Cap 22: Sobrecargado
Ágramon había sufrido muchas caídas a lo largo de su corta y patética vida (algunas metafóricas, otras no tanto), pero de seguro nada se podría comparar con ser expulsado de una montaña a toda velocidad debido a un tobogán de hielo. Y luego, el lago. El agua helada lo envolvió con maña, peleando contra él para hundirlo, mientras hacía todo lo posible por no tragar, al punto de que cerró la boca con tanta fuerza que sus colmillos se clavaron en su labio inferior hasta que pudo saborear la sangre.
Se forzó a abrir los ojos, solo para encontrarse con tanta negrura como si estuviera sumergido en tinta. Y entonces, su boca se abrió en contra de su voluntad, casi tomando una inspiración motivo del pánico. Tres grandes burbujas de aire emergieron por su garganta, iniciando un ascenso rápido, el cual el diablo siguió con la mirada. Hasta que un tren de ideas se le cruzó por la mente como un rayo:
<<Las burbujas están hechas de aire. El aire sube. Las burbujas están subiendo hacia la superficie>>
Así que, con los pulmones ardiendo y sintiendo cómo si sus dos corazones de diablo intentaran estallar en su pecho, Ágramon braceó con toda la energía que le quedaba, pataleando frenéticamente hasta que su rostro rompió la superficie del lago, y tomando una gran bocanada de aire al punto de que casi se tragó un bicho alado.
Los músculos de su cuerpo protestaron cuando se obligó a mantenerse a flote, mientras azotaba con la mirada en todas las direcciones posibles, buscando desesperadamente tierra firme. Por algún motivo, los pocos colores y la luces que pudo captar le hicieron daño a los ojos, casi como si le quemaran, obligándolo a cerrarlos con fuerza mientras reprimía un gruñido de dolor. Ahora a ciegas, intentó tantear a su alrededor en busca de algo a lo que sujetarse para evitar volver a hundirse; pero sus garras escamosas solo daban con más y más agua.
Justo cuando estaba considerando gritar por ayuda, un rugido de terror desgarró el aire, y algo se estrelló contra el agua prácticamente a su lado, provocando una ola que sumergió su cabeza bajo la superficie nuevamente, casi ahogándolo.
Otra vez bajo el agua, y presa de puros instintos, el chico abrió los ojos nuevamente...justo a tiempo para esquivar un ala escamosa que casi lo golpea en el rostro. Y, al apartarse con rapidez, Ágramon pudo ver cómo la figura borrosa de cierta demoniesa se debatía frenéticamente a unos metros de él.
La piel de Astartea largaba burbujas, como si aún estuviera caliente, y su expresión no reflejaba nada más que terror puro, mientras agitaba los brazos y piernas en un intento lastimoso de nadar hacia la superficie, pero sin éxito. El peso de sus alas la estaba arrastrando cada vez más hacia el negro fondo del lago, mientras ella sacudía cada molécula de su cuerpo. Recién cuando la boca de la joven se abrió para lanzar, a la vez, un alarido de terror y sus últimas burbujas de aire, Ágramon recordó algo muy importante:
Aster no sabía nadar.
Antes de que pudiera siquiera pensarlo, se encontró impulsándose con toda la fuerza que sus cansados brazos y piernas podían otorgarle, nadando a toda la velocidad que le era posible hacia la chica, quien, para horror del diablo, había comenzado a detener sus desesperados movimientos y a cerrar sus ojos.
Eran pocas las personas que conocían la fobia de la joven al elemento opuesto, pero resultó ser una de las primeras cosas que Ágramon había aprendido de ella cuando la había conocido. Lamentablemente, no había sido en una buena ocasión. La mirada completamente aterrorizada que ella le había dado fue suficiente para prometerse que haría lo posible para nunca más ver a su chica llameante tan aterrada.
Ya había roto su promesa al haber ayudado a Cassiel Beamort y sus imprudentes amigos aquella vez en la falsa clase de entrenamiento, y no pensaba volverlo a hacer en tan poco tiempo.
