Siete

«La luz y la oscuridad permanecen en una lucha constante, ¿a qué bando perteneces?».

El grito gutural que emitió Sugar fue ahogado por una palma enorme que la enmudeció a los segundos. El hombre la levantó como si no pesara nada y se escabulló por la puerta trasera.

Las gotas de agua se sentían como balas sobre la delicada piel de la chica. Por el forcejeo, el camisón se le subió y quedó descubierta la fina ropa interior que llevaba. Lágrimas pesadas bajaban por sus mejillas mientras reproducía, una y otra vez, cómo hirieron a su fiel compañero.

Numus trató de salvarla, había atacado al tipo que apareció de imprevisto. No obstante, las cosas cambiaron cuando el hombre sacó una navaja e hirió al perrito.

Cada sacudida provocó que la maleza le rasguñara las piernas. Quiso gritar y defenderse, pero el hombre que la tenía sometida no le dio tregua. Las lágrimas le estorbaban la visión, aun así, pudo vislumbrar que se estaban alejando de la cabaña.

Una camioneta negra aguardaba por el matón junto a dos hombres más. Eran enormes, con armas de todo tipo y lucían como si no les importara apagar una vida.

—Estaba sola.

La voz ronca de su verdugo la hizo estremecer. «¿Sola?», se preguntó confundida.

Un quejido cargado de dolor salió desde lo más profundo de su ser al momento en que fue lanzada sin cuidado alguno.

El lodo le lastimó las rodillas y las palmas de las manos. Estaba sucia. El frío le calaba hondo casi de la misma manera que el miedo a lo que le harían.

—La orden que nos dieron fue que acabáramos contigo, pero podemos jugar primero —dijo uno de los grandulones al tiempo que hacía girar una navaja entre los dedos.

—Mi padre...

—Conti no hará nada —interrumpió otro—. Eres una mercancía.

El pecho de Sugar subía y bajaba frenético, los labios le temblaban debido al frío y mantenía la mirada fija sobre el tipo que había hablado primero. Apretó las manos, eso provocó que la tierra mojada le lastimara las uñas.

En segundos, formuló diferentes ataques que le podrían ayudar. No obstante, estaba convencida de que ninguno funcionaría.

Uno de los hombres la agarró por un brazo y la aventó con violencia. Los demás la cercaron entre risas y burlas.

A Sugar le dolía todo el cuerpo, las hebras doradas destilaban mugre y respirar se le dificultaba. Lágrimas pesadas se confundían con el agua sucia.

La oscuridad de la noche era interrumpida por las luces de los relámpagos, lo que le daba un aspecto horroroso a los tres hombres que se acercaban a ella a pasos lentos.

Sugar levantó el mentón, aun si se le hizo pesado, y detalló los árboles que había alrededor. Estaba acabada, ¿acaso no era eso lo que quería? Trató de convencerse de que la muerte sería su mejor destino.

Ese pensamiento se le esfumó al momento en que vislumbró algo que avanzaba entre los follajes. Justo cuando unos de los tipos le puso un pie en la cabeza, alguien lo apuñaló sin piedad en la espalda.

La sangre que brotó en el aire le salpicó el rostro y un grito agudo le quebró la garganta.

Los movimientos ágiles de un ser extraño se desdibujaban en medio del diluvio que caía. Los hombres apenas tuvieron la oportunidad de parpadear antes de que sus cuellos fueran destrozados.

Sugar seguía en el piso, rodeada de cuerpos inertes y bañada de un líquido carmesí. Las luces de los relámpagos iluminaron por unos segundos al causante del desastre.

Ella no se atrevía a levantar la vista. Su menudo cuerpo temblaba frenético y no solo por el frío. Se estremeció cuando algo caliente se posó en uno de sus hombros.

—Debemos irnos o podrías morir de una hipotermia.

Alzó la mirada cuando escuchó esa voz familiar.

—A-Anker...

Sus ojos se encontraron con unos rojizos aterradores. Sin embargo, no sintió temor, sino una fascinación que no le permitió desviar la vista.

Le llamó la atención el aura oscura que envolvía al hombre que estaba frente a ella y que la había salvado de nuevo. Cada facción del rostro de él, lo que logró distinguir, le pareció muy atractivo y encantador.

Anker se sintió extraño por la observación que le hacía la chica, tenía la sensación de que le podía ver sus más oscuros secretos. No obstante, le gustó.

