Capítulo 2: Recuerdos

Dieciocho años antes:

Miguel Saint

Un día agitado, todo era demasiado complejo para resolverse con una simple conversación pero al menos debíamos intentarlo. Gabriel estaba sentado junto a mí. Lucía elegante y con la belleza divina que siempre acompañaba a nuestra especie cuando su forma humana predominaba. Cabello oscuro y ojos verde esmeralda hacían que inspirara mucha confianza.

Ambos mirábamos fijamente a las criaturas delante de nosotros. Al menos tenían aspecto humano y eso no levantaba sospechas ante los ojos de nadie. Unas diez criaturas sentadas alrededor de una mesa redonda, tratando de ponerse de acuerdo para lograr un equilibrio que nos beneficiaría a todos.

Una importante cita como para no prestar atención, sin embargo, no podía concentrarme. Hoy, 29 de septiembre, Eleanor salía de cuentas, estaba por dar a luz a mi hija y justamente hoy, debía decidirse el destino de la humanidad. No sé si era un aviso o simplemente el Creador tenía guardado algo especial para nosotros como familia porque no era casualidad que se estuviese llevando a cabo esta reunión y que al mismo tiempo mi hija esté a punto de nacer. Claramente optaba por la segunda opción. No creía en las casualidades.

Gabriel tenía una misión en este mundo y él fue el encargado de decirme que mi hija venía en camino, así como lo hizo con María al principio de la vida. Mientras mi papel era servir y proteger el legado del Creador, además de enfrentarme a mi hermano y evitar que sus seguidores se apoderen del mundo. Estamos hechos para esto y nuestra naturaleza es ser leal por encima de cualquier otro principio, incluso por encima de nuestros propios deseos.

De vuelta en la reunión, no estaba entendiendo nada, mi pierna no dejaba de moverse debajo de la mesa, era demasiada ansiedad para mí solo. Gabriel al notarlo me miró directo a los ojos y de forma instantánea me hizo sentir paz. Haciendo pleno uso de sus facultades telepáticas, entramos en un pequeño transe donde el mundo alrededor perdía todo la nitidez y solo se divisaba el color gris, deteniendo el tiempo y encerrándonos dentro de una burbuja donde solo nosotros quedamos dentro. Él se había introducido en mi mente y sentía su respiración ligera que poco a poco contagiaba a la mía que por el contrario, se sentía más pesada. Mi pierna se calmó y le hablé en pensamientos.

-Gracias, necesitaba estar en paz o no iba a ser capaz de seguir con todo esto aun sabiendo lo que puede venir. –Me sentía mucho más calmado.

El poder de los de nuestra especie era tan sanador y purificador que a veces me aterraba la idea de que alguien pudiera usarlo para el mal.

-Creo que ya terminamos aquí. Aunque las cosas no quedaron como nos gustaría, tampoco quedaron tan mal, ¿no crees? –Su voz serena como siempre.

-Exactamente y por eso mismo creo que puedo irme y dejar las cosas en tus capaces manos. –Confiaba plenamente en él que aparte de ser mi amigo, era mi sucesor inmediato. Alcanzando ese lugar por mérito propio.

-Ve tranquilo, ella está a punto de llegar y está esperando a que vayas para que seas tú quien le dé la bienvenida. –Claramente se refería a mi hija y a mi profundo deseo de ser parte de su llegada a este mundo, que aunque un poco hostil, ya era suyo.

-Te agradezco nuevamente. Ahora si me disculpas. –Parpadeé y aquella burbuja se desvaneció y las cosas a nuestro alrededor fueron recuperando su color verdadero y el tiempo volvió a su curso.

Me levanté y todos me miraron fijamente, incluido él. El líder del bando opuesto y que lamentablemente yo conocía a la perfección. A penas me detuve a mirarlo, no tenía tiempo que perder con él pero la descortesía no era característica en mí, por lo tanto me despedí educadamente.

-Lo siento, tuve una urgencia y es necesario que me vaya. Llegados a este punto, entiendo que todo está aclarado por parte de ambos grupos. Así que con su permiso, -hice una pequeña reverencia con mi cabeza- me despido.

Todos comenzaron a murmurar pero no puse atención, solo lo miré a aquella criatura que los lideraba porque el único que conocía mi pequeño secreto en esta sala, con excepción de Gabriel, era él. Quién me miró con su sonrisa ladina con una pizca de soberbia mostrando toda su capacidad de liderazgo y de astucia. Me mantuve todo lo serio e imparcial que pude pero me molestaba que aún bajo estas circunstancias, no bajara en ningún momento la guardia.  

Salí en dirección a mi casa, tomando mi auto viejo y atravesando las calles hasta llegar a las afueras. Me incorporé a la carretera que daba hacia el bosque cerca de la casa. Había escogido este lugar para vivir alejados de todos y que nadie sospechara quienes éramos. Cuando de pronto una llamada me hizo saltar en el asiento. Dejando una mano en el volante, con la otra tomé el móvil y contesté.

-¿Señor Saint? –Aquella voz era de una chica y no me era familiar pero sentía que tenía que ver con Eleanor.

-Soy yo. ¿Quién eres? –Dije con un tono serio.

-Le hablo desde el hospital de la ciudad, su esposa se encuentra de parto y nos facilitó su número para que lo contactáramos. –Pisé el freno bruscamente y las marcas de los neumáticos quedaron plasmadas en el asfalto junto con un sonido ensordecedor del derrape de mi auto que invadió la soledad de la carretera.

-¿Por qué ella no me llamó? –Me estaba comenzando a preocupar.

-Lo siento, ella no se encuentra muy bien y ahora mismo está siendo trasladada hacia cuidados intensivos.

-Enseguida estaré allí. –Con eso colgué.

