Prohibido
El frió helado que hace días, anunció la llegada de la época mágica, la cual todos esperaban para festejar con gran fulgor, era acompañado con las decoraciones alustres a la misma fecha; luces de colores iluminando en cada esquina, arboles luciendo sus galas; que durante casi todo el año la mayoría ignoraba sus verdes hojas y ahora eran parte de la decoración y no faltaba la cortina blanca, que cubría por completo toda la ciudad.
—¡Oye! ¿me escuchas?
El sonido de las suelas de sus zapatos intentó detenerse; con las calles resbaladizas por el hielo, le fue imposible frenar, sus pies patinaron, por un segundo logró encontrar estabilidad en uno de ellos y optó por dar un paso hacia atrás al no querer chocar con el joven, que imprudente, se puso frente a él y con gran ánimo movía sus manos para hacerlo volver a la realidad.
—Kazu...to, ¿Qué haces? Eso fue...
—Deberías dejar de fantasear —fue interrumpido por la gruesa voz de su amigo —, terminaras cayendo si sigue caminando dormido.
Sin querer dejó escapar una risilla al escucharlo, olvidando por completo que la culpa de su casi choque en parte fue su culpa, normalmente él era el cauteloso en esa amistad, su amigo de ojos y cabellos tan oscuros como la misma noche no era el tipo a quien calificaría como prudente y responsable, era más despistado que él.
—¿Qué provoca tanta gracias, Eugeo?
El rubio fingió aclararse la garganta al verse obligado a verlo directamente a los ojos, sabía que no le ofendió, pero conocía tan bien a Kazuto que estando al límite de tiempo para encontrar el regalo perfecto; sus nervios le hacían querer ocultar su preocupación a base de molestarlo.
—Nada, solo que si no nos apresuramos llegaremos tarde.
Y como si sus palabras fueran el detonante que le recordara su problema, su actitud divertida se borró de su rostro, dejando emanar su angustia al sacar su móvil de su bolsillo y ver que efectivamente faltaba menos de media hora para reunirse con el resto.
Fue tanta la preocupación de Kazuto que terminó por tomarlo de los hombros y sacudirlo con un poco de brusquedad —¡Sigo en blanco, ayúdame!
Eugeo suspiró con lentitud cuando su acompañante dejó de agitarlo. Apretó con fuerza la bolsa que llevaba en su mano derecha y luego de cinco largos segundos asintió e intentó calmar al angustiado joven.
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Luego de recorrer todos los centros comerciales de Tokio terminó solo, llegaron a penas a tiempo, y en cuanto entraron, luego de saludar al resto Kazuto desapareció.
Y ahora ahí estaba él, en una esquina, sentado sobre un barril de cerveza, no era el lugar más cómodo, ni apropiado para disfrutar el festejo, pero al menos, era el más alejado de todos y... donde podía ver por completo el modesto bar.
Si miraba hacia la derecha; se encontraba la barra, el robusto moreno, dueño de ese local y que hacía de barman para todos, animosamente se encontraba charlando con Ryotarou, que a pesar de mantener el hilo a la conversación estaba más atento a fingir beber su wisky, para observar por el reflejo del vidrio de las botellas la figura de la joven pecosa; que en una de las mesas se encontraba pasando el rato.
Le pareció, que Lizbeth estaba al tanto del fisgoneó al que estaba siendo sometida, el rubor en sus mejillas así lo demostraba, no obstante, no parecía molestarle, no, quizás hasta se sentía alagada por eso. Independientemente de si ellos sentían atracción por el otro, y por alguna razón no lo demostraban, no era su asunto, por lo que decidió dirigir su atención a la izquierda.
Shino, Keiko y Suguha, eran el trió que disfrutaba más que nadie la velada, como si fuesen hermanas o amigas de infancia jugaban a las cartas, mientras discutían un tema al azar, incluso las tres llegaron vestidas a juego, conjuntos a rallas verdes y rojas, como si fuesen las ayudantes de Santa Claus, le resultaba gracioso, ahora que se daba cuenta de ello, todos se disfrazaron de algún personaje alusivo a las fiestas decembrinas.
