Prólogo

Fermín corría ignorando el ardor en sus músculos, sabía que era la oportunidad que ha estado esperando durante tantos años y parar a descansar sería abrir la puerta de regreso al infierno.

No sabía dónde estaba, corría sin rumbo escuchando las pisadas y gritos a su alrededor. La oscuridad lo ayudaba a escabullirse en la noche, dejando atrás con cada paso a otros como él, que esperaba pudieran lograr la ansiada libertad.

Después de lo que él sintió cómo kilómetros, el bullicio cesó y el silencio hizo acto de presencia. La tierra bajo sus pies cambió poco a poco, hasta que el sólido frío hizo contacto con sus plantas descalzas, sólo entonces se dio cuenta que había llegado a una carretera.

Caminó por el borde de esta con la esperanza de llegar a algún lugar, no buscaba nada en específico, no tenía un hogar al cual regresar ni familia que lo esté buscando. El cansancio comenzó a apoderarse de su cuerpo, había trabajado cinco horas antes de su escape, por lo que el dolor corporal lo tenía al borde del colapso.

Empezó a sentirse mareado y de un momento a otro su cuerpo colisionó sobre el suelo. Lo último que logró captar antes de perder el conocimiento fue el sonido de neumáticos a lo lejos y luces que se distinguían en la oscuridad. Deseó con todas sus fuerzas no ser encontrado.

—Nos acaban de reportar fugas en Villa Norte y Villa Central—dijo el hombre con rostro serio y cansado. —También tuvimos un problema con la mercancía proveniente de la capital, llegó incompleta. Y en el sur, uno de los cargamentos de MRA fue incautado antes de entrar a aguas internacionales— terminó por detallar acomodándose en la silla frente a su jefe.

El rostro impasible del contrario se mantuvo mientras jugaba con el ron en su vaso. —¿No vienes a traerme solo problemas, verdad?— sonrió hacia su mejor amigo.

Este le devolvió la sonrisa antes de responder. —Suárez ya se está encargando del cargamento de MRA, interceptará la unidad antes de que lo lleven de regreso al puerto y hará la entrega personalmente hasta La Rochelle. Nos comunicamos con Sergio y nos aseguró que él había enviado lo acordado, investigará qué sucedió, pero por lo pronto ya envió un nuevo cargamento con lo restante, llegará mañana por la tarde—.

—¿Qué sucede con las fugas?—preguntó ante el silencio de su mano derecha.

—Están buscando todavía. Lograron capturar a la mayoría, pero todavía varios siguen desaparecidos—.

—Bien, asegúrate de que los insolentes sean castigados correctamente, que no les queden ganas de volver a intentarlo. Y quiero que capturen a todos, esos mocosos no se van a burlar de nosotros ¿Me entendiste?— preguntó antes de tomar un trago.

Recibió un asentimiento como respuesta.

—Una cosa más, ni una palabra de esto a ‐ — fue cortado por la presencia de quién iba a nombrar.

—¿Interrumpo?—

Cuando Fermín despertó, se dió cuenta que estaba sobre una cómoda cama en un lugar que no reconocía. Movió sus ojos por la habitación, visualizando por una ventana que el sol se estaba ocultando, junto a él había un pequeño sofá individual y enfrente una televisión. ¿Dónde se había metido?

No tuvo que cuestionarse más antes de que una mujer de unos sesenta años entrara a la habitación —Oh, que bueno que hayas despertado— la ancianita le sonrió dulcemente, —¿cómo te sientes?—.

Fermín sintió su corazón oprimirse ante aquello, no recordaba la última vez que alguien se preocupó por él. —Hola— respondió tímidamente, —bien, estoy bien— estaba más que bien, no recordaba la última vez que durmió tan cómodamente y con espacio para él solo.

—Me alegro, querido. Dormiste casi un día completo, ya me empezaba a preocupar que no despertaras— antes de que Fermín pudiera decir algo la señora volvió a hablar. — Debes estar hambriento, prepare un caldo de pollo para que recuperes energía, vamos a comer— la dulce mujer volvió a sonreír mientras lo instaba a pararse de la cama y seguirla fuera de la habitación.

