CAPÍTULO 19
Cuando Helain salió de la tienda con el bebé en brazos supimos en seguida que Anette se había marchado para siempre. Todo el campamento se sumió en una tristeza silenciosa; incluso el bebé lloraba la muerte de su madre sin saber. Lo que podía haber sido un evento feliz para todos, una celebración de cómo la vida emerge entre tanta sangre, había sido opacada por una estampa agridulce. Habíamos hecho todo lo posible para que Anette continuara por el camino de la vida, pero la muerte ya la había agarrado de la muñeca, reclamándola para sí.
Ella fue alguien muy querido entre nosotros y dio a luz al que probablemente fuera el último hombre lobo de toda Islandia. Aquel pequeño era más importante que cualquiera de todos nosotros; era la esperanza del mundo lo que reposaba en los brazos de Helain.
Si ese bebé sobreviviese, la especie quedaría restaurada en la zona de nuevo con el paso de los años, aunque hubiera hibridaciones de por medio, y eso era algo que debíamos subsanar por los errores cometidos por Anja. No se me había olvidado mi cita con Halldora pero debía ser cauteloso para evitar que Belladona me impidiera marcharme del campamento.
Aprovecharía el revuelo de lo que había sucedido para poder escapar sibilinamente con la excusa de airear mis ideas. Helain no había hablado desde que irrumpió en la caseta de Anette y aún tenía el bebé en brazos hasta que una de las enfermeras se lo llevó para pesarlo y alimentarlo con una nodriza que había sido madre hacía poco tiempo. Belladona había pasado toda la mañana ayudando a todas a preparar tanto la cuna como el funeral de Anette, la cual sería quemada para ser transportada más adelante a donde ella nació. Cuando todo se calmase, caminaríamos todos juntos para cumplir su última voluntad.
La tarde ya estaba perdiendo sus últimos rayos del sol. Helain, Belladona y yo nos quedamos solos frente a un fuego que, más que danzar, parecía quedarse quieto mirando nuestras entrañas. Seguíamos en silencio, pero Helain decidió hablar primero; tenía mucho que explicar.
—Debo deciros que me tengo que marchar en breve. He encontrado a una sirena malherida varada en la playa cercana al acantilado. Si no voy, los hombres o la propia Anja la encontrarán y más por el olor a sangre que emite su herida.
—¿Eso es todo lo que tienes que contarnos después de casi dos días de ausencia sin saber de ti? —preguntó Belladona. Parecía completamente abatido y sin querer dar más explicaciones. Pero ella no estaba dispuesta a quedarse callada.
—Tiene razón, creo que nos debes algo, pero comprendo que ahora no es el momento para hacerte hablar—interrumpí. Belladona no se tomó bien esto, levantándose inmediatamente en cuanto defendí el silencio de Helain. Su furia salió despedida.
—¿Y qué pretendes que haga? ¿Dejar pasar lo que me dijo Anette antes de morir sobre tú y Anja? ¿Tu maldita ausencia cuando perdíamos a uno de los nuestros? No Helain, puede que Valdimar sea compasivo, pero yo no lo soy en absoluto. Quiero la verdad por encima de todo el sufrimiento que pueda conllevar; siempre lo he querido así. Y tú, eres un traidor Helain, pensaba que simplemente eras un mujeriego descerebrado, pero eres peor que eso. Eres de esos hombres que crean caminos de saliva para que una furcia baile sobre ellos sin importar el pasado oscuro que lleva tras su capa. Te dejaste seducir por la belleza de la oscuridad y ahora...ahora lo pagaremos todos.
—Belladona, debes de calmarte.
—¡No, no voy a hacerlo!¡Seguid cubriéndoos las posaderas, que yo no quiero seguir estando presente!
Ambos nos quedamos solos observando como ella se marchaba. Estaba librando sus propias luchas en su corazón, aunque comprendía bien sus deseos y sus pensamientos, a veces debemos dejarlos a un lado para que pase la luz y veamos la realidad. Eso aprendí de mis años entre andanzas y personas que habían formado parte de mi vida; en algunas ocasiones, los que me hicieron una fatal traición, luego me defendieron como los mejores caballeros andantes, poniendo su vida por delante de la mía en el fragor de la batalla. Sabía a ciencia cierta la naturaleza del cambio pues yo mismo vi esa metamorfosis delante de mis ojos.
A diferencia de otras veces, no vi simple enfado en los ojos de Belladona sino una tremenda decepción. Había veces que pensaba que se marcharía sola cuando tuviera ocasión pues teníamos una gran diferencia de personalidades que nos hacía chocar casi constantemente. Eso me lo tomaría mal pues la veía como mi protegida; era joven y con un carácter que a veces la ponía en una situación complicada. Además, una elfa sola era el blanco perfecto de una banda de desalmados o de los secuaces de Anja. Debía de vigilarla próximamente por si decidía hacer una locura.
