CAPÍTULO 32


Todo era extraño, casi como si hubiera pertenecido a un lugar como éste toda la vida. No me costó demasiado ser alguien normal, cosa que nadie de la realeza podría decir jamás. Era cierto que echaba de menos ciertas comodidades, pero, lejos de ello, la comida era mejor, aunque más austera. Su esencia era auténtica, alimentaba más que el estómago y, lo que era mejor, podía disfrutarla cada día y no con cada eclipse.

Helain escuchaba atentamente a Halldora, pero no cesaba en su mirada insistente sobre mí. Nos habían interrumpido la noche anterior, pero podía leer en sus ojos que eso no sería impedimento para retomar lo que dejamos atrás. Si usaba correctamente mi cabeza en vez de mi corazón, me daba cuenta que no era la mejor de las ideas, así que decidí no quedarme a solas con él para evitar un segundo asalto.

―He de decir que me gusta este sitio. Es muy acogedor y vuestras gentes nos han tratado muy bien.

―Sí, solemos ser bastante tolerantes con las visitas, aunque como hemos tenido problemas en el pasado, Belladonna es la que se encarga de los interrogatorios. Y no, no sois las únicas que estáis sufriendo su mal humor: una pobre sirena joven que está bajo nuestro cuidado, le tiene un auténtico pánico.

― ¡Oh si, la jovencita de la playa! ¿Qué tal se encuentra? ―preguntó Halldora. Helain suspiró pesadamente, echando más leña a la fogata que comenzaba a perder calor. Por mi parte, me sentí culpable de que una criatura tan joven se encontrara en una situación así. Con las horas, me comprendía cada vez menos; no es que ahora tuviera simpatía por el resto de los seres mágicos, pero de ahí a desear acabar con todos ellos era demasiado. Mi odio me había cegado por completo y, ahora que había sido acogida por todos ellos, comenzaba a darme cuenta.

―Digamos que la herida está casi curada gracias a mi buen amigo hechicero. El caso es que Belladonna tiene sospechas acerca de ella porque, según la sirena, fue herida hace unos días. Según Belladonna, esa semana había coincidido un temporal en alta mar así que se supone que no podía haber sido herida por ningún marinero porque ninguno en su sano juicio se hace a la mar cuando la muerte está ahí presente.

―Tiene sentido y, aunque desapruebo el comportamiento de tu compañera, yo también hubiera sospechado―contesté metiéndome en la conversación. Ciertamente, no es que confiara demasiado en la gente, pero cuando algo te escama y te hace revolver en la cama, es que algo se te escapa y debes averiguar de qué se trata. Mi respuesta los dejó pensativos; no quería defender a nadie y menos a quién me había tratado con poca cortesía, pero yo habría actuado igual que esa elfa ingrata. Helain se puso en pie y nos ayudó a ambas a hacer lo mismo. El desayuno había finalizado y, con ello, debíamos recoger para dejarlo todo limpio para la siguiente comida. Varias mujeres salieron a nuestro encuentro para mostrarnos donde lavar y guardar todo con una sonrisa radiante. Una de ellas nos observaba con un bebé en brazos.

Helain corrió hasta él.

― ¡Eh, pequeñajo!¡Qué grande te estás poniendo!

Aquello me dejó congelada; había pasado mucho tiempo y, como era normal, él había hecho su propia familia. Quizás esa joven que lo sostenía era la madre y yo, simplemente, era como un parche, algo del pasado que le seguía gustando y que le costaba trabajo soltar. Si realmente tenía una familia, me alejaría de ellos por el bien de todos, sobre todo, del pequeño.

Bajé la cabeza y seguí atendiendo las indicaciones de las mujeres que me rodeaban. En muy poco tiempo, todo había quedado impoluto, y con ello, ahora podíamos retirarnos a descansar o hacer cualquier actividad que nos placiese. Yo volví a mi tienda, bueno, a la del hechicero, sin decirle nada a nadie. No me encontraba del mejor humor del mundo, así que no quería que me vieran en ese estado.

El hechicero estaba leyendo sentado en uno de sus taburetes. Su vista apegas se despegó de las hojas, tan solo para dirigirme un leve levantamiento de cabeza. Le imité y me acosté sobre la cama con la intención de dar una pequeña cabezada, pero él parecía que tenía otros planes para mí.

―En breve, voy a ir al mercado a hacer unas ventas y unas investigaciones que tengo entre manos. Si lo deseas, puedes venir.

―No creo que un viaje conmigo sea de tu agrado. Mejor vaya con su amigo o su aliada. Incluso Halldora es una buena opción.

