Capítulo 4

Todo ser que pudiera hablar era un mentiroso por naturaleza.
Las mentiras nos invadían y estaban por todas partes. Se colaban en nuestras esperanzas y amortiguaban, de forma falsa, el dolor que padecíamos.
Dadrax no estaba seguro ni de lo que estaba prometiendo, pero Anneline le creyó. En ese momento, se ganó su favor y haría todo lo que estuviera en su mano para ver regresar al sacerdote en cuerpo y alma.

A la rubia le costaba seguir el ritmo de la explicación del vampiro.
Estaba frente a Aroha, enterneciéndose por aquel rostro del bebé que la miraba con una risilla, intentando escuchar cada palabra de Dadrax.

—Regresaba de un encargo— explicó—. El rey no quería descendencia ninguna. Decía que no necesitaba usurpadores siendo él inmortal como lo era. Mandó a asesinar a todos sus hijos, fueran legítimos o no legítimos. Una dragona supo que yo era un vampiro, pensó que eso sería una ventaja para cuidar a su bebé y me la entregó con esa misión.

Sabiendo esa historia, Anneline quedó perpleja.

—Creo que esa dragona tenía razón. Eres un vampiro, yo una humana. ¿Cómo podría cuidarla?

—Porque no tienes miedo— respondió Dadrax.

—¿Tú sí?

No fue la pregunta más acertada para hacerle a un hombre orgulloso.

—No lo tengo. Pero si me la quedo, no podré cumplir con mis deseos.

—Entonces te molesta— dedujo Anneline.

—Sí. Eso es. Quédatela, apóyame y espérame. Seré tan poderoso que podré regresarte a Yell.

La mirada de Dadrax mostró una seguridad envidiable. Anneline lo creyó, aunque ella misma dudaba de si eso era posible.
Los ojos de la chica aún estaban rojos. Su cuerpo estaba adormecido de tanto dolor que había sentido en tan poco tiempo. Lo único que logró despejarla fueron las palabras de aquel chico, como si fuera una promesa de guerreros, de esas que eran inquebrantables.

La noche seguía puesta en el cielo. Beth quedaba tímida ante la mujer que era su heroína desde que era pequeña. Aroha extendió sus brazos para que la dama de rojo pudiera sostenerla.

—¿Ves? Le gustas. Quiere que la alces.

Anneline dudó. Nunca había interactuado con un niño tan pequeño, siendo totalmente dependiente de las acciones que hacía. ¿Y si no le gustaba? ¿Y si se le resbalaba de los brazos? ¿Y si tropezaba con ella en alza? ¿Y si hacia caca encima de ella? ¿Cómo debía ser cuidarla, si nunca cuidó a otra persona de aquella manera? No tenía ningún sentido maternal desarrollado, ni ninguna curiosidad por los más pequeños. En su cabeza solo cabían todos los metales para forjar armas, cada estilo de espada y estrategia en batalla. No existía nada de comida para bebés, ni de canciones de cuna.

Se puso de cuclillas para estar a su altura. Aroha caminó hacia ella de forma torpe y estuvieron cara a cara por segundos.

—Hola, pequeña. Soy Anneline— se presentó.

—Ine— respondió con una dulce voz.

—Anne-li-ne— corrigió.

—¡Ine!

La rubia soltó una carcajada, sintiendo una pequeña felicidad al escucharla. ¿Era justo que pudiera sentir algo tan positivo después de la masacre de Diredun? No, no lo era. Anneline quería estar condenada toda su vida a ser infeliz y a no encontrar ningún rayo de sol que pudiera guiarle. Quería estar perdida para siempre hasta encontrar a Yell.

—Anneline.

—¡Ine!

Dadrax fue esta vez quien sonrió al verlas. No sabía diferenciar quién era la niña pequeña y quién era la adulta. Eran tan similares que parecía una comedia.

—Te lo pido por favor, Anneline— dijo el vampiro—. Sé que estoy siendo egoísta en parte, pero en otra parte siento que es lo que necesito hacer. Que es el camino que necesito seguir. No soy el indicado para protegerla. Soy de los que venden información por poder, de los que matan por dinero y de los que roban tesoros. No soy más que eso.

