Primer Año


Como de costumbre Lynn fue a buscar la botella a la hora del almuerzo. Era su día de descanso, necesitaba relajarse tras la estresante semana. Estaba en su casa. ¿Dónde había dejado la botella? Esperaba que Rita no se la hubiese escondido sin querer. Se suponía que era su primer aniversario de bodas, lo cual le hacía sentirse frustrado por no poder estar con su esposa, cuya cita en el médico del trabajo no había podido recorrerse otro día. Calma, necesitaba calmarse, necesitaba la botella.

Pronto su mujer volvería a trabajar, la idea le molestaba y tranquilizaba a partes iguales. Necesitaban el salario de dos personas para poder salir adelante, no bastaba con su sueldo por mucho que le dijese a Rita lo contrario. Estaba a punto de perder los nervios, necesitaba una botella. La niña comenzó a llorar y la cabeza volvió a dolerle. ¡Dónde estaba la botella! ¡No podía vivir sin la botella! Cuando Rita regresara a trabajar, tendría que apoyarla bastante con el cuidado de la bebé, lo cual no siempre era sencillo. Abrió el refrigerador y la encontró. Suspiró, seguramente ese había sido él quien en un momento de confusión debió guardarla ahí. Si Rita lo viera, ladearía la cabeza decepcionada.

La niña seguía llorando, por ello se apresuró a desinfectar la botella del biberón mientras la leche continuaba entibiándose tras haberla hervido poco tiempo atrás. Le había hecho un cambio de pañal hace menos de una hora, no podía estar llorando por eso. Pronto tuvo la fórmula preparada y fue al encuentro de la bebé.

—Ya tesoro, ya. Aquí está tu lechita. Por favor, chúpala esta vez, que si no el que se la chupará seré yo.

Lori comenzó presurosa a tomar la fórmula. Lynn suspiró aliviado sintiendo como un gran peso de encima estaba abandonándolo. Su hija apenas tenía tres meses, aunque el pediatra les había recomendado una fórmula lactosa especial, Lori en ocasiones anteriores la había rechazado, vomitado incluso, negándose a tomar otra cosa que no fuese el seno de su madre, lo que les preocupó bastante. Aún recordaba haber visto a su esposa llorando preocupada por que la leche se le cortara dentro de poco y no tuviese nada que darle a la bebé.

—Pero Lynn, ¿Por qué no toma la otra alternativa? ¿Por qué sólo quiere beber de mis pechos?

—No puedes culparla, yo quisiera hacer lo mismo.

La bebé realmente tenía hambre, llevaba media botella y no hacía ningún puchero de asco. Esas eran excelentes noticias, se las compartiría a Rita cuando llegara. Aunque la niña quería seguir bebiendo, tuvo que alejarle el chupón de la botella por temor a que después lo vomitara. La llevó contra su hombro y palpó unos momentos por la espalda para sacarle los gases. Ciertamente se los sacó, aunque no por el lado que esperaba.

—Santo cielo, hija. Sólo era leche. No quiero saber lo que sucederá cuando puedas comer frijoles.

La niña estaba finalmente tranquila. Con mucho cuidado y precaución colocó a la bebé en su cuna. Su hija parecía haber olvidado por qué estaba llorando, lo miraba con los ojos muy abiertos. Su angelito de mechones rubios como los de su madre. Mucho mejor. Se alisó el cabello castaño pensando que iba siendo hora de un corte de cabello. Debió de hacerlo cuando salió con Lori en la mañana. Ya no era un adolescente, llevarlo casi largo no le iba bien, por otra parte el estar casado y tener una hija tampoco lo hacía sentir un adulto de verdad. Veintiséis años. Tenía amigos en el trabajo pocos años mayores que él quienes apenas comenzaban a cuestionarse si era hora de sentar cabeza.

