C1- El inicio del fin
Han pasado tres meses desde aquella noche.
Para Fermín había sido complicado hacerse un lugar en la sociedad, era un hombre sin apellido, ni estudios, ni certificados, no tenía absolutamente nada de lo que pudiera valerse para empezar a construir su nueva vida.
Está seguro que ya hubiese muerto o lo hubiesen encontrado si no fuera por María, ella lo acogió como su hijo, le dio un lugar donde dormir y ha tratado de que no le falte lo necesario dentro de sus pequeñas posibilidades.
Se sentía infinitamente agradecido con la mujer, él creía que era su ángel de la guarda enviado a cuidarlo. No obstante, se sentía mal abusando de su generosidad, sin poder retribuirle o colaborar con los gastos debido a que no era capaz de conseguir un trabajo.
Se presentó a muchos lugares, buscando cualquier puesto en el que pudiera empezar a ganar dinero, siendo rechazado en todos por la falta de confianza ante alguien que podría desaparecer sin dejar rastro de que existió alguna vez.
Fue así que terminó en un bar, el único lugar dónde no le pedían ningún tipo de información relevante para contratarlo como mesero. Por supuesto que no le agradaba la situación, el ambiente le traía muy malos recuerdos pero lamentablemente era eso o seguir siendo un lastre.
Cuando volvió a casa esa noche, le comentó a María sobre el empleo.
—¿Cómo te fue hoy, conseguiste algo?— María le preguntó con interés sirviendo dos tazas de café.
—Todo igual que ayer, nadie quiere contratar a un don nadie— respondió recibiendo la taza que le extendían.
—No te desanimes hijo, veras que ya encontrarás algo pronto— trató de reconfortarlo.
Fermín bebió su café, sopesando si contarle a la mujer sobre el trabajo de mesero, sabía que a ella tampoco le agradaría la idea y no quería que se disgustara con él por considerarlo.
—Mmmm, bueno, de hecho, si hay algo— contestó en tono bajo.
—Oh, te dije que era cuestión de paciencia. ¿Sobre qué es, cariño?— se alegraba por Fermín, se merecía que le dieran una oportunidad.
—Es una plaza para mesero, en un bar de la zona sur—.
La anciana cambió su expresión ante aquello —¿la zona sur?—.
—Sí. Sé que dijiste que es una zona peligrosa y debería evitarla, te juro que lo hice, pero vi la solicitud en un anuncio y me dije que no perdía nada preguntando. No me piden papeles ni experiencia, podría empezar a trabajar mañana mismo—.
—No creo que sea buena idea, ¿por qué crees que contratan así como así? Algo no me da buena espina sobre esto—.
Fermín suspiró, él también se había cuestionado aquello y había concluido que ese lugar no debía ser bueno; sin embargo…—Yo tampoco estoy entusiasmado con la idea, el lugar no me gusta mucho, pero es lo único que tengo en este momento. No será nada permanente, solo hasta que pueda conseguir otro trabajo o juntar algo de dinero, lo prometo. Además no correría ningún riesgo, podría darles un nombre y dirección falsa, si algo va mal simplemente no regresaría nunca más—.
En el rostro de la mujer se notaba el temor y la duda, por lo cual agregó —Sé que todavía me están buscando, es por ello que también necesito el dinero, juntar lo suficiente para poder empezar en otro lugar, lejos de todo esto— la tomó de las manos mirándola con cariño. —Te agradezco muchísimo todo lo que has hecho por mí, por eso no puedo dejar que sigas cargando conmigo aunque lo hagas de todo corazón— con delicadeza le limpió una de las lágrimas que se le escaparon.
—No quisiera que te vayas, perdería un hijo por segunda vez—.
Fermín sintió sus ojos llenarse de lágrimas ante esas palabras —no te preocupes por eso, falta mucho todavía— la abrazó, —además, siempre puedo llevarte conmigo—.
María rio ante aquello, dejando la tristeza de lado.
