CAPÍTULO 13
Cuando me desperté en la mañana, la necesidad de ver a Anja superó cualquier momento de debilidad que tuve en el pasado. Cada día que ella salía de caza, yo la observaba entre las sombras, pero nunca tuve la necesidad de volver a hablar con ella hasta esta mañana.
Quizás fue la charla que mantuve con mi buen amigo lo que avivó viejas brasas que mantenía lo más apagadas posible. Sabía que era la más pésima de las ideas, pero si era sincero conmigo mismo, mi virtud no era precisamente actuar de forma madura.
Aprovechando que aún muchos dormían, me vestí y comencé a caminar rumbo al castillo de Anja dando un pequeño rodeo por el sendero que ella usaba para no ser vista. Daba gracias que Belladona estaba demasiado ocupada mandando a la gente como para percatarse de mi huida; no deseaba escuchar una charla que viniese de ella, ya había tenido suficientes.
El camino estaba tranquilo como de costumbre, con algunas ardillas que salían de los árboles y se escondían tímidamente a mi paso. El cálido sol rivalizaba con la tormenta interna que guardaba dentro de mí ante mi apariencia siempre despreocupada, pero yo sabía bien que no era así.
Aquella mujer me había marcado de muchas formas y no todas eran buenas. Aquel odio que sentí cuando yo fui a verla tras el incidente de sus padres jamás lo olvidaré; apenas pude escapar del castillo con vida. Y como una oleada punzante y clara, los recuerdos me rebasaron de nuevo.
Cuando me enteré del incidente de los padres de Anja, me encontraba en mi pueblo natal que quedaba a unas horas a caballo de su castillo. Había ido a visitar a mi familia y amigos cuando las noticias comenzaron a revolotear por el pueblo. Nada más saberlo, decidí salir al galope para saber lo ocurrido además del estado de mi querida Anja. Temía tanto que estuviera mal herida.
Tan sólo esperaba que no fueran simples habladurías, pues entonces toda la ira de los dioses recaería sobre muchas malas bocas. Investigaría personalmente quién o quiénes fueron los artífices de tales pérfidas palabras y pagarían por sus venenosas bocas.
Las horas parecían ser días y, aunque avanzaba a gran velocidad, no parecía que hubiera recorrido mucho camino. Mis nervios afilados como cuchillos, hacían que mi estómago tuviera varios nudos que me apretaban con más fuerza conforme iba divisando el castillo. Me avergonzaba admitirlo, pero tuve que hacer varias paradas para vomitar por culpa de aquella maldita incertidumbre.
Los caminos parecían encontrarse poco concurridos para ser uno de los caminos principales que los ciudadanos solían tomar para asistir a sus trabajos en la ciudad. Por el momento, además de ello, no encontraba nada diferente a lo que podía considerarse un día cotidiano.
Nada más llegar a la puerta del castillo, el ambiente que se respiraba era aún más extraño que el asunto del camino. Prácticamente no había nadie por los alrededores, ni siquiera los guardias que permanecían como estatuas en diferentes entradas del edificio. ¿Dónde estaba Anja? ¿Y el servicio?
Me conocía bien el lugar, por lo que el primer sitio al que pensé ir era su dormitorio. No es que fuera precisamente la primera vez que iba, así que no necesitaba ninguna carta de presentación para irrumpir sin seguir los protocolos. Saltaba en grandes zancadas las escaleras que llevaban al piso superior con el corazón en un puño. Temblaba e imploraba de que todo fuera bien y que, simplemente, hubiera habido algún motín debido a unos cuantos trabajadores descontentos. Pero las cosas cambiaron cuando me encontré a Anja de rodillas, llorando con fuerza mientras se abrazaba al vestido de su madre y a la capa que siempre vestía su padre. Cuando se percató de mi presencia, se giró bruscamente y, lejos de mirarme agradecida, ella se me abalanzó encima.