—Sé que vas al castillo de Anja porque Halldora me lo ha contado. Cometí la gran estupidez de colarme en el castillo para resolver las cosas con ella, pero Halldora me pilló por banda y casi me asesina pensando que era un ladrón o un atacante que venía a por su señora. Sorpresivamente, ella me reconoció al momento al ver mi rostro y acordarse de mí en el pasado cuando yo estaba con Anja.
—¿Cómo se te ocurre hacer tal cosa? ¿Es que quieres acabar muerto? —le grité cogiéndolo de la camisa y zarandeándolo con un gran enfado. Él se disculpó haciendo referencia a sus recuerdos dolorosos y a que la echaba de menos.
—Sé que no hice bien, pero los motivos por los que entré eran para resolver este conflicto por todos y por mí: por nosotros. La amo como el primer día, pero si no logramos traerla de vuelta a como ella siempre ha sido, yo mismo la mataré si es necesario. Debo de defender a mis raíces, mi gente y mi sangre por encima de cualquier amor que se ponga por delante y más si ha sido la mano ejecutora de muchos de nosotros.
Asentí en silencio implorando por el bien del corazón de Helain, que las palabras de Halldora tuvieran razón. Esta noche sabría un poco más acerca de ese día en el que la sangre envenenó a la monarca de nuestra tierra.
NARRA ANJA
El atardecer despuntaba en los hermosos cielos de mi amada Islandia; nunca me cansaría de las hermosas vistas que se ven desde lo más alto de mi castillo. El rumor de las olas golpeando las rocas del acantilado y los pájaros surcando los cielos; parecía una estampa idílica que cualquier persona del mundo pagaría por admirar cada día desde la ventana de sus aposentos. Toda aquella calma a veces me hacía temer un acontecimiento fatídico.
Halldora se había disculpado conmigo al decirme que debía marcharse al mercado de la ciudad en busca de ingredientes y otras cosas que ella necesitaba. Como ella era de las pocas humanas que vivían en el castillo, muchas veces se encargaba del alimento del resto del servicio, el cual era humano o vampiro.
Por norma general, mis sirvientes vampiros ocupaban las filas de la seguridad, mientras que los humanos más bien, las tareas domésticas.
En cuanto a algunas de las humanas que vivían conmigo, había dos doncellas que se ocupaban de la limpieza y el orden del castillo. El resto de los que trabajaban para mí, vivían en la ciudad porque, según lo que pensaban la mayoría, no se acostumbrarían a la ostentosidad del castillo.
Era una pena, pero a excepción de Halldora, ningún humano había intentado ser algo más que un simple eslabón de la maquinaria que hacía funcionar mi castillo. No los culpaba porque mi nombre estaba rodeado de tinieblas y nadie se fiaba por completo de mí. Por lo menos, cumplían correctamente con su obligación sin queja alguna, así que estaba contenta por el momento.
En la calma de los días, siempre tenía la sensación de que la paz estaba precedida de una tormenta que se avecinaba cada vez más. Mi vida eterna estaba compuesta de un compendio de malos recuerdos y experiencias que me habían marcado más de lo que deseaba admitir. Y el que ahora un hechicero estuviera vinculado a mi futuro, confirmaba mis sospechas de que algo terrible me sucedería.
Los consejos de Halldora, la cual defendía a aquel ser a capa y espada, derivaban de ser un espíritu puro que seguía pensando en que las personas tenían buen fondo, fueran o no humanas, pero no era así. Aquellos que pertenecían al mundo mágico, eran desencadenantes de desgracias tarde o temprano; no permitiría que nadie pasara por lo mismo que yo, aunque por ello tuviera que seguir manchándome las manos de sangre.
Aprovechando la ausencia de Halldora, tomé la decisión de pasear por el castillo, eso sí, a excepción de las mazmorras, ya que era un lugar peligroso para mí. La paz que me traía la noche era revitalizadora para alguien que solía encontrarse melancólica rezagada en sus recuerdos. Era el punto del día en el que tanto mis sentidos como poderes, se hallaban en el punto más álgido, por lo que el sueño tardaría en llegar. Era cierto que no debía de dormir por las noches sino mejor por las mañanas para aprovechar así mi vitalidad, pero el hacerlo me hacía sentir un poco más humana y así no alteraba el horario de los miembros de mi servicio.
Todo parecía encontrarse en relativa calma; no había mucho movimiento pues las dos doncellas que vivían conmigo, ya habían terminado de cenar hacía ya un rato. Podía escucharlas moverse por el castillo para ultimar algunas tareas antes de acostarse. Era un poco tarde para que Halldora no hubiese llegado del mercado, por lo que me apresuré a acercarme a una de ellas y preguntar.