—Te recordaré eso llegado el momento, cariño— respondió separándose del abrazo con una sonrisa.
—Por favor sí—.
—¡Hecho! Entonces, ¿mañana empiezas?—
—Supongo que sí. Me dijeron que el horario era de 8pm a 5am y que la paga serían 1200 euros más las propinas— María escuchaba con atención. — Me viene de maravilla, así puedes seguirme enseñando durante las tardes y aprovecharía las mañanas para dormir—.
Se quedaron en silencio después de aquello, se dedicaron a terminar sus cafés y comer las magdalenas sobre la mesita.
Al día siguiente, sobre las seis de la tarde, Fermín estaba listo para salir hacia su lugar de trabajo.
—Espero que todo vaya bien, cariño— dijo María dándole un abrazo. —Ten— le entregó un pequeño celular antiguo —no iba a estar tranquila sabiendo que ante cualquier problema no podrías comunicarte conmigo. Cualquier cosa llámame, ¿si? Mi número y el teléfono de casa están agendados—.
—Muchas gracias— la volvió a abrazar con fuerza, —no te preocupes, todo saldrá bien— con eso dicho, salió rumbo a la parada de autobús.
Llegó al local una hora antes de lo acordado e ingresó encontrándose al encargado que habló con él ayer.
—Hombre, pensé que ya no volverías— dijo, llamando la atención de otros pocos empleados que había en el lugar.
—Hola, claro que no, de verdad necesito el trabajo— dijo tímido ante la atención.
—No te preocupes, todos aquí lo hacemos— le dio una palmada en el hombro. —Por cierto, ¿cómo te llamas? no lo mencionaste ayer—.
—Martín, Martín López— contestó con una sonrisa nerviosa.
—Pues bienvenido Martín, puedes ir a ponerte el uniforme en lo que incluyo tu nombre en el contrato, sólo necesito que me dejes tu identificación— dijo poniendo sobre el mostrador el uniforme.
—¿Mi identificación?—.
—Sí, ya sabes, es por protocolo para incluirla en el contrato—.
Fermín se puso nervioso ante aquello, claramente él no tenía una. —Uh, no la traje. No creí que fuese necesario—.
El hombre lo miró por un momento antes de encogerse de hombros —pues ya está, escríbeme aquí tu nombre completo y el número de carnet— sacando de su camisa un bolígrafo y una libreta se los extendió.
Fermín los tomó rápidamente escribiendo un Martín López López seguido de siete números aleatorios, lo deslizó rápidamente a las manos del encargado y tomó el uniforme.
—Voy a cambiarme, compermiso— se dio la vuelta buscando los baños.
—Espera— la voz del hombre tras él lo hizo detenerse.
Volteó despacio, casi seguro que de alguna forma habían descubierto la mentira sobre su identidad —¿si?—.
—Te faltó un número—
Fermín regresó sobre sus pasos y tomó el papel, fingiendo leerlo como si buscara en que se equivocó. Luego tachó los números escritos y los reescribió abajo agregando un cero en medio.
—Lo siento, aquí tienes— le entregó el papel huyendo ahora sí hacía los baños.
Se tomó su tiempo para cambiarse, el uniforme consistía en un polo negro ajustado y pantalones de cuero del mismo color.
Antes de salir del baño, respiró profundamente dándose ánimos, todo saldría bien, total, nada podría ser peor de lo que ya vivió.
Una vez fuera notó como sus compañeros se quedaban mirándolo, ¿acaso se veía mal?
—Vaya, tenías bien escondida esa figura, eh— el encargado apareció con unos papeles en mano.
Fermín se sonrojó ante aquello soltando una sonrisa tímida aunque incómoda.
—En fin, aquí está el contrato, léelo y fírmalo, lo puedes hacer ahora o si prefieres tráelo mañana— le extendió las hojas impresas, —sígueme, te enseñaré donde puedes guardar tus cosas—.