—Eres quien me salvó— Anneline se levantó. Aroha se abrazó a sus piernas—. Tampoco estoy segura de ser la indicada. Pero puedo prometerte buscar a una persona que lo sea y no separarme de ella en ningún momento.

—¿Lo harás?

—Lo haré. Encontraré una familia para Aroha.

—Nadie quiere a una dragona como hija— dijo el vampiro, preocupándose por la niña—. No quiero que sea criada como un monstruo, aborrecida por sus propios padres.

—¡Nunca permitiría eso!

Anneline era distinta en Dadrax en muchos sentidos. Ella no creaba esperanzas con promesas, lo hacía con verdaderos sentimientos. Eso no significaba que el vampiro fuera de ese tipo de persona. Se podía ser bueno teniendo personalidad de villano, ¿verdad?

Los ojos de la rubia quedaron puestos en los de la pequeña Aroha. Ella tenía mofletes llenos de un tenue rubor, ojos inocentes y un cabello moreno. Aún no había signos en ella de ser un dragón. No era un bebé que escupiera fuego, ni tenía una cola desarrollada ni orejas puntiagudas. Por eso los dragones eran tan difíciles de distinguir: se camuflaban, cambiando de formas. La pequeña Aroha tenía una misión en este mundo; si alguien podía convencer a los dragones de ser buenos, era ella. No podría hacerlo sola, por lo que el camino de su aventura empezó justo ese día, donde la dama de rojo y el vampiro sellaron un pacto al estrechar sus manos.

Ella la protegería.
Él le devolvería a un muerto.

Era un pacto justo, ¿cierto?

Dadrax encendió una hoguera para acampar en unos bosques cercanos, alejados lo bastante de las cenizas de Diredun. No tenían más que agua y carne seca para la más pequeña, por lo que había que centrarse en el futuro más próximo.

—Si te parece, dormiremos aquí. En cuanto se ponga el sol cabalgaré en caballo hasta el pueblo más cercano, te compraré ropa y un caballo.

—Que sea blanco.

—Anneline— Dadrax regañó—. Será el caballo más barato, ¡no pienso gastarme más!

Los ojos de la rubia fueron hacia otro lado con decepción.

—A Yell le gustaban los caballos blancos, siempre decía que era su animal espiritual.

—El más barato— volvió a asumir.

—Por unas pocas monedas más... No seas así, acaba de quedarse sola en el mundo— dijo Beth, sin tacto y sin maldad.

El ambiente quedó tenso por esas palabras. La pequeña Aroha mordisqueaba la carne seca con sus pequeños dientes, entreteniéndose por el movimiento que había. Le gustaba mucho ver el cabello rubio de la chica, siendo algo llamativo para ella. Se levantó del suelo para tirarse encima de las rodillas de Dadrax.

—Pues hablemos del plan.

—¿Cuándo hemos tenido plan? — rio Beth.

—Ahora necesitamos uno. Los tres somos un equipo, ¿verdad?

Aroha balbuceó.

—Cuatro— corrigió Dadrax—. Nuestros caminos se separarán. Yo he de buscar a alguien... y ni siquiera sé por dónde empezar. Tú podrás ocuparte de Aroha como quieras, pero debes esconderte y que no te reconozcan.

—¿Ese es el plan? ¿Y la estrategia? ¿Y la batalla? — replicó la rubia.

—No en todos los planes hay batalla.

—Yo puedo esconderlas— dijo Beth—. En el callejón. Es una buena idea, ¿verdad? Los dragones no pasan por ahí-

—Los dragones están en todas partes— Anneline se levantó del suelo. Su mirada cambió por completo, quizás a disgusto de la idea de tener que esconderse. Aún era una tozuda que no entendía que tenía una niña pequeña a la que cuidar y proteger—. En Diredun tampoco eran constantes.

—Tienes razón. Aun así, ¿nadie se lo ha preguntado...?— y ahí estaba Beth, sembrando la duda.

—¿Preguntarse qué?

—¿Por qué los dragones fueron a Diredun?

Era una pregunta tardía. Ni en las canciones se especulaba del verdadero porqué. Algunos decían que era para que ninguna persona olvidara quién mandaba realmente, pero era demasiado fácil para ser el rey Sathes.
Había un motivo por el que los cuatro estaban reunidos frente a un fuego, por el que Yell estaba muerto y por el que los dragones aterrizaron en un inocente lugar hasta dejarlo en cenizas.

