CAPÍTULO 16
Andrew.
Todo paso muy diferente a aquella vez que estaba sólo, intenté acercarme a la Annie inconsciente que había caído en las sábanas, pero una mano en el pecho me hizo retroceder.
Me solté de inmediato haciendo un segundo intento, pero nada.
—¡Por una vez en tu vida déjame trabajar!—apreté la mandíbula cuando se acercó y prendió la radio que cargaba en el bolsillo.
«Joder»
—Aquí oficial Green, necesito una ambulancia en el edificio principal del centro,—comunicó—: Menor de edad inconsciente, un caso de abuso abierto, necesito que me esperen con el examen correspondiente.
«¿Qué?»
—Entendido oficial, ambulancia a minutos de distancia.
Cuando lo ví tomar a Annie en brazos me apresuré a tapar la puerta.
—¿Se puede saber que coño haces?
—Andrew, quítate—ladró.
—No, hablá primero—él me podía tumbar, claro que sí. Pero por tenerla en brazos estaba limitado.
—Llevarla a qué la examinen como es, ella no debió de estar aquí en primer lugar... ¡Y lo sabes!—las sirenas de la ambulancia hicieron eco en la parte de abajo—: Intento protegerte y que no salgas embarrado de mierda en todo esto.
Annie seguía sin despertar. ¿Qué tanto le harían?
—¡Presta atención pedazo de imbécil!—me gritó dando un paso adelante—: La voy a llevar, la van a examinar ¡Cómo se debe!—su radio sonó en el bolsillo—: y tú vas a hacer la declaración que te pedí, explicando cómo fue que la encontraste.
—¿Y luego?—esperaba que entendiera.
—Oficial Green, ambulancia en la zona.
—¿Luego qué?—habló con impaciencia.
—¿La traerán aquí?
La pregunta salió mucho antes de que me pusiera a considerar si era o no algo coherente. Manuel sin dar respuesta suspiró y negó con la cabeza sin poder creer lo que estaba diciendo.
—Oficial Green..
Me empujó por el hombro y salió a paso apresurado por el pasillo. Sabía que no podía ir, también que esto era lo correcto. Pero si es lo que está bien, ¿Por qué se siente tan mal?
Salí hacia el ventanal de la sala para ver justo a tiempo como acostaban a Annie en una camilla. Apreté los dientes al ver a más de una enfermera a su alrededor, una le colocó oxígeno.
A unos metros Manuel se encontraba hablando con otro oficial.
«¿Y ya?, ¿Tan fácil te deshaces de ella, Green?»
No quería pensar que pasaría porque lo sabía perfectamente. Aprovechando que está inconsciente le harán los exámenes de sangre, si se despierta antes del vaginal la van a tranquilizar con pastillas, va a llegar otro tipo y la va interrogar. Suspiré pasándome una mano por los mechones de pelo, de nuevo.
Eso no terminaría bien.
Pasé por la cocina en busca del teléfono, nada. Caminé a paso apresurado hasta el comedor, ni mierda. Subí rápidamente y a pesar del desastre, mi teléfono no estaba ahí.
Hasta que lo escuché sonar abajo.
Antes que se apague, baje rápidamente escuchándolo sonar entre los cojines de la sala. Bufo viendo que el que me buscaba no es más que un compañero de oficina.
«Que llame luego»
Buscando el número que quiero me llevo el aparato a la oreja, escuchándolo pitar una y otra vez.
Sin respuesta.
A la quinta llamada, con los nervios pasándose por todas las arterias por fin respondió.
—Interrogala tú, por favor—hablé antes que de dijera algo.
Manuel suspiró.
—Andrew, sino me asignan a mi, no pued-
—Manuel, joder por favor—me dejé caer en el sofá más grande—: Eres una cara conocida, sino vé a nadie que conozca cuando despierte va a formar un alboroto.
—¿Cómo lo sabes?—dijo entre dientes.
Mordí mi labio, despeinandome.
—Sólo lo sé —y no mentía, algo me decía que así iba a ser.
—Veré que puedo hacer—resopló.
Iba a colgar.
—Hey—llamé rápidamente.
—¿Qué?