Hasta él, o eso creía, al traer únicamente ese par de astas, demasiadas pesadas en su cabeza, no le parecía tan navideño. Fue algo de último minuto, fueron tanta las vueltas que dieron, que no reparó en su atuendo hasta que el ingenioso Kazuto optó por colocárselas apenas se encontraban entrando al lugar.
Su mente divagó un momento más en su largo viaje por todos los centros comerciales que visitaron, hasta que se recordó porque su amigo no se encontraba en su campo de visión, era algo normal en él, que desapareciera y luego de la nada estuviera sentado a un costado. Algo tan típico que ya nadie le reprendía.
Sintiendo que llevaba ya mucho tiempo escondido en las sombras, decidió pararse y dejar que sus pies marcaran el destino, incierto, al que decidieran llevarlo. Normalmente su personalidad era alegre y sociable.
La cocina... —predestinado o no, ese fue el lugar donde más ansiaba estar.
Al estar todos concentrados en sus asuntos, no le llevó mucho esquivarlos y llegar a donde deseaba sin ser notado.
El olor que llegó a sus fosas nasales, al estar a escasos tres pasos de la puerta, no era de comida; se trataba de un aroma a flores de campo, recién florecidas, conocía ese aroma tan bien, que le instó a apurar el paso a aquel lugar.
Sintió unas traicioneras ganas de entrar corriendo, que no se preocupó en tocar, olvido sus modales, aquellos por lo que tanto le conocían.
—¿Eugeo?
La joven dejó de mover sus manos al notar su inesperada interrupción, su rostro denotaba tanta sorpresa que pensó en dar la vuelta y retirarse para no incomodarla.
—¡Hola!, perdón por no ir a saludar —la timidez, hermosa timidez que atrapó a la castaña le hizo sonreír, cuando estaba cerca de ella sonreía, era inexplicable ¿o tal se negaba a aceptar la verdad?
—Hola Asuna —a pasos medidos se acercó al mesón, donde se encontraba preparando parte del banquete —. No debes preocuparte, soy yo quien debería disculparme —agregó, mientras con el rabillo del ojo la analizaba.
Su vestido rojo, con bordado blanco, demasiado corto y muy atractivo, le hacía lucir radiante, cual sol de verano, ella brillaba más que el astro gobernante del cielo.
Sentía envidia por su mejor amigo, quien logró enamorar al ángel más lindo de la tierra. Desde que se la presentó hace ya un año, lo notó; Asuna no era una simple cara bonita, que se adentraba a su primer amor, se le notaba en los ojos ámbar; era una mujer madura y muy lista a pesar de ser una adolecente, tenían la misma edad. Llena de sencillez, virtudes y bondad antes que belleza descomunal.
Era raro decir que cuando las presentaciones se dieron, sus miradas se conectaron de una manera tan profunda que un lazo invisible amarró sus manos al tocarse para saludarse de una manera más formal. La calidez de ese leve roce aun entibiaba su piel.
Con el tiempo comprendió que eran demasiado parecidos, hechos del mismo molde, o en su defecto, sacados de la misma masa. En ocasiones Kazuto se mostraba incomodo e irritable por la gran compatibilidad y entendimiento que demostraban. Pareciendo un par de argollas gemelas.
Respetaba y consideraba a su amigo como un hermano, pero en ocasiones al verlo malhumorado, le gustaba molestarlo y encenderlo un poco más en furia.
—¿Y Kazuto? —al tratar de abandonar sus pensamientos, se enfocó en la bufanda dorada que resguardaba del frio el cuello femenino.
Después de todo tuvo la razón, el color de oro le sentaba perfecto.