Lo guió a través de una puerta que tenía un letrero de “solo personal autorizado”. En la habitación habían casilleros de metal y bancas de madera repartidas.
—Este será tu casillero— le señaló uno tenía las llaves colgadas en la puerta. —Descuida, puedes dejar tus pertenencias tranquilo que nunca se ha perdido nada—.
—Gracias— rápidamente metió el contrato, su ropa y su pequeño teléfono, guardando la llave en el bolsillo de su pantalón.
—Bien Martín, te voy a explicar exactamente que debes hacer— habló con autoridad. —Tu trabajo consiste en atender a los clientes, te asignaremos una zona específica pero si te llaman de otras mesas para atenderlos tienes que hacerlo. Tienes que cobrar antes de servir los tragos y mantenerte al margen ante cualquier situación, ¿alguna pregunta?—.
Fermín negó, entendía de qué iba el trabajo.
—Ah, una cosa más, este es un bar temático, tenemos shows de baile en vivo todos los días y para cuidar a nuestros bailarines protegemos sus identidades con antifaces— sacó un antifaz negro de su bolsillo y se lo tendió —ten, para armonía del lugar todos los trabajadores deben portar uno—.
Fermín lo tomó y se dirigió a un pequeño espejo colgado en una de las paredes, frente a este se lo colocó mirando su reflejo. El antifaz tenía pequeños brillos en el centro, era realmente bonito.
—¿No eres bailarín por casualidad? Te pagaría el triple— bromeó el encargado.
Fermín rio tímido ante aquello —la verdad no lo sé, tal vez lo intente algún día—.
Y eventualmente sucedió.
Fermín se había enamorado de los bailes desde su primer día. El movimiento delicado y sensual de los bailarines, la forma en la que su vestuario se movía con ellos, hipnotizando a los que presenciaban el espectáculo.
Pasaron dos meses antes de que se decidiera a intentar aprender, se había hecho amigo de sus compañeros de trabajo y gracias a ello tomó valor para pedirle a Raphy, uno de los mejores bailarines, que le enseñara a bailar.
No fue difícil, al contrario, parecía que había nacido con un don natural para el baile. Sus movimientos eran siempre delicados, balanceándose suave sobre sus articulaciones, era una maravilla verlo bailar.
Era una faceta suya que guardaba con recelo para él mismo y de la que solo se permitía disfrutar en la seguridad de su hogar.
Por supuesto que su intención nunca fue terminar como bailarín en el bar donde trabajaba.
Sucedió de manera inesperada, uno de los bailarines había sufrido un accidente e iba a estar fuera de los escenarios por al menos tres meses.
—¿Por qué no te postulas para ser el nuevo bailarín?— Raphy le cuestionaba mientras se arreglaba para esa noche.
Fermín se sonrojó ante la idea —me moriría de la vergüenza ante tanta gente— respondió tímido. —Además, no soy tan bueno como ustedes—.
—¿Bromeas? ¡Bailas incluso mejor que yo!, eso no es justo, ¡yo fui quién te enseñó todo lo que sabes!— hizo un pequeño puchero. —Además, ¿vergüenza por qué? Con el antifaz nadie te reconocería. Piénsalo, trabajarías menos horas y ganarías más dinero—.
Fermín reflexionó ante aquello. Por supuesto que todavía seguía su plan de juntar dinero para poder irse a otra ciudad. Su sueño era poder estudiar y trabajar para ayudar a las personas que habían sufrido abusos como él.
Su trabajo como mesero si bien no era pesado, le quitaba mucho tiempo, solía pensar en que si trabajara menos podría acompañar más tiempo a María en lugar de dormir durante gran parte del día.
—Tal vez tengas razón, quizá lo haga— respondió regalándole una pequeña sonrisa.
Dos días después, Fermín le solicitó al encargado el puesto de bailarín.
—Veo que te tomaste en serio lo de intentarlo— rio recordando las palabras de Martín. —Está bien, hoy será tu día de prueba, si al público le gusta tu presentación serás el nuevo bailarín—.
