CAPÍTULO 16


VALDIMAR

Tuve la gran fortuna de encontrar un lugar donde descansar. Por lo que me dijo el posadero, no era una época de gran ajetreo de extranjeros, por lo que el edificio estaría tranquilo. Le agradecí enormemente la hospitalidad y la celeridad en cuanto a prepararme una habitación, pagándole un extra generoso por su amabilidad.

Con este gesto, me prometió con solemnidad no ser molestado bajo ningún concepto hasta que me despertase a la hora acordada. Apenas cargaba equipaje, tan solo mi bolsa con algunas cosas que había adquirido en el mercado, mi bastón y mi capa que ahora requería un poco de descanso sobre el diván de mi dormitorio. Algunos arañazos habían ajado más la tela, por lo que me prometí a mí mismo arreglarlo en cuanto tuviera la ocasión.

No perdería tiempo en la mañana; el tiempo de preparación de la poción de Anette sería de unas cuantas horas. Tan sólo esperaba que a la anciana no le hubiera ocurrido nada o, simplemente, tenía intenciones de engañarme desde un inicio y no disponía de la corteza de abedul.

—Espero no tener que realizar algún alboroto en la mañana—Pensé en voz alta. Me apresuré a lavarme adecuadamente aprovechando que la bañera había sido llenada por si requería refrescarme. Nada mejor le venía a mi cansado cuerpo, pues me había ejercitado en exceso y las emociones también habían contribuido a dejarme exhausto.

El brazalete que me había sido dado, a veces emitía un calor abrumador y en otras, era helado como un témpano. Su variabilidad era extraña al igual que su dueña y su funcionamiento aún me era desconocido. Me conocía perfectamente y sabía que comenzaría a obsesionarme en breve con ese artefacto, pues era, sobre todo, fascinante.

No quería entretenerme con pensamientos y divagaciones; me quité la ropa, poniéndome en su lugar el batín que el posadero había dejado encima de la desgastada cómoda. El olor a vino podía colarse por casi cualquier rincón y en seguida supe por qué.

Las mesillas eran antiguos barriles que habían contenido dicha bebida antaño. No es que me desagradara aquel aroma, pero era cierto que azuzaba mi parte libertina que deseaba divertirse un poco. Para colmo, el hambre corroía mis entrañas, por lo que opté en buscar algo y así lograr pegar un ojo.

Tras salir de mi habitación, acudí a la entrada de la posada la cual estaba cerrada. El dueño se encontraba en una mecedora con los ojos cerrados y una enorme sonrisa. su leve canturreo se vio interrumpido cuando se dio cuenta que me encontraba allí observándole.

—¡Mi querido señor! ¿Desea algo? ¿Acaso algo no es de su agrado? —Me preguntó ansioso.

—Oh no se preocupe, todo está perfecto. Tan sólo me preguntaba si había algo de comer porque apenas probé bocado hoy.

Asintió feliz poniéndose en pie con una gran alegría. Me pidió que lo siguiera hasta un salón donde una señorita joven aún se encontraba guardado vasos y jarras que habían sido lavados.

Nada más entrar, la joven puso sus brazos en jarras completamente molesta.

—¡Pero papá!¡Ya lo tenía todo limpio y recogido!

—No te preocupes querida, a este señor lo atiendo yo. Ha pagado tal propina que es lo menos que puedo hacer para que se sienta como en su casa.

La joven soltó rápidamente el trapo y el delantal, cediéndoselo a su padre. Tras dejarnos solos, me pidió que tomara la mesa que más me gustara y esperara. Me sentía un poco culpable de haber alterado la paz de aquella familia que disfrutaba de la calma de la noche.

—Querido amigo, tienes la gran suerte de que mi hija hizo una buena olla de sopa especial. No hemos tenido muchos clientes por lo que ha sobrado bastante. Espero que sea de su agrado. Le dejo solo para no entretener sus pensamientos.

