Octavo Año
—Quero jugar afera.
—No, Lynn. El clima está fresco y te podrías resfriar. Ve a ver la televisión con tu hermanito.
La pequeña niña castaña estaba envuelta en una mantita y moqueando un poco. Ceñuda, mientras su madre lavaba los platos en la cocina, se asomó por la ventana donde miró a sus hermanas Luan y Luna jugar a las atrapadas, mientras tanto Lori se esforzaba en peinar a su muñeca, a lado de ella Leni hacía recortes de un libro didáctico con unas tijeras especiales, todo bajo la atenta mirada del padre que lavaba a vanzilla al mismo tiempo.
No sería la primera vez que la niña de tres años le rezongara a su madre por no dejarla jugar afuera con sus hermanas, con quienes tanto ella como su padre parecían más permisivos, aun así, disgustada se enfrentó a ella.
—¡Mamá!
La alarma del celular de Rita comenzó a sonar, entonces la réplica de la niña murió en su boca antes de darse la vuelta dispuesta a huir al reconocer ese sonido.
—Parece que es hora de tu medicina, cielo —Rita abrió la alacena desatendiendo su labor. Sacó un frasco y buscó una cuchara—. Cielo, abre grande y... —se dio cuenta que estaba hablando sola—. ¿Lynn? ¡Lynn Loud Junior, ven acá y no me hagas buscarte!
Fue a la sala, donde la única persona con quien se encontró, fue un pequeño bebé peliblanco en overol naranja que jugaba con un muñeco de felpa en forma de conejo.
—Lincoln, ¿dónde se metió tu hermana?
El bebé le sonrió a su madre en respuesta. Rita paseó la mirada en la sala. Estaba a punto de buscar en otra pieza, cuando notó el pequeño bulto tras las cortinas. Con una idea en mente, tomó al bebé y se lo llevó de ahí.
—Es una lástima, creo que tu hermana se escapó de la casa. Vamos a sacar sus cosas para que te mudes ahí.
Pasados unos segundos, Lynn salió de entre las cortinas. Con cierta curiosidad, salió de la sala para asomarse hacia las escaleras, cuando el bebé apareció en el pasillo abrazando a la niña de tres años.
—¡Lynn, Lynn!
—Gracias Lincoln —dijo Rita al terminar de cerrarle el paso a su hija—. Parece que la encontraste. Creo que después de todo seguirás durmiendo en tu cuna.
—Lincoln pode dormir comigo —dijo entre risas la niña, pues su hermanito de más de un año trataba de alcanzar su cara haciéndole cosquillas—. ¡Ya es niño grande como yo!
—Demuéstrame que ya eres una niña grande y dí: "Aaa".
Con cierto fastidio, Lynn no tuvo opción más que obedecer. Tras tomar una cucharada de la medicina, la niña hizo una mueca de disgusto.
—No me gushta eso.
—Es para tu propio bien, hija.
—¿Por qué no se la das a Linc tambén?
—Por que él no está enfermito.
El puchero de su pequeña evidenciaba que su descontento era más profundo que el de una simple chiquillada. En ese momento miraron por la ventana a Luna. La pequeña de cinco años mientras jugaba a ser el flautista de Hamelin tocando su flauta, cayó al suelo después que Luan le hiciera una zancadilla, motivo por el cuál su padre fue a reprenderla. Para Lynn era imposible mirar a sus hermanas con envidia divirtiéndose allá afuera.
—Pronto estarás bien, Lynn. Ya lo verás.
Tal vez si a Rita las palabras no le hubieran salido con la voz entrecortada, Lynn las hubiera creído. Con una mano sujetó más su mantita alrededor de su cuerpo, con la otra tomó la mano de su hermanito.
—Ven, Lincoln. Juguemos pelota.
—¡Pelota!
El niño sin soltar a su conejo por una de las orejas, siguió entusiasmado a su hermana mayor inmediata dando traspiés. A pesar de los quince meses de diferencia entre ambos, la vitalidad entre ellos no era muy diferente, lo cual hacía temer a Rita cuando llegara el momento en que Lincoln dejara de ser el compañero de juegos adecuado para su hija, pues no ponía en duda que éste la terminaría en alcanzar muy pronto.
El sonido de la alarma de la estufa la sacó de sus pensamientos. Miró una vez más con duda por la ventana ahora a su esposo, después hacia la cocina. Pensando que no podía ser tan difícil como para ir a molestarlo, fue ella misma a sacar las lasañas. Apenas estaba colocándose los guantes, cuando apresurado el señor Lynn entró adelantándosele para hacerlo él mismo.
—Oh, vamos querido. Esto podía hacerlo yo.
—Lo siento, pero no —contestó apresurándose a espolvorear sobre los platillos algunos condimentos tan pronto los sacó y colocó sobre la mesita de la cocina—. Ya te dije que de esto me encargo yo. Que lleva un proceso, querida. Uno que se debe de seguir al pie de la letra.