Fermín se sintió nervioso ante aquello —¿hoy?—.
—Sí, cuanto antes mejor. ¿Hay algún problema?—.
—¡No!, quiero decir, no, no hay ninguno—.
—Bien, entonces ve a prepararte. Yo cubriré tu zona por hoy—.
Fermín salió de la oficina y se dirigió al camerino de los bailarines, donde encontró a Raphy preparándose para esa noche.
—Necesito tu ayuda—.
—Claro cari, dime qué sucede— le respondió mirándole a través del espejo.
—Solicité el puesto de bailarín. Hoy me presentaré como prueba—.
Raphy volteó rápidamente mirándolo con emoción —¿en serio? ¡Eso es genial!— le dijo parándose de la silla y haciéndolo sentarse, —venga, no te quedes ahí. Tengo que arreglarte y elegir tu vestuario—.
Fermín se dejó hacer, confiaba en Raphy y estaba seguro que su amigo daría lo mejor de sí para ayudarlo a obtener el empleo.
Sintió como después de largos minutos por fin Raphy dejaba de ponerle cosas en la cara y se alejaba de él. Lo vio acercarse a los percheros de los vestuarios y pasar uno por uno hasta sacar un conjunto negro con destellos dorados.
—¿Qué te parece este? El negro hará resaltar tu piel pálida y el dorado combina con tu cabello— habló emocionado.
—Es hermoso— dijo tocando la suave tela.
—¿Qué esperas? Póntelo— lo puso de pie y lo empujó hasta el baño. —Vamos, apúrate, quiero ver cómo te queda—.
Fermín entró al baño y se detuvo frente al espejo para pensar. ¿Realmente lo haría? El tiempo que llevaba ahí se había acostumbrado al ambiente del lugar, no había tenido problemas con algún cliente y tampoco había visto a alguno de sus compañeros tenerlos.
Lo que más le incomodaba quizá era las miradas que les dirigían a los bailarines, que a diferencia de la suya, la mayoría estaban llenas del mismo brillo malicioso que tenían los hombres que abusaban de él en noches pasadas.
Quizá era eso a lo que Fermín más le temía, pues todavía se estremecía ante el recuerdo de aquello. Sin embargo, aquí las cosas eran diferentes, no los vendían como un objeto de placer, es más, estaba prohibido tocarlos y quien lo hiciera era sacado y vetado del lugar.
Eso era lo que terminó por hacerlo decidirse, de alguna manera debería empezar a superar lo que vivió y poder desenvolverse entre ese tipo de personas sin temblar de miedo sería un gran avance.
Se colocó el vestuario, sintiéndose bien ante su reflejo. No era una persona atlética pero su contextura es delgada y para él, su figura era bonita pues la ropa se acomodaba de forma perfecta en los lugares que debía.
Unos toque en la puerta lo hicieron dejar de mirarse. —¿Ya, cari? Me voy a morir de viejo esperándote—.
Fermín rio ante aquello y con valor, se dirigió hacia afuera, donde Raphy lo recibió con una mirada de asombro. —Ya te vale tú, estás guapísimo, nos vas a robar la atención—.
Fermín se sonrojó murmurando tímidamente un agradecimiento.
—Falta el detalle final— dijo Raphy abriendo un cajón y sacando una máscara del mismo. —Aquí tienes, esta es la máscara que use yo mi primer día, espero que te dé suerte aunque no la necesitas—.
Fermím le dio un abrazo —Muchas gracias por todo—.
—No tienes que agradecerme, te veo como un hermanito menor— el rubio se sintió un poco mal ante ello, confiaba en Raphy y lo quería mucho, pero ni siquiera podía decirle su verdadero nombre sin temer que se le escapara y terminaran descubriendo su mentira.
—Ahora, si me disculpas, permiso que debo terminar de prepararme—.
Fermín lo vio sentarse y seguir con lo suyo, entonces se permitió perderse en sus pensamientos deseando que todo saliera bien.