―Iba a preguntarle a ella, pero desde aquí estoy viendo que está ayudando con el lavado de ropa. Se está marchando al río con un grupo de elfas así que dudo que pueda venir en un buen rato. En cuanto a Helain, estará con Steinn seguramente. Es su responsabilidad así que debe sacar horas para ese pequeño.

De nuevo, el tema del bebé. Estaba claro que era su padre, pero, ¿Por qué me dolía? ¿Era por él o por mi imposibilidad de tener hijos con alguien como él? De nuevo, la realidad me golpeaba; me era imposible enlazarme a alguien con quien no podía formar una familia y cuya vida no era infinita como la mía. Todo ello estaba abocado al fracaso.

Me vi tentada a rechazar la oferta, pero pensé que quizás me venía bien alejarme de este lugar y tomar el aire. Salí de la cama y me coloqué de nuevo la capa sobre los hombros.

―Veo que la respuesta es afirmativa. Tardaremos bastante en volver, quizás tengamos que comer fuera, pero no te preocupes, no es la primera vez para mí.

―Bajo tu propia responsabilidad queda. Ya te dije que soy una compañía pésima―le respondí retándole. Pero él más que afligido, parecía divertirse. Por primera vez, ambos nos reímos a la vez y eso, lejos de sentirse extraño, era reconfortante. Mi corazón cantaba de nuevo y deseaba salir de una vez para ver qué me ofrecía ese lugar al que iríamos de visita.

Hacía años que no iba a la ciudad por el simple hecho de que me reconocerían de inmediato. Mandaba a mis hombres a preguntar cosas que necesitaba saber y, como mucho, me aparecía ante algún humano con habilidades especiales en momentos del día en el que era más difícil reconocerme. La última vez fue cuando conocí a Halldora.

Nada más salir de la tienda, el hechicero me tendió una bolsa de tela para atármela al cinturón. Con un gesto, me indicó que él iría delante y que le siguiera de cerca para evitar perderme.

Se giró de nuevo como si se hubiera olvidado de algo.

―Ésta es una daga ligera. La necesitas por si acaso sufrimos un ataque. Debes defenderte.

Quise explicarle que una vampira como yo no necesitaba artilugios de ese tipo, pero entonces recordé que ahora era capaz de sangrar y morir.

Como si me leyera la mente, Valdimar puso su mano en mi hombro de forma amable. No acostumbraba a esa atención y amabilidad; permanecía frío y distante, pero algo se había roto entre nosotros.

―Siento que no seas lo que realmente eres, pero es por seguridad. Por ti, por nosotros...espero que lo comprendas y no te enfades con quien no debes.

No quise contestar a esa muestra de comprensión; era cierto que nos llevábamos mejor, pero quería marcar una cierta distancia con el hechicero. Por mucho que me hubiera ayudado, no me fiaba del todo de él.

Nos pusimos en marcha tomando un camino marcado que lograba reconocer en mi recuerdo. Valdimar se movía con soltura ayudado de su enorme bastón que era su arma además de su distintivo. Le pregunté las razones por las que no teníamos carruaje o, al menos, un caballo. Valdimar sonrió apenado.

―Tuvimos en el pasado algún que otro caballo, pero nuestro tipo de vida no es adecuado para mantenerlo sano como merece. Admito que gano dinero con mis ungüentos y pociones, pero sólo llega para que todos vivamos decentemente. Tampoco deseamos apegarnos a mascotas o cosas parecidas porque no queremos seguir sufriendo más muertes. Eso es todo.

Asentí echando un vistazo a la bolsa de tela llena de saquitos cuyos olores se entremezclaban y picaban dentro de mi nariz. Me preguntaba para qué servía cada uno de ellos y el tipo de público a lo que irían destinados. Me asombraba, además, la confianza que los humanos depositaban en el hechicero para tomarse cualquier cosa que el hombre vendía a cuentagotas.

― ¿Cuánto quedaría de camino, más o menos?

―A ritmo lento, una hora, pero a uno adecuado podrían ser unos cuarenta minutos. No bajes la guardia, es normal encontrarse saqueadores por el camino.

― ¿No se supone que este camino es seguro? ―pregunté completamente asombrada. Valdimar frenó en seco, dándose la vuelta para observarme con cierto tono burlón. Vale, ahora tocaba una puya.

―Ningún lugar es seguro en la Tierra, Majestad. Espero que se dé prisa porque no quiero que me dé la noche para volver de nuevo a casa. Recuerda que son muchas las horas las que debemos quedarnos en la ciudad, así que no hay tiempo que perder.

Con el paso más rápido que antes, me obligó a corretear tras de él. Varios gruñidos de desacuerdo salieron de mi garganta, lo que azuzó al hechicero a echar a correr para que yo le siguiera como un perrito faldero. Aquel juego terminó con carcajadas por parte de él y por la muerte de mis pulmones ante tal maldita carrera.

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