—Los reyes orgullosos en realidad actúan con devastación por una razón: miedo.

—¿Miedo? En Diredun no éramos muchos los que luchábamos— dijo la rubia.

—El sacerdote... ¿Era tan poderoso como todos contaban?

—Yell tenía un gran poder de sanación y apoyo en batalla. Curaba las heridas mortales en segundos y hacía de tu piel un escudo inquebrantable con su hilos.

—Eso es poder— respondió Dadrax—. Imaginad que alguien se atreve a alzarse contra él. Sea humano, vampiro, ¡no importa! E imaginad que el sacerdote está siempre detrás. Quizás Sathes quiso evitar ese futuro.

—¿Me estás diciendo que este reinado pudo haber terminado si tan solo el sacerdote se hubiera decidido a hacerlo? — Beth quedó incrédula, impotente. Todos sabían que vivir así no era vivir, ¿por qué nadie se atrevía a ponerle fin?

—Yell no era de los que luchaban...— la pena se hizo presente en el tono de su voz. Aún estaba rota, intentando mantener su paso firme. Volvió a sentarse, como si su energía se estuviera apagando—. Siempre me decía que no lo hiciera, pero aun así me seguía. Él me protegía como si de verdad fuera alguien especial. Me amaba. Primero me amó como un padre, después como un mejor amigo y finalmente me amó como un hermano.

—¿No crees que él escondiera algo?

—Él escondía muchas cosas— respondió con seguridad—. Pero nunca me importó. Yo también lo amaba.

Se hizo un silencio entre la noche. Los chasquidos de las llamas eran el único ruido relajante que se escuchaba entre los grillos, las ramas crujir y los estómagos vacíos. Dadrax se levantó, haciéndose responsable de la tarea de llenarlos.

—Iré a cazar.

—¡Yo iré contigo! — fue la rubia quien, con el mismo orgullo de siempre, se levantó.

No necesitaba cazar, ella podría sobrevivir sin comer. Pero necesitaba estar activa y así sobrellevar el dolor que seguía en ella.

En cierto momento y en cierta edad, debías asumir la muerte.
Anneline lo hizo hacía tiempo, cuando escogió el camino de la guerra, la espada y la estrategia. De las derrotas se ganaba, excepto cuando perdías a compañeros que juraron protegerte.

¿Cómo había sido tan suertuda? De calar en el corazón de todo aquel guerrero que conocía, haciendo, sin querer, que la protegiera. Quizás ese era su don o el destino que estaba escrito en su piel: sobrevivir a todo.

—E-Está bien— Dadrax no estaba seguro si era buena idea. ¿Pero cómo decirle que no?

—Entonces trataré de dormir a Aroha— Beth tomó a la pequeña en sus brazos—. Estaremos bien.

Se adentraron más hacia el bosque, no muy lejos de las chicas.
Ambos volvieron a estar a solas, compartiendo una compañía silenciosa.

Dadrax podía escuchar demasiado bien. Sus orejas sí eran puntiagudas, tratándolas de ocultar siempre con una capucha. Toda su anatomía era tan diferente al resto al ser de su especie.

—¿Tan especial es Yell para ti?

El vampiro soltó esa pregunta por curiosidad, pero también para hacer el esfuerzo de empatizar con ella.

—No recuerdo mucho de mi infancia. Pero algo que sí recuerdo era el tamaño de mi mano. Mis dedos, mis uñas... Eran tan pequeñas comparadas con las de él. Yo fui creciendo y Yell siempre permaneció igual. Tenía un don para eso. Me gustaba. Me gustaba que las cosas entre nosotros no cambiaran, éramos una familia de verdad.

El vampiro se extrañó de las palabras que dijo la guerrera. Ningún ser era inmortal, excepto el rey del Inframundo. Los demás tenían una esperanza de vida más larga. Los dragones podían vivir hasta mil cien años. Los vampiros quinientos. Los arcontes vivían veinte años.

Era lo único que conocía Dadrax. Yell era un sacerdote, por lo que debía ser un humano con el poder escogido de su propio dios. Entonces, ¿a qué se refería Anneline?