Fermín lo hizo, agradeciendo que después de 20 años sea la primera vez que Dios se acuerde de su existencia.

Terminó en una pequeña cocina, donde la mujer ya estaba sirviendo dos platos de sopa. Los dejó sobre una mesita de madera con dos sillas, invitando a Fermín a tomar asiento, este agradeció en un murmuro antes de hacerlo y tomar la cuchara para empezar a comer,

—Mi nombre es María, por cierto— escuchó a la ancianita, tragando con fuerza para apresurarse a responder.

—Mucho gusto, señora María. Gracias por todo lo que está haciendo por mí, yo soy Fermín—.

—No tienes nada que agradecer hijo, no podía dejarte por ahí tirado— dijo mirándolo con algo vibrando en sus pupilas, —si no es impertinencia ¿cómo terminaste ahí?, es una zona peligrosa, seguro tu familia debe estar preocupada por ti, ¿quieres llamarlos para decirles que estas bien? Si quieres también puedo llevarte hasta tu casa— ofreció de forma amable.

El rostro de Fermín decayó ante aquello —uh, no es necesario, no tengo a quien llamar— dijo bajito.

—Oh, entiendo— dijo comprensiva, —entonces, ¿dónde vives?—.

Fermín se rascó la nuca con nerviosismo, no sabía qué responder. Ante esto, María volvió a hablar.

—Bueno, no importa, si quieres puedes quedarte esta noche también, de hecho, estaba pensando en alquilar esa habitación, ha estado vacía por mucho tiempo—.

—¿En serio?— preguntó con desconfianza, como si la mujer quisiera burlarse de él.

—Sí, la habitación era de mi hijo, pero desde que murió no he sabido qué hacer con ella— dijo con un deje de tristeza en su voz.

—Lo siento— se disculpó apoyando su mano sobre la mujer de forma tímida.

—No te preocupes querido, mejor comamos antes de que se enfríe la sopa—.

Comieron en silencio después de aquel intercambio, al terminar, Fermín se ofreció a lavar los platos. Lo hizo, terminando por secarlos y ponerlos en la pequeña repisa. Finalmente se dio la vuelta, justo en ese momento, María entró con una muda de ropa en sus manos.

—Supongo que quieres ducharte antes de dormir, ten, para que estés cómodo— le entregó las prendas de ropa.

—Gracias— respondió dejándose guiar al baño.

Al ingresar, cerró la puerta y dejó lo que tenía en manos sobre el estante de madera. Soltó un suspiro mirándose al espejo, solo en ese momento se permitió sonreír con felicidad. ¡Lo había logrado, por fin era libre! Rápidamente metió su mano dentro de su pantalón, sacando un par de billetes arrugados. Era lo único que pudo llevarse consigo, las propinas de ese día que no llegaron a quitarle debido al caos que estalló, contó los billetes dándose cuenta que eran 70 euros.

Rio dejando escapar lágrimas de impotencia, 5 años en ese maldito lugar y al parecer era cierto lo que le dijeron al llegar, eran personas que no valían nada. Se las secó con frustración, seguramente lo están buscando, a partir de ahora debía dejar eso atrás y enfocarse en ser una nueva persona.

Se desvistió y se metió a la ducha, sorprendiendose cuando al abrir el grifo, el agua salió caliente. Lágrimas volvieron a salir de sus ojos, desde que tiene uso de razón, han sido contadas las veces que tomó un baño caliente, la primera fue cuando cumplió quince y lo prepararon para llevárselo al infierno, la segunda y última fue su primer día de trabajo ahí.

Mientras lloraba bajo el agua, se dio cuenta que no sería fácil dejar lo que vivió atrás, sería algo con lo que tendría que cargar toda su vida.