Cuando el azabache eligió una bufanda como regalo final, luego de rechazar múltiples opciones más adecuadas, estuvo en desacuerdo total. No se consideraba un joven romántico y conocedor de gustos femeninos, pero si de algo estaba seguro era que Asuna se merecía un regalo mejor que un lazo rojo que solo usaría hasta cuando el invierno terminara. Algo que el necio ojinegro no entendía, aduciendo que ese color le quedaba mejor, pero Eugeo sabía que solo era el tiempo apuñalándole el cuello.
¡Por supuesto! Con lo amable que era la joven, se mostraría encantada e inmensamente feliz por el regalo que su novio le compró, significaba mucho para ella viniendo del poco detallista Kazuto.
Al final, apenas logró convencerlo que el color dorado encajaría mejor con su belleza.
Asuna al darse cuenta que la curiosa mirada verde no dejaba de apreciarla, volvió sus manos a su oficio —Salió a tomar algo de aire.
—¿Afuera, ahora? —balbuceó no tan convencido de creerle.
—Está bien, me has descubierto —la pelirroja engrandeció su sonrisa —. Lo eche, porque no dejaba de comer los bocadillos.
—Seguramente pensaba dejarnos sin nada —mientras su broma transfería alegría a su acompañante, discretamente se acercó un paso más a ella.
Gracias a su conocimiento referente a la gastronomía, una de sus pasiones secretas, copió las acciones de su acompañante; no le tomó demasiado dirigir sus manos a los ingredientes y hacer de esas habilidades una gran ayuda para Asuna, que luego de verlo preparar, tan fácil, uno de sus ya famosos emparedados, la joven terminó por pasar de diversión a una expresión de sorpresa.
—Eres muy bueno, Eugeo —se agachó un poco para observar detenidamente el emparedado.
Esa acción provocó que el gorrito navideño que traía la joven se desalineara un poco, cayendo la esfera de lana delante de sus largos mechones. Una acción linda a sus ojos, algo que solo él pudo apreciar.
El rubio estaba nervioso, porque descubriera su secreto y por estar viéndola de una manera tan profunda trató explicarle que fue pura suerte, lo que no pudo hacer al ser testigo de la gentil forma en que volvió alzar la cabeza.
—No hablo de que puedes prepara algo como esto, digo, por la familiaridad que tomaste todo, me doy cuenta que quizás superas mis habilidades en la cocina.
—¡Nada que ver! —intentó excusarse alejándose, pero tanto como él podía ver a través de sus mentiras, ella de igual forma lo hacía, eran muy parecidos —¿Crees que se burlarían si se enteran? —desvió su mirada al suelo.
—Al contrarió —manifestó con honestidad la chica —Te alabarían y me hace falta un ayudante aquí.
El silencio lo embargó al momento que sus miradas se toparon, como la primera vez, lo que le llenó de calma. Sinceramente no le temía al bullying que sus amigos le hicieran, mantuvo en secreto que podía cocinar porque desde siempre creyó que no era necesario mencionarlo. No obstante desde que se dio cuenta que Asuna era la única que en toda festividad, se esforzaba al máximo por atenderlos y consentirlos con tan deliciosa comida, deseo y se juró que le ayudaría, al menos para compartir el peso y responsabilidad que cargaba en la cocina.
Y para su mala suerte, un año entero se fue volando y no lo logró, todo debido a que Kazuto lo arrastraba de un lado a otro y cuando se daba cuenta ya se encontraban devorando el festín.
—Sería un privilegio que tenga el permiso de colarme en su lugar sagrado —acompaño su tono cómico, colocando su mano en su pecho y realizó una reverencia. Olvidando las astas en su cabeza.
Solo en el momento que intentó recomponer su postura, sintió el jaloneó en su cabeza, no tan fuerte, pero lo suficiente para gritarle que su acción pudo lastimarla. Preocupado por su imprudencia se mordió el labio al ver el largo caballo desordenado y sin gorro.
—Perdón, olvide que... soy un tonto... —acabó por mesclar sus pensamientos pesimistas y la disculpa.