—Espera. ¿Dejaste a las niñas solas allá afuera? —De pronto se había asustado.
—No, el señor Grouse está con ellas.
Intranquila, mientras su esposo parecía tratar la preparación de la comida con la misma concentración y delicadeza que un cirujano a un paciente durante una operación, Rita salió de la casa.
El viejo vecino escuchaba con paciencia y fingiendo poner atención la explicación que una niña rubia de siete años le daba sobre su muñeca nueva.
—...Por lo que literalmente no puedo dejar que Luan toque a Stacy. No sabe cuidar de sus juguetes. Está peor que Leni.
—¡Oye! —saltó la pequeña de seis años tras escucharla—. Yo sé cuidar a mis muñecas.
—¿Y dónde me dices que están tus bratz?
—Ya te dije que Lynn las arrojó al árbol el otro día.
—Ni siquiera yo puedo lanzar la pelota tan alto ni desde la ventana. ¿Cómo crees que Lynn podría? Esa fuiste tú, ya admítelo.
Rita intervino.
—Niñas, no se peleen —Rita miró el árbol del patio, adornado en sus ramas más altas por una serie de muñecas bratz que le había pedido a su esposo desde ayer bajarlas—. También dejen de molestar al señor Grouse, por favor.
—No me están molestando, señora Loud. Sus hijas son encantadoras.
Lori hizo un puchero dándole la espalda a Leni, ella la imitó mirando por el otro lado hacia la casa. Desde la ventana del segundo piso pudo ver una de las muñecas de su hermana mayor volando hacia el árbol tras un lanzamiento muy potente, de la misma asomaba medio cuerpo de su hermanita Lynn con los "¡Hurras!" de su hermanito como fondo. Impresionada, la rubia jaló el vestido de Lori para que viera lo que ella, pero su hermana siguió ignorándola, como los mayores lo hacían mientras platicaban.
—¿Seguro no tiene inconvenientes por cuidar de nuestro hijos?
—Por supuesto que no, señora. Usted y su esposo disfruten de su aniversario, que sus hijas e hijo quedan en buenas manos de nuevo. Lo mismo va para después. ¿Ya habló con él de eso?
Aunque no es que pareciera tan deseoso de volver a cuidar de las pequeñas, como ya había hecho otras veces, el buen hombre quizá por la soledad, parecía hacer un esfuerzo en quedar bien con ellos, aunque Rita francamente lo notaba un tanto agotado. Quizá se debía a la edad, si un embargo en esos momentos se veía en mejor condición que su padre al que el viejo le sacaba una década, quien esta vez y debido a un resfriado, no podría cuidar de las niñas y el bebé en esta ocasión.
—Muchas gracias. Se lo compensaré de alguna forma.
—¿Eso que huele es lasaña?
—Sí, mi esposo la preparó para que celebremos los dos juntos precisamente. Si sobra le guardaré un poco.
El hombre hizo una mueca de disgusto.
—No, está bien así. Eso sería extraño.
—¿Por qué? Le aseguro que su lasaña es deliciosa.
—No se lo tome a mal, pero no estoy acostumbrado a comer algo preparado por un hombre. Puede pensar que soy un poco anticuado, pero así me ocurre.
—Pues no debería. Trataré de guardarle algo para que la pruebe. Le aseguro que le gustará.
—Está bien, pero lo pongo en duda. ¿A qué hora quiere que recoja a sus hijos?
—Desde ahorita podría encargárselos, si a usted le parece bien. ¿Seguro no tendrá inconvenientes? Últimamente las niñas han estado inquietas, incluso Lincoln. La única que como siempre está tranquila es Lynn.
En ese momento Leni miró de nuevo hacia la ventana, siendo ahora una trompeta lo que salió volando hacia la parte más alta del árbol. Lynn dando saltitos de entusiasmo cargó ella sola sobre su cabeza a Lincoln para que viera su proeza, el pequeño reía extendiendo sus brazos y piernas. A Leni le extrañaba ver que Lynn tuviese tanta fuerza para cargar de ese modo a su hermanito.
—Descuide —calmaba a la madre el anciano—. Si algo me ha sobrado toda la vida, es paciencia. Nunca se me ha acabado y seguramente nunca lo hará.
—Cielos. Espero llegar así a su edad.
Mientras se despedía para ir a llamar a sus hijas, preguntándose si su padre en diez años podría mantener su vitalidad acostumbrada, se sorprendió por la dulce melodía que su hija castaña tocaba con la flauta frente a un hormiguero. Su pequeña se había obsesionado desde un mes atrás con el instrumento; lo que parecieron al inicio sólo ruidos al azar, poco a poco se fueron transformando en melodías con el pasar de los días. Rita había pensado que después de todo, tocar la flauta no debía de ser tan difícil como parecía. La niña soplaba controlando su respiración y empuje, mientras con ambas manos, bloqueaba hábilmente los huecos del instrumento con sus dedos moviéndolos muy a prisa, tal cual había descifrado ella cómo hacerlo sola con la constante práctica y atención a los detalles de lo que hacía.
