CAPITULO 1


Annie.

Solo escuchaba un pitido en mis oídos, mi respiración acelerada mezclada con mi llanto ahogado. La sensación de adormecimiento cubría todo mi cuerpo. Cada mínima cosa que rozaba mi piel era como una daga, y lo único que lograba ver eran destellos en una gama de oscuridad.

Podía sentir pasos a mis espaldas, y con ello mi paso a correr aumento. Caía varias veces, me golpeaba en innumerables ocasiones pero no iba a regresar a ese encierro.

No, no y no.

El aire que golpeaba mi rostro era cada vez más frío, las luces eran cada vez más fuertes, estaba en la cuidad. El monte pasó a convertirse en asfalto bajo mis pies, mientras más firmes eran mis pasos más daño me hacía en mis pies descalzos. Cada vez era más difícil correr.

En un impulso por querer salir del mismo recorrido, crucé la calle.

Pero mi idea se fué tan rápido como vino.

Deteniéndome en seco, oyendo el fuerte chillido de los neumáticos contra el asfalto, escuché un grito. Era mio. Un par de faroles de auto se dirigieron hacia mi, haciendo que detuviera mi paso de inmediato.

Esperaba el golpe, uno que no llegó. Tenía miedo. Mucho miedo. Lágrimas de impotencia y desesperación son las que se escapaban de los ojos mientras volvía a correr.

Escucho pitidos, gritos, quejidos y mis gemidos.

—¡Vuelve aquí, mal nacida!—escuché a lo lejos.

Temblaba, lo podía sentir. Todos mis sentidos, junto con mi habla y mi pensar estaban paralizados. Si me encontraba era mi fin, ya no tendría escapatoria alguna.

No podía más, mi aire era cada vez más pesado, los latidos y pulsadas de mi corazón los podía oír en mi garganta. Con todo el cansancio e impotencia me dejé caer junto a unas bolsas de basura, abracé mis rodillas intentando que mi llanto fuera en silencio.

Mi respiración se detuvo al momento de escuchar pasos aproximándose a dónde me encontraba. Sollozos casi inaudibles se escapaban de mi garganta y eso fué lo que me delató.

—Oye, ¿Te hice daño?—dijo agachandose frente a mi, con una mirada cargada de pánico.

No era el mismo hombre.

—Ayúdeme...—murmuré sin reconocer mi propia voz.

Cada segundo era una oportunidad, cada rincón podía ser una escapatoria pero a la vez podía lo mismo que me llevara de nuevo al infierno.

Parecía que había descolocado su expresión, iba a hablar hasta que a lo lejos se escuchaban pasos apresurados, llamó su atención y se distrajo moviendo su cabeza en distintas direcciones.

Estaba cerca, lo sabía.

Para el momento en él regresó su mirada hacia mi, ya me encontraba llorando de nuevo.

No dijo nada y eso me asustó más. En un momento que ni siquiera pude procesar, me levantó en sus brazos y me llevó hacia la parte trasera de su auto.

El mismo que casi me había golpeado segundos antes.

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