sorprendida incluso cuando mi estómago sonó. Fué vergonzoso que Andrew lo escuchara.

—¿Viste?—podía sentir la sonrisa en su voz—: Ahora ten—me tendió un tenedor.

A paso lento y bajó su mirada poco a poco fuí terminando sólo un plato. Mi sistema parecía estar haciendo fiesta, el sabor dulce de la fruta me estaba haciendo bien.

Cuando empujé un plato levemente hacia adelante en señal de que no quería más, Andrew objetó.

—Anda Annie, no has comido absolutamente nada,—me tendió una cuchara para que comiera una pequeña porción de puré—: Ya es para que te estuvieras tragando la mesa.

Me hizo sonreír y, cómo si fuera un espejo su rostro imitó mi acción. Sonrió.

A paso de tortuga terminé otro, estaba bebiendo de un jugo cuando Rosalva entró casi que corriendo al comedor. Podía sentir como mi felicidad se iba al subsuelo.

«¿Se lo va a llevar?»

Voltee a verlo a él y no parecía molesto, o incómodo.

«¿Ya le daba igual?»

Rosalva se acercó a Andrew, sonriendome a medias. No parecía segura de esa sonrisa, tampoco de lo que estaba haciendo. El ojiverde sin embargo, tomó la hoja y la firmó.

—¿Qué es eso?—no me aguanté en preguntar.

Andrew me miró, pero no contestó. Le entregó el papel a Rosalva y se levantó para hablarle al del mostrador.

—¿Me lo puede poner para llevar por favor?—ésto no es un restaurante pero la señora dijo que si.

Andrew llevó todos los platos que todavía tenían comida en ellos hacia el mesón. Seguía sin entender nada así que me levanté con el jugo en mano y lo seguí.

—Andrew...

—¿Te lo vas a llevar?—señaló el vaso que tenía, asentí—: Bien, vamos.

«¿Vamos?»

Estaba a punto de hablar cuando la melena pelirroja de Rosalva apareció a un costado—: Señor Reyes, tengo que preguntar de nuevo, y perdone—él asintió—: ¿Está de acuerdo con las condiciones previamente acordadas?—se cruzó de brazos—: Las visitas y...

—Ya le dije que sí, acabo de firmar—la corto justo a tiempo para que la del mostrador llamará la atención del ojiverde.

Con las bolsas en una mano, me dedicó una mirada que no supe descifrar antes de volverse hacia Rosalva.

—Estaremos hablando—ella asintió y se retiró.

—No entiendo.

Con un suspiro, miró hacia la puerta del comedor y luego a mi. Sus ojos tenían un brillo extraño, y por la falta de tensión en sus hombros...  Lo supe.

Quise llorar cuando me lancé a abrazarlo. Su mano libre se mantuvo en mi cabeza, escondí mi rostro en su pecho y bajo esa sensación me di cuenta de algo que me asustó.

«Aquí es donde quiero estar...»

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Un beso, recuerden que son lo más bello de wattpad❤

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