Había traído la cuna a la sala. Con el volumen bajo encendió el televisor esperando ver algún partido de la temporada. Lo que encontró fue un especial en memoria a Charles Schulz. Se olvidó del juego, desde niño siempre sido fanático de Peanuts.

—Ese fue un gran hombre, Lori.

La niña estaba más ocupada chupándose un dedo que en prestar atención, estaba adormilándose. Se hacía tarde. Además de cuidar de la niña, Lynn había aprovechado el tiempo para hacer una deliciosa comida el mismo, su especialidad: Gulash. Temía se enfriara mucho, recalentado sentía que el gulash perdía algo de sabor. ¿Por qué la entretenían tanto? Se suponía que sólo había ido a un chequeo rápido para que la volvieran a capacitar para poder trabajar de nuevo tras terminar su permiso por maternidad.

No quiso acompañarla alegando que prefería quedarse en casa cuidando de Lori, pero lo cierto era también el querer sorprenderla con la comida, así como prepararse para darle algunas otras noticias. Si tuviesen el Tsuru todavía, el transporte no hubiese sido el problema, si este era por supuesto que no alcanzó el autobús, pero la semana pasada habían tenido que venderlo para pagar la deuda que contrajeron con los gastos médicos, siendo principalmente el costo del parto la mayor parte de la misma.

Escuchó a alguien en la entrada. Entusiasmado, tomó la caja de dulces que había ocultado debajo del sillón y fue directo hacia la puerta, todo bajo la atenta e inquieta mirada de la pequeña Lori.

Rita entró con un semblante serio y preocupado, Lynn no lo notó al interceptarla con un cándido abrazo seguido de un intenso beso.

—¡Rita, eres tú! Creí que llegarías más tarde. Lo siento, te confundí con alguien más.

Su esposa sonrió cambiando su expresión, pero igual se le veía intranquila.

—Y usted me confunde con alguien más, señor. Soy una niña exploradora.

—Una de veintiuno, eso te hace finalmente legal en cualquier lado del país.

—Y tú corriste con la suerte que aquí sea desde los dieciocho.

Esta vez ella tomó la iniciativa de besarlo. Lynn le colocó enfrente los dulces, pero ella ni siquiera tocó la caja.

—Tengo el estómago un poco revuelto. Los probaré más tarde.

Lynn notó su preocupación por fin y la soltó dejándose de bromas. Ella fue directo a la cocina a buscar una manzana, cuando de pronto sintió arcadas, culpa de ver la comida ya servida. Pudo contenerlas. Su esposo se asomó por la entrada.

—Lo puedo guardar para mañana, si quieres.

Aunque le gustaría decirle sólo por apreciar su esfuerzo que podría con un plato, en verdad Rita no se sentía nada bien del estómago. Desde ayer por ello estaba intranquila, además había amanecido con una ligera molestia, pero en ese momento el dolor de ligero no tenía nada.

—Lo lamento, cielo.

—No pasa nada. Mejor dime cómo te fue. ¿Ya te dieron la fecha de regreso?

Ella negó con un gesto.

—El doctor va a consultar su diagnóstico con la empresa y me confirmarán en la semana.

—Está bien —contestó restándole importancia, a la vez que por dentro maldecía—. Hay que ser pacientes, pero no te negaré ya ansío verte pronto en tu sexi uniforme de guardia de crucero.

—Eres un raro.

Un beso más y la magia del momento se rompió cuando Lori volvió a llorar.

—¡Pero si le acabo de dar de comer! No pudo procesarlo tan pronto, ¿o sí?

—Te sorprendería lo rápido que procesa la comida.

—Pues más tarda en entrar por un lado que salir por el otro.

La joven madre fue a la sala y sacó a su bebé de la cuna, la recargó contra su pecho y la pequeña volvió a tranquilizarse.

—Déjala. Sólo quiere estar con su mami. ¡Vaya! También sacar una flatulencia por lo visto. ¿Le diste leche de fórmula?

—Sí, no tuvo problemas esta vez en tomarla.