—Eso se escucha muy bonito, Luna.
—¡Gracias mami! Esta la acabo de componer para papá y para ti por su cumpleaños de casados. Mira... ¡Oye!
Su hermanita de cuatro años acababa de arrojarle una plasta de lodo a la cara, algo que encontró gracioso pues no paraba de reír por su travesura.
—¡Luan, basta! —la reprimió su madre—. Eso no es divertido y fue muy grosero. Ten más consciencia.
—¿Qué esh concencia, mamá?
—Es... —¿Cómo se lo explicaría?— ¿Recuerdas cuando vimos Pinocho haces unas semanas?
—¡Shí! ¡Yo quiero una marioneta!
—Sí, ya nos lo has dicho. Hija, concéntrate. ¿Recuerdas al grillo que le susurraba al oído a Pinocho? Eso es la conciencia, pero está dentro de ti.
—¡Una vesh me comí un grillo! ¿Esh mi concencia ahora?
—No, hija. Eso es... ¡Asqueroso! ¿Cuándo ocurrió eso?
Mientras tanto, Lori dejó de peinar a su muñeca al sentirse intrigada por Leni, quien no dejaba de observar con una sonrisa hacia una de las ventanas del segundo piso.
—¿Qué estás haciendo?
—Quiero ver qué tan alto vuelan los juguetes.
—Leni, literalmente los juguetes no saben volar.
De pronto Rita las llamó mientras llevaba de la mano a Luna de regreso a casa para limpiarla.
—Niñas, entren y escojan sólo un juguete como acordamos. Ya las voy a llevar con el señor Grouse. Quiero que se porten bien con él.
—Sí, mamá.
Tras responderle, Lori dejó a Leni mirando entretenida al cielo y se apresuró a entrar a la casa para correr hacia su habitación, encontrándose en el pasillo del segundo piso a Lynn un tanto agitada, mientras Lincoln preocupado le daba golpecitos suaves en la espalda. Temiendo que algo malo le estuviera sucediendo a su delicada y frágil hermanita, Lori se le acercó.
—Lynn, ¿te tomaste tu medicina?
—Ajá —le respondió buscando recuperar el aliento—. Lincoln pesado.
La mayor miró al bebé de un año que consternado miraba a sus hermanas sin comprender mucho de lo que hablaban. Entonces ella se acercó al niño quien extendió sus brazos hacia ella.
—¡Lori, Lori! ¡Carga!
Vaya que el bebé se sentía un tanto pesado entre sus brazos, pero tampoco le pareció que lo fuera más de lo usual.
—No creo que esté engordando tanto, Lynn. No intentes cargar a Lincoln, te podrías lastimar, además que no creo que puedas hacerlo, literalmente debe de tener la mitad de tu peso, incluso más. Bueno, mamá dice que escojas algo para que vayamos a jugar a casa del señor Grouse.
—¿Por qué?
—Por que mamá y papá van a cumplir años otra vez. Por eso les regalamos los tarros de café que hicimos en la escuela Leni, Luna, Luan y yo.
—Yo no hice. ¿Tu hiciste, Lincoln?
El bebé ladeó la cabeza entendiendo una sola cosa.
—¡Regalo!
—Lincoln no hizo nada por la misma razón que tú, Lynn —le aclaró Lori—. Están muy chiquitos para hacer eso. Pero también les hicimos dos más de parte suya.
Le hubiera gustado ver a sus padres usarlos, pero ambos un tanto nerviosos dijeron querer usarlos para una ocasión especial, por lo que los pusieron todos dentro de unas cajas donde estaban los tarros que habían hecho para sus respectivos primeros cumpleaños el año pasado y los del anterior a ese adicionales a los de su cumpleaños de casados. Las hermanas mayores siempre hacían extras por parte de Luan, Lynn y Lincoln, siendo esta la primera ocasión donde Luan hacía uno por su cuenta, algo que le costó trabajo, pues no dejaba de molestar a las demás manchándolas con el barro.
—Yo quero hacer uno.
—Tal vez el próximo año.
—¿Pero podré?
—Descuida. Si te queda mal, puedes hacer otro y el primero dárselos de parte de Lincoln. Ahora vamos a escoger un juguete. Mamá nos va a esperar abajo para irnos mientras limpia a Luna.
Así los dejó para ir a su habitación. La pequeña se volvió a envolver en su mantita pensativa.
—¿Qué llevas tú, Linc?
El bebé le dio por presumir su juguete favorito.
—¡Bun-bun!
—Está bien, ¿y que llevo yo?