Así que, sacando fuerzas de no sabía dónde, logró llegar hasta la demoniesa, quien estaba alarmantemente quieta. Con delicadeza, Ágramon tomó el rostro de la chica en sus manos, para ver que sus ojos apenas estaban abiertos. Eso fue todo lo que necesitó para reaccionar. Y, cuando unas pocas burbujas se escaparon de la boca entreabierta de la chica, comprendió que tenía que actuar. Su Asty podía ser la mujer más increíble y maravillosa que él había conocido jamás, pero, lamentablemente, respirar bajo el agua no estaba dentro de sus facultades.
Entonces, y atrayendo el rostro de la joven hacia él, Ágramon plantó con suavidad sus labios en los de ella, y sopló todo el aire que pudo en un desesperado beso. Los labios del chico estaban resquebrajados, a pesar de estar bajo el agua, y en total contraste con los de ella, que eran suaves y delicados. Ágramon continuó soplando aire, hasta que sus propios pulmones estuvieron casi vacíos. Y Astartea pareció reaccionar, abriendo los ojos, al tiempo que la débil bocanada del vital elemento que Ágramon le había regalado evitaba que se desvaneciera en la inconsciencia.
Ahora con algo más de tiempo en el contador, el diablo verde se separó finalmente, y, tomando con fuerza la mano enguantada de la otra, pataleó tan ferozmente como pudo, impulsándolos a ambos hacia la superficie casi como un par de sirenas.
Apenas sintió la reconfortante parecencia del aire en su cara, tiró del brazo de Aster, ayudándola a finalmente emerger a la superficie, y oyéndola tomar una bocanada de aire casi más profunda que la suya, seguido de una tos desagradablemente húmeda.
Pero la euforia del joven de escamas verdes duró poco, ya que se vio obligado a volver a cerrar con fuerza sus ojos, debido al mismo motivo que se lo había impedido la primera vez. Así que, al no ser capaz de hacer otra cosa, se esforzó por mantener tanto a su Asty como a él mismo a flote, prácticamente rezándole a quien fuera que la ayuda llegara.
Y de repente, como salida de la nada, una mano suave lo tomó del hombro, casi proporcionándole un doble ataque cardíaco. Al intentar alejarse ciegamente de la nueva presencia para interponerse entre esta y Aster, quien braceaba débilmente a su lado, sintió cómo esta retiraba la mano. Se tensó, esperando un ataque...
Pero todo lo que recibió fue una ahogada voz con un acento vagamente familiar:
-¡Tranquilo, ragazzo, sólo soy yo!
Al instante, Ágramon intentó entrecerrar los párpados para espiar, pero solo aguantó unos segundos antes de que tuviera que volver a lo original. Pero la piel morena y el empapado pañuelo escarlata fueron todo lo que necesitó para reconocer finalmente a la figura que se hallaba enfrente:
-¡Pañoleta, que alegría encontrarte por aquí!- exclamó, al tiempo que sonreía con alivio.
Pudo escuchar como un chillido de sorpresa escapaba de la humana presente.
-Essere d'accordo, ese soprannome es nuevo- dijo ella, para luego callar por unos segundos. Al continuar, su tono cambió a uno mucho más seguro- Toma de mi mano. ¡Los guiaré hasta la orilla!
Y, antes de que él pudiera reaccionar, la misma mano suave lo sujetó con firmeza del brazo, mientras comenzaba a arrastrarlo, con su otra mano fuertemente aferrada a la de Astartea.
(...)
Apenas Ágramon sintió la arena hacerle cosquillas en los pies, soltó la mando de la humana de piel café, para ayudar a Astartea a salir del agua helada. El cuerpo de la pelirroja temblaba como una ramita bajo su tacto, por lo que el no se detuvo hasta que estuvo seguro que estaban en un terreno seco. Ahí, y solo ahí, aflojó su agarre en las manos de la demoniesa.
-¿Dónde estamos?- preguntó él, intentando hacer que la sangre volviera a correr por su sistema entumecido por el agua gélida.
Pero, en lugar de la irritantemente positva voz de "Pañoleta" (como había decidido nombrarla mentalmente hasta que recordara cómo se suponía que era su nombre), le contestó otra familiar pero aterrada voz:
-E-Estamos en el Énferton- chilló débilmente quien solo podía ser Aziel...o Uriel; Ágramon no podía estar seguro.