Poco a poco, y bajo la intensa mirada de Sugar, volvió el azul profundo a los ojos de Kabana.

**

Era de madrugada. Una vela casi derretida iluminaba la sala de la cabaña. Sugar se encontraba en el sofá, envuelta en mantas gruesas, y Anker parado en el otro extremo como una estatua.

La lluvia no había cesado, pero era menos abundante.

El silencio denso que se había instalado entre los dos dio paso a que se sumergieran cada uno en sus pensamientos. Anker lucía imperturbable; no obstante, en su interior crecía una ola de preguntas que necesitaba responder.

—¿Por qué te buscan? —habló al fin, lo que provocó que ella se espantara.

Sugar posó los ojos sobre él con temor, estaba indecisa de si contarle lo poco que sabía.

—Por los negocios sucios de mi padre...

—¿Su propia hija? —la interrumpió con sarcasmo.

—Yo debía casarme con un hombre —explicó mientras se abrazaba—. Huía de mi propia boda cuando me subí en tu camioneta la noche que nos conocimos.

—¿Qué hombre?

—Alguien importante...

—Dame un maldito nombre.

—No lo sé. —Sugar hizo silencio por unos segundos—. Pero estoy segura de que es alguien más poderoso que mi papá y que él le debe.

—Entonces, ¿eres algún tipo de paga para un mafioso?

—Algo así, Anker.

Kabana se estremeció ante la voz dulce con que pronunció su nombre. A pesar de la situación, la ternura de la chica llenaba el maligno lugar en el que se encontraban. Ella era como una luz en medio de la oscuridad.

Esos pensamientos se esfumaron cuando dedujo que algo fuera de lo normal sucedió.

—¿Cómo ellos supieron dónde estabas? —demandó a la par que se acercaba a donde estaba Sugar.

«¿Por qué no me di cuenta de la presencia de esos tipos?», se preguntó en silencio.

Ella no sabía qué responder, así que él le atrapó un brazo e hizo que se levantara.

—¿Qué...?

—Debemos irnos de este lugar. 

No permitió que Sugar protestara y se dirigió con ella a rastras a la habitación de Arthur. Con una linterna encendida, buscó una maleta donde echó todos los libros extraños que encontró. Asimismo, empacó armas, dinero y ropa.

Sacó la camioneta del garaje donde metió todos los paquetes y acomodó a la chica en el asiento del copiloto.

—Espérame aquí —dijo con la voz ronca—. No te atrevas a salir del vehículo.

Antes de que ella respondiera, cerró la puerta con ímpetu y volvió adentro.

Algo dolía en su interior al momento en que empezó a rociar la cabaña de combustible.

Ese lugar era especial para su padre y hermano, el sitio que Arthur había elegido para pasar la vejez en paz y criar a su hijo menor. Además, creía que estaban resguardados de los enemigos de Anker.

Entró a la habitación de Ángel y, a pesar de que debía ser rápido, se tomó un tiempo en admirar cada detalle. Le pasó los dedos a las caricaturas que tenía sobre la mesita de noche.

Los recuerdos de cuando los visitaba le inundaron la mente. Su hermano hablaba demasiado y le contaba sobre cada nueva serie o película que veía.

Agarró una fotografía donde posaban los tres, rompió el vidrio con los puños y sacó la imagen. Fue lo único que se llevó de ese cuarto.

Sugar, por su parte, esperaba en el vehículo aferrada a la manta gruesa. Tuvo el impulso de correr hacia la cabaña, pero Anker fue muy claro cuando le dijo que no saliera de la camioneta.

Eso cambió cuando vislumbró la humareda que provenía de la cabaña.

—¡Anker! —gritó mientras se bajaba deprisa.

Una mano le cubrió la boca al tiempo que la arrastraba lejos del fuego. En un movimiento rápido, la aventó dentro del vehículo y se subió al volante de la misma manera.

—¿Qué coño no entendiste de «no salgas»?

A pesar de que las palabras de Anker denotaban enojo, Sugar sintió alivio cuando lo vio.

No pudo despegar la mirada de él, quien conducía concentrado por la oscura carretera. Quiso preguntar hacia dónde se dirigían, pero no lo hizo porque la tensión que emanaba de Anker la intimidaba.

Desconocía la lucha interna que se estaba desarrollando en la mente de Kabana y las futuras situaciones en la que se vería envuelta junto a él.

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