Rita estaba radiante. Le hizo muecas a la bebé, que entre risas respondió a sus atenciones tocando su cara.

—¿Quién es la bebé de mami? ¡Eres tú! ¡Eres tú!

"A esta niña le costará trabajo acostumbrarse a la separación", pensó Lynn mientras se preguntaba como Lori lidiaría con eso cuando su madre volviera a trabajar. Por el horario que Rita tendría dentro de poco, fácilmente podría encargarse de ella por las mañanas, mientras que al regreso de su trabajo, la responsabilidad sería de él en las tardes; además sus suegros con gusto aceptaron la encomienda de cuidar de su nieta cuando hiciese falta.

—Cielo, no tuve oportunidad de comprarte nada —se disculpó Lori viendo la caja de dulces que había rechazado.

Lynn no entendía porque ella parecía sentirse apenada, siendo él quien consideró bastante insulso su presente, por fortuna eso estaba por cambiar en cuanto le diera las buenas nuevas.

—No pasa nada, tengo todo lo que quiero en este momento. A ti y a Lori. No imagino que más podría necesitar en la vida. Por otro lado te tengo que dar noticias importantes, amor.

Su esposa tragó saliva, sabía que su inquietud no se debía solamente a que no pudo comprarle ningún presente.

—¿Es en serio? Bueno, la verdad es que yo también te tengo algunas. Pero dime las tuyas primero.

—Nos vamos a Hawai.

—¡Qué! —De inmediato arrulló a Lori cuando ésta se asustó por el exabrupto de su madre, tuvo que esperar un momento para calmarla antes de continuar—. ¿De qué estás hablando? No podemos irnos en este momento a Hawai.

—Tranquila. No nos iremos hoy, lamentablemente. Todavía tenemos que organizarlo todo. Maletas, itinerarios, pedirle a tus papás que nos ayuden con Lori, elegir la fecha por supuesto.

—Aun no escucho cómo...

—Algo que no te conté ayer (perdón por eso) es que me autorizaron un préstamo que pedí hace unos cinco meses.

—¿En serio? —Rita no parecía nada entusiasta, sino todo lo contrario—. ¿Estaba por tener un bebé y pediste un préstamo para que nos fuéramos de vacaciones?

—No, pedí un préstamo para los gastos del parto, pero no me lo autorizaron de inmediato y me tuvieron en espera hasta ahora. Incluso me había olvidado de él, entonces mi jefe me llamó ayer a su oficina para entregármelo finalmente. Como conseguí ya mi planta base en el trabajo, la reducción en mi sueldo será mínima. Lori ya está aquí y ya pagamos las deudas, así que podemos usar el dinero para darnos un respiro. Sé que es muy pronto, pero tal vez en unos pocos meses nos podremos ir. La niña será un poco más grande y será menos trabajo para tus padres cuando nos la cuiden. ¿No te parece estupendo?

Por su actitud, era obvio que no se lo parecía.

—Lynn, se nos vienen gastos muy fuertes ahora que tenemos a la bebé. No creo que sea buena idea.

—Amor, lo tengo todo solucionado. Dentro de poco regresarás a trabajar, me pasé casi toda la noche haciendo mis cuentas. Entre mi sueldo y el tuyo ahora que estés de vuelta, cualquier imprevisto lo tendremos cubierto. Vamos, anímate. Es la luna de miel que te debía desde que nos casamos.

Rita se llevó las manos a la cara bastante frustrada. Su esposo se contagió muy pronto de la preocupación.

—Está bien, entiendo que estés algo molesta por no haberte dicho lo que planeaba.

—No tanto como me estoy enojando conmigo misma por ocultarte algo importante yo también.