Pero, espera.
-¿¡QUÉ ESTABAN DÓNDE!?
Esta vez, al abrir los ojos, el extraño exceso de luz y colores solo le provocó un ligero pinchazo en la parte trasera de los globos oculares, pero al menos no era tan doloroso como antes. Ante él, el famoso lago se extendía en todo su esplendor, abarcando más de lo que Ágramon se había imaginado. Durante unos aterradores segundos, creyó que el agua era del color de la sangre, pero se dio cuenta, aliviado, de que se debía al escalofriante color del cielo. La playa donde se encontraban tenía la arena más oscura que él había visto jamás.
-Oh, rayos. Sí es el Énferton- gruñó con irritación al comprobar lo que una de las gem le había transmitido anteriormente.
Al escuchar una tos y voltearse, el diablo se sorprendió al ver cómo, al parecer, Asty, Pañoleta y él no eran los únicos en la playa. La humana de pelo largo y pelirrojo tosía desagradablemente, de rodillas y apoyada en sus manos para no caer al suelo. A su lado, la demasiado preocupada chica de la pañoleta escarlata intentaba ayudarla a no caer de cara a la arena. Unos pocos pasos más lejos, amabas mellizas de alas doradas se ayudaban mutuamente a acomodarse las empapadas plumas. Y Astartea se encontraba tiritando, abrazándose temblorosa las piernas, mientras miraba con un ciego terror la orilla del lago.
Al ver esto último, Ágramon intentó acercarse a ella, pero, de pronto, su mirada se cruzó con un par de ojos amarronados y muertos de miedo; no pudo darse cuenta de a quién pertenecían, porque, repentinamente, el dolor estalló en su cráneo como si alguien lo hubiera golpeado con una barilla de metal en el medio de la frente, cuando una imagen se incrustó su cerebro:
Colmillos filosos como dagas.
<<¿Q-Qué?...>>
Pelaje áspero y oscuro como la tinta.
<<¿Qué está-...?>>
Ojos rojos que miran con maldad a una presa...
Un lobo.
Lobo. Lobo.
La misma figura se repetía una y otra vez, no importara qué tanto intentara el alejarla. Apretando los colmillos debido al dolor de cabeza que le estaba generando, intentó concentrarse en otra cosa, lo que fuera. Pero un destello ámbar llamó su atención, y, antes de siquiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo, nuevas imágenes se sumaron repentinamente al lobo.
Cuevas, ataúdes, telarañas...
Esta vez, las punzadas que sentía en la cabeza se habían transformado en una verdadera migraña. Cuando otro pulso de dolor le sacó un gruñido, el resto de los náufragos debieron notar que algo estaba mal, ya que se acercaron con distintos niveles de rapidez.
-¿Ágramon?- escuchó este que Aster llamaba- ¿Te encuentras bien?
El intentó dirigirle una mirada para contestarle que solo era una pequeña jaqueca, pero, apenas lo intentó, una nueva imagen se añadió al montón.
Agua.
Agua. Cerrado. Lobo.
Se siguieron repitiendo, y repitiendo, cada vez más abrumadoras, hasta que se le hizo imposible distinguir lo que las demás decían. Aguantó, hasta que el dolor se hizo insoportable. Con un grito ahogado de agonía, Ágramon cayó de rodillas, sujetándose la cabeza con fuerza.
Pudo escuchar los gritos de Uriel y Aziel, así también como una exclamación de sorpresa de parte de Astartea.
-¡Ágramon!- escuchó este que ella chillaba, para luego sentir como alguien se arrodillaba apresuradamente a su lado-¿¡Qué sucede!? ¿¡Estás herido!?
Él ni siquiera pudo responder, pues las punzadas en su cabeza habían aumentado a tal punto que los bordes de su visión se habían teñido de rojo. Parecía que el suelo giraba debajo de él, y, por algún motivo, la mismas palabras se repetía una y otra vez en su cabeza, sin parar, y provocando nuevos pulsos de dolor paralizante
Lobo, agua, cerrado, lobo, cerrado, agua, lobo...
