CAPÍTULO 11

Tras ese sueño tan realista como sorprendente, me desperté de golpe percatándome que ya había amanecido. Estiré los brazos para liberar a mis aun dormidos músculos, sintiendo el crujir de mi espalda e intentando deshacerme de mis mantas a regañadientes aun con una extraña sensación en el cuerpo. No deseaba salir en absoluto, porque entonces eso significaría que tendría que abordar el tema del que hablé con esa extraña mujer del sueño.

Y lo cierto es que aún tenía mis dudas.

Pero no eran formas esconderse de la realidad, además, que no era mi estilo. Esperaba que al menos los humos se hubieran calmado para Helain y Belladona, pues ayer fue un día difícil. Recibí el día con una bocanada de aire, observando como todos comenzaban a salir de sus tiendas para ponerse en marcha. Por el momento, no se escuchaban suspiros de mujeres ni gritos incesantes, por lo que ambos no estaban despiertos probablemente.

No era muy habitual en ellos.

Pensé en la posibilidad de que a mi viejo amigo se le hubieran pegado las sábanas; quizás la noche no fue muy benevolente para él. Y si era sincero, tampoco lo había sido para mí.

Aproveché para pasear por el campamento por si alguien requería ayuda y para comprobar como marchaban ciertas mejoras pendientes que habíamos planificado. Lenta y progresivamente, el campamento improvisado que en un principio parecía un asentamiento medio derruido de chabolas, iba teniendo mejor aspecto sobre todo gracias a las dotes de los elfos respecto a las plantas. Varios de los cultivos que habíamos plantado semanas atrás, estaban germinando adecuadamente gracias a la magia de ellos y sus buenos cuidados los cuales eran innatos en aquella raza. Cuanto más los observaba, más me sorprendía de lo capaces que eran para innumerables cosas.

En cuanto a Anette, la elfa embarazada de nuestro grupo, había mejorado considerablemente desde que se tomó mi remedio de hierbas. El bebé se había comenzado a mover como solía hacerlo, por lo que, de momento, estaba fuera de peligro. Esa noticia relajaba los nervios de Helain pero desde aquella charla donde me reveló una parte oculta de su persona, temía que se volviera más taciturno conmigo.

Por el momento, no podía encontrarlo y aquello me perturbaba, pero no podía continuamente estar encima de él como la sombra de un árbol. Le daría su espacio, pero aquella situación no podía ser eterna. Mientras que mis ojos se deslizaban sobre un grupo de hombres que estaban comenzando a levantar los cimientos de algunas pequeñas casas de ladrillo, un suspiro de incomodidad salió de mi boca. Recordaba lo que tenía que hacer en la noche por lo que no debía hacer nada sospechoso o fuera de lo común que hicieran darse cuenta a Helain y a la temible Belladona de que escondía algo importante. Aquella fiera salvaje se daba cuenta de absolutamente todo y viendo la reacción que tuvo al ver a Anja, estaba claro que antes me enterraría vivo que permitirme acercarme a esos muros de piedra cerca de su presencia.

Habría un momento perfecto para contarles el asunto, por lo que, primeramente, me enfrentaría al tema de la mazmorra yo solo. Ya comprobé lo que opinó acerca de la vía diplomática respecto a esa mujer, así que debía andarme con extrema cautela si deseaba lograr mi cometido.

Respecto al tema de las sirenas, varios de nuestros hombres habían salido para rastrear la zona de nuevo, pactando una hora de quedada para evitar problemas y que estuvieran todos a salvo.

Albergaba la esperanza de que estuvieran vivas, pues nadie merece tener un trágico final por lo que se es. Las guerras entre especies siempre sacaban mi rabia y odio más profundo; no era la primera vez que sucedía por desgracia. Si no afectaba a los unos, afectaba a los otros por el simple hecho de ser diferentes.

Me remontaba a la conversación que tuve en el sueño, donde la mujer defendía a su señora, implorando que creyera su versión. Según ella, Anja no era un monstruo, sino que comenzó a serlo por el horror que aconteció las paredes de aquellas mazmorras que tenía que investigar.

Por lo que me pudo describir, se asemejaba a un hechizo de magia negra, pero no todos los seres eran capaces de albergar una capacidad así; no se me ocurría ningún brujo que fuera capaz de hacer aquello. Si íbamos a la clasificación de los seres que éramos capaces de realizar magia, existían tres clasificaciones.

