CAPÍTULO 8

No hacía falta hablar para que Halldora se percatase de mi estado lamentable carente de seguridad. Ella me conocía bien a pesar de ser una simple mortal y de no haber vivido todo el tiempo que había vivido yo. Quizás esa era la magia que nos equilibraba y beneficiaba a ambas. Sin apenas abrir la boca, ella tenía el poder de saber bastante de mí; extraía información de mi simple semblante y eso era algo que una persona como yo, agradecía en demasía cuando mis palabras preferían no manifestarse.

Aquella taza entre mis manos me pesaba demasiado, quizás por culpa de un aterrador miedo que me consumía desde las entrañas y que deseaba ocultar para evitar que pensaran que flaqueaba ante la adversidad. Pero delante de aquella humana que acogí con los brazos abiertos, volvía a ser la niña asustada de las tormentas que una vez fui.

Ella era algo más que mi mano derecha pero jamás le dije que la quería, que nuestra amistad era lo más preciado en el mundo para mí. El motivo era bien simple; ella moriría en una fracción de tiempo que para mí suponía un suspiro, por lo que no deseaba atarme sentimentalmente o sentir apego por nadie en la medida de lo posible. O al menos, no pensar demasiado en ello.

Prefería que me considerasen como una tirana a la que odiar o temer, sólo así lograba que no sintieran demasiado cariño o compasión por mí. Entre ese silencio que habíamos tejido entre ambas, Halldora me observaba atenta, como si me diera el respiro o el empujón que necesitaba para contarle lo que había pasado. Adoraba esa faceta suya ya que no me sentía oprimida u obligada a contarle mis problemas o preocupaciones.

Cuando algo sucedía en mi vida, mi mecanismo natural era acudir a ella como si fuera mi fuente de salvación; como si sus sabias palabras fueran la esencia de la vida misma. Me proporcionaban la seguridad que a veces me faltaba.

Sumergida en aquel líquido de color naranja, agitaba la taza como si tratara de adivinar lo que pasaría como hacía Halldora con aquel plato de plata lleno de agua. Mi desesperación me hacía cometer tonterías y temía que mi estado de nerviosismo alertara a mis enemigos, haciendo bajar la guardia.

Esto no dependía solo de mí sino de los humanos que protegía entre estas paredes. Si algo les llegara a pasar por alguna mala decisión mía, tendría que cargar el resto de mi inmortalidad con la culpa. Sería señalada por siempre y me vería obligada a renunciar a todo para marcharme de estos lares.

Aparté la vista de la taza y la dirigí a Halldora con todo el coraje renovado de nuevo; era necesario estar preparada para lo que se me venía encima. No deseaba perder más el tiempo.

—He bajado a las mazmorras del castillo, Halldora; créeme cuando te digo que creo que ahí abajo hay algo que pretende matarme.

Ella se acercó aún más a mí, mirándome atentamente como si analizara las palabras de mi boca. Frunció el ceño sopesando la información, desintegrándola en su mente que nunca cesaba de trabajar.

Finalmente me miró de nuevo y dijo en tono severo:

—Necesito saber más: qué sentiste y si viste algo extraño en aquellas mazmorras. Cualquier información por pequeña que sea es necesaria para averiguar más sobre lo que ahí pasó. Y si tienes la sensación de que algo te quiere hacer daño es que quizás allí abajo hay algo peor de lo que pensamos. El mal puede encontrarse en cualquier lugar y tener cualquier forma.

—Sentí como si una mano invisible intentara asfixiarme—interrumpí en sus divagaciones― como unas vibraciones extrañas salían de las paredes de aquella habitación, como si mis sentidos se activaran en señal de que había algo peligroso allí. El aire colapsaba en el ambiente antes de llegar a mis pulmones, y poco a poco me asfixiaba: era similar a encontrarme sumergida en un agua extremadamente helada. Mis fuerzas me abandonaban al igual que mi energía vital; incluso era palpable la forma en la que ascendía desde los poros de mi piel. Mi cuerpo se estaba dejando morir y es justo lo que hubiera pasado si no hubiera luchado contra la misma naturaleza. Me hubieran encontrado en esa maldita mazmorra...el peor lugar dónde podría morir. Hubiera muerto, Halldora—dije con un último hilo de voz. Fue aterrador; una sensación que temía no olvidar jamás. Allá donde yo caminara, ese recuerdo se quedaría pegado a mi espalda con el mismo frío que sentí a mi alrededor. Esas espinas invisibles, ese abrazo de la muerte que deseaba arrancar mi vida a toda costa...todo aquello ahora se había solapado entre mis recuerdos.

Ella posó una mano gentilmente sobre la mía, demostrándome una vez más mi frialdad contra su calidez. Sonreí débilmente agradeciéndole sin palabras el escucharme de forma gratuita y sin interés; era la única en el mundo que parecía no verme con la corona sobre la cabeza. No me gustaba temblar de aquella forma, pero fue una experiencia que me había dejado completamente desmoronada. Por una vez en mucho más tiempo de lo que podía recordar, me relajé y me dejé consolar.