Después de treinta minutos salió de la ducha, no sabía cuándo podría volver a disfrutar de algo así y quería aprovechar la oportunidad al máximo. Se colocó la ropa limpia y salió buscando a María por la casa, la encontró viendo televisión en el salón.
—Ven, hijo, ¿no quieres ver la tele un rato?—

Fermín se emocionó ante ello, donde creció no los dejaban ver televisión. Asintió sentándose junto a María en el sofá, un programa de cocina se reproducía en la pantalla mientras disfrutaban en silencio. Cuando este terminó, empezó un programa concurso donde los participantes debían adivinar preguntas para ganar dinero.

En medio de este, notó como María se había dormido, se preguntó si debía despertarla, pero el temor de que apagara la tele si lo hacía hizo que se abstuviera. Justo cuando los créditos del programa aparecieron, María despertó.

—Madre mía, que sueño tengo— dijo bostezando, —me voy a la cama, cariño, si quieres puedes seguir viendo la tele— ofreció.

Fermín se lo pensó, estaba tentado a aceptar; sin embargo, no quería abusar de la hospitalidad de la mujer. —No, gracias. Yo también quiero descansar— se forzó a responder con una sonrisa.

Apagaron la TV y las luces mientras se dirigían por el pasillo a las habitaciones, antes de ingresar a la suya, María se volteó hacia Fermín —si necesitas algo por la noche no dudes en despertarme. Ten buena noche, cariño— dejo un dulce beso en su mejilla, tomándose unos segundos para mirarlo con ojos brillantes antes de ingresar a su habitación, cerrando la puerta trás sí.

Fermín no lo sabe, pero aquella mujer lloró en la soledad de su dormitorio, él le recordaba muchísimo al hijo que había pérdido hace tanto.

Lo que sí sabe, es que su corazón se calentó y latió con fuerza ante aquello, se preguntó si así se sentiría tener una madre, lástima que era una respuesta que nunca podría conocer.

Sacudió la cabeza ante eso, no quería ponerse triste nuevamente. Se dirigió a su habitación, procurando cerrar la ventana y persiana, una vez hecho, se acostó en la cama dejando la luz de la pequeña lámpara prendida, tenía miedo de quedarse a oscuras.

Mirando al techo, empezó a cuestionarse. Había logrado escapar, ¿cuál era el siguiente paso?, era claro que tenía que conseguir un trabajo, pero, ¿cómo?, ¿dónde se quedaría hasta entonces?, ¿tendría que dormir en la calle?, ¿realmente todo ha terminado?, ¿lo encontrarán esas personas?
¿Por qué él?, la pregunta que rondaba su cabeza desde hace años, ¿se lo merecía realmente?

Con todas esas interrogantes, el cansancio se apoderó de él, dejándolo dormido en poco tiempo.

Manos se paseaban por todo su cuerpo, él estaba indefenso mientras hombres desconocidos lo tocaban a su antojo. No podía gritar, no podía moverse y la sensación quemaba en su cuerpo.

—Te gusta, ¿verdad?, pequeña zorra— una voz gruesa dijo mientras lo agarraba por el cabello.

Sentía una mano moviéndose en su polla, mientras una boca chupaba obscenamente su pezón derecho, no podía sentir más que asco y repulsión, no era la primera vez que sucedía y aún así no podía ser indiferente ante la sensación.

Sacó fuerzas logrando sacudirse apenas, lo que le valió una bofetada en la mejilla.

—¿Tú eres estúpido, cierto?, aprende tu lugar. No eres nadie, solo estás aquí para complacer, un agujero para follar, ¿entiendes?— escupió en su cara, tirando con fuerza de su cabello.

De repente ya no estaba ahí, estaba en el exterior, corriendo a la salida mientras era perseguido por el séquito de hombres.

Cada vez se le acercaban más, hasta que en algún punto lograron atraparlo. Lo cargaron, llevándolo de regreso mientras él peleaba con todas sus fuerzas.