Estaba molesto.
—¿En qué hospital están?—escuché un gruñido antes del pitido del teléfono, me colgó.
«Hijo de...»
Lancé el teléfono al otro extremo de la sala, preguntándome porqué me importaba tanto.
Volvió mi piso tranquilo, sin gente, sin nadie quien llame a la puerta cada cinco minutos, sin enfermeras, y mucho menos sin tener que tener cuidado con lo que toco, volvió. Me levanté hacia en comunicador que me conectaba con recepción.
Presionando el botón hablé—: Buenas ¿Podría subir un par de cajas grandes?
—Apellido—demandó el portero de turno.
—Reyes.
—En unos momentos las subimos.
Asentí aunque sabía que no podía verme. Para tener como matar el tiempo me fuí hacia la cocina para prepararme algo.
Mientras sacaba las cosas encontré el plato de Annie en el fregadero. Suspiré para luego enjuagarlo y guardarlo rápidamente.
«Sin distracciones»
Una ventaja que pensé en cuanto me dijeron que ya el piso era mío hace algunos años, era que podía comer lo que me diera la gana, cosas que mi nana del momento me había prohibido. De pequeño lo que más hacia era jugar fútbol, si me la mantenía comiendo en la calle iba a engordar y perdería la agilidad.
Palabras de ella, no mías.
Y al principio fué así, hasta que sufrí los efectos advertidos. El acné se hizo llegar, mi falta de ánimo también, y por supuesto mi cansancio a cada rato.
Cuando ví que era yo mismo quien tenía que resolver, con toda la fuerza de voluntad que pude reunir; miré videos sobre cocina. Años después, y justo ahora. Puedo preparar lo que me plazca.
Y mi cuerpo lo agradeció volviendo a ser el de siempre.
Unas horas más tarde, después de comer. Distraje la mente ordenando en las cajas lo que iba a mover a otras cajas. O a tirar.
Según dicen, mente ocupada no piensa en nadie. Cuánta razón había, ya eran casi las 5 de la tarde cuando me dispuse a buscar el teléfono y devolver la llamada de hace unas horas.
Pero, plan fallido.
30 llamadas perdidas de Manuel.
«Joder»
Presionando su número, no habían pasado ni dos pitidos cuando me respondió.
—¿Que...
—¡¿Dónde coño has estado?!—tuve que alejar el aparato de la oreja.
—¿Qué sucede?
—Es ella, Annie—hablo rápidamente, me tensé—: No quiere hablar con nadie.
—Te dije que le hablaras tú—me dirigí hacia el ventanal.
—¡No quiere!—escuchaba murmullos, no estaba totalmente solo—: Lo intenté yo, una enfermera, llame a una de pediatría y tampoco.
Me iba a quedar sin pelo de tantas veces que pasaba la mano por ahí.
«¿Qué?»
—Pediatría es para niños.
—¡Andrew estaba desesperado!—gruñó—: Aparte, tiene buen trato sólo estaba intentando.
Suspiré.
—¿Y ahora?—pregunté.
—Pide hablar contigo,—dijo entre dientes—: Pero hay un detalle.
Eso no era bueno.
—¿Cuál?
—Annie parece que lo único que sabe decir es tu nombre,—comenzó—: Y no sólo a mí, sino también a todo con el que le cruza.
—¿Qué tiene que ver?—ignoré la sensación tan tensa que tenía en el pecho.
—Un colega piensa que el tan Andrew es quien le provocó el abuso,—gruño de nuevo, a él también le molestaba—: Capaz suponen que tiene el síndrome de Estocolmo o que se yo.
Cerré los ojos con fuerza, pegando la frente al ventanal.
«Me cago en todo»
—¿Qué puedo hacer?—pregunté, sabiendo lo que me diría.
—Venir y salvar tu culo,—eso no era—: Hacer que Annie hable con nosotros, —eso tampoco era—: Y declarar en tu defensa— eso era.
Comencé a caminar por el piso en busca de mis cosas. Tomé la chaqueta del perchero y las llaves del comedor.
—Dame la dirección—hablé mientras cerraba la puerta, pulsando el botón del ascensor.
—Enseguida.
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