El amable señor dejó un cuenco humeante con un aspecto cuestionable, una jarra con vino cuyo aroma se asemejaba al de mi dormitorio y un poco de pan un tanto seco. Para mi enorme sorpresa y satisfacción, la cena estuvo bastante decente, aunque se notaba a leguas que ese pobre padre y su hija, no estaban pasando por una buena racha. Le dejé un par de monedas por su hospitalidad y atención, deseándole que la suerte le sonriera y no cayeran en las desoladoras garras de la pobreza.

Tal y como le pedí, el dueño de la posada me despertó a la hora acordada. Aproveché para agradecer la cena improvisada que tuvo el detalle de servirme antes de apresurarme a prepararme y salir por la puerta. Los comercios comenzaban a despertar al igual que sus cansados dueños. El olor a café recién hecho y a avena hacía rugir mi estómago que parecía no haber sido saciado por completo de la cena que me había metido entre pecho y espalda. Pero no había tiempo de tales cosas; primero que todo, tenía que encontrar a la anciana.

Me pateé el mercado de cabo a rabo, pero no había rastro de ella. Incluso la describí a algunos de los comerciantes y clientes, pero nadie reconocía a la extraña anciana. El enorme pesar hizo que mis pasos se volvieran pesados, ¿Cómo entonces iba a salvar a Anette de las garras de la muerte?

Introduje las manos en mi bolsillo, apretando las flores con una ira inusitada en mí. Quizás, si hubiera buscado mejor, alguien me habría vendido la maldita corteza de abedul sin tener que adentrarme en el bosque en busca de unas malditas flores. Lo único que podía hacer era volver a casa y, al menos, intentar hacer que la transición de Anette fuese lo más dolorosa posible.

La pena que sentía era terrible y más pensando en que, con la escasa probabilidad de que el bebé naciera con vida, los hombres lobo probablemente quedarían extintos en todo el territorio. Era portador de malas noticias a mi pesar.

El tiempo era igual de agradable que cuando partí del refugio, pero los ánimos no eran los mismos que entonces. El hambre canina que removía mi estómago, se había disipado por completo dando lugar a una garganta seca. Varias toses me hicieron frenar en el camino para tomar un poco de agua, lo que me llevó a algo que me dejó atónito.

Una de las flores en mi bolsillo ya no estaba y, en su lugar, había una bolsita de terciopelo. Tras abrirla, mi espíritu viajó a los pies cuando me di cuenta que se trataba de la dichosa corteza de abedul. Y señores, no hay mayor elixir energético que lograr aquello que deseabas y que tomabas por perdido. Más que caminar, podía decirse que levitaba entre los árboles, canturreando como hacía mucho que no lo hacía.

Sí, parecía un loco, pero tantas veces había dado una imagen equivocada de mí, que ya poco me importaba. Y las dudas, que eran muchas, ya me las plantearía en la calma de cuando solucionara algunas trabas pendientes que me robaban el sueño.

Además, en la noche había fijado una cita con Halldora para investigar las mazmorras del castillo. Lo más complicado sería lograr no ser visto por el ama y señora de la fortaleza. La credibilidad de su ama de llaves y mejor aliada, se vería truncada si no caminaba con cautela en esas oscuras aguas en las que me iba a enfrascar esta noche. En cuanto a Helain, que se apiadaran los cielos si ese maldito elfo no había aparecido aun por el campamento.

Pero por desgracia, nada más poner los pies en casa, pregunté a todos por el susodicho desaparecido. La respuesta era negativa en todos los casos, por lo que tuve que marchar a preparar la poción sin saber nada más de ese bribón.

Como cada vez que dejaba salir mi energía, la pura intuición se apoderaba de mí y me dejaba obrar aquello que deseaba crear sin necesidad de pensar demasiado. El poder de la magia que había aprendido durante años, corría por mis venas como una estampida de animales. Añadido a la ansiedad del mal estado de Anette, mis manos se veían obligadas a trabajar más diligentemente.

