CAPITULO 2

Andrew

Desde hace ocho años los días en que finalizaba mi horario laboral siempre eran igual. En casos como el mío vivir, que vivo a mis cuestas al apenas entrar en la vida adulta, me hizo crear una rutina. Sólo se basa es madrugar y llegar pasadas la media noche a lo que yo llamaba un hogar.

Toda la mañana el tiempo tienta sobre una posible lluvia, ni un rayo de sol se asomaba. Mi oficina estaba en el último piso y me extrañó no ver en ningún momento una claridad que no procedieran de las bombillas.

Todo transcurría igual, reuniones, firmas, compromisos, lo que yo consideraba normal estaba transcurriendo bien. Todo tranquilo, hasta que salí a las 12:15 AM del edificio y tomé otra vía hacia mi piso.

Sino hubiera ocurrido un accidente en mi via fija no estaría dónde me encuentro en el momento, y en especial con quién me encuentro en el momento; con una castaña asustada en la parte trasera de mi auto.

Dos semáforos en rojo, dos oportunidades tuve de dirigir mi vista hacia ella por el espejo retrovisor.

—¿Dónde vives?—me atreví a preguntarle.

Subió la mirada, estaba tensa. No esperaba que le hablase.

—No se—se notaba a millas de distancia que estaba cansada, pero al mismo tiempo parecía como si en cualquier momento pudiera empezar a correr de nuevo.

Solté un suspiro que tomó como respuesta y me dispuse nuevamente a conducir hasta mi piso. Luego llamaré a Manuel para que me ayude.

Al estar en mi apartado correspondiente, miré de nuevo hacia atrás.

Gracias a la luz blanca procedente del techo del estacionamiento, sólo unos segundos me bastaron para recorrer su contorno. Sus pies llamaron mi atención, estaba lastimada.

Ya no podía caminar más.

Tras una guerra mental y con más dudas que antes, me bajé y abrí la puerta de la parte trasera.

Al sus ojos caer en mi pude notar el miedo, el temor que tenía de lo que fuera a hacerle. Pero a pesar de eso, me tranquilice al recordar aquella mirada que me dedicó en el callejón. A pesar de la situación, ella parecía tenerme esperanza.

Mis extremidades parecieron tomar pensamiento propio y se acercaron a ella. Para cuando era más consciente de la situación la tenía entre mis brazos.

Agradecí que no hubiera nadie en la recepción, el portero por lo general sabe que llego tarde. Y como soy de una merecida confianza por los años que llevo viviendo aquí, no le digo nada sobre sus siestas secretas en el escritorio.

Una vez en el ascensor la coloqué sobre sus pies mientras metía el código de acceso directo. Una luz blanca iluminaba de manera exagerada toda la cabina metálica, con un descaro que intente disimular la contemplé con mejor luz. A pesar de su estatura pude notar algo que no pretendía volver a ver.

Sentí como el estómago se me revolvía al notar que eran más de uno, que prácticamente cada extremo de su cuerpo estaba cubierto por ellos.

Golpes.

Ella había estado en manos de otro sucio bastardo que golpea a las mujeres.

Apretando los dientes, levanté la mirada y me percaté de que faltaban dos pisos para llegar al mío. Me preparé para volver a cargarla y ponerme a pensar que ocurriría en las próximas horas.

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