—¡No, no! ¡Sueltenme!— tiraba patadas al aire intentando safarse, los hombres a su alrededor solo se burlaban propinándole golpes. —¡No! ¡No!—

—¡Fermín!—

El grito y las sacudidas lo hicieron despertarse, tenía la respiración agitada y estaba empapado de sudor. De repente, sintió la vergüenza llenarlo por completo, había mojado la cama por el miedo.

María lo miraba preocupada, sentada junto a él al borde de la cama. —¿Una pesadilla, hijo?— preguntó mientras apartaba de forma cuidadosa los mechones que se pegaban a su frente.

Fermín no pudo más, se puso a llorar ante ello. Qué más desearía él que solo fuesen pesadillas.

Ante el llanto desconsolado, la mujer lo abrazó contra su pecho de forma maternal. Lo dejó acurrucarse mientras le acariciaba la espalda de forma reconfortante, sabía que necesitaba desahogarse y ella estaría ahí para contenerlo.

Después de una larga hora, en la que Fermín lloró sin parar, las lágrimas dejaron de salir. En la habitación solo quedaba el sonido de su respiración tratando de regularse, mientras las caricias no se detenían.

Se sintió patético, llorando como un bebé, mientras sus pantalones estaban húmedos por la orina. Se sintió de nuevo como el pequeño Fermín de seis años, que estaba en la misma situación pero que no tenía un pecho en el cual recargarse a diferencia de él.

—Lo siento, lo siento mucho— se disculpó sintiendo que podría empezar a llorar de nuevo. —No quería hacerlo, por favor, no me eches— rogó, — las lavaré ahora mismo y dormiré de pie, pero déjame quedarme— su respiración volvía a agitarse, mostrando que en cualquier momento tendría otro ataque.

—¡Ey, Ey!, tranquilo cariño, todo está bien— María se apresuró a calmarlo. —Solo son unas sábanas, lo importante aquí es si tú estás bien—.

Fermín se calmó ante aquella respuesta. —Lo siento, solo recordé algo que me hizo sentir mal— contestó.

—¿Quieres hablar sobre ello? Sé que no nos conocemos, pero te juro por mi hijo que puedes confiar en mi—

—Es una larga historia— respondió indeciso.

—No importa, tenemos tiempo— le regaló una pequeña sonrisa —¿Qué te parece si vas a darte una ducha mientras yo preparo algo de chocolate caliente?— .

Los ojos de Fermín brillaron tímidamente ante el ofrecimiento, el chocolate caliente era uno de los pocos buenos recuerdos que tenía en su vida. —Está bien— aceptó fácilmente saliendo de la cama para dirigirse al baño.

Se dió una ducha rápida, saliendo con la toalla alrededor de la cintura pues se había olvidado de traer su propio pantalón al baño. Se dirigió a la habitación a cambiarse y se encontró con la cama limpia y un pantalón de dormir sobre esta. Cuando terminó de ponérselo, María entró por la puerta con dos tazas humeantes.

—Aquí tienes, cariño— le dijo entregándole una de las tazas.

Fermín le agradeció con una pequeña sonrisa, tomando asiento en la cama con cuidado. María tomó asiento frente a él, lista para escuchar su historia.

—Yo, bueno, uh- —Fermín no sabía cómo empezar, nunca tuvo la oportunidad de conocer a alguien como para contar su vida. —Mis padres me abandonaron cuando era un bebé— inició, —crecí en una casa hogar junto a otros niños como yo. Era un lugar horrible, las personas que trabajaban ahí no tenían paciencia, no nos dejaban jugar, ni hacer mucho ruido, no nos dejaban ver la televisión y nos mantenían prácticamente todo el tiempo en las habitaciones excepto a la hora de aseo y comida—.

—Nos castigaban si hacíamos algo mal, nos obligaban a dormir de pie en una esquina de la habitación— Fermín sintió dolor ante el recuerdo. —Conforme íbamos creciendo, las reglas iban cambiando, los golpes empezaron a llegar y el encierro aumentaba cada vez más, las duchas se redujeron y las comidas también—.