—Creo que la señorita ha llegado hace poco. ¿Requiere algo más de nosotras, mi señora?
—No gracias, podéis retiraros por hoy.
Ambas hicieron una reverencia, marchándose hacia sus respectivos cuartos. Proseguí mi paseo hasta que algo me hizo frenar en seco: un extraño olor nada agradable. Caminé hacia uno de los dormitorios de las doncellas, topándomela en la puerta.
—Juliette, ¿No notas un olor extraño aquí? No logro identificar con exactitud lo que es—le pregunté.
Ella puso una cara de circunstancia y entonces exclamó:
— ¡Oh ya sé que puede ser!¡Hemos cocinado tarta de queso esta mañana! Disculpe si no hemos ventilado correctamente la cocina.
Pero el aroma del ambiente no se parecía a algo dulce. Decidí no darle más importancia y dejé marchar a la doncella. Quizás mi lado paranoico me estaba jugando malas pasadas, pero creía oler a sangre y algo más.
—No Anja, deja de pensar estupideces. Es hora de que vuelvas a tu dormitorio y alejes esos extraños pensamientos de tu mente—me dije en voz alta.
Retomé el camino de nuevo a mi cuarto con ganas de pasar parte de la noche leyendo unos magníficos libros que había comprado en el mercado. Me senté en mi mecedora y comencé a balancearme con suavidad mientras que mis ojos se deslizaban entre las páginas. Gracias a la brisa de la noche y la tenue luz de las velas de mi cuarto, comenzó a entrarme sueño y me quedé dormida con el libro en mi regazo.
Mis sueños eran tranquilos y estaba a salvo de cualquier cosa. Nadie podía dañarme porque era invencible, intocable, aunque en el espejo de la realidad, no era diferente a la niña que solía ser en el pasado. Aunque fuera una vampira, una niña vampiro no tiene todo el potencial de uno más mayor cuya experiencia le brindaba poderes increíbles. Nosotros pertenecíamos a una rama pura de vampiros donde, físicamente envejecíamos como mucho hasta tener 40 años en apariencia. Nunca poseíamos un aspecto anciano y eso fue debido a nuestro antepasado: el primer vampiro que se originó en el mundo tenía justo esa edad cuando pasó de ser humano a ser una criatura de la noche. Las hipótesis eran variadas, pero se piensa que fue por un pacto con el diablo al perder a su amada por una enfermedad. El demonio le prometió que, si él se convertía en un ser sin vida cediéndole su alma, él sería capaz de, no solo salvar a su amada, sino hacer que viviera toda la eternidad a su lado. Pero lo que no le dijo el demonio es que un vampiro puede convertir a un humano, pero debía de estar vivo.
El hombre enloqueció y comenzó a convertir a aquellos humanos que consideraba dignos de tener ese poder, o más bien, de vivir ese eterno castigo que el demonio le hizo padecer. Fue de esa forma como se crearon los clanes de la nobleza vampírica de los que descendemos el resto de los vampiros que pueblan el mundo. Al existir mestizaje, los poderes de los vampiros originales, variaron. Algunos tenían capacidades que no tenían otros, como el ver el futuro o la telekinesis y eso se pensaba que se debía a un poder oculto de ese vampiro cuando era humano.
Los estudios respecto a nuestra especie eran aún inciertos, pero al menos, poco a poco, sabíamos nuestros orígenes para saber cómo defendernos ante los peligros. Técnicamente, los vampiros podían reproducirse, pero solo con los de su propia especie y nunca con humanos. Por esa razón muchos humanos fueron convertidos si sus parejas lo eran.
En mi caso, yo descendía directamente de una de las familias nobles de vampiros que se crearon al principio de los tiempos por lo que mis poderes eran los mismos que los de dicha familia. Siempre había querido indagar más acerca de mis raíces, pero, desde la muerte de mis padres, no tenía fuerzas de hacerlo por revivir los amargos recuerdos que vivían en mí.
Pero era algo que tenía pendiente y que por supuesto no olvidaba.
Un sonido proveniente del salón me hizo despertar de golpe. Preparada para un posible intruso, agudicé mis sentidos y dejé al descubierto mis colmillos y mi mirada ensangrentada que siempre intimidaba a quien osara hacerme daño.
La voz de Halldora me hizo calmarme momentáneamente, pero, al escuchar una voz masculina decidí que era hora de intervenir. Me asomé al salón con cautela y entonces la vi con aquel desgraciado bajando a los calabozos. La ira comenzó a hervir dentro de mí y las ganas de justicia se apoderaron de mi propio cuerpo. Esta noche iba a morir alguien y no iba a ser yo.
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