Aunque le gustaba su peluche, de pronto tenía ganas de jugar otra vez con Lynn.
—¡Pelota!
—¡Sí, eso! Buen plan. ¡Vamos! —se sentía más repuesta—. ¿Queres te cargue ota vez?
Mientras tanto, afuera, Leni se cansó de ver al cielo, o es lo que pensaba el señor Grouse hacía. Cuando en un inicio la miró hacer eso, la llamó un par de veces sin obtener respuesta, pues al parecer la niña estaba muy concentrada en algo, pero no tenía idea en qué podría ser.
—¡Leni, mira! ¡Una consciencia!
La niña atendió los gritos de su hermana a su lado, pero cuando se dio la vuelta se quedó confundida un momento. Luan sostenía una araña de jardín con su mano frente a su rostro. El insecto saltó directo hacia la cara de la niña que dejó escapar un alarido, el cual se intensificó cuando el bicho la picó en la nariz. Alarmado, el vecino intervino.
—¡Tranquila, preciosa! No es venenosa. Es una araña insignificante.
—¡Es horrible! —gritó ella manoseándose la cara, aunque la araña ya había caído al suelo un segundo antes de comenzar a hacer eso— ¡Me mordió feo!
—Ya, no pasa nada. Sólo fue un piquetito, linda —se vuelve molesto hacia la niña más pequeña que no paraba de reírse por la reacción de su hermana mayor—. ¡Eso fue grosero, Luan Loud! ¿Es que no tienes consciencia?
—Ajá. Consheguí una.
En la otra mano llevaba un grillo que sobresaltó al viejo. Leni llorando se le pegó más a su pierna para protegerse de ella. Justo cuando el señor Grouse se preguntaba si con la edad podría seguir haciéndole a sus vecinos el favor de cuidar de las niñas, la pequeña Lori iracunda desde su habitación gritó a sus hermanas allá abajo.
—¡Dónde está mi muñeca Stacy!
Stacy en ese instante resbaló de las ramas del árbol y cayó a un charco de lodo. Leni rompía en llanto mientras Luan no dejaba de reírse.
—¡A esho lo llamo una mashcarilla de lodo a cuerpo entero! ¿Entiende sheñor Grush?
El hombre suspiró.
—Niña, el lado positivo es que con la edad, tu sentido del humor mejorará. Ven aquí.
———
Tras una deliciosa cena y hacer rendir de la mejor forma el tiempo que tenían la casa para los dos solos. Rita en la cama bajo las cobijas, se acurrucaba contra el pecho de su esposo sintiéndose más que satisfecha.
—Cielos, Lynn. No pierdes el toque.
—Tú tampoco, querida —sobra decir que su expresión era más que feliz—. Por cierto, feliz aniversario para ti también.
—¡Eres un bobo!
Besó sus labios dulcemente una vez más. De fondo la grabadora reproducía por quinta vez una de las canciones favoritas de Rita.
—¿Podemos poner algo de Mike Swagger?
—No —le contestó ella con una sonrisa—. Lo escuchas demasiado. Aprecia otros grupos. Los Beatles son británicos también.
—Lo reconozco, pero Mike...
—No empieces.
—Está bien.
El momento en que el único sonido en toda la casa era el de la canción, le resultaba a Rita muy reconfortante. Sin saber qué hacer además de no hacer ya nada, a su esposo le dio por seguir el ritmo de la balada.
—Lucy in the sky with diamonds.
—Déjame escuchar la canción, Lynn.
La canción terminó, entonces Rita alcanzó con su mano el aparato para repetirla de nuevo.
—¡Oh, vamos cariño! Dame un buen motivo por el que debamos escuchar eso de nuevo.
—¿Quieres probar algo divertido? —había algo travieso en su mirada que acalló las quejas de su esposo—. Es algo que vi en un libro de la biblioteca, un libro muy interesante de la India.
—¡Por supuesto!
—Pero antes, te quiero dar una noticia.
Lynn sintió cierto miedo.
—¿Estás embarazada de nuevo?
—No seas ridículo —movió los ojos de un lado a otro asustada, recordando algo de pronto que la intranquilizó—. Como si fuéramos a dejar que eso vuelva a ocurrir.
Su esposo se limpió el sudor sin poder disimular su alivio.
—¿Qué es lo que ocurre?
—¡Que conseguí un empleo!
—Eso es... hmm... fantástico.
—¿Por qué parece que no te agrada la noticia?
—Bueno... ya sabes. ¿Quién cuidará a los niños?
—El horario coincidirá cuando Lori, Leni, Luan y Luna regresen de la escuela. Tanto papá como el señor Grouse ya quedaron que de vez en cuando podrán hacernos el favor de cuidar a Lynn y Lincoln y el resto cuando se necesite. Tendré un receso en el que podré ir a recoger a las niñas. Ya en casa, bueno, no hay mucho tiempo entre en lo que tu regresas y las niñas se quedan solas. Además, no sé si te has fijado, pero las niñas ya hacen más caso de cuando Lori les da una orden.
