Cap 6: El nuevo profesor

Cassiel caminaba por los pasillos. Las sombras formaban siniestras figuras a su alrededor como un manto negro que se la tragaría si daba un paso erróneo. Las pocas ventanas que habían, dos cada veinte pasos, dejaban entrar un débil rayo de la luz plateada que producía la luna llena. Su respiración creaba volutas de vapor cada vez que exhalaba, haciendo del aire un espectáculo de danza entre vapores silenciosos.

Tropezó. Puso una mano en una pared, para apoyarse, y el frío húmedo de la piedra le mordió la palma. La retiró rápidamente, jadeando sorprendida.

Un siseo cortó el silencio de la noche, como un cuchillo agitado salvajemente. Cassiel giró bruscamente, sintiendo de pronto que se formaba un nudo en sus entrañas. Presentía el peligro; lo sentía cerca.

A pocos pasos, una figura se alzaba, intimidante, sombría y peligrosa. Las sombras se agolpaban a su alrededor, como si esta fuera el centro de un tornado maligno. Parecía tapar toda la luz que se atreviera a iluminar a su alrededor. Inspiraba miedo, con una especie de aura escalofriante que hacía que la chica quedara clavada al suelo, incapaz de ejecutar ningún movimiento.

—Se nos está acabando el tiempo. ¿Novedades?

De pronto, un escalofrío le recorrió la columna a Cassiel, al sentir como otra sombra se hacía presente en la escena. Esta era claramente más pequeña, por lo qué tal vez más joven, aunque por culpa de la oscuridad no podía estar segura.

—Mi señor—pronunció solemnemente la nueva sombra, haciendo lo que parecía una reverencia servicial en dirección a la otra, como si Cassiel no existiera—Nos acaban de informar que él ha logrado entrar—anunció con cautela reflejada en su voz.

Una risotada resonó por todo el lugar, haciendo que Cassiel se tapara los oídos con ambas manos, cerrando fuertemente los ojos. Pero no servía de nada: aún así podía escuchar y ver cómo la sombra se hacía más y más grande, hasta tapar todo el entorno, cómo olas agitadas en un día de tormenta.

—Perfecto

Las ventanas, la piedra, la otra sombra, aún inclinada...todo fue engullido por él hambre maligna de esa oscuridad. Y Cassiel también.

Sintió cómo se le cortaba la respiración. No se podía mover. ¿Que estaba pasando? Tenía que salir de entre la oscuridad; tenía que...

Despertó sobresaltada, incorporándose bruscamente.

Cassiel respiraba agitadamente, y tenía el rostro perlado de sudor. Sus ojos solo veían oscuridad, cosa que no la tranquilizaba. Con las manos temblorosas, tanteó a su alrededor desesperadamente, hasta que dio con la piedra dorada que servía como generador de luz. La apretó entre sus manos, aún temblando. La habitación se inundó de pronto de un resplandor blanco leve, pero suficiente.

Cassiel exhaló aliviada. Seguía en su habitación, entre las mismas paredes que cuando se había dormido, con sus amigas Aziel y Uriel durmiendo a pocos metros de ella, ambas en sus respectivas camas, roncando como leonas.

Nada de pasillos, de sombras, ni risas malignas. Solo el mal recuerdo de una pesadilla de entre tantas.

Luego de unos minutos, dejó finalmente la piedra dorada sobre la mesita de luz, aunque esta aún brillaba. Su padre se la había regalado hacía ya cinco años, para su cumpleaños. Le había prometido que esa piedrecita siempre le traería luz, incluso cuando todo pareciera oscuridad. <<Créeme. Te será muy útil, mi lucero. Algún día.>>le había prometido cuando se la había entregado. Su padre era un aficionado de las metáforas.

Cassiel sonrió en la penumbra al recordar a su progenitor. Se secó las diminutas gotas de sudor que se habían formado en su frente con el dorso de la mano. La verdad era que no era la primera vez que tenía pesadillas así. Gracias a su telequinesia, poder heredado de su madre, Abigail Beamort, varias veces la chica lograba internarse en la superficie de la superficie del Limbo, el vacío eterno que rodeaba los tres mundos (la Tierra, el Caleum y la Infratierra).

El Limbo era un lugar inhóspito y completamente desconocido. Se sabía de su existencia tanto como Cassiel sabía de la historia de Ángel Humano y Demonio: casi nada.

Cuando ella ingresaba en la primera capa de este, quedaba expuesta a innumerables peligros, tanto físicos como mentales. Ni siquiera se había detenido a pensar en qué pasaría si hurgará más profundo.

De pronto, un gruñido rompió con el silencio sepulcral de la madrugada. Cada músculo del organismo de la chica se tensó, sintiendo cómo el miedo paralizaba cada una de sus células.

Aziel se incorporó trabajosamente en su cama, con el pelo pelirrojo revuelto como un nido de hipógrifo.