El matraz ya burbujeaba ante la llama azul que alimentaba la corteza de abedul, que poco a poco, se iba ahumando mientras que mezclaba el resto de los viales. El extracto de manzanilla era indispensable para sus espasmos estomacales además de cefaleas que la pobre Anette estaba sufriendo. Uno de los frascos contenía aloe vera puro que había sido traído de muy lejos y que ayudaría a la cicatrización tras el parto y para las heridas por rozamiento que había sufrido por los movimientos incontrolables provocados por su fiebre.

—La flor de San Juan ya se ha mezclado adecuadamente. Debo de añadirla poco a poco a la corteza ahumada. Este paso es crítico para evitar que todo se vaya al garete—Me decía a mí mismo mientras supervisaba todo.

El sudor cubría mi frente y a veces emborronaba mi vista; aquella tensión era asfixiante, y como orden antes de comenzar a trabajar, les dije a todos que nadie me molestara incluso si el cielo se caía a pedazos. Un silbido me hizo mirar de nuevo la tetera que hervía de nuevo, tomando unas gotas de agua para añadir al matraz de preparación. Las flores se habían mezclado a la perfección con la corteza, por lo que lo que me quedaba era lo más sencillo.

Mientras que continuaba mi poción, comencé con un plato que debía de tomar para revitalizar sus fuerzas. Era una sopa que contenía jengibre, una raíz amarga traída de Asia que tenía propiedades antiinflamatorias y antieméticas. Con ella, podía frenarse la oleada de vómitos que impedía a Anette tomar las fuerzas que necesitaba para lograr estabilizarse. Y para aumentar el hambre, especié la sopa con tomillo, lo cual le daba un toque de sabor excelente.

Lo dejé en el fuego para evitar que se enfriase mientras terminaba la medicina.

—Y finalmente, extracto de corteza de sauce.

Cerré los ojos implorando por todas las energías que me rodeaban para que se concentrasen en mi ser. Me dejé llevar por las fragancias, los sonidos y el aire que se filtraba por mi tienda. Todo parecía volatilizarse y dejarme solo en la inmensidad de La Nada, justo lo que pasaba cuando mi alma se desdoblaba del cuerpo y se empapaba de magia ancestral. Los hormigueos se hicieron mas intensos además de que mi brazalete comenzó a responder ante mi energía. Su intermitente cambio de temperatura, era ahora mucho más brusco y casi me provocaba un daño que me hacía quejar levemente. En algunos momentos, me vi tentado a abrir los ojos y quitármelo de encima, pero eso provocaría la ruptura del enlace mágico que estaba ensamblando cada elemento de la poción.

El olor a chamusquina era el indicador de que todo ya estaba listo. Un crujido venido del matraz, me daba la pista de que había llegado al límite de su temperatura, por lo que me di prisa de sacarlo de las brasas mágicas que lo rodeaban.

Tras prepararlo todo y buscar ayuda para llevar lo que necesitaba, me presenté en la tienda de Anette. Belladonna estaba arrodillada a su lado ya que, debido a la fiebre que padecía, tuvieron que acostar a Anette en el suelo junto con varios almohadones. Al verme con el frasco, respiró aliviada, pero parecía profundamente molesta por algo.

No le pregunté porque estaba casi seguro de que se trataba de Helain y de las múltiples excusas que le tuvo que decir a la enferma para que no se preocupase por él. Los ojos cansados de la muchacha se abrieron, intentando sonreírme a malas penas.

—Anette, sé que el sabor es espantoso y difícil de tragar, pero piensa en tu bebé. Piensa en que, si lo tomas, él vivirá y tú también—Le dije mientras abría su boca y deslizaba el líquido casi hirviendo por su garganta. El dolor sería terrible pero solo así obtendría el mayor efecto de las hierbas que había utilizado.

Mi madre me dijo una vez: "Lo que escuece y duele cura" y eso era totalmente cierto en la mayoría de las ocasiones. A veces esa enseñanza podía aplicarse no solo a la magia o las pociones sino a la vida. A veces tienes que dañarte para poder curarte.

Pero cuando pensé que el día no podría ser más inverosímil, Anette se puso de parto. Sus contracciones eran cada vez más intensas y eso me preocupaba demasiado porque su cuerpo no había tenido tiempo de poder recuperarse. Ni siquiera, había podido tomar la comida que le había preparado.