—Eso es... cierto —Lynn recordaba que incluso Lori era la única de sus hermanos a quien Luan no molestaba por generarle cierto respeto, ¿o era miedo? Al cabo era lo mismo. Tampoco es que le viniera mal a la familia un segundo ingreso siendo esta tan numerosa, aunque tenía algunas dudas más que prefirió callarse para no arruinar el momento—. Bueno, supongo que podemos hacerlo funcionar. Estoy feliz por ti cariño. ¿Dónde conseguiste el empleo? ¿En la biblioteca o alguna librería?
Su esposa amaba pasar sus pocos ratos libres fuera de casa en esos sitios. Incluso decía que algún día se animaría a escribir su propio libro con el que tal vez se hiciera famosa, aunque de ser una idea no pasaba a más.
—No. En una clínica dental. Tú la conoces. Fue donde llevé a las niñas a que les revisaran los dientes.
—Oh, ya recuerdo. Con el doctor Feinstein.
—Ese mismo. Por cierto, quiere revisar a Lori de nuevo. Cree que necesitará un correctivo.
—Espero que te haga un descuento de empleada.
—Ya veremos. Algo parecido había estado pensando. Los dientes parecen estar enchuecándosele un poco.
—No tanto como parecen hacerlo los de Luan. Por cierto, ¿qué harás con él?
—Seré su asistente. Con lo que había llegado a estudiar de odontología pareció serle suficiente, igual dice que me dará algunas clases adicionales y quiere que aprenda más mientras trabajamos juntos.
—Eso suena sensacional, querida. Ven aquí.
Ansioso por repetir un nuevo "momento especial" juntos. Lynn volvió a besar a Rita, agradecido porque tras terminar "Lucy in the sky with diamonds" su esposa no la repitiera de nuevo. Rita trató de complacer a su esposo buscando ocultar su preocupación.
———
—¡Luan, deja de molestar a Leni!
La niña de cuatro años se encogió temerosa ante la orden de su hermana. Leni se levantaba del suelo tras haberse caído por segunda ocasión al creer que tenía una araña en el hombro, viéndose bastante afectada todavía por el incidente del medio día en el jardín.
—Sólo jugaba.
—¡Pues no me gusta que juegues así, Luan! Leni, ya deja de llorar.
La niña se sorbió la nariz ante la reprimenda, mientras Luan parecía evaluar qué tanto sería el riesgo de hacerle la zancadilla a Lori o desaparecer a Stacy.
—Eshtá bien —murmuró Luan sin darse cuenta que Lori podía escucharla susurrar—. Mash tarde te haré algo especial.
—¡Ni se te ocurra intentar nada, Luan! Cielos, piensa en las cosas que pueden suceder antes de hacerlas. ¿Dónde está tu consciencia?
Por respuesta, la niña alzó el pie. Lori no entendió el gesto, no se había fijado que en la suela de la sandalia había un grillo aplastado.
—¿De qué te ríes, hermanita? —le preguntó Luna a Luan.
—De nada.
Luna se encogió de hombros e intentó alejarse tocando su flauta, pero Lori la detuvo.
—¡Aún no acabo de hablarles, Luna! ¡Deja de tocar esa cosa! El señor Grouse me pidió que las mantuviera calladas.
—Pero si sólo hago música.
Ignorante de todo, a un lado del bebé, la más joven de las niñas botaba la pelota de goma.
—¡Lynn, deja eso! Podrías romper algo.
—Obígame.
Volvió a botar la pelota una vez más, pero Lori se la arrebató.
—¡Te dije que me obedecieras!
La niña hizo un puchero y se contuvo de decirle algo. Lori enseguida la revisó tentándole la frente.
—¿Tienes fiebre?
Su hermanita había enrojecido, pero no por fiebre. Lori intentó ignorar el desagrado que sintió por el modo en que la miraba. Trató de ignorarla al comprenderla. Tenía que aprender a imponer su autoridad si quería ayudar a su mamá como le había pedido en la mañana cuando hablaron a solas, por lo que no se dejaría amedrentar ante el enojo de ninguna de sus hermanas, en especial la más joven y enfermiza de todas o nunca tendría el respeto para conseguirlo. Sus gritos terminaron por intranquilizar a Lincoln quien lagrimeó un poco.
—¡No te atrevas a llorar, Lincoln!
El niño sin comprender que se trataba de una amenaza, comenzó a llorar. Lynn enfadada por eso, le mostró la lengua a Lori lamentando no tener su pelota para arrojársela ala cara, enseguida se dio la vuelta para tranquilizar a su hermano, pero el pequeño ya se estaba calmándose en brazos de Leni quien lo cargó intentando arrullarlo. Aunque tranquila porque el bebé estaba sintiéndose mejor, la delicada niña castaña no pudo evitar sentirse mal por que fuese Leni en lugar de ella quien lo consiguiera.