—¿Que hora es?—preguntó adormilada, con los ojos encertados. La cabeza le caía de un lado al otro, dormida, incorporándose luego bruscamente.

Cassiel casi se largó a llorar de alivio.

—¡Aziel, me asustaste!—exclamó suavemente, luego de recobrar la compostura.

La otra chica río bajito, para no despertar a su melliza, quien dormía plácidamente en la otra punta de la habitación, roncando como una bestia. Hacía ya tiempo Cassiel había aprendido que Uriel era la más dormilona de las "gem ", por lo que siempre intentaba dejarla descansar.

—¿¡Son las tres de la mañana!?—gritó Aziel, luego de ver el pequeño reloj que descansaba sobre la mesita de luz. Fulminó con la mirada a su amiga de alas rosas—Te voy a matar...—murmuró, para luego volver a acostarse—Más te vale que maña-...dentro de unas horas lleguemos temprano a clases.

Cassiel río, nerviosa.

—Pues claro. Llegaremos bien temprano, te lo prometo.

(...)

No llegaron temprano. En un día normal, el pequeño despertador habría sonado apenas las agujas marcaran las siete en punto. Pero, al parecer, cuando Aziel había revisado la hora de madrugada, la alarma se había apagado, causando que Cassiel y las mellizas pelirrojas se quedaran dormidas. Cuando la angel de las alas rosas había finalmente despertado, eran las siete y media. Fue entonces cuando, luego de mirar el despertador, había lanzado un grito tan alto que hasta Uriel se había despertado de un salto, asustada.

Y ahora, una hora después, las tres volaban a toda velocidad hacia el gimnasio de entrenamiento para una clase a primera hora de la mañana con el profesor Muschel y su horripilante silbato.

—¡Voy a matarte, Cassiel!—gritó Aziel, tropezando con su vestido verde.

La nombrada hacia lo posible para evitar chocar contra un montón de cosas que parecían no haber estado en ese lugar la noche anterior.

<<Por favor, por favor, por favor que el señor Muschel no nos mate. ¡Por favor!>>pensaba Cassiel desesperadamente.

De pronto, Uriel tropezó con un dobles de una alfombra, y cayó prácticamente rodando sobre sus amigas. Todas, impulsadas por la fuerza de la caída de la angel de alas doradas, atravesaron de un golpe las puertas dobles del gimnasio, y cayeron al suelo dentro de este.

—Vaya vaya, miren quienes se decidieron por aparecer

Cassiel sintió cómo todos los músculos de su cuerpo se tensaban, cayendo poco a poco en el pánico. Aún en el suelo, levantó lentamente la vista hacia el lugar de donde había salido esa voz tan terriblemente familiar.

Cuando su mirada se enfocó, la chica no pudo menos que lanzar un grito ahogado.

Ahí estaba el hombre misterioso que había visto la noche anterior. A la luz del día era todavía mas corpulento y amenazador que antes, y Cassiel se sintió de pronto muy, muy pequeña.

Parecía que el hombre no pasaba los veinticinco años, con el pelo castaño claro alborotado y parado para todas direcciones, oculto en su mayoría bajo la capucha de un gastado canguro gris, que usaba con orgullo, al parecer. Sus ojos verde brillante estaban fijos en Cassiel, como un dragón apunto de abalanzarse sobre una apetitosa presa indefensa y débil. Sus vaqueros azul oscuro y sus zapatos negros eran llamativos, pero no tanto como el inmenso par de alas que se extendían tras. Cada una de las fuertes plumas estaba bañada de un intenso y profundo tono verde esmeralda, tan brillante que hacía daño a la vista. Y sobre su cabeza...

Cassiel tuvo que mirar dos veces, pues no estaba segura de si había visto bien.

Si, si lo había echo. Sobre la nuca del hombre, centellando y chispoteando como una hoguera, una aureola descansaba tranquilamente, como si siempre hubiera estado ahí.

—¡Bueno, basta de hacer el ridículo!—vociferó el extraño, lanzando dagas por los ojos—¡Levántense!—le gritó a las tres chicas.

Estas obedecieron rápidamente, asustadas.

El hombre comenzó a caminar de un lado al otro, observando atentamente a cada alumno al pasar.

—Mi nombre es Azrael—explicó, sin el más mínimo rastro de amabilidad en su tono—El señor Muschel ha tenido que ausentarse por problemas familiares en el exterior. Así que por ahora, y hasta tiempo indefinido, yo seré su profesor de entrenamiento y gimnasia—sus ojos se clavaron en Cassiel. Ella se quedó muy quieta. Percibía algo malvado ocultarse tras esos ojos verdes, pero no podía estar segura de que era. Azrael se inclinó hacia ella lentamente, al parecer gozando del miedo de la chica—¿Esta claro?

Cassiel trago en seco.

—S-Si, señor

Azrael se incorporó y miró a todos los alumnos, como eligiendo a su próxima presa.

—Pues venga—miró de reojo a Cassiel—Estoy seguro de que nos la pasaremos muy bien.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top