No se dio cuenta de que había comenzado a repetir palabras entre dientes y dolores hasta que Aziel habló:
-¿"Lobo"?-preguntó extrañada. Aún con los ojos cerrados, Ágramon casi podía ver como ella y su melliza se miraban con confusión- ¿De qué estás hablando? ¿Viste un lobo?- intentó deducir, algo más alarmada, y sonando como si estuviera mirando a su alrededor.
Ágramon apretó los colmillos con fuerza cuando otra oleada de dolor lo golpeó en el cráneo. Esta vez, no pudo evitar el rugido que salió de su boca cuando sintió como sus huesos crujían dentro de su propio cuerpo, provocando que se acurrucara en una bolita.
La mano que Aster había estado manteniendo en su espalda para tratar de tranquilizarlo se tensó de repente.
-Á-Ágramon- consiguió tartamudear ella, con la voz repentinamente cargada de espanto- ¿Dónde están tus lentes?
Abriendo los ojos como platos, una de sus manos se dirigió velozmente hacia su rostro, esperando sentir la usual textura de plástico de su confiable accesorio, solo para encontrar...nada. Debía haberlos perdido en el lago, o en la caverna, o en el tobogán de hielo; no tenía idea.
Eso fue lo último que necesitaba su mente para comenzar a desmoronarse a causa del pánico. Su respiración comenzó a volverse errática, mientras su visión se desdibujaba en borrones irreconocibles y siluetas vagamente distinguibles. Los colores seguían quemándole, y ahora sabía por qué: tras dos años de usar sus lentes oscuros en todas partes, era predecible que no estuviera acostumbrado a los tonos brillantes y vibrantes del mundo.
Necesitaba sus lentes de nuevo. No podía convivir con otros sin ellos. ¡Por Demonio, no creía poder sobrevivir sin ellos!
Tal vez sonara exagerado al pensar eso, pero esas simples gafas oscuras eran lo que evitaba que su cerebro explotara con toda la información que recibía de los miedos de los demás. Sí, siempre decía que era para que los demás no se desmayaran a su paso, lo cual era una parte de la verdad, pero en realidad era que el mismo estaba aterrado de lo que podía suceder. Claro que nadie debía enterarse de eso. Tenía una reputación que mantener.
Pero ahora, con el dolor extendiéndose por su cuerpo, sintiendo cómo su columna y costillas se retorcían dentro de su propia piel, y cómo sus garras se alargaban hasta desgarrarle las escamas de los dedos, sus colmillos se agrandaban, cada vez con más vehemencia...
Lanzó un alarido desgarrador al aire cuando no pudo soportar más; cuando sus poderes hicieron su aterrador efecto, cuando su cuerpo cambió en contra de su voluntad, con la cabeza latiéndole como su fuera un tambor gigante. Gritó cuando sus escamas fueron reemplazadas por pelaje oscuro como la noche, cuando las articulaciones de sus piernas se doblaron en un ángulo que no era el correcto para nada más que un cuadrúpedo. No le quedaba energía más que para gruñir al sentir como su rostro se alargaba, como su columna lanzaba desagradables crujidos al crecer más de lo que debería, como sus colmillos se alargaban más y más, desgarrando la delicada piel de su boca y sacando sangre.
Y, cuando sus nuevas patas arañaron frenéticamente la arena con las garras, y sus orejas se apretaron contra su cráneo al sentir cinco corazones comenzar a latir a toda velocidad (uno extrañamente más rápido que los demás), lanzó un aullido que hizo temblar la playa completa.
-¡L-L-LOBO!- escuchó a alguien gritar, al tiempo que el aroma del puro pavor le golpeó el hocico con fuerza.
Ágramon abrió los ojos, solo para encontrarse con unas cinco figuras pequeñas, borrosas e indistinguibles. La más cercana olía a canela, mientras parecía estar interponiéndose entre otras dos, una que olía igual a una fogata, y una tercera, quien parecía ser la fuente del aroma a miedo que Ágramon había sentido. Las dos formas restantes (cuyo aroma era parecido a las galletas), discutían a viva voz, causando que sus sensibles oídos se contrajeran de dolor, mientras él sacudía la cabeza.