Lori se quedó dormida y su madre volvió a dejarla en la cuna. Le acarició sus cabellitos buscando fuerza para enfrentar a su esposo. Le hubiese gustado esperar un día más para darle la noticia. Tenía que ser en ese momento. Exhalando aire fue a la habitación para no generar ruido que asustara a la pequeña. Confundido éste la acompañó, a la vez despidiéndose mentalmente de la posibilidad de tener intimidad esa noche.

—¿Qué es lo que ocurre, cariño? ¿Te dieron malas noticias en el consultorio a donde tus jefes te enviaron?

—Mis "jefes" nunca me enviaron a ningún lado. Sólo me hablaron por teléfono hace un par de días para confirmar si podía entrar a trabajar a partir del próximo mes.

Un mes más. Era mucho pero tampoco era tan malo, supuso Lynn. Sin embargo en esos momentos eso había dejado de importarle. Nervioso, hizo la pregunta.

—¿Entonces dónde estuviste si no fuiste a ninguna consulta?

—Estuve en una consulta, pero la cita la saqué yo. Quería que me confirmaran algo que me tuvo preocupada estas semanas.

—¿Pues qué te preocupaba?

—Mi retraso.

Estaba por preguntarle a dónde había llegado tarde y reír, si no fuese porque las palabras de pronto cobraron otro sentido, sin embargo esperó a que la broma saliera no de él, sino de su esposa.

—¿Estas embarazada?

—Sí, dos meses.

Adiós viaje a Hawai, pero eso dejó inmediatamente de ser una prioridad para Lynn. Se quedó en shock; su esposa pensó que le estaba costando procesarlo, como había ocurrido cuando le contó la primera vez cuando esperaba a Lori, aunque esa vez Lynn no tardó tanto en comprender y aceptar la noticia, era porque sencillamente tenía en aquél instante una lluvia de pensamientos en su cabeza, sintiéndose incapaz de ordenarlos o escoger cuál expresar primero.

—No creas que te culpo. El idiota soy yo por no cuidarme. Lo siento tanto.

Rita se enfadó.

—¿Qué lo sientes? Te estoy diciendo que vamos a tener otro hijo. No que me contagiaste de ántrax. ¿Qué te sucede?

—¡Me sucede que por esto sé no te van a dejar regresar a trabajar y que no gano lo suficiente para mantenerte a ti y a dos niños!

Nunca en todo el año que llevaban de casados había escuchado aquél tono tan ruin en su esposo, siempre optimista, confiado, bromista. Algo en el pecho de Rita se quebró cuando él escupió aquellas palabras.

—Puedo... puedo trabajar un tiempo más antes que me incapaciten. Ahorraremos y... no sé.

—¡Cómo se supone que lo haremos, Rita! Vendí el coche de mi padre que me regaló cuando cumplí los dieciocho para pagar un parto, cuando llegue el momento y haya gastado todo en las nuevas consultas, ¡exactamente de dónde se supone que conseguiré dinero para pagar el otro!

—Yo... no sé. Por favor Lynn, cálmate. Falta mucho todavía para pensar en eso.

—¿Cómo se supone que voy a calmarme? Sé que una vez te dije por Lori que nueve meses me parecían eternos, pero si lo piensas ahora, en realidad no es mucho tiempo para juntar lo necesario de nuevo junto con lo que la niña requiera también.

—Siete meses.

—¿Qué dijiste?

Rita retrocedió, por un momento pensó que su esposo la golpearía.

—Dije... siete. Te dije que tengo dos meses de..., por eso... eso. Siete meses.

—¡Eso mejora las cosas! ¡Perfecto!

La mujer miró por la ventana y la puerta. Aunque sentía vergüenza, no le importaba tanto que los vecinos los escucharan discutir, tanto como que Lori se despertara a causa de la discusión.

—Te lo pido Lynn, cálmate un momento. Es nuestro aniversario.

—¡Pues muchas gracias! ¡Y eso que dijiste que no tenías nada que darme!

—¡Pues qué es lo que quieres que haga! —gritó finalmente ella estresada—. ¿Quieres que aborte, acaso?