Tres horas después, Fermín temblaba nervioso, él sería el siguiente en presentarse. Escuchó los aplausos y gritos de los clientes mientras veía entrar a uno de sus compañeros por la cortina principal.
Una nueva canción resonó por los altavoces y supo que esa era su señal, respiró hondo y a pasos cortos caminó hacia la pasarela de baile.
Íñigo se encontraba frustrado, se supone que tenía una reunión para hablar sobre la nueva distribución de mercancía en la zona y ya lo habían hecho esperar más de veinte minutos.
Él había venido desde la zona centro y aún así llegó puntual, al parecer a su socio no le interesaba tanto. A él no le importaba, se desharía de él y encontraría uno mejor y más eficiente.
Decidió que era suficiente, si bien había un buen ambiente en el lugar, lo único que salvó su noche fueron las presentaciones en vivo que el lugar ofrecía.
Desde su reservado VIP disfrutó mucho de los bailarines que ofrecían sus sensuales movimientos para deleite del público. Quizá se llevaría alguno para follar y mejorar su improductiva noche.
Estuvo a punto de retirarse cuando otro de los bailes finalizó, tomo de su trago y antes de poder levantarse uno de sus hombres se le acercó.
—Acaba de llegar el buitre, jefe— le dijo con rostro serio.
Íñigo asintió por respuesta y el hombre regresó a su posición. Se quedaría a resolver la situación para no haber hecho el viaje en vano, pero definitivamente le costaría caro al inútil ese haberlo hecho esperar.
Se acomodó en el sillón esperando que apareciera, mientras tanto sus ojos se dirigieron al escenario, dónde un nuevo bailarín comenzaba con su shows.
A diferencia de los anteriores, notó que empezó a moverse con pasos tímidos y un poco torpes. Se rió para sus adentros, no tenía pinta de ser buen bailarín. Sin embargo, conforme pasaban los segundos, sus movimientos se volvían más confiados y firmes.
Tenía que admitir que se equivocó, para mitad de la canción los movimientos ya eran delicados pero sensuales, se movía con gracia al son de la música. No hacía muchos pasos atrevidos pero era inevitable no escanear su cuerpo, tenía un gran trasero que resaltaba gracias a la curva de su espalda baja.
La canción terminó y todo el lugar estalló en gritos y aplausos, al parecer no era el único que había quedado hipnotizado con el chico.
Lo vio sonreír antes de darse la vuelta y meterse tras las cortinas al final del escenario.
—Estoy seguro que ese es nuevo— solo entonces notó la presencia del otro hombre en el rincón privado.
—Pensé que no llegarías, ya estaba buscando tu reemplazo— respondió con total seriedad.
El hombre trago nervioso ante aquello —Vamos Martínez, tuve una pequeña emergencia, sabes que en este negocio siempre ocurren cosas. Además se ve que estuviste entretenido mientras no estaba, ni si quiera me notaste por andar pegado al baile, aunque no te culpo, ese último bailarín fue todo un espectáculo—.
—Mencionaste que era nuevo, ¿cómo lo sabes?— le preguntó.
—Vengo frecuentemente, tengo que controlar que todo marche bien— le respondió con cinismo.
—Bien, entonces ya sé cómo compensarás el haber llegado tarde. Habla con el dueño del lugar, quiero llevármelo esta noche— le respondió tomando el whisky de su vaso.
—Uh, eso no se va a poder. El dueño no los prostituye, él solo se dedica a vender mercancía y lavar dinero—.
Íñigo asintió ante aquello, al parecer el hombre frente a él era tan inútil que no conseguiría nada de él. Tendría que hacerlo por si mismo entonces.
Llamó a su mano derecha y le susurró la orden —Quiero el nombre del último bailarín y avísenme cuando se retire del lugar—.
El hombre asintió antes de alejarse.
Si algo caracteriza a los Martínez es que siempre consiguen lo que quieren.
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Si Fermín no quiere, yo sí Íñigo
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