Cateterismo
Desperté de noche en la habitación. Si cuando me acosté me pareció que había penumbra suficiente para dormir, cuando desperté me pareció que había excesiva claridad. Yo no uso reloj y tenía el móvil apagado para ahorrar batería. Se me olvidó llevar el cargador.
Pasé un rato en vela, procurando tener la mente en blanco, pero el sueño no quiso volver hasta que empezaba a creer que venció el insomnio.
La enfermera de noche me despertó antes de amanecer para darme una pastilla del desayuno. Yo debía estar en ayunas desde la medianoche y agradecí el trago de agua para pasar la pastilla.
Los recuerdos de diez años atrás vuelven a mi mente. Entonces me llevaron muy pronto, yo era el primero. Entré en la sala con la ingle afeitada. Me administraron anestesia local y sentí sin dolor como introducían el catéter por la ingle. No tengo ningún recuerdo desagradable de aquello. Pero sí después de salir, tenía la zona fuertemente vendada para evitar hemorragia y no podía moverme durante horas para no tener hematomas. Un largo rato después tuve una necesidad fisiológica y tuvieron que ponerme una sonda.
Este último viernes, un enfermero me afeitó la ingle y la muñeca derecha, La enfermera le preguntó si no debía afeitarme también la muñeca izquierda, él dijo que no es necesario. Me duché y me puse el camisón.
Llegaron mi hermano, su esposa (la misma que vino a visitarme la noche anterior) y su hija. Charla y buen rollo que permitió que la mañana pasara rápida, aunque cada dos por tres, nos preguntábamos si me llevarían antes o después. El doctor vino y no confirmó nada, estaban a la espera de un posible hueco. Mi cuñada comentó que lo sabríamos con certeza a la hora de la comida. Si no me la traían era porque me lo harían por la tarde.
Yo no sabía la hora cuando me llevaron. Bromeé con mi sobrina y me dio un beso. Volví a recordar aquella primera vez, aunque fue un triunfo, la incertidumbre me atacaba de nuevo. .
Un reloj en la sala marcaba las 11,50. Lo primero que me llamó la atención fue el numeroso personal, tres mujeres y dos hombres, me parecía recordar que aquella vez no había tantos. El enfermero que guió mi cama arrima ésta a la camilla de la sala y me pregunta si puedo pasarme yo solo o si necesito ayuda, contesto que puedo mientras lo hago.
La camilla es estrecha y debo apoyar los brazos en mi cuerpo, colocan un apoyabrazos a cada lado de la camilla. La más joven me pregunta:
— ¿Cómo prefieres que te llamemos, José o Jose?
—Jose.
Me nombra así y vuelve a explicar los riesgos y que el porcentaje de éxitos es muy alto. Consiento en que continúen. Después me cuenta que tengo libertad para quejarme por cualquier detalle doloroso o simplemente molesto y que no debo moverme.
Otra mujer me avisa que introducirán el catéter por la muñeca izquierda.
—Ahí no me han afeitado.
—Yo no tardo nada.
Me dio por pensar la pérdida de tiempo a cargo del enfermero y luego que él no sabía nada. Pero me extrañó que fuera tan rotundo cuando le preguntó su colega. Pero ésta reflexión era solo eso, yo no estaba preocupado, pero sí algo asustado por pasar del punto sin vuelta atrás.
Solo tenía el camisón tapándome y añadieron un papel azul parecido al de las servilletas desde mis pies hasta el cuello.
—Vamos a poner la anestesia. —Expresó un hombre que supuse que es doctor. No vi ningún distintivo entre los cinco. Solo noté su presencia cerca de mí en ese momento.
—Jose, sentirás un fuerte ardor porque voy a pasar un lubricante.
Noté como el ardor recorría mi brazo, el hombro, el cuello y el pecho. Luego como algo recorría los mismos puntos de mi cuerpo. Cuando llega al pecho...:
—Me duele el pecho, ¿es normal?
Todo se detuvo, excepto el dolor, la mujer mayor me preguntó:
— ¿Es como el que has tenido estos días atrás?
—No, es como si tuviera punzadas.
Solo me respondió que cuando se me quitase, les avisara, percibí como inyectó algo en la vía de mi brazo derecho. El dolor no tardó en quitarse y lo avisé.
Los monitores estaban a mi izquierda, vi mi corazón y parecía que funcionaba bien. La emoción me invadió y decidí no mirar. .
Volví a sentir el ardor, pero solo en el cuello. No me avisaron y no creí que fuera importante, me callé. Pero unos segundos después pregunté:
— ¿Es normal que me pique el cuello?