—Verás Anja, con lo que me has contado puedo decirte algunas cosas, no todo, pero un detalle bastante importante. Sé quién no ha podido ser el causante de aquella tragedia; no fue Valdimar porque él es un hechicero que no usa magia negra. La magia negra es como un parásito que se queda pegado a las paredes, como una especie de detector que coloca en mago o brujo negro para saber dónde él ha estado. Entre otras cosas, esa magia impregna el lugar donde se realizó el conjuro o hechizo, debilitando a aquellos que osen entrar a meter sus narices para saber más acerca de ellos. Ese hechizo se ceba sobre todo con aquellos a los que iba dirigido dicho maleficio y sirve de advertencia a otros que osen enfrentarse a él. Creo que, además, guarda pistas acerca de lo que pasó para que nadie averigüe el artífice de lo que sucedió esa noche.

Con la mera mención de él, me puse en guardia. Estaba harta que Halldora me vinculara con un vulgar hechicero cuyas formas de actuar eran cuestionables, ¿Acaso podía asegurar que él no sabía manejar la magia negra?¡Nadie podía saberlo por el momento!

—Halldora, quizás él no fue directamente pero quizás contrató a nadie, ¡No tiene sentido que lo veas en las visiones tan a menudo! ¿Y si es una pista que me está indicando que él es un peligro para mí? No podemos dar por sentado que sea precisamente un aliado. Hasta me creo que esté manipulando lo que ves.

—Porque en ninguna de las visiones que he visto sobre él lo he visto haciendo daño. Sabes que puedo confiar en mi intuición.

Sonreí cínicamente, cruzando las piernas. Hice un gesto altivo pidiéndole explicaciones, aunque las que me diera no serían suficientes para hacerme cambiar de opinión.

—¿Ah no? ¿Y qué hacía? —le pregunté molesta con ganas de saber de una vez por todas las intenciones de aquel asesino.

Halldora apartó la vista rápidamente con las mejillas sonrosadas, ¿Qué me estaba ocultando?¡Me estaba poniendo de los nervios! Ella huía de mis ojos, como si hubiera tocado un tema prohibido y no me pudiera desvelar el mayor secreto de la historia.

—¡Halldora!¡Contesta! —le grité mientras me ponía de pie con la mirada enrojecida de ira.

Ella me miró con cierta timidez como si le diera vergüenza decírmelo, ¿Tan grave era? ¿Es que ella no había visto suficiente horror en el mundo a través de aquel reflejo en el agua? Respiró hondo y se recompuso como pudo pidiéndome que me sentara de nuevo. Fijó su vista en mí de nuevo con un aura de convicción fingida; estaba ansiosa por saber:

—En mis visiones, Valdimar te mira en la lejanía y no lo hace con odio precisamente...no sé si me entiendes...

Ante aquella confesión comencé a reírme como si me hubiera contado el mejor chiste del día. Daba golpes a mis piernas con las lágrimas brotando por doquier de mis ojos; Halldora era realmente graciosa a veces. Ante aquella reacción, sus ojos desorbitados me daban a entender que pensaba que había perdido el juicio por completo. ¿Yo le interesaba a Valdimar? ¿Era en serio?¡Vamos, por favor! Pero ella parecía no captar la enorme estupidez que había salido por su boca, pues de nuevo la seriedad volvió a su rostro.

—No entiendo qué le hace tanta gracia señorita Anja; desde luego no estoy bromeando y no después de como se ha presentado a mí con todo ese rostro cubierto de sufrimiento. Yale dije que todos tenemos la horma de nuestro zapato, la trampa que siempre nos hace caer y rebajar nuestro ego. Quizás no lo admita ahora, pero el tiempo es el mayor sabio de todos y nos pone en nuestro sitio nos guste o no. Valdimar y tu tenéis un designio juntos, aunque no sea de su agrado y espero que reconsidere buscar ayuda en él.

Me froté los ojos cubiertos de lágrimas y la miré con seriedad. Ya no podía más; había tenido suficiente con el día que había pasado y ahora esto. Exploté sin poder reprimirme más, liberando todo lo que había guardado desde la visita a las mazmorras, gritando y mandando la mesa a la esquina más lejana del dormitorio de mi oráculo. Ella ni siquiera se asustó.

—Nunca, jamás Halldora; ese idiota jamás pisará mi castillo. Él no va a ayudarnos porque lo odio, ¡ODIO A ESE ASQUEROSO ASESINO Y TRAIDOR!

—Él no fue Anja; él no hace magia negra, por favor sea coherente y dele una oportunidad, al menos el beneficio de la duda.

Me callé y asentí en silencio. Di por terminada aquella charla y, aunque era cierto que el juicio de Halldora nunca fue cuestionado por mí, no podía abandonar el hecho de que se trataba de un ser mágico. Decidí dejar el tema a un lado por, al menos, unos días hasta que me recuperase de la terrible experiencia de las mazmorras. Quizás me vendría bien investigar un poco y tomar el aire fuera del castillo.

Me despedí en silencio de Halldora y retomé el camino a mi cuarto. Deseaba descansar antes de salir a cazar en unas horas; aquella experiencia en los calabozos me había agotado.

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