Aunque se asustó por llevar al límite a su esposa, Lynn no respondió. Se quedó callado, cavilando, moviendo los ojos y con la boca abierta. Cuando Rita con sorpresa entendió que realmente estaba considerando la opción que le gritó únicamente por enfado, le abofeteó. Aun así él continuó sin decir nada y pensándolo todavía.

—¡Qué pasó cuando me dijiste en esta habitación que querías dos o tres hijos!

Finalmente sucedió, en la sala Lori comenzó a llorar. Lynn tartamudeo antes de dar su respuesta tratando de contenerse finalmente, aunque sin poder pensar con claridad.

—No consideré los gastos. Además fuiste tú entonces quien me lo señaló.

Que la terminara por culpar fue todo lo que Rita necesitó para que le diese algo cercano a una migraña. Puso las manos en alto haciendo distancia entre ella y su esposo.

—Aléjate de mí. Necesito estar con mi hija.

Salió de la habitación y Lynn no la detuvo. Se quedó donde estaba, terminando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Quería sentirse culpable o molesto, pero mentalmente seguía haciendo las cuentas de los gastos que implicaba otro hijo, e incluso en los costos y procedimientos que se necesitarían si en efecto el tema del aborto salía de nuevo.

Rita estaba tan furiosa que físicamente también comenzaba a sentirse muy mal. La cabeza le dolía, las náuseas regresaron y el vientre le ardió. El dolor se hizo tan intenso conforme trataba de acercarse a su asustada bebé, que para cuando llegó con ella, gritó de dolor al sentir un aguijonazo desde su entrepierna hasta la altura de su ombligo. Lori lloró más fuerte, no por la falta de atención de su madre, sino al asustarse al verla derrumbarse en el suelo gritando.

Lynn lo escuchó todo. El primer grito lo había sacado de su trance financiero, obligándolo a correr enseguida hacia la sala. Al encontrar a su esposa tendida sujetándose el vientre, se arrojó también para cargarla en brazos y ponerla en el sofá.

—¡Rita, qué te sucede!

Ella no dejaba de llorar y gritar.

—¡Lo estoy perdiendo! ¡Estoy perdiéndolo!

Su esposo levantó el auricular del teléfono, pero los del servicio no le habían reconectado la línea, con todo y que había pagado apenas en la mañana el recibo vencido junto con Lori.

—¡Espérenme aquí!

Desaforado, sin detenerse a pensar en lo tonto de su indicación dado que Rita no podía moverse en ese estado, salió de la casa hacia la calle sin cerrar la puerta, gritando desesperado por un taxi. Pensó en lo que daría por tener en ese momento el tsuru o cualquier auto. Un coche estaba aparcando, en él un sujeto joven y corpulento de raza negra tocó la bocina, a la vez en la casa donde estacionó, un tipo castaño acababa de salir; ambos probablemente eran universitarios. Interesados, observaron al pobre sujeto que estaba dando una extraña escena parado en medio de la calle pidiendo ayuda. De pronto un taxi apareció deteniéndose a poco de arrollar al tipo.

—¡No se mueva!

Lynn regresó a la casa y el taxista apenas esperó un par de minutos antes de perder la paciencia y retirarse, justo cuando el hombre salía con su bebé en un brazo y ayudando con el otro a su esposa a apoyarse de pie con dificultad. Era obvio el tremendo esfuerzo que la mujer hacía para andar. Lynn soltó una maldición cuando vio el taxi largarse; sus gritos para obligarlo a regresar no surtieron efecto. La bebé no dejaba de llorar tan asustada como sus padres.

Los dos jóvenes que habían visto todo se acercaron preocupados.

—Señor, ¿se encuentran bien?

—¡No! ¡Mi esposa necesita ir al hospital de inmediato!