—En algún punto notamos que esto cambiaba para las personas que estaban por cumplir los quince años. Ellos nos decían que debido a la cantidad de niños que acogían, no podían mantenernos hasta los dieciocho y que por eso nos dejarían ir tres años antes—.

—Vi a muchos amigos irse, había vivido con ellos toda mi vida y me alegraba verlos felices por salir de ese horrible lugar— tomó una pausa para darle unos sorbos a su chocolate. —Estuve esperando mi momento impaciente hasta que llegó mi turno. Recuerdo que ese día me dejaron ducharme con agua caliente como regalo de cumpleaños, me arreglaron, me pusieron algo de maquillaje y me regalaron ropa nueva. Me hicieron sentir que mi vida mejoraría a partir de ese momento—.

—Me sacaron de la casa por primera vez en quince años. En el patio de enfrente, una camioneta negra esperaba estacionada junto a la directora del lugar y un hombre que nunca había visto antes—.

—¿Qué te parece?— preguntó la mujer.

El hombre se acercó hasta él, inspeccionándolo de cerca. Dio una vuelta a su alrededor, mirándolo de pies a cabeza, antes de asentir con la cabeza

—Me lo llevo— hizo un gesto con la mano e inmediatamente otro hombre salió de la camioneta con un maletín negro que le entrego a la mujer. Esta se apresuró a tomarlo, dándole a cambio un sobre.

—Yo no entendía qué estaba sucediendo. La directora simplemente me dijo que me fuera con ellos y me portara bien, que me darían un trabajo y hogar para empezar a insertarme en la sociedad. Le dí las gracias por la oportunidad y me subí a la camioneta cuando el hombre del sobre me abrió la puerta—.

—No sé qué sucedió durante el viaje, en algún punto me dormí y cuando desperté estaba en una habitación. Era inmensa, tenía una cama grande en el medio, sobre la cual colgaba una lámpara de cristales. No había ventanas pero había dos puertas en extremos opuestos—.

—Antes de que pudiera dirigirme a alguna de ellas, el hombre, que identifique como el jefe, entró en la habitación—.

—Hola, Fermín. Que bueno que estás despierto, así te preparas para empezar a trabajar— dejó unas prendas sobre la cama, él supuso que sería su uniforme de trabajo.

—Señor— llamó tímido, —¿qué tengo que hacer?—.

El hombre sonrió antes de responder, —Hoy es tu día de suerte, tu trabajo será súper sencillo, solo tienes que seguir las indicaciones que te demos sin protestar, ¿puedes hacer eso, cierto?— Fermín asintió ante aquello. —Excelente, por lo pronto puedes darte una ducha y ponerte la ropa que traje, tienes una hora— salió nuevamente después de decir aquello.

—Me dejó solo e hice lo que me pidió. Me dirigí a la puerta cerca a la cama, encontrando un baño, me duche con agua caliente por segunda vez y al terminar me coloqué la ropa. Me sentí muy incómodo, eran unas prendas demasiado pequeñas y ajustadas, pero no me cambié de nuevo porque tenía miedo de que me regresaran a la casa hogar por desobedecer—.

—Regresé a la habitación y me senté en la cama a esperar. Poco tiempo después el hombre volvió acompañado de un señor alto y corpulento—.

—Parece dócil así que no creo que te dé problemas, pero si fuese el caso estoy seguro que podrás controlarlo fácilmente— rio.

Se acercó hasta él y lo tomó del rostro —escucha, este será tu primer trabajo ¿sí?, hazle caso al señor en todo, portate bien— sonrió ante el asentimiento. —Buen chico—.

—Después de aquello salió de la habitación dejándome con ese hombre. Empezó a tocarme mientras me pedía que me quitara la ropa, no pude hacerlo, él solo me gritaba mientras yo trataba inútilmente de alejarlo—. El rostro de Fermín ya estaba rojo y lleno de lágrimas antes los recuerdos de aquella noche. —Le pedí que parara, le supliqué, lloré y rogué, pero él siguió tocándome, no se detuvo. Él me- me…— no pudo terminar de decirlo.