Comenzó a pegarme con gran agresividad y yo intentaba defenderme a pesar de que ella, al ser vampira, tenía más poder que yo. Poseía buenas dotes de lucha además de poder mover objetos con la mente, por lo que, me cubría continuamente con cualquier objeto para no atacarla. Pero temía que pronto mis trucos no me sirvieran de nada.
—¡Anja! ¿Qué demonios te ocurre? —le pregunté desesperado mientras esquivaba sus ataques.
—¡Eres como el resto de las criaturas mágicas, un asqueroso traidor!¡VOY A MATARTE COMO VOY A HACER CON EL RESTO DE LOS QUE SON COMO TÚ!
La cólera de Anja la había cegado con tanta fuerza que no parecía ser ella misma. Ella no sería capaz de hacerme aquello que amenazaba, por lo que pensé que quizás aquello que había sucedido, la había sumido en una especie de conmoción en la que no distinguía la realidad de la fantasía.
Podía oler el azufre de la magia por casi cualquier rincón del castillo; probablemente, la idea de un motín no era algo descabellado. Anja siempre había tratado a sus súbditos de forma respetable, por lo que, si tenía enemigos, eran personas que codiciaban su poder más que por su trato.
La tomé de las manos, intentando frenarla en su necesidad de arañar mi rostro. Sus ojos ya habían dejado su azulada tonalidad, quedándose completamente carmesís, brillantes como dos rubís demoníacos.
—¡Anja, amor piensa bien lo que estás diciendo!¡Sería incapaz de hacerte daño!
Pero no parecía escuchar. Se deshizo de mis manos y corrió dentro de su habitación. No pude alcanzarla para cuando desenvainó una espada frente a mí con la mirada más terrorífica que pude ver de ella. Sus colmillos sobresalían de sus labios, tan agrietados como lo estaba mi corazón. Mi mundo temblaba bajo mis pies y, lo más doloroso, era el no saber las razones por las que la oscuridad deseaba tragarnos a ambos. Su boca se torció en una sonrisa tan fría y malvada, que la temí por primera vez.
Mi tonto corazón me hacía evitar atacarla; tan sólo me defendía como buenamente podía, intentando llegar a la salida para poder escapar de allí. Los ataques eran cada vez más veloces y su cara se tornaba cada vez más siniestra. A veces, mascullaba cosas inteligibles, otras, reía sin parar. ¿Qué demonios te hicieron Anja? ¿Dónde fue mi amada cuyo cielo estaba en sus ojos y la benevolencia en su corazón?
Tantas preguntas se agolpaban y para ellas, solo tenía un terrible silencio. Para cuando pensaba que podía escapar, un corte me atravesó el pecho, sintiendo un dolor tan súbito que me hizo caer de rodillas. Nada de mi cuerpo parecía funcionar correctamente, tan sólo podía mirarla como algo hermoso pero temible. Justo cuando pensé que ella me remataría, una voz la hizo reaccionar y me salvó la vida; era una mujer de rasgos extraños y cabello negro que jamás iba a olvidar.
—¡Anja, él no es el enemigo!¡Detente! —le gritó tras haberle lanzado un jarrón. Por su apariencia, ella no parecía tener poderes; quizás era alguien de servicio o de confianza. Su cabeza se giró en su dirección, vociferando hasta que las venas de su cuello se marcaron sobre su alabastrina piel.
—¡Sí que lo es, Halldora!¡Es un asqueroso traidor que merece la muerte para que no haga algo tan imperdonable como lo que me hicieron a mí!¡Nadie merece vivir con el peso que a mí me toca sufrir por la eternidad! El mal...mejor cortarlo de raíz antes de que se desarrolle por completo.
Yo miraba desolado el rostro desencajado de Anja discutiendo con la mujer que intentaba evitar que me matara sin piedad. Cuando sus pupilas oscuras se cruzaron con las mías me percaté que ella estaba intentando ganar tiempo para que escapara de allí con vida. Cuando miré a mi espalda, vi la salida a mi libertad; una ventana abierta. Pero a pesar de que sabía que si me quedaba Anja me mataría, no podía abandonarla sin desgarrar mi corazón.