Todos los presentes sabíamos que ella no lo lograría; era casi imposible para una madre primeriza casi moribunda. Su anemia podía verse en su piel cuarteada, pálida y sus labios blancos. Estaba a las puertas de la muerte y estaba gastando los últimos resquicios de su vida, para traer otra al mundo.

—Esto no es justo,¡No es justo!—Gritó Belladona.

Varias elfas entraron con toallas y vasijas llenas de agua, además de ropa de bebé que habían tejido a lo largo del embarazo de Anette. Varias de ellas nos pidieron por favor que abandonásemos el lugar mientras se ocupaban del alumbramiento de la joven.

—He dejado una crema que debéis usar si sufre alguna herida. Por favor, no olvidéis eso.

Una vez fuera decidí retomar el asunto de Helain, el cual se había vuelto preocupante. Estaba seguro que no era el tema que más le gustaría hablar conmigo en momentos como aquel, pero no podíamos hacer caso omiso a lo que estaba sucediendo.

—¿Sabes algo de dónde podría esta Helain? ¿Aún no ha vuelto?

Belladona inspiró profundamente con su expresión molesta y me contestó tan seca como siempre que se enfadaba con algo.

—Aquel desgraciado parecer ser que prefiere perseguir culitos de vampiras asesinas que de atender los asuntos de nuestro poblado. No entiendo como un alma cándida como Anette puede querer tanto a un idiota de libro como Helain.

Al ver como mi cara mostraba una gran confusión ella sonrió de forma cínica mientras se cruzaba de brazos:

—¿Os creéis que soy estúpida y no me doy cuenta de las cosas?, Helain no es la primera vez que desaparece así, aunque admito que esta vez ha sido por más tiempo de lo normal. Una mañana lo vi irse de repente sin avisar o decir nada a nadie entonces decidí seguirlo y comprendí la razón de las escapadas que hacía cada noche.

Ante aquello, no pude rebatir nada más. No había excusas que decir que suavizaran la molestia de Belladona.

—¿Y cómo te enteraste de eso?

—Escuché la conversación que tuvisteis Helain y tú cuando él te confesó su pasado con Anja; me esperaba muchas cosas de Helain pero jamás...que fuera capaz de haber estado con una zorra como ésa.

Aquella acusación comenzó a molestarme porque quizás estábamos pintando demasiado al diablo y simplemente era un ángel con el corazón destrozado como me dijo Halldora. Según lo que ella me contó con respecto al suceso de sus padres, podía estar sufriendo un hechizo malvado que la hiciera no estar consciente de sus actos. Por esa razón, debía de solucionar el problema esta misma noche, pero sin que nadie se enterase de mi ausencia y menos Belladona.

Nuestra discusión se vio interrumpida en cuanto se dio cuenta de mi brazalete. Su rostro se tornó pálida al extremo, caminando atrás espantada, ¿Qué diablos le ocurría?

Al intentar acercarme a ella, comenzó a gritar como si se hubiera vuelto completamente loca. Nunca en mi vida la había visto así.

—Belladona... ¿Qué?

—¡No te acerques! ¡Quiero saber como tienes eso y no quiero malditas mentiras!

—¿Te refieres al brazalete? Ha sido un regalo. No comprendo qué de malo tiene.

Pero ella parecía reconocerlo y eso...eso me escamaba profundamente. Por la naturaleza de cómo me había sido dado, mis preguntas eran mayores ahora que alguien parecía saber acerca del posible uso de ese artefacto.

—Belladona, ¿Qué ocurre con el brazalete? Dime, háblame...

Sin poder apartar la vista de mi muñeca, sus lágrimas caían sin cesar de sus ojos. Verla llorar era como ver un eclipse e incluso, más extraño.

—No es posible que tú tengas eso...me niego...me niego a pensar que tú...que alguien.

—¡Cálmate Belladona!¡Dime qué pasa!

—Aquel brazalete...era de mi abuela...y lo enterramos con ella...

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