Capítulo II
Camine de un lugar hacia otro y aquella mágica puerta no se abría. Tenía miedo, una mala impresión corría por mi cuerpo, miré nuevamente por el marco de la ventana y las luces de los postes de luz comenzaban a encenderse. Estaba anocheciendo y el frío aumentaba, las ventanas se empañaron y obstruía mi vista.
La puerta se abrió a los segundos y mi corazón se aceleró, me acerqué hacia mi único amigo sin reprocharle nada, mis ojos lagrimosos lo miraban fijamente, extendí mis patas sobre sus piernas haciendo que me acariciara y mi felicidad volvía nuevamente. Estuvimos así por tres minutos.
Todavía recordaba cuando había llegado a esta vivienda, mis antiguos dueños no me querían. Me dejaron abandonado en la calle bajo la lluvia, era un día tan frío como el de hoy. Cuando este humano, sin saberlo me levantó lentamente. Mi cuerpo temblaba y me miró fijamente a los ojos prometiéndome que todo estaría bien, que ya no tendría nada que temer y recibiría todo el cariño que nunca tuve y así fue, me envolvió en su chaqueta y la serenidad que llevaba este hombre hizo que mi cuerpo dejara de temblar.
Luego de haberme acariciado como lo hacía de costumbre cada vez que regresaba, fue directo hacia su habitación y lo seguí. Nos recostamos en su cama, a los segundos este se quedó dormido mientras que la televisión seguía encendida y las noticias de las nueve de la noche informaban sobre otra masacre.
"Diez inofensivos gatos murieron en la ruta luego de que su dueño los haya abandonado, a los recién nacidos quienes caminaron en la ruta cuando un camión bastante grande como para transportar automóviles los arrolló sin dejarlos con vida, fue tan cruel su muerte que según las autopsias que se realizaron tenían dos semanas de vida."
Mi piel se erizó al escuchar eso. A los instantes mi compañero que dormía profundamente a mi lado se despertó asustado ocasionando el mismo efecto de susto en mí, tomó el control remoto y apagó la televisión.
–Tendrías que dormir amigo mío, descansa que ha sido un día bastante largo. –Susurró mirándome fijamente a los ojos, que a los instantes sus ojos se entrecerraron hasta que no volvieron a abrirse y un brazo me arropó haciéndome saber que todo estaría bien.
Me sumergí a su lado, aceptando el abrazo que me daba y ya no tenía nada que temer. –Pensé– mientras que mis ojos verdes se cerraban poco a poco.
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