-¿¡Por qué se transformó en un lobo!?
-¡Sus lentes!- respondió la que dependía el aroma a humo. También había un nuevo olor...¿temor? No; preocupación- ¡Debió perder sus lentes en la caída! ¡Por eso estaba sufriendo!
La mente de agraman se sentía entumecida, como si estuviera dentro de un sueño. Sus fuertes patas temblaban, mientras hacía un esfuerzo para recordar. ¿Estaban en un lugar peligroso? Él conocía a esas personas, estaba seguro. ¿Pero de dónde? ¿Y que eran para él? Sabía que no eran familia...¡pero no podía concentrarse!
Los aromas lo aturdían. Los sonidos lo desorientaban. Apenas podía captar pedazos de la conversación que estaban manteniendo:
-¡Tú!- exclamó una voz (¿Por qué una amable sonrisa escamosa y una cabellera corta y pelirroja se le venían a la mente?), y sonó como si sostuviera a alguien por los hombros- ¿¡Lo miraste a los ojos!?
-N-No lo sé. T-Tal vez un segundo...- apenas susurró esa otra persona en respuesta. El transformado podía oír su corazón latiendo a toda velocidad, completamente lleno de horror.
-¡LOBOS!- interrumpió la figura que olía a canela ("¿Pañoleta?"¿Qué se suponía que significaba eso?)- ¡Tatia, le tienes miedo a los lobos, ¿non è vero?!
-¿¡QUÉ!?
Ese último grito le dolió demasiado a Ágramon. Lanzado un gruñido irritado, retrocedió unos pasos, con su cola peluda sacudiéndose como un látigo. ¿Por qué tenía que ser tan ruidoso? ¿Por qué su cabeza seguía doliendo? Estaba demasiado aturdido para pensar con claridad. Solo sabía que esas figuras, familiares o no, le estaban causando dolor, y necesitaba pararlas. Todo le estaba haciendo daño. ¡Quería que se detuviera!
Así que, ignorando el extraño sentimiento que le gritaba que no las podía lastimar, enseñó sus afilados colmillos en un peligroso gruñido, mientras comenzaba a avanzar hacia las siluetas, las cuales estaban calladas, y habían comenzado a retroceder. Sus estridentes corazones solo irritaron más a Ágramon, quien continuó avanzando hasta acorralarlas contra una gran roca.
La forma que olía a canela extendió los brazos, manteniendo a las demás detrás suyo, y (para confusión de todos) le gruñó en respuesta.
-¡Raggazo, no sé qué se te te metió en el cucurucho, pero debes recapacitar un poquitito!- le gritó, sonando más nerviosa que intimidante-¿No ves que las estás asustando? ¡DESPIERTA!
Pero ese grito fue demasiado fuerte, demasiado ruidoso. Lanzando un rugido, Ágramon se lanzó con las garras extendidas hacia la aterrada forma, quien extendió lo más que pudo los brazos, alejado a las demás, aunque no lo suficiente para evitar que estuvieran a su alcance...
Pero, de pronto, algo impactó en las costillas de Ágramon y lo lanzó con brusquedad de costado a la arena, a varios metros, aterrizando con un aullido de dolor.
Cuando su cabeza dejó de dar tantas vueltas, intentó levantarse, indignado y algo confundido, pero algo le presionó la cabeza, manteniéndolo acostado.
Cuando su vista se aclaró, se encontró con una nueva silueta: las alas brotaban de su espalda, moradas y escamosas, al igual que una cola (la cual no se parecía a la de ningún demonio que hubiera visto), y mantenía una bota sobre su cabeza, presionándolo contra el suelo. Sus ojos morados se clavaron en los suyos sin miedo alguno. Olía a humo, sí, pero...distinto. Su aroma se sentía a caos, a magia, y a lo que era facilmente identificable como un líder.
-Bueno, bueno- sonrió el dragón, enseñándole unos brillantes colmillos, y conjurando una bola de fuego morada que bailó entre una de sus garras- ¿Qué tenemos aquí?
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