La risa que escapó de los rojos labios de la chica lo tranquilizó —No fue a propósito Eugeo —con una de sus manos trató de arreglar su peinado, para aumentar la mala suerte de la joven, no se percató que sus dedos estaban manchados de salsa, lo que provocó que su cabello y sien quedaran coloreadas de la misma.
Sintiendo que era su culpa, redujo la distancia que los separaba, dejando que una de sus manos tomara la de ella y la alejara, mientras la restante acariciaba los cabellos que se encontraban pegajosos por la salsa.
Iris verdes y ámbar se encontraron, estaban tan cerca que sus narices se rosaban, un cosquilleó que le hizo sentir ese revoloteó en su estomago, era el contacto más cercano que tenían. Su corazón bombeó, llevando el rojo de su sangre a gestarse en sus mejillas.
Por ser parecidos, sintió que Asuna experimentaba algo similar; mejillas ruborizadas y respiración entre cortada. Más sus ojos no mostraban miedo.
—Yo... —no sabía que decir.
El deseo de querer besarla le atacó como nunca, sus piernas perdían la fuerza el solo pensarlo.
¿Qué era lo que sentía realmente? La opresión en su pecho le instaba a cumplir ese anhelo, una atracción que nunca había sentido, el tipo de atracción que un hombre siente por una mujer, su amada destinada. Apretó con fuerza el mechón de cabello, estaba a punto de traicionar a su amigo.
Sin darse cuenta, se enamoró de Asuna.
Era incorrecto ese tipo de sentimientos ¡Era la novia de su mejor amigo! Por ende su amiga. No podría y nunca se daría algo entre ellos.
Pero...
Aunque la voz de la conciencia le gritaba que debía de hacer lo correcto, su cuerpo se movía a voluntad, ignorando las órdenes de su cabeza, acercándose cada segundo un poco más.
Ya no se encontraba agarrándole el cabello, ahora mantenía su mano tomándole el mentón y su pulgar acariciándole el labio inferior en sesiones suaves.
—Yo... —volvió a balbucear.
Ella no decía nada, ante su tacto y su peligrosa cercanía ¿Acaso ella también esperaba que sellaran sus bocas? ¿No era el único que esperó esto en silencio? A estas alturas lo creía así, pero lo incorrecto seguía ahí. Deseaba robarle un beso, uno tímido e inexperto.
—Eugeo...
Escuchar su nombre en ese hilo de voz, fue el límite de su cordura, bastó agachar un centímetro su rostro para cometer el peor de los pecados.
Amar a una mujer que no le pertenecía.
El suave roce de sus labios, fue una mezcla de fuego y dulzura, algo tan adictivo que le hizo querer dejar de ser cuidadoso y tomarlos de una manera más adecuada, disfrutarlos como su alma y cuerpo pedía.
Separó un poco su boca de la de Asuna, que no había despertado de su impresión, ni le correspondió la caricia, lo que le desilusionó, lo que tuvo que reprimir al aun sentir sed de ella.
Ese era el momento para alejarse y disculparse, hacer lo correcto, al menos para tratar de salvar su amistad con ella y Kazuto, pero la nubosidad en su mente no se despejaba, por un instante sintió que podría solucionarlo después y buscó unir de nuevo sus labios.
En esa segunda vez, algo fue diferente, la perplejidad de su amor prohibido desapareció, no le abofeteó como temió, contra todo pronóstico, le correspondió, dejando a él sorprendido por un segundo para continuar con la caricia.
La que duró incluso cuando el gorro, que yacía en las astas de reno cayó al suelo ante el movimiento de su portador.
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Cintas multicolores adornaba el saco; muy parecido al que utiliza Santa Claus, no tenía idea de donde lo sacaron, pero en su interior guardaba los obsequios que cada uno compró previo a reunirse en el bar.
Todos se encontraban ansiosos por ser el primero en escoger un listón y descubrir cuál era el regalo sorpresa que el destino eligió para ellos.