—No. Tienes una roncha, debes ser alérgico al... —No me enteré bien de lo que dijo y siguió diciendo que me inyectarían algo que tampoco me enteré. El picor desapareció pocos minutos después.
A juzgar por los comentarios, ya habían visto todo lo que tenían que ver. Un ángel con barba se acercó y me dijo:
—Jose, la sangre corre sin problemas por los dos by pass que te pusieron, pero en el otro lado tienes una arteria obstruida. Vamos a ponerte un stent que lo ensanche, será el remedio definitivo.
Mi alegría se impuso ante cualquier sentimiento negativo. Todo me pareció tan rápido y lo mejor es que no me operarían como la otra vez.
La prueba fue un éxito. Me vendaron la muñeca izquierda y colocaron encima una pieza de plástico con un pequeño tubo, al cual conectaron una jeringuilla vacía para inyectar aire que oprimiese el corte. Me prohibieron mover el brazo izquierdo
El celador con la cama no tardó en llegar. La arrimó a la camilla y volví a decidir que me pasaría yo solo. La joven me advierte:
—Jose, no puedes apoyarte en tu brazo izquierdo.
No hay hueco entre ambos muebles. Me muevo con los hombros, el tronco y las piernas. Un aparato quirúrgico me impedía ver el reloj hasta que volví a la cama, marcaba las 13.05
Tal vez fuera por la anestesia o yo que sé, que no sentí el frío de la sala hasta el momento de salir, me tapé con la sábana hasta el cuello. Los escasos minutos hasta mi habitación los pasé tiritando. Pero se me quitó en seguida.
Me trajeron la comida, crema de calabaza y conejo con tomate. Agradecí en alto que me dejaran usar mi brazo derecho. Mientras yo comía la crema, mi sobrina me partía el conejo y separaba los huesos.
Ella y sus padres me dejaron para irse a comer. No sin antes echarme la bronca por mover la mano izquierda, la enfermera percibió el hematoma y trajo hielo para eliminarlo.
Entre llamadas al trabajo, a mi hermana que no vive en Madrid y a mis hijos pasé un rato entretenido. Tuve que usar la tableta porque el móvil tenía poca batería. No la llevé para hablar, sino para escribir. Pero como no imaginé que tendría una mano sin poder usar, no pude escribir. La tarde se me hizo muy lenta.
Las buenas noticias me animaban. El hielo hizo efecto y el hematoma desapareció. Me trajeron un vaso de leche como merienda. La enfermera sacó aire de la venda y la presión disminuyó. Me contó que antes de la cena me quitaría todo el vendaje en la muñeca.
Así fue y lo mejor es que me preguntó si quería cambiarme el camisón por un pijama, no lo dudé y se lo agradecí. Si bien era cierto que podía mover la mano, me recomendó que procurase tenerla en reposo y no cogiera peso con ella durante diez días.
Pude cenar a gusto, sentado en el sillón y sin ayuda de nadie. Después la rutina del termómetro y la tensión sin sorpresas. Por último la enfermera de noche me pregunta si quiero tomar algo, no quise pasar la misma noche anterior.
—Me apetece una tila.
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—Buenos días.
No puedo creerlo, ya es de día. Comienza la rutina de cada mañana y una novedad: análisis de sangre. Desayuno por primera vez, fruta, descafeinado con leche y pan tostado.
Después llega el doctor, nos dice tanto a mi compañero de habitación como a mí que están a la espera de los resultados de los análisis para darnos el alta.
Los resultados son favorables y vuelve con el informe de alta para cada uno. Cuando vino un rato antes me pareció conocerle, ahora estoy seguro:
—Doctor, usted estuvo de guardia la noche que vine.
— ¿Qué día fue?
—El miércoles.
—Pues sí.
Tal vez no me recuerde, aunque lo dudo. Me inclino a pensar que, como yo, tampoco quiere hurgar en mi desplante. Al fin y al cabo, le hice caso, aunque un día más tarde.
Me recomienda que tome reposo y que pasee los primeros días. Que poco a poco vaya aumentando el ejercicio hasta el primer síntoma de fatiga.
Después paseo por el hospital y llego al sitio del... no sé cómo llamarlo, ¿milagro? No, dejémoslo en curación. Andando me parece que está más cerca que yendo en la cama.
Vuelvo y mi compañero ya está vestido con su ropa. Ya puedo ducharme y salgo con mi ropa puesta.
Mi hermano ya me había llamado y sabía lo del alta. Llega con su esposa antes de la comida. Tras ésta, nos despedimos de mi compañero, su hija aún no había llegado.
Salimos a la calle. Los días intensos suelen parecer más largos, pero solo habían pasado cuarenta y cinco horas desde que entré en urgencias por segunda vez.
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