Un nuevo dolor agudo en el vientre hizo a Rita doblarse del dolor, estaba desfalleciendo. Lynn con impotencia no podía ayudarla porque tenía a la bebé llorando en su otro brazo esforzándose en no soltarla. Los dos sujetos actuaron de inmediato.

—¡Howard, ayúdale con el bebé!

Sin cuestionar a su amigo, el chico castaño delgado se acercó para tomar a Lori, Lynn no dudó en entregársela para poder ayudar a su esposa junto con el otro joven. Entre los dos la cargaron, mientras con la bebé en sus brazos, el chico se apresuró a abrir el auto de su amigo para que pudiesen meterla en el asiento trasero, donde Lynn se acomodó sujetando la mano de Rita consternado.

—¡Resiste mi amor! Te llevaremos al hospital.

—¡Qué me sucede!

—¡De prisa, Harold! —instó el castaño a su amigo, mientras arrullaba a la bebé intentando tranquilizarla.

En pocos minutos estuvieron en el estacionamiento del hospital general de la ciudad. Entre Harold y Lynn sacaron a Rita consiguiendo la atención de un paramédico para que les diesen prioridad.

—¿Qué le sucede?

—¡No lo sé! Estábamos discutiendo cuando la encontré así en la sala gritando. Dice que le duele el vientre. ¡Ella está embarazada!

El paramédico hizo una mueca mientras le dio una orden a dos enfermeros que se acercaban para que trajesen una silla de ruedas. Debían de ingresarla pronto para una revisión. Lynn no soltaba la mano de su esposa.

—¡Perdóname Rita! ¡Por favor, perdóname!

La trasladaron a una sección donde Lynn no pudo acompañarlos más. Preocupado, se quedó observando con lágrimas en los ojos y hecho un manojo de nervios el lugar por donde se la llevaron.

—Tranquilícese señor. Verá que todo estará bien.

Le habían ayudado sin dudar. Aquellos eran buenos chicos, pudo saberlo al darse la vuelta y verlos tan asustados y preocupados como él. El más joven, de piel pálida al que escuchó su amigo le llamó Howard, acunaba con una mano a Lori, quien poco a poco se había calmado acurrucándose en el pecho del muchacho, mientras con la otra mano, sujetaba con firmeza la de su amigo Harold dándole ánimos con gesto protector. Fue en ese momento en que se percató del extraño timbre afeminado en su voz.

—Howard tiene razón —mencionó Harold quien condujo durante el camino, con ese mismo timbre, aunque más discreto—. La tratarán bien y la repondrán. ¿Desea que nos quedemos a apoyarlo con algo más, señor?

Era un hombre conservador, demasiado conservador, así había sido su crianza, su difunto padre fue militar, siendo eso lo que hizo con el tiempo ganarse la confianza de su suegro quien era Marine. De ser otras las circunstancias, les hubiera exigido asustado que le entregaran a su hija por temor a que la contaminaran. Pero parecían sinceramente preocupados y nunca preguntaron cuando todo ocurrió, sencillamente le ayudaron con desinterés.

—Todo está bien —les contestó con calma sintiéndose desarmado—. Muchas gracias por ayudarnos. Les debo una muy grande.

—Para nada, señor. Seguramente usted hubiese hecho lo mismo.

Lynn asintió, pero dudando de sí mismo. Howard con cuidado le entregó de vuelta a su hija. Lori pareció reclamar entre sueños que la movieran, pero se acurrucó sobre el pecho de su padre cuando este la abrazó sin sentir ninguna diferencia en el de él al de Howard. Lynn también lo comprendió. No eran diferentes.

—Podemos quedarnos si necesitan un aventón de regreso.

Eso sería abusar mucho de su confianza. Realmente Lynn sentía que ya habían hecho bastante por ellos, por lo que de retenerlos ahí, sentiría que su deuda de gratitud no haría más que crecer. Estrechó las manos de ambos agradeciéndoles por última vez las atenciones que tuvieron con su familia. Tras desearle buena suerte y salud para su esposa, Harold le dio su teléfono por si necesitaba algo, o por lo menos le avisara que todo terminó para bien de ser posible. Continuaban preocupados por su mujer, más aún cuando supieron de su embarazo.