Nunca creyó que una propuesta que Lizbeth tuvo, poseyera esa gran importancia para sus amigos, eran como si volvieran a ser niños ilusionados a espera que cortaran el pastel de algún cumpleaños.
Como regla, solo la pecosa conocía de quien provino cada obsequio. El misterio de quien recibiría el sencillo presente que compró hace un par de días, no lo sabría, se enteraría hasta cuando viera a la persona usar dicho objeto, el problema con lo que eligió, se debía que no era algo que la persona mostrara de manera casual, se trataba de algo muy personal y especial, al menos esa fue la idea que llevaba en mente al hacer la compra.
Para Eugeo, luego de lo que paso en la cocina, un regalo físico no le estremecería en felicidad, no tanto como su corazón y alma palpitaron hace unos minutos. Obtuvo el mejor de los obsequios, de la persona que amaba en secreto.
Y aunque lo que hizo fue un delito, que hicieron —se corrigió al tocarse los labios y ver de reojo a la joven que se encontraba tomando la cinta verde de la caja —, luego de aquel beso actuó como un caballero y se disculpo con la dama, fue incomodo tratar de corregir sus actos luego de disfrutarlo de esa intensa manera.
Solo eran amigos, nunca pasarían más de eso, lo tenía muy claro, pues el amor que Asuna poseía por Kazuto, le parecía tan único y verdadero que no podría, ni tendría el valor de ser el tercio que rompiera tan hermosa y destinada relación.
Obviamente lo que procedía luego de que ambos entraran en razón era contárselo a Kazuto y explicar la situación. Eugeo, se prometió que aceptaría la decisión del azabache, si de él dependiera acabar con su amistad, no obstante intentaría con todas sus fuerzas no dejarlo con ese mal sabor de boca, con esa traición de quien le confió todo... y se disculparía, se arrodillaría de ser necesario.
Mentiría si digiera que no se sorprendió cuando fue Asuna quien propuso guardar como secreto lo que paso, ella sabía cuán importante era su amistad con el de cabello negro, no deseaba que el afecto y cariño de hermandad de años fuera fragmentado, incluso roto y olvidado, él aceptó, después de todo no volvería a suceder.
Cuando hubieron terminado el banquete y se tranquilizaran mutuamente, no tuvo el coraje de ver a su amigo a los ojos, él no comprendió su leve lejanía y culpa pintado en sus ojos verdes. Aun sabiendo que no debía mencionar nada, prefirió disculparse.
Claro Kazuto no entendió porque agachó la cabeza, en una reverencia pura, ni de sus sinceras disculpas, fue tanto el drama que armo, que delante de todos le juró que no pasaría de nuevo. Luego de que unos minutos de bromas, por parte del resto, con una sonrisa calmada y llena de alegría, su amigo, sin entender lo sucedido le perdonó ese misterio que cargaba encima.
Ese beso, quedaría entre él y Asuna... lo único que llegarían ellos al estar prohibido sus unión, nunca más allá de amigos.
Al darse cuenta que todos tomaron su respectiva cinta y por ende escoger su regalo, solo dos listones sobresaltaban en la caja; el dorado y el rojo.
Rió con ironía al ser ese par de colores el inició de ese día previo a la navidad inolvidable.
Sin pensarlo ya poseía su elección, ese día el dorado era su color de la suerte. No utilizó demasiada fuerza para jalar el paquete pequeño marrado al otro extremo. El sentimiento de no querer abrirlo en ese momento para enterarse ¿de qué trataba? se gestó en su mente, pero al mirar hacia donde ella se encontraba, notó que la pena la invadía.
Cruel destino —pensó —no solo el beso, estaba seguro, ese misterioso regalo fuer dado y elegido por Asuna.
Teniendo un objetivo por cual ansiar descubrir ¿de qué se trataba? no dudó más y rompió el empaque, hasta descubrir ese tesoro predestinado.