—Bien hecho, Leni. Así me gusta. Cuando mamá o papá estén ocupados, recuerden que deben de obedecerme.
—¿Por qué? —se atrevió a cuestionarla Luan un tanto altanera.
—Por que literalmente soy la mayor, sólo por eso. Todo mundo sabe que a los mayores se les debe respeto.
El señor Grouse, quien fingía leer el diario en su sofá dándoles su espacio, más interesado en seguir las indicaciones de la niña hacia sus hermanos, no pudo evitar sonreír y agregar en voz alta.
—Eso es muy cierto. Escuchen a su hermana.
El hombre pensaba que si esa niña se apresuraba a ser responsable y obtenía el don de mando desde ahora, su vida se volvería más fácil. Momentos atrás, cuando dejó de hablar de su estropeada muñeca de la que sospechaba los extraterrestres de algún modo intentaron abducir y dejaron en el árbol, Lori le había compartido el secreto del que en realidad ya estaba enterado desde esa misma mañana por parte de Rita a quien le ofreció su apoyo como niñero, añadiendo al final que estaba preocupada por no saber cuidar de sus hermanitas y su hermanito.
—Nunca bajes la guardia, siempre alza la voz y lo más importante: nunca olvides que eres la mayor y nunca dejes de recordárselos a ellos.
Fue el consejo que le dio y le agradó ver que la niña lo ponía en marcha tomándoselo en serio, demasiado en serio en realidad por lo que veía.
—¿Y si de todas formas decidimos no hacerte caso, hermana? —respondió Luna comenzando a cansarse de ella.
—¡Entonces le diré a mamá y a papá que se portaron mal!
—¿Y shi ellos no eshtán? —razonó Luan contagiándose para disgusto de Lori con la actitud desafiante de Luna.
—¡Entonces! Entonces...
La niña dudó. El señor Grouse le dio un vistazo. Lo mejor sería sacarla del apuro.
—Oigan, pequeñas. Hora de tomar un bocadillo.
Logró distraerlas. Luna quería comer algo, Luan miró al anciano a la expectativa que fuera algún caramelo, Leni con todo y que cayó más pronto que sus hermanitas, dejó a Lincoln en el suelo deseosa de una golosina. Lincoln no entendió, pero enseguida Lynn lo abrazó tratando de mostrarle la lengua a Leni sin que ella le hiciera caso. Comprendiendo que el buen hombre la sacó de un aprieto, Lori en voz baja pareció murmurar un "gracias". El anciano al entenderla, le guiñó un ojo antes de ir a la cocina.
—¡Yo quiero dulces! —exclamó Leni.
—¡Duces! —la secundó Lincoln tratando de apartar con sus manitas la cara de Lynn de la suya que intentaba ser mimosa con él.
—Yo tambén. Lincoln, no comes dulces. Eres bebé.
—Tú tampoco puedes comer muchos dulces, Lynn —le señaló Lori—. Eso te podría enfermar más.
—A Lynn todo enferma —sentenció Luan riéndose como si eso fuera lo más obvio.
Luna le dio un sape a su hermanita por su falta de tacto. Al ver a Lynn decaída por esto, Lincoln la abrazó y le dio un besito en la mejilla tratando de animarla. Pareció funcionar.
—No sabemos qué es lo que nos dará el señor Grouse todavía, así que cállense y no se pongan exigentes.
A pesar de sus palabras, la verdad Lori esperaba que se tratara de algo dulce. Unos chocolates estarían bien.
El amable vecino llegó con una bandeja llena de unos extraños panecillos pequeños. Eran como varillas de pan dulce retorcidas y unidas entre sí.
—Estos son pretzeles, pequeñas —les explicó el señor Grouse—. Saben de maravilla, especialmente si los acompañan con un buen té, o también con un poco de leche. Les traeré unos vasos y un cartón —se detiene antes de regresarse—. Lori, ¿sabes si Lynn es intolerante a la lactosa?
—¿Qué es eso?
—¿Sabes si la leche le hace daño?
—Creo que no. Mamá siempre le da y con ella tiene menos problemas que con Luan o Luna para que se le tomen.
Las aludidas gruñeron al ser dejadas en evidencia.
—Muy bien, ya se las traigo.
Le había preocupado cometer un error con la más pequeña. Siendo tan delicada, no es como si le hubiera sorprendido que hasta eso le hiciera mal.
—Entonces, ¿Qué decías de estar mandándonos, hermana?
Le habló Luna altanera sin pensar en olvidar la discusión de hace un momento, pues le había molestado que Lori no la dejara seguir tocando su flauta.
—¡Que harán lo que les diga que si no...!
