Cap 19: Prisioneros.
Apenas su consciencia volvió lentamente a él, Abariel pudo sentir como su cabeza latía dolorosamente, al punto de hacerlo gruñir. Todo su cuerpo se sentía como si alguien lo hubiera arrastrado por un campo de rocas y sacudido por diez minutos. ¿Por qué se sentía tan mal? Por pura costumbre, alargó la mano para tomar el reloj que siempre tenía sobre su mesita de luz, al lado de su cama en el Instituto, pero sus dedos solo tocaron la fría superficie de la piedra.
Esto lo hizo abrir los ojos de golpe, para luego entrecerrarlos inmediatamente ante la luz del ambiente. ¿Dónde rayos estaba? Lo intentó una vez más, mas despacio, con éxito, y se encontró con un par de ojos del color del hielo que lo miraban fijamente.
Su dueño sonrió débilmente, dejando al descubierto hileras de colmillos redondeados.
-Bienvenido de vuelta, Bella Durmiente- dijo una voz que sonó amortiguada a los oídos del ángel.
Este intentó incorporarse, extendiendo casi instintivamente la mano ante él para crear un campo de fuerza, pero puntos negros bañaron los bordes de su visión. Se habría golpeado la cabeza al caer como un saco de papas, incapaz de sostenerse, pero un par de escamosos brazos lo sujetaron a tiempo y lo depositaron suavemente en el suelo helado.
-Tómatelo con calma- le recomendó la figura, inclinándose sobre él en busca de posibles lesiones- No quieres abrirte la cabeza y dejarme solo aquí, ¿eh?- rió, con el pelo oscuro cayéndole en rizos sobre la cara.
Abariel parpadeó un par de veces, confundido, antes de que su vista se fijara por fin el la misteriosa pero familiar silueta. Y, al reconocer a su salvador, abrió los ojos como platos, casi intentando volver a incorporarse.
-¿Dó-Dómaco?- exclamó, mientras la débil sonrisa del demonio se hacía más grande.
-Si, soy yo.
Algo más tranquilo al darle un nombre al supuesto extraño, Abariel desvió su atención al entorno.
La luz no era demasiada (de hecho, estaba bastante oscuro), pero aún así se podían ver las cuatro paredes de piedra oscura que los rodeaban, así como el techo. Dos diteras cubiertas