Cuando se marcharon, Lori a ratos quiso despertarse, pero Lynn la instaba a continuar durmiendo.

—Son muy buenos chicos —musitó de nuevo al regresar a la sala de espera.

Durante una larga media hora no se enteró de mucho, cuando finalmente una enfermera se le acercó pidiéndole que le acompañara a una sala de observación; ahí encontró a su esposa sentada sobre el borde de una camilla, charlando con una atractiva doctora morena que le estaba tomando el pulso. Rita parecía serena, toda expresión agónica se había esfumado, aunque se le notaba un poco demacrada.

—Está bajando, pero todavía tienes el pulso muy alto, Rita —le explicaba la doctora—. Tienes que relajarte y evitar disgustos. Te recetaré algo que te podrá ayudar.

—No —interrumpió Lynn con temor.

La niña gimió y Rita se apresuró a tomarla en brazos. Necesitaba la cercanía de su pequeña. No se atrevía a ver a su esposo con quien seguía enfadada, a pesar que el peligro había pasado. Lynn ya estaba temiendo lo peor. La doctora tosió por la interrupción.

—¿Disculpe?

—Está embarazada, no puede tomar medicamentos.

—¿Usted es el señor Loud? Descuide, con estos no habrá problemas. No es nada que dañe al niño.

—¿Entonces está bien el bebé?

—Por supuesto. Su esposa sufrió una infección estomacal, que al juntarse con su estado y una crisis emocional que tuvo, dio como resultado que el dolor se intensificara al cruzarse con el reajuste hormonal de su cuerpo. Su embarazo no corre peligro, es una suerte que apenas esté empezando.

Tras escuchar el diagnóstico, Rita temió verlo decepcionado. Casi podía escuchar a su esposo intentando consolarla diciendo que fue lo mejor, que no estaban listos para aumentar tan pronto la familia. Fue una sorpresa cuando finalmente decidió enfrentarse a él, parecía por el contrario aliviado y radiante, como si le hubiesen acabado de comunicar que ganó algún premio.

—Eso es excelente. Muchas gracias doctora... ah.

—Jefferson, Soy Leni Jefferson, señor Loud. Ahora si me disculpan, tengo que regresar al laboratorio. Cuide que su esposa no tenga disgustos —Se vuelve hacia su paciente tras tomar una carpeta—. Cuídate mucho, Rita. ¿Ella es Lori? —No se contuvo de hacer un cariño en el pelo y tocarle una mejilla— Tienes una bebé hermosa.

—Gracias doctora Jefferson. Muchas gracias.

—No fue nada. Tu puedes llamarme Leni.

Se marchó y ambos quedaron en silencio. Lori buscaba el regazo de su madre y ella le hacía mimos en su cabello.

—Lo siento mucho, Rita. Yo... ya no sé qué decir. Me dejé llevar —dejó correr el silencio un minuto entero, pero tras no recibir nada de ella continuó—. Esto no volverá a ocurrir. Quiero que sigamos adelante. Te hice... no. Les hice una promesa de cuidarlas y es lo que haré. A ti, a Lori y a nuestro nuevo bebé. Haré lo que sea por ustedes. Si confían en mí, sé que estaremos bien sin importar lo que pase.

—Lynn.

—Dime lo que quieras. Lo merezco.

—No. Te estoy diciendo que el niño se llamará Lynn, como su padre del cuál espero se sienta tan orgullosa como algún día quiero lo haga Lori, igual que yo lo estoy hasta ahora a pesar de todo.

-Lynn rompió en lágrimas y abrazó a su esposa e hija, pidiendo mentalmente fuerzas para hacer todo de su parte para sacarlas adelante. Rita quedó tan conmovida que comenzó a llorar. Lori los observaba, no lloraría hasta dentro de media hora cuando necesitara un cambio de pañal y otra botella con leche de fórmula.