—Shi no, ¿qué? —se unió Luan nuevamente a la discusión arrojándole uno de esos panecillos tan extraños.
Molesta por la acción, Lori la tomó por la mano con que le arrojó eso haciéndola volverse de espaldas torciéndole el brazo un poco hasta hacerla gemir de dolor, teniendo cuidado de no lastimarla de verdad.
—¡Esho duele, eso duele!
—¡Pues esto es lo que pasará! —la soltó para enseguida tomar uno de los pretzeles del señor Grouse y señalarlo después de soltarla— ¡Si no me hacen caso, literalmente las haré verse como estas cosas!
En el momento en que el hombre regresaba con la leche, Lori guardó las apariencias metiéndose el pretzel a la boca, pero sin dejar de verlas tentándolas con intimidación a desafiarla otra vez. Aunque enfadada, a Luan el brazo le dolía por lo que perdió los ánimos de acusar a su hermana con el vecino. A Luna tampoco le gustaba la actitud de Lori, sin embargo, mientras le sobaba el brazo a Luan, tuvo que admitir tras pensarlo un momento, que le pareció un tanto increíble que Lori fuese capaz de calmar los bríos de Luan. Quería a su hermanita, pero en ocasiones Luan le daba miedo dejándose muchas veces dominar por ella, sentimiento que incluso Leni compartía y aunque no lo admitiría, la misma Lori a veces también.
Lynn partía en pedacitos muy pequeños uno de los pretzeles, comiéndose la mitad y la otra ayudándole a Lincoln a pasárselos. Luan comió los suyos a disgusto, pensando en cómo cobrársela a su hermana más tarde, quizá de paso también jugarle una broma a las demás como su papá se la pasó haciéndolo semanas atrás, incluso a su madre. ¿Día de las bromas había dicho que se llamaba? Como se había divertido en esa ocasión, ya se imaginaba superando a su padre.
———
—¿Se portaron bien con el señor Grouse?
—¡Sí! —Respondieron a coro las cinco niñas a su padre.
—¿Están diciéndome la verdad, señor Grouse?
El anciano cargando al bebé, le hacía un mimo en su blanca cabellera.
—A Leni se le calló un florero, pero descuide, que era uno viejo que pensaba igualmente reemplazar. A Luna le dio por jugar a los tambores con mi batería de cocina. Luan me pasó el salero cuando le pedí el azúcar para mi té, por el modo en que se reía no creo que haya sido por accidente. Lynn vomitó, pero al menos no fue en la alfombra como la vez pasada, además supongo que fue mi culpa, por cierto, descubrí que los pretzeles no parecen sentarle bien —mentalmente Lynn padre agregaba el dato a la lista, por cierto que debía recordar hacerle una lista al vecino sobre los cuidados de Lynn si iba a ayudarles más seguido—. Eso es todo. Lori además de portarse bien, en realidad me ayudó un poco a poner orden entre sus hermanas y a cambiar a Lincoln cuando se ensució. Creo que al pequeño tampoco le sientan bien los pretzeles.
Le volvió a guiñar un ojo en complicidad a Lori, quien radiante se erguía sintiéndose bastante halagada por las palabras de su vecino buscando sobresalir entre las demás. Grouse lo había dicho no sólo por hacer sentir a Lynn Sr. orgulloso de su primogénita, pues en realidad sinceramente él también lo estaba de la niña. El pequeño Lincoln tiraba juguetonamente de su bigote. El bebé le resultaba encantador a pesar de la extraña decoloración en su cabello. Ya se imaginaba que a futuro no sería tan bien portado cuando terminara siendo malcriado por sus hermanas, desde ahora ya había visto a dos de ellas hacerlo todo el tiempo que estuvieron con él. Era una pena, con semejante familia ese niño ya lo miraba destinado a ser un consentido a tiempo completo.
—No sé cómo pagarle el favor, vecino.
—Ya le enviaré la cuenta, Loud.
—Ja, ese chiste fue divertido.
—¿Cuál chiste?
—Y yo que pensaba no tenía mucho sentido del humor.
—¿Es que dije algo gracioso?
—¡De verdad me mata! Deme un respiro.
—No entendí.
Tras reponerse de la diversión, Lynn le entregó un pequeño refractario al hombre.
—De parte mía y mi esposa, por favor acepte esta lasaña.
—Preferiría el efectivo.
—¡Que en la oficina usaré a la primera oportunidad ese chiste!
Fastidiado, el anciano tomó la lasaña, decidido a hablar mañana con Rita. Tal vez de pronto encontrara algo que hacer, por lo que no podría tan seguido el hacerles el favor de cuidar a las niñas, aunque quizá de vez en cuando hiciera alguna excepción si se trataba sólo de Lori o Lincoln. Miró la lasaña. Era de la vieja escuela. Comer de la mano de un hombre le gustaba tanto como desperdiciar o tirar la comida. Que pago tan miserable. Tal vez le daría un par de probadas más tarde, esperando que al señor Loud se le ocurriese algo mejor con que pagarle y que valiera la pena. Esperaba que la lasaña no fuera tan terrible como imaginaba.