Los magos eran criaturas capaces de ejercer magia de carácter beneficioso para los demás, es decir, magia blanca. Eran criaturas dotadas de magia desde el momento de su concepción, donde su vida se extendía hasta cientos de años. Eran seres amados por muchos pues eran capaces de curar hasta la herida más profunda, aunque no todas las enfermedades podían ser erradicadas por sus manos. Desgraciadamente, para algunas pobres almas, el toque de la muerte era lo único que podría curarlos de los peores males que portaran sus cuerpos.

Si hablamos de los hechiceros, las cosas cambian, pues han sido humanos capaces de dominar la magia, los hechizos y la alquimia gracias a su trabajo y esfuerzo. Su poder no era tan elevado como los magos, pero con práctica y estudio, han existido algunos que han causado que más de un mago de alta alcurnia, se arrodillara ante muchos de nosotros. Yo pertenecía a esa clasificación y, para mi fortuna, mi apariencia humana me permitía mezclarme entre el resto de humanos sin levantar sospechas. Los magos, por ejemplo, poseían un aura brillante imposible de mermar, pues las fuerzas de la naturaleza latían a su alrededor y se nutría de éstas para lograr realizar su propia magia. Sus orejas eran semejantes a las de los elfos y su altura era considerablemente alta si lo comparábamos con un humano promedio.

Y en las más bajas de las categorías mágicas, encontramos los brujos. Ellos practican las artes oscuras, la magia negra y el vudú entre otras artes de carácter maligno desde tiempos inmemoriales. Su magia siempre ha sido tan destructiva que dejaba una huella capaz de extenderse por casi cualquier lugar e incluso introducirse dentro de las personas arrebatándoles hasta su último aliento. Era una magia incontrolable que, poco a poco, iba enloqueciendo al que la portaba, pues era como una infección incurable. Era una maldición con la que se nacía y que no poseía una cura conocida ni un motivo por el que ocurría; era algo realmente aterrador.

Yo era un raro caso de hechicero, ya que descendía de dos magos. A pesar de ello, nací como un humano normal, pero con grandes dotes mágicas, tan elevadas que mis padres se cuestionaron la especie a la que pertenecía. Daba igual al que me enfrentara, podía derrotarlo de forma sencilla y sin despeinarme, como si la magia fuera algo tan natural en mí que parecía emanar de mis poros.

Pero toda vida bonita tiene sus consecuencias. Unos cazadores de criaturas mágicas descubrieron la zona donde vivíamos y mataron a mis padres por miedo a que se revelaran contra la raza humana y les hiciesen daño. La ignorancia nos hace cometer grandes estupideces porque si aquellos hijos de satanás se hubieran educado un poco sabrían que los magos no pueden hacer daño porque hacen magia blanca. Pero ahí reside el problema en el mundo; el miedo a lo desconocido, el miedo a que algo más poderoso que nosotros nos asesine lentamente y se quede aquello que nos pertenece.

Aquel caso era semejante a Anja con la gran diferencia de que ella era como un animal salvaje herido que ha recibido malos tratos. Aparentemente, tenía más miedo de los demás de lo que aparentaba, escudándose en su poder para que nadie le tocara un pelo. La ausencia del amor la hacía ser autodestructiva y una sádica alma corrupta.

Y todos necesitamos el amor en nuestra vida de una forma u otra, hasta aquel que dice no necesitarlo. Mi linaje extraño era un secreto, ya que no deseaba que nadie se enterase de nada que pudieran usar en mi contra. En cuanto a los cazadores, nunca supe quienes fueron, pero juré que lo que me quedaba de vida lo averiguaría costara lo que costara. Aquella pequeña guerra que guardaba para mí era totalmente necesaria, pero era una batalla que llevaría a cabo solo. Cuando solucionara el problema de Anja, me iría en busca de pistas acerca de la muerte de mis padres. Aquel tema me obsesionaba cada día, pero había algo que se me daba incluso mejor que la magia y era ocultar lo que pensaba y sentía. Aunque eso no evitó que multitud de historias acerca de mí circulasen por doquier, algunas admito, demasiado fantásticas.

Y el hecho de no haber confirmado alguna, era lo que más misterio confería a mi propia figura.

Decidí echar una mano en la zona de cultivos para mantener la mente ocupada hasta que fuera de noche. Las obras respecto a las piscinas donde las sirenas pasarían parte del tiempo, estaban en construcción por si acaso las encontrábamos y teníamos que traerlas al campamento.

En cuanto al tema de Helain, si no aparecía antes del anochecer, lo buscaría y lo traería a la fuerza, ya que el ponerse en peligro no era una opción válida.

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