Luego de pasar una noche animada, Ryo tomó la palabra para animar más el ambiente y celebrar con el brindis poco convencional.
La media noche llegó, era navidad, los fuegos artificiales y el frio de invierno acobijaron las calles y en medio de ese abrazo grupal, la vio de nuevo; tan resplandeciente como siempre, más hermosa y atrayente que nunca. Aunque durante esa muestra de cariño, ambos quedaron en extremos diferentes, aquel puente que los unía, dejó su paso libre, haciendo que su mano buscara la suya.
Se rozaron con las yemas de sus dedos, algo leve, pero demasiado cálido, lo suficiente para inundar su alma con la de ella. Más al notar aquel atrapa sueños ser sostenido con cariño por Asuna.
El destino lo hizo de nuevo —escogió el regalo perfecto.
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—Mm... ¿Vas tarde a algún lugar? —cuestionó el azabache al notar a su amigo no dejar de mirar la hora en su reloj.
—A mis clases de cocina —rápidamente volvió su mano al bolsillo de su pantalón, no quería exponer la verdadera razón del porque embelesaba el objeto en su muñeca.
—¡¿Tu cocinas?! —fue tanta la impresión de su acompañante que terminó soltando la paleta a medio comer al suelo.
—¿Tiene algo de malo? —agachó su rostro y con su dedo índice se rascó la mejilla, clara muestra de su timidez iniciando a apoderarse de su cuerpo.
—¡Eh...!
La pena solo hacía por aumentar en el rubio, que ya sentía una gota de sudor surcándole en el inició de su cabello soleado.
Kazuto al darse cuenta que lo expuesto por su amigo era tan importante y no una broma para entretenerle, aclaró su garganta y trató de llenarse de seriedad —¡Eso es magnífico, Eugeo! —una sonrisa se formó en su rostro, al mismo tiempo que le daba una palmada en la espalda.
—¿Lo crees así? Pensé que terminarías burlándote...
—Nunca lo haría —en su muestra de apoyo, le abrazó del cuello —, eres mi hermanito y mejor amigo, jamás ¿me has escuchado? Jamás podría reírme de algo tan importante para ti.
Eugeo escuchaba en silencio, esa declaración era tan de Kazuto, su apoyo incondicional, sus sinceros pensamientos y la alegría resplandeciente que lograba calmarle.
—Es enserio ¿nunca? —dijo en un hilo de voz pensando en lo ocurrido en la fiesta de noche buena.
—Qué sucede contigo, ¿acaso no vez que digo la verdad? ¡Hablo desde el corazón!
Su afectó fue más allá, al comenzar a alborotarle los cabellos, despeinándolo por completo, algo que no le importó demasiado a Eugeo que terminó riendo con él.
—¡Ya basta, ya entendí Kazu! —su alegría fluía de manera natural.
—No vuelvas a dudar de mí —cantó, para luego dejarlo en libertad.
—No lo hare —extendió su palma hacia él, para hacer sus típico juramento.
El azabache alzó su mano hacia la suya, pero antes que pudieran chocar palmas, fue él quien acabó por alejarse.
Kazuto le vio extrañado, antes de que tuviera el tiempo de preguntar ¿Por qué de su repentina huida? Su voz luchó por salir.
—Incluso... incluso si te he traicionado de la peor forma que existe ¿me perdonarías y seguirías confiando en mí?
El ojos negros levantó una ceja ante la repentina pregunta, más su rostro no parecía entender la profundidad que escondía el rubio.
Pero para Eugeo su respuesta significaba tanto. Ya varias semanas pasaron de aquella caricia, su relación con Asuna seguía intacta, tal vez un poco incomoda al recordar lo ocurrido, cuando eso sucedía procuraban no mencionar el tema, sus miradas se cruzaba por un instante para luego dejar que sus pensamientos les hicieran sonreír de forma nerviosa.
—Confió en ti —su atención volvió a su acompañante —, tanto que puedo perdonarte un error, como besar a mi novia.