María se apresuró a abrazarlo, ella también lloraba de forma silenciosa ante el relato. El niño en sus brazos había pasado por una experiencia horrible y traumática, se preguntó si su hijo se había sentido de esa forma antes de morir.

Fermín se dejó abrazar, llorando ante el recuerdo pero decidido a contarlo todo, no se veía capaz de tener que revivirlo en otro momento. —Después de aquello, me sacaron de esa habitación y me tiraron a otra, esta estaba repleta de jóvenes como yo. Encontré a algunos de mis antiguos compañeros de la casa hogar, ellos solo me miraban con lástima y comprensión, habían pasado por lo mismo—.

—Con el transcurso del tiempo comprendí cómo funcionaban las cosas ahí. No nos dejaban morir y a cambio teníamos que pagarles con nuestra libertad— terminó por decir. —Simplemente pasaron los años, nuestra lucha se apagó con el tiempo y cada vez que alguien intentaba escapar era castigado de forma cruel, yo mismo lo experimenté una vez— se estremeció ante el recuerdo de lo que le hicieron.

—No sé exactamente qué sucedió ayer pero una explosión sonó y comenzó un pequeño incendio. Entre el pánico de los clientes y los intentos por apagar el fuego, algunos tomamos la decisión de escapar. Mezclados entre la gente huímos al exterior, empezamos a correr siendo perseguidos por esos hombres. Yo solo corrí sin detenerme hasta que llegué al lugar en donde me encontraste—.

María no tenía palabras que decir, nada podría reconfortar al menor en sus brazos, así que creyó que lo mejor sería contarle sobre su propia historia.

—Mi hijo se llamaba Pablo, era un muchacho lleno de vida y muy trabajador, le gustaba ayudar a los demás, creía que hacía del mundo un mejor lugar— recordó —lo encontraron muerto en la carretera hace 20 años—.

—La última vez que lo vi, se despidió con un abrazo, me dijo que volvería temprano y lo esperara para la cena. Pasaron las horas y él nunca llegó, con preocupación fui a poner una denuncia por desaparición, mi corazón me decía que algo malo le había sucedido—.

—Fue tres días después que lo encontraron, lo habían abusado sexualmente antes de asfixiarlo y abandonarlo— las imágenes del cuerpo de su hijo aparecieron en su cabeza.

Sintió como Fermín se apretaba más contra ella, dos corazones rotos brindándose calidez y consuelo entre sí.

—¿Seguiste mis instrucciones?— el hombre asintió con una pequeña mueca. —Si quieres decirme algo escúpelo ya, ¿qué sucede?—.

Suspiró con molestia, no le gustaba hacer las cosas a medias pero esta vez, había escapado de su control —es sobre las fugas, logramos encontrar a la mayoría, tres murieron y cuatro siguen desaparecidos— le extendió un sobre. —Estas son las fichas de quienes escaparon, las enviaron desde las villas, tienen una antigüedad de siete a cuatro años—

El hombre abrió el sobre y extendió las hojas sobre el escritorio, cuatro nombres, cuatro fotos y datos adicionales como fechas de nacimiento, tipo de sangre, estatura y descripciones generales. Se rasco la barba observando las fichas, por supuesto que no lo iba a dejar pasar.

—No importa lo que tengas que hacer, tráemelos, su vida me pertenece y no voy a permitir que sean libres tan fácilmente— endureció el rostro, observando una de las fichas con insistencia.

"FERMÍN"  leyó arriba de la foto.


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Esto iba a ser un OS pero después de escribir el inicio me di cuenta que iba a ser algo largo. No más de 5 capítulos.

Y desde ya, la idea fue de _kimlove así que cuando quieran funar a alguien, ya saben a quien.

En fin, capítulo 1 quizá por la noche. ✨

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