Sabía que, si me iba de allí, sería la última vez que la viera y eso era sepultarme. Con unas lágrimas silenciosas que intenté ocultar, inhalé con fuerza para tomar las pocas fuerzas que tenía debido a la herida de mi pecho y la pena que me estaba asfixiando. Si algo era cierto, es que, si ella me necesitaba en un futuro, le prestaría mis manos y mi vida, aunque fuera en las sombras, con tal de aliviar su corazón.
Y para evitar que ella sintiera la carga de mi muerte, tomé una determinación que, a día de hoy, duele como el infierno.
Por ella, salté de la ventana, aunque sabía que ese día dejaría de sentir lo que era el amor.
Los recuerdos vinieron de golpe cuando miraba la puerta de la entrada de su castillo y aunque no era el mismo hombre romántico que creía en el amor y en la bondad de las personas, no podía evitar sentir la opresión de la esencia de Anja que rodeaba el castillo. Su presencia era evidente en cada rincón del lugar, su aroma era inconfundible y no había cambiado en todos estos años. Pero a pesar de intentar ser fuerte, podía sentir cierto temblor en mis ánimos y mis fuerzas, como si aquel muchacho enamorado y débil volviera por momentos.
Pero hoy estaba aquí para ver cómo estaban las cosas. No olvidaría mi promesa silenciosa, el protegerla en las sombras hasta poder dar con una solución real a su problema.
Miré la enredadera que colgaba de uno de los balcones del castillo y comencé a subir con la férrea convicción de que podía cambiar las cosas. Muchos años habían pasado desde la muerte de sus padres y ya era hora de que parase aquellas matanzas indiscriminadas que ya habían provocado la extinción de los lobos. Estaba harto de su actitud pueril que no aceptaba la muerte como algo que nos viene y que, por desgracia a veces es a manos de alguien sin corazón. Ella nos metía a todos en el mismo saco y su odio había cegado totalmente la inteligencia que tanto la caracterizaba.
Y aunque aún la amaba, el paso de los años me hizo ser más coherente y sabio, aunque eso era algo que no mostraba a los demás. Iba a detenerla aun si con ello, finalmente tenía que acabar con ella si no atendía a razones y no se dejaba ayudar. Como bien dijo ella "el mal, mejor arrancarlo de raíz antes de que se desarrolle por completo".
Cuando llegué a la ventana, entré dentro de un salto haciendo el menor ruido posible. No recordaba que la habitación de Anja fuera así, pero tampoco se me hacía extraño porque quizás hizo algunos cambios para que la muerte de sus padres fuera menos dolorosa para ella. Quizás se había vuelto más caprichosa, pretendiendo que nada malo había azotado los muros de aquel castillo, dando el aspecto que nada ni nadie podía impedirle gobernar solemnemente por encima de nuestras cabezas. Era una tremenda desventaja que ella fuera la única descendiente de la familia real, pues entonces nadie más que ella, podía estar sentado al trono. Las cosas cambiarían si se supiera de algún hijo ilegítimo, pero no era el caso por el momento.
Cuando salí del baño por el que había entrado, me encontraba en un enorme dormitorio con varias alfombras y un enorme escritorio. Tras de él, cientos de librerías plagadas de libros estaban colocadas sin poder ver ni un trozo de la pared de aquel dormitorio.
Conforme me fui acercando al escritorio, la sensación de que había una presencia cercana, hacía que mis sentidos estuvieran alerta. Pero antes de girarme y echar un vistazo, una daga se colocó en mi garganta y una voz con un extraño acento me habló:
—Si te mueves, te mato, ¿Quién eres y qué haces en mi dormitorio?
Aquella voz no era la de Anja.
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