CAPÍTULO 4

Estaba anocheciendo por lo que la búsqueda de las sirenas se pospuso hasta la mañana siguiente para evitar los peligros que encerraban los bosques de la zona. El lugar donde estábamos asentados era peligroso por la noche y más por culpa de aquella vampira tan malévola y sedienta de sangre. A pesar de las múltiples medidas de seguridad que empleábamos religiosamente, cualquier simple error nos podía costar la vida a todos.

Y no solo era su lugar de caza, sino el de muchos de sus guerreros que poseían mucho poder por orden de ella sin restricción de ningún tipo. Por esa razón, era crucial la lista que habíamos confeccionado acerca de las cosas que se podían y no se podían hacer para evitar llamar la atención.

Habíamos planificado un horario en el que podíamos salir del campamento y nunca debía de ser solos; mínimo siempre en grupos de tres y de cuatro si alguien joven estaba entre los que salían del campamento. Teníamos un límite al que nunca podíamos pasar por estar cerca del castillo.

La única raza que pudimos salvar de momento eran los elfos, aunque había habido un avistamiento de sirenas no muy lejos de aquí. Poco a poco el mundo mágico se estaba desmoronando cada vez más, temiendo el día en el que la mayoría de las razas quedasen prácticamente extintas. Y si eso pasaba, los enemigos ocultos entre las sombras, aprovecharían la debilidad y nos atacarán sin piedad. Deseábamos encontrar a alguien que poseyera habilidades adivinatorias para ayudarnos en la busca de víctimas, pero por el momento, no habíamos tenido suerte.

En cuanto a los que pudimos rescatar, algunos de ellos poseían una habilidad inusitada en esa raza. Aunque todos los elfos atesoraban diferentes habilidades extraordinarias, la invisibilidad era realmente extraña y rara vez se daba. Gracias a ello por la noche, aquellos que poseían ese don, levantaban unas murallas capaces de volver invisible nuestro asentamiento además de que impedían que nos detectaran por el olor o el sonido; estábamos protegidos por una burbuja protectora donde era imposible ser vistos u escuchados.

Entonces, aquellos que levantaban dichas murallas, se quedaban toda la noche despiertos para mantenerlas en pie, durmiendo el resto del día para reponer fuerzas. Gracias a ello, muchos fueron salvados de un destino incierto.

De entre todas las elfas que habíamos salvado, una de ellas estaba embarazada y además de un hombre lobo. Su pareja no pudimos encontrarla, pero al menos con nosotros ella estaría a salvo y podría dar a luz con total seguridad.

Si el niño nacía como hombre lobo podía repoblar la especie ya que, hasta ahora se creían extintos en la zona. Ella parecía ser una adolescente, pero esa raza se caracterizaba, entre otras cosas, en una apariencia de no más de 20 años, aunque su edad casi siempre era de unos cientos de años.

Lo más sorprendente es que Helain, el eterno ligón del grupo, le había tomado un cariño especial a esa mujer. Se preocupaba constantemente por la comodidad y felicidad de ella, casi como si fuera su hermana y en ningún momento intentó algo más con ella. Era una amistad pura sin trasfondos oscuros u ambiguos. Su eterna sonrisa conquistadora se quedaba reducida a una completamente tierna cuando esa chica estaba pululando cerca de nosotros, calmando su incesante chorro de feromonas que siempre lanzaba a las féminas.

Me alegraba ver que él era algo más que bromas y testosterona. Sentía que, quizás, su instinto paternal había salido a la luz, siendo ese el motivo de su suave carácter delante de ella. A pesar de conocernos un tiempo, no sabía de dónde provenía o qué tipo de familia tenía; era demasiado cerrado para unas cosas y demasiado abierto para otras tantas. Sus rasgos, totalmente diferentes a los elfos normales, siempre me tuvieron desconcertado, pero cada vez que le preguntaba por el tema, la respuesta siempre era la misma: "simplemente soy el elfo más guapo; soy como una deidad"

Nunca se lo tomaba en serio, lo que me hacía sospechar que era su forma de defenderse y no mostrar debilidad ante nadie. Pero, a pesar de cómo se mostraba y lo ambiguo que era a veces, era un gran amigo. Siempre había odiado juzgar a los demás, sobre todo porque todos tenemos espinas difíciles de confesar y secretos que no deseamos que nadie sepa, por lo que él no era diferente de lo que podría ser cualquiera.

Tenía la esperanza en que llegara un día y confiara plenamente en mí, aunque, según él, ponía la mano en el fuego jurándome que no había nada extraño en él, pero yo sabía que no. Recordemos que soy un hechicero con altas capacidades y gran sensibilidad; detecto cosas que otros son incapaces de percibir.

A Belladona la conocía menos tiempo ya que fue la última de las elfas que pudimos salvar en aquella redada de vampiros en las que pudimos salvarla solo a ella. A pesar de la gran fortaleza de los vampiros mandados bajo la mano de Anja, de un simple hechizo los convertí en cenizas. Aún a día de hoy, yo seguía sonriendo al imaginar su enfado o molestia cuando se enteró de lo que hice con su pequeño ejército.

El día en el que aquella arpía de mujer y yo nos encontrásemos, juraba hacerle pagar por todos los daños cometidos. Quería acabar con el poder de aquella Destructora, de aquel demonio cuyo rostro estaba seguro que era maquiavélico y realmente horrible. Estaba seguro que su fealdad no iba solo por dentro por mucho que Helain me dijera lo contrario.

Tras ofrecerle un plato de comida y agua fresca a la elfa embarazada, Helain se me acercó con una expresión preocupada. Las preguntas no dudaron en salir de mi boca:

—¿Qué ocurre? ¿Malas noticias?

Helain asintió y comenzó a hablar:

—Digamos que quizá hay algo que no va bien o al menos no del todo. Quizás me preocupo demasiado pero no sé...no puedo evitarlo—dijo con un tono de voz nervioso e intrigante mientras bebía un sorbo de agua de su vaso.

—Vamos cuéntame—le dije poniendo mi mano en su hombro en señal de apoyo.

Un rictus de pesar se instaló en el rostro de mi amigo, el eterno ligón. Sus manos jugaban con el vaso mientras que esquivaba mi mirada. Sus poros exudaban preocupación.

—Es Anette; el bebé lleva unos días que se mueve poco, mucho menos que de costumbre y eso la tiene muy preocupada y a mí también.

—Quizás no sea nada, recuerda que últimamente ha tenido mucho estrés y eso puede haber afectado al bebé. No te preocupes, mañana buscaré unas hierbas y prepararé un remedio reconstituyente para restaurar fuerzas. Verás cómo pronto estará bien.

Helain sonrió agradecido mirando al fuego de la hoguera visiblemente más aliviado. Se levantó para marcharse a la tienda de campaña y así poder descansar dirigiéndome unas palabras amables antes de abandonar el lugar.

—Siempre supe que eras un buen hombre, Valdimar; nunca me defraudas—me dijo antes de darse la vuelta y dejarme solo delante de aquel fuego bajo el amparo de mis amigas las estrellas.

Quedándome solo en la inmensidad de la noche, mi cabeza trabajaba a toda velocidad sin importar el cansancio que afectaba a mis entumecidos músculos. Eché un último vistazo a aquellos tres elfos que permanecían con las rodillas en el suelo, los ojos cerrados sobre las mismas y la cabeza levantada al cielo. Realmente éramos afortunados por contar con aliados de semejante calibre dispuestos a ayudar con todas sus armas disponibles. Nada ni nadie iba a poder frenarnos.

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