Prólogo

La figura encapuchada corría velozmente por los pasillos fríos. Las paredes, echas de piedra helada y húmeda, se alzaban amenazantes hasta el techo, que goteaba de humedad, haciendo más difícil respirar aire caliente.
Detrás de la figura, las sombras ocultaban completamente todo lo que hubiera estado antes. La oscuridad lo engullía todo, hambrienta, imparable.

El encapuchado, cuya inmensa capa gruesa, negra como la noche sin estrellas, ondeaba tras de él tal cual bandera en vendaval, marcando el ritmo de los pasos apresurados del hombre que se escondía bajo ella, caminaba sin pausa, mirando siempre al frente. Sus facciones quedaban ocultas y seguras bajo la protección que le ofrecía la capucha, pero ni esta ni la gran capa podían ocultar las dos majestuosas e imponentes alas que florecían en su espalda, cada una dotada de fuertes y resistentes plumas verde esmeralda que las cubrían completamente.

El hombre no se detuvo. Su respiración se volvía visible debido al aire gélido que envolvía todo el lugar, pero a él no le importa nada. Ni el frío, ni la piedra, ni el echo de estar caminando directamente hacia una de las zonas más peligrosas del área.

Luego de un largo trecho, en el cual la soledad, la oscuridad y el silencio fueron su única compañía, llegó a su destino. Miró triunfante el panorama que se extendía frente a él: el pasillo terminaba en una grande y al parecer pesada puerta de hierro, con figuras y símbolos grabados toscamente sobre esta. La robusta puerta, que se extendía desde el suelo hasta el techo, ambos de piedra, estaba custodiada por otra figura, esta con una armadura plateada. Sus alas, también de plumas verde claro, se extendían a ambos lados, haciéndolo parecer más intimidante.

Pero el encapuchado no tuvo miedo ni se sintió intimidado. Todo lo contrario: le causaba un gran deleite, por no decir satisfacción, saber que, en realidad, él era quien inspiraba temor en el joven, puesto que llevaba muchos más años que este en ese lugar.

Sin perder su postura regia y confiada, inclinó ligerísimamente la cabeza, en señal de saludo

—Hace una hermosa noche, ¿no lo cree, Coronel Balban?—preguntó, con un filo venenoso oculto en su supuestamente amable saludo.

El Coronel continuó en la misma posición, pero sus labios se curvaron en una mueca de desagrado

—Ve directo al grano, Azrael. ¿Que es lo que quieres?—escupió bruscamente el joven, ignorando la amenaza oculta.

Azrael rió, un sonido ronco y atemorizante que llenó de pronto todo el pasillo.

—Vengo a ver a Lord Gabriel—anunció cuando se repuso, alzando indiscretamente el mentón.

Balban se quedó mudo, pero enseguida esta confusión se transformó en indignación.

—El señor Gabriel no te recibirá, y menos a estas horas—le rugió.

De pronto, una corriente de aire gélido recorrió el lugar, causando un escalofrío de parte de ambos. La temperatura en el ambiente bajó varios grados más.

—Déjalo entrar

La voz retumbó en eco por todo el pasillo, logrando que hasta en los rincones más apartados se oyera perfectamente. El tono era profundo y tenebroso, como un grito lastimero salido del Helled, la tierra de las almas atormentadas que quedaba entre la Tierra y la Infratierra.

Ambos, Azrael y Balban, se estremecieron al oírla, pero el primero se mantuvo firme.

—Con permiso—exclamó solemnemente; y, con un gesto despreocupado de la mano apartó al Coronel de un manotazo, ignorando la mirada de intenso odio que este le dirigía, y prosiguió a  pasar a través de las puertas de hierro, que en algún momento se habían abierto. Luego de que él pasara, estas se cerraron, sumiendo todo en la semi penumbra.

Se encontraba en una sala circular, igual de fría y silenciosa que el pasillo que acababa de dejar atrás. Había enredaderas secas abrazadas a las húmedas y agrietadas paredes de piedra. Entre las grietas del suelo se alojaba musgo, pero este lucía aplastado y sin vida, como todo lo demás en ese lugar.

En el centro de la sala, coincidentemente debajo de el único rayo de luz de todo el sitio, se ubicaba un gran pedestal de mármol, enredaderas y piedra, sobre el cual estaba moldeado toscamente un trono.

Sobre este, sentado regio e inexpresivo, con las inmensas alas verde oscuro brillante extendidas hacia arriba, se encontraba un hombre que aparentaba unos cincuenta años. El pelo, anteriormente oscuro, se había aclarado debido a la gran cantidad de canas que amenazaban por salir. Su rostro, severo y libre de cualquier expresión que delatara emociones, estaba surcado de arrugas y cicatrices por igual, convirtiéndolo en un verdadero mosaico de líneas blancas.

Todo en él inspiraba terror y respeto.

Azrael se inclinó en una respetuosa reverencia en dirección al hombre.

—Mi señor Gabriel—alabó enderezándose—Me complace informarle que todos los preparativos ya están listos

La boca del hombre se torció hacia arriba en una malévola sonrisa—Bien...bien—murmuró, pensativo—¿Seguro que no habrá inconvenientes?—preguntó, observándolo de reojo.

—Ningún inconveniente—le aseguró Azrael, comenzando a pasearse por toda la sala, con paso seguro—Los ángeles se han vuelto débiles, por lo que será fácil derrotarlos—se detuvo frente a una pared que tenía grabadas representaciones de esas...criaturas aladas, queridas por todos—Una vez que nuestro infiltrado nos abra las puertas, ya nadie podrá pararnos—escupió sobre el dibujo de un glorioso ángel, rodeado de gente que le alababa. Gruñó con desprecio—Y entonces podremos tomar el Caleum, por siempre—susurró, con una sonrisita formándose en su boca al imaginarlo.

Gabriel aplaudió despacio, arqueando las cejas—Un interesante plan, mi apreciado guerrero—dijo finalmente—Pero recuerda que para triunfar se necesita más que solo palabras bien escogidas—se levantó lentamente, y voló en dirección a la única ventana de la sala, que dejaba ver el cielo nocturno, sin estrellas. Se detuvo y la observó detalladamente—Cuando nuestro..."amigo" nos abra el portal, tienen mi autorización para proceder con el plan—declaró, sin apartar la mirada de la ventana.

Azrael hizo otra reverencia—Por supuesto, Lord Gabriel—exclamó, para luego darse la vuelta y disponerse a irse.

—Azrael

El mencionado se volteó. Gabriel lo miraba de reojo, con esos ojos verde brillante centelleando como dos bloques radioactivos

—No te atrevas a fallar

Con una última reverencia, Azrael se retiró a paso ligero de la sala, dejando a Gabriel solo con sus pensamientos.

—Muy pronto...recuperaremos lo que es nuestro—murmuró, mirando de nuevo la luna. No faltaría mucho para que el eclipse comenzara. No tenían tiempo que perder—Pronto...pronto la Orden pagará caro por lo que nos hizo. Pronto, nosotros gobernaremos los tres mundos.

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