—Perdóname mi cielo.

—Déjalo ya. En las buenas y en las malas. ¿Está bien?

—Sí. Así será.

—¿Dónde está la pareja que nos trajo?

—Se fueron. Me dieron su número para hablarles y decirles que todo está bien y... ¿Pareja?

—No empieces, Lynn. Nos ayudaron mucho. Espero no hayas sido grosero con tus comentarios o bromas.

—¡Por supuesto que no! No era tiempo para chistes dadas las circunstancias. Además también estoy agradecido con ellos. Son buenos chicos, lo sé. También sé que son... ¿Tu cómo lo supiste? No me di cuenta sino hasta que llegamos aquí.

—Eres poco observador, mi vida.

—Creo que sí. Por favor, no se lo digas a mi jefe, que si no buscará otro analista de datos.

Le dio un beso en los labios y de ese modo ambos se quitaron aquél estrés que los tenía dominados desde hace algunos días. La doctora Jefferson regresó minutos después para entregarles un recibo, así como la receta para los medicamentos que controlarían la infección.

—Muchas gracias, Leni —se despidió Lynn con un curioso acento fingido.

—Usted mejor llámeme doctora, señor Loud.

Al volverse a marchar, Lynn no pudo evitar mirarla al pasar. Ciertamente era una mujer bastante atractiva pese a ser notoriamente mayor que él. Rita tosió y él se sobresaltó contrariado.

—¿Sucede algo, cielo?

—Tú dímelo. Tal vez quieras pedirle a "Leni" un chequeo para que te manosee.

—No te enceles. No es lo que piensas.

—Tú piensas que es atractiva.

Lo había descubierto. Como buen hombre sabía qué hacer en esas circunstancias: Negar todo.

—¡Mentira! Solo estoy agradecido porque te haya ayudado, es vieja, es fea. La única hermosa en todo el hospital y el mundo entero para mí eres tú. ¿Y qué pasa con ese nombre? Leni, que nombre tan insípido. No veas cosas donde no las hay cariño.

Podría ser creíble si no se hubiese sonrojado. Rita conocía a su esposo y sabía estaba por encima de esas cosas. Sencillamente se rio del asunto.

—Yo también bromeaba. Me cayó muy bien, ¿pero si le quitas todo su atractivo, qué quedaría?

—Tu tía Ruth.

—¡Qué dijiste!

—¡Que quedaría una persona tan agradable como tu tía Ruth!

Ciertamente reconocía que la hermana menor de su padre no era muy agraciada, sencillamente le gustaba poner en evidencia a Lynn. Ella también podía ser una buena comediante como él, además aquello estaba sirviendo para cortar las tensiones. No pudo evitar ponerse pensativa un poco.

—Pero su nombre me gusta. Leni. Tiene algo fresco. ¿No te parece?

—Si tú lo dices. Por cierto, dijiste que llamaremos Lynn al niño. ¿Cómo sabes que es un niño? No me digas que te lo pudieron decir ya. Creí que sería muy pronto para saber algo así.

—No lo hicieron, sólo son dos meses, pero tengo el presentimiento. Además con Lori ya sería la pareja que queremos.

El pequeño Lynn Junior. Al señor Loud le gustaba como sonaba eso. Tendría que ajustar nuevamente su presupuesto para que el nuevo miembro de la familia entrara en él. Se tomaría su tiempo. Con un poco de suerte en unos años más cuando sus hijos fuesen un poco mayores y lograra esa estabilidad soñada, se los llevaría a los tres de vacaciones, después de todo ya con dos hijos no creía que se presentarían más sorpresas como esas.

—Feliz aniversario, amor.

—Feliz aniversario, querido. Creo que esta vez síquerré un poco de tu gulash. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top