El aire en sus pulmones dejó de circular al escucharlo, lo cristalino de sus verdes ojos se volvió tan débil que reflejaban como espejos la figura del azabache. Un escalofrió recorrió su espalda al temer que aquella frase de "no hay secreto entre pareja" fuera un lazo tan fuerte entre Asuna y Kazuto.
No obstante, la inocencia que transmitía su amigo, le hizo tomarse el tiempo necesario para recuperar la calma
—¿Y si lo que hiciera fuera robarle dos?
Instintivamente levantó su mano, mostrando el par de dedos.
Kazuto frunció el ceño ante su acción, el rubio creyó escuchar un débil chillido provenir de su boca.
—No te golpearía si es lo que piensas —dijo al fin, quitándole un peso de encima —, pero —agregó antes de que Eugeo pudiera dar por sentado el tema —no... —le vio cruzar sus brazos delante de su pecho y negar con la cabeza.
—¿Kazu...?
—Tú y Asuna nunca serian capaces de...
—Pero y si, si lo hiciéramos —dio un paso hacia él para confrontarlo.
—Confió en ustedes —aprovechando su cercanía levantó la mano, recordándole el choque previó que no concluyeron —. Ambos comparten una conexión que no comprendo, me considero una astilla que se interponen cuando coinciden de manera profunda, siento celos de ustedes, ¡qué tontería! pero sé que ambos cuidaran mi espalda a sus manera y si algo pasara, no sería apropósito, lo remediarían de tal forma que ninguno salga dañado, no volvería a repetirse porque después de todo Asuma me ama y tu eres mi hermano.
Las ganas de llorar se apoderaron de Eugeo, su amigo no era un antisocial reservado, como muchos lo calificaban, él sabía que decir en el momento adecuado y que perdonar, incluso si nunca le mencionaban lo ocurrido.
—Entonces... —tímidamente se limpió las lágrimas que humedecieron sus ojos —intentare aprovechar esas dos oportunidades —sus palmas chocaron luego de jugarle esa broma.
—Prefiero no lo hagas —rió temeroso cuando retomaron su caminata —Pero si sientes que debo perdonarte algo ¿Qué tal si cocinas algo para mí? Así estamos a mano.
—Eres un glotón sin remedio.
Volvió a ver el reloj en su muñeca, agradeció a la vida por rodearlo de personas maravillosas a su alrededor y pidió al destino, que en alguna de sus jugadas, renaciera para que lo enlazara con la joven de ojos ámbar, a quien esperaría amar sin ser un amor prohibido.
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Feliz navidad!! Retrasado.
Sumi, he aquí tu obsequio, amiga no es tanto pero es una muestra de cuanto valoro nuestra amistad, conocerte y durante este año acompañaras mi pasión por nuestro príncipe y nuestra diosa, es lo mejor. Gracias por siempre estar ahí cuando lo necesito, apoyarme y siempre tener un rato para mí, eres fantásticas.
Amiga te deseo lo mejor en este nuevo año, espero que la distancia no se sienta larga y continuemos
Sinceramente en diciembre no debería de aparecerme ni como sombra, me propuse hace varios meses traer un aporte (como mínimo) al MeriiKuriSAOmasu de este año, aunque no es un Kiriasu pues nuestra droga el "AsuGeo" tomó el control de esta idea.
Los que me conocen saben que soy KiriAsu forever, pero mi shipp favorito es el AsuGeo, ¡no es secreto! jaja. Desde hace tiempo quería escribir sobre ellos, incluso uno de mis fics que muy pronto actualizare nació de ese shipp y esto es un suave comienzo?
Intente hacer esto con respeto, ambas parejas son mis favoritas♥♥, mi objetivo no fue dejar como el villano al otro, nunca lo haría, tengo un par de ideas más para mi shipp, pero bueno, también quiero escribir algo de mi OTP, esperó poder traerlo antes que expire la fecha límite del evento.
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