Lynn Sr. hizo a sus hijas despedirse del hombre tras cargar a Lincoln. Las niñas se limitaron a decirle adiós y gracias por compromiso. Lori le hizo una señal para que se inclinara hacia ella, al hacerlo, ella le abrazó y dio un beso en la mejilla susurrándole un "gracias". Intuía que esa niña pese a su exabrupto al llamar la atención de sus hermanas, crecería volviéndose la más encantadora de la familia, tal vez incluso más que Leni.
Tras terminar de cenar, mandar a las niñas a dormir, acostar a Lincoln y subir al ático todas las tazas de formas extrañas que sus hijas les dieron tan parecidas a las de sus cumpleaños, Lynn regresó al dormitorio con su esposa, quien parecía mortificada. Al ir a la cama tocó el tema, aún satisfecho por el excelente día de aniversario que pasaron.
—¿Estás preocupada por el trabajo?
—En parte.
—Sé que lo harás bien, cariño. Recuerdo que eso era lo que querías estudiar antes que nos casáramos, por lo que la motivación ya la tienes.
—Gracias, cielo. También hay algo más.
—¿De qué se trata?
—Tengo un retraso muy largo —su esposo de pronto palideció—. Me hice una prueba, pero salió negativa —el color regresaba a la cara de Lynn—. Pero es muy pronto y esas cosas nunca son cien por ciento confiables —el hombre se puso verde al sentirse de pronto enfermo—. ¿Tú qué opinas?
—Pero... si empiezas un trabajo... No, olvídalo. Cielos, que me asusta, pero... Míranos, Rita. Ocho años, ya no dudes. Nos amamos y a todos nuestros hijos también porque nacieron de nuestro amor. De alguna forma hemos salido adelante hasta ahora y podremos seguir haciéndolo.
Tal vez Rita pensaba lo mismo que él. Ese año no se habían podido dar muchos lujos en su aniversario igual que el año anterior, pues las deudas crecían a la par que su familia. Rita esperaba durar en su nuevo empleo y de estar embarazada, esto no la afectara por mucho tiempo a riesgo de perderlo. Para su suerte el doctor Feinstein parecía ser muy comprensivo.
—Rita, deja de estresarte.
—No estoy estresada.
—Pues lo pareces. Eso no le hará ningún bien al bebé.
—No es seguro que esté embarazada.
—Bueno. Espero no te importe mentalizarme que lo estás, así será más fácil resig... ejem, hacerme la idea más pronto de ser así.
—Pues pareces haberlo hecho ya. ¿Cómo es qué esta vez no has perdido la cabeza? ¿Tan rápido te resignaste esta vez como yo?
—Vaya que lo expresaste peor.
—Sólo digo lo que pienso, sin adornarlo.
—¿Qué es lo que de verdad te tiene tan disgustada?
Rita reflexionó un poco. Había sido un excelente día, por lo que lamentaba cómo estaba terminando.
—No sólo lo sospecho. De verdad estoy segura de estar embarazada y me siento mal por... darme lo mismo. Sé que debería estar feliz o al menos asustada, pero creo por primera vez... no me importa si lo estoy. ¿Eso no está mal?
Lynn reflexionó por unos momentos. Él mismo como un semáforo intermitente, sintió varias emociones en cuanto su esposa le dio la noticia. Aún si por un momento daba por hecho que la sospecha era cierta, extrañamente sentía la resignación llegarle más pronto de lo acostumbrado.
—No está mal, sólo... estás cansada... como yo.
Se recostaron mirando hacia el techo. De pronto los dos dejaron a la vez escapar un largo suspiro. Lynn se movió un poco y abrazó a su esposa, ella se dejó querer.
—Sólo una cosa debe de importar —sentenció el hombre—. Que venga bien y con salud.
—Sí, tienes razón —aunque eso no aminoraba su culpa por su actitud. Entendía que Lynn pensaba en la más joven de sus hijas.
—Y deja de actuar así. Tal vez no sea nada, pero si estás esperando, no querrás pasarle tus preocupaciones al bebé.
Rita soltó un nuevo suspiro por su propia cuenta.
—Sé que tienes razón, pero me parece inevitable —se quedó callada un momento—. ¿Qué te gustaría que fuera en caso de que sea un hecho?
—Pues... ¿Qué te gustaría a ti?
Ni siquiera pareció considerar la pregunta. Rita lo pensó unos pocos segundos tras descifrar aquello.
—Creo que me da lo mismo.
Lynn dejó que unos segundos de silencio transcurrieran antes de replicarle.
—A mí también.
Esa noche y las que vendrían posteriormente, la pareja tendría un sueño intranquilo.
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