Una sensación de peligro recorría cada poro de mi piel provocando un terrible miedo en mi interior. Mi familia estaba en peligro y yo era el causante. Eleanor se arriesgó demasiado y, junto a mi egoísmo desmedido de querer tener a mi propia descendencia, logramos poner en riesgo a ambas.

Di media vuelta rumbo al hospital, me sentía agitado y preocupado. No podía creer que esto estuviese pasando. De pronto sentí un zumbido en mis oídos y volví a detener el auto, algo terrible estaba pasando. Un ciervo desorientado casi impacta contra el auto y una bandada de aves se apresuró a recorrer el cielo en dirección opuesta a la ciudad. Un destello de luz hizo que se afectara mi vista y ese fue el detonante para lo peor.

El suelo comenzó a temblar fuertemente y mi auto se balanceaba de un lado a otro sin control. Los árboles a mi alrededor estaban moviéndose en cualquier sentido y la sensación del suelo moviéndose la comencé a sentir dentro de mí. Salí del auto, no quería sentirme atrapado aunque realmente no podía huir a ningún sitio, no tenía equilibrio y me tiré al suelo cubriéndome la cabeza y el cuello con ambas manos. Debía permanecer así o de lo contrario iba a salir herido, mi auto no era seguro en movimiento así que lo mejor era esperar.

Unos pocos segundos después sentí que el zarandeo empezaba a calmarse y respiré profundamente antes de ponerme de pie. La sensación aún seguía dentro de mí pero sabía que el suelo ya no se movía. Volví a entrar al auto y apreté el volante todo lo que pude, ya era tarde y este terremoto era señal de que ella había nacido.

***

Entré corriendo buscando la sala de maternidad, había muchísimo caos y personas heridas a consecuencias del terremoto de hace un rato. Pero mi mente no estaba preocupada por eso. Seguí corriendo y buscando, apartando a todo aquel que estuviese en mi camino. Cuando por fin llegué a la sala, no vi a Eleanor y tampoco a mi hija, entonces tomé a una doctora por el brazo haciendo que se sobresaltara.

-¿Dónde está mi esposa Eleanor? –Estaba desesperado.

-Señor, si su esposa dio a luz hoy, ya debería estar aquí. ¿Miró bien? –Su voz era mucho más calmada y poco a poco se fue liberando de mi agarre.

-Le digo que aquí no está. –Señalé dentro de la sala, donde se encontraban varias mujeres excepto ella.

-Entonces solo puede significar una cosa, que el parto no fue fácil y sigue en cuidados intensivos.

No dejé que terminara y salí corriendo. Más pasillos aparecían y cada vez más largos, hasta que por fin un par de puertas enormes de cristal, aparecieron frente a mí. Unas letras grandes con las siglas UCI era lo único que las decoraba. Me asomé un poco a través del vidrio y había un grupo de médicos alrededor de una cama, con muchísimos equipos conectados a esa persona.

Un vacío me inundó, no podía ser que fuera mi esposa, lágrimas comenzaron a salir y las sequé bruscamente para seguir observando hasta confirmar mi sospecha. Uno de los doctores comenzó a desconectar los equipos y en ese momento mi mundo se vino abajo, era ella.

Sentí una mano en mi hombro y por la sensación que me producía, sabía que era él, mi hermano pequeño.

-Bienvenido al mundo real, pequeño gran hermano. –Se refería a que yo era el mayor pero él era más alto. La ironía en su voz me molestaba.
-¿Qué haces aquí? –Intenté controlar mi llanto y mi dolor. Era suficiente con que él me viera así.

-Solo vine a ver a mi querida sobrina. –El tono burlón y la sonrisa despiadada me hicieron tomarlo del cuello de su camisa y estamparlo contra la pared.

-Escúchame, en la reunión de esta mañana quedamos en que íbamos a tener una tregua y mi hija pertenece a nuestro lado. Ni siquiera se te ocurra acercarte a ella o yo mismo me ocuparé de lo que no pude en su momento. –Sostuve con más firmeza su cuello y él no ponía resistencia, al contrario. Solo se reía.

-Miguel, querido, ahora mismo no haré nada. Ya te estás hundiendo en la miseria tu solito. Por tu culpa Eleanor está muerta y Angie en peligro. –Se soltó de mi agarre. –Por ahora vive con eso, de todas formas no hay peor peligro que vivir atrapado en tu sucia conciencia, sabiendo que cargas con el peso de la vida o de la muerte de dos personas muy queridas por ti.

Se acercó a mí y sus ojos azules miraron fijamente a los míos. Colocó su mano fría en mi cuello y lo recorrió hasta mi hombro izquierdo. Un destello rojo se adueñó de sus ojos, reemplazando el azul por un tono carmesí. Me estaba mostrando su verdadera naturaleza.

-Me estás haciendo el trabajo más fácil y no es mi objetivo que todo se acabe rápido. Sabes que me gusta disfrutar este juego, porque yo lo creé. Angie no es amenaza para mí, al menos por ahora. Así que dejaré que vivas como yo quiero, huyendo de mí aun sabiendo que te voy a encontrar. –Dijo casi susurrando.

-Aléjate de mí y de mi hija. Si su destino es destruirte, yo seré el primero en mostrarle cómo. No eres nada, Louis.

-Está bien, viviré deseando encontrarme con ella. –dio la vuelta dispuesto a marcharse pero antes se detuvo y así de espaldas me habló por última vez antes de desaparecer. –Por cierto, sabes que me gusta que me llames por mi verdadero nombre. –Dicho esto, desapareció tan rápido como vino.

Me quedé un momento en el mismo lugar destruido por la perdida de mi esposa y un miedo creciente gracias a mi propio hermano. 

Susurré a la nada su nombre.

-Lucifer.

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