—¿Cuántos años tiene Yell?

—No lo sé. Muchos— respondió.

El camino se hacía eterno. Para ser sinceros, el vampiro no prestó mucha atención a la caza ni a tratar de escuchar a algún animal. Aquella conversación era más interesante para él.

—¿Cuántos tienes tú?

—Hay cosas que ya no sé. El día del ataque...— habló con nostalgia—. Para mí es como si fuera ayer. Tenía veintidós años.

—¿A qué dios pertenecía Diredun?

—Al de los hilos— sonrió—. Me sé todas sus historias. Los sacerdotes deben creer en sus dioses, pero Yell era más especial con él. No era como devoción, era más bien... como si fueran amigos.

—¡No puede ser! Los dioses son inalcanzables, ni siquiera se meten en los asuntos de esta vida—mencionó con un tono lejos de ser serio.

—El dios de los hilos es genial— los ojos de Anneline volvieron a brillar después de aquella noticia, marcando su amor por su dios—. Yell decía que era un hombre humilde en vida, protegiendo a los suyos siempre. Nosotros estamos hechos de órganos, huesos, músculos... Pero el dios de los hilos solo veía en el ser humano hilos rojos. Con su espada sabía qué hilo cortar, ¿sabes? Podía cambiar el destino de todos. Podía hacer que algo te dejara de doler, que olvidaras a alguien quien te marcó, que amaras a alguien... Era el único que podía hacer tanto sin derramar sangre. ¡¿Ves cómo es genial?! — su entusiasmo parecía como el de un niño pequeño. Anneline no trató de esconderlo, hasta que se apagó completamente de nuevo— Él debe de estar muy triste ahora que nadie lo va a rezar, que ya no tiene sacerdote... y Diredun...— musitó con tristeza.

—Eso no es cierto. Los dioses son compasivos y fuertes. Seguro que debe estar sonriendo porque tú estés viva. Aún quedas tú para darle homenaje.

—No es lo mismo. Yo no puedo cortar hilos de la gente... No puedo ver en tu interior ni predecir el futuro como su sacerdote. No soy especial.

—¿Por qué dices eso?— Dadrax habló claro en cuanto escuchó su menosprecio hacia sí misma— No eres una sacerdotisa. No eres una diosa. No eres un dragón, ni un vampiro, ni un arconte. Pero eres la dama de rojo, Anneline.

—Pero si sobreviví no es por mí. Siempre he intentado ser la mejor en lo que hacía, en luchar, en proteger. ¿Estaba siendo demasiado creída o solo trataba de auto convencerme de que podía?

—No creo que importe mucho el cómo has llegado hasta aquí, si no lo que signifiques para los demás. Eres una gran esperanza y estoy seguro de que juntos podremos beneficiarnos.

—Entonces es eso, ¿cierto? Solo quieres usarme— trató con broma.

—Sí. Quiero responsabilizarte de algo que yo no puedo asumir, ser egoísta y conseguir lo que de verdad quiero.

—¿Por qué quieres ser inmortal? ¿Hay algo bueno en no tener final?

—Te da tiempo a ser poderoso— respondió Dadrax.

—¿Para qué ser poderoso? Terminarás perdiendo a todos, incluso perdiéndote a ti.

—No se puede explicar.

—Las personas que buscan poder a costa de todo...— susurró la rubia— Dan un poco de miedo.

—Deberías, Anneline. No soy un buen chico.

El vampiro fue serio al advertirle. Era obvio que no era un buen chico, ningún mercenario podía decir tener una vida honrada.
Pero él era distinto de alguna forma. Mostraba compasión aunque quisiera creer que no, mostraba humildad aunque quisiera hacer ver que era creído. No amaba lo que era, solo lo aceptaba.
Es la tristeza de ser un vampiro y sobrevivir.

—Quizás lo juzgue yo misma algún día. No pienso aceptar que los demás me digan en qué creer.

—Te he avisado. Que no se diga.

Dadrax sonrió ante aquella chica como si la sonrisa ya fuera algo automático. ¿Cómo dos personas tan distintas podían entenderse demasiado bien?

Finalmente se centró en cazar, ajustando todos sus sentidos a todas las presas de alrededor del bosque. Anneline quedó quieta para no entrometerse en esa búsqueda mental, pero algo alertó a ambos guerreros.

Un viento desmesurado azotaba hasta cada centímetro de sus cuerpos. La capa de Anneline se volvía a levantar para dejar ver su cuerpo desnudo y sin pudor. Dadrax tembló por unos segundos hasta darse cuenta de lo que podía significar.
A pesar de estar bajo la noche, una sombra notable iba opacando gran parte del bosque. Las estrellas se apagaban al paso de aquel gran dragón.

No era como los que vio Anneline, como los que atacaban Diredun ni como los soldados. Era un completo dragón, sin ninguna forma humana o característica así.
Y si encontrabas un dragón así, solo podía significar una cosa.

Miró a la rubia. Se comunicó por señas como pudo, intentando que esta no hiciera ni el más mínimo ruido. Los dragones escuchaban bien. Veían más genial aún. ¡Y en ese tamaño, podría abrasar todo el bosque!

La rubia llevó su temblorosa mano al mango de su espada. Dadrax trató de impedirlo.

¿Quién era ese dragón?
La respuesta era muy fácil. Sus gestos de realeza, egoísmo y sed de poder.

Sathes.

Los dos se complementaron demasiado bien. Ninguno hizo un ruido. El vampiro esperó que solo estuviera de paso, pero todo lo que ocurría en Diredun empezaba a ser sospechoso.
¿Y si su amigo sacerdote, el viejo, los traicionó? ¿Y si está buscando a Aroha, siguiendo sus pasos?
No sabía cómo, pero debía impedirlo. Le había tomado demasiada estima a ese bebé. ¡Y Beth! Beth caería con ella, no dejaría que le hicieran nada mientras ella estuviera viva.
Debía protegerlas. Se sentía responsable.

Sin embargo, el dragón estaba centrado en su búsqueda desde los cielos y no era lo esperado.
Juzgando por sus pasos, no era a Aroha a quien buscaba.

Los ojos de Dadrax se iban abriendo a cada paso que el peligro se acercaba. El dragón estaba siguiendo un rastro de energía que los dirigía a ellos. ¿Cómo era posible?
Estaba tratando de juntar las piezas que faltaban, pero no podía atender a su curiosidad. Primero debía atender a su propia vida.

¿Podía huir? La rubia sería un estorbo. Seguramente querría luchar y lo señalaría. Sathes le conocía demasiado bien, no podría esquivarlo.
¿Enfrentarlo? ¿Engañarlo?

Estaba a nada de encontrarlos. La gran bestia usurpaba los cielos como si fueran suyos, hacía que los árboles crujieran con su aleteo. Sus escamas, tan brillantes, daban el reflejo de la luna.
Era un ser tan hermoso y a la vez temible.

Debía pensar rápido. Si no le estaba buscando a él, porque no era posible, solo significaba algo.
Miró a Anneline. Ella era la dama de rojo. Era un tema complicado para Sathes. No sabía por qué, pero debía ser su energía la que estaba rastreando.
Solo le quedó una última opción antes de tomar la decisión más desesperada.

Sujetó la muñeca de Anneline con fuerza, sin poder ser el hombre cauteloso que era. Atrajo su cuerpo al suyo e hizo lo más propio de los vampiros: clavó sus colmillos en su cuello en cuestión de segundos. La rubia fue una tarada en confiar en que todo lo que él estaba haciendo era por su bien, dejando que le mordiera. Los colmillos, que se enterraron en su piel, empezaron a ser como un hilo de energía que absorbía su fuerza vital. A medida que pasaban los segundos se apagaba su vida igual que su energía, haciéndole ser invisible para el dragón. 
El rey tirano continuó aturdido, pensando que debía de haberse equivocado, que los muertos no podían revivir. Pero Dadrax, que estaba con una mujer recién mordida en sus brazos, entendió por fin lo especial que era la rubia.
La dejó inconsciente, desmayándose en sus brazos.

La miró con más detalle de lo que normalmente lo hacía. Los ojos de la chica se cerraron ante el cansancio, sintiendo que volvería a caer en un sueño eterno.

Ella no sangró ante su mordedura. No se inmutó. No se murió.
Aguantó. 

Y eso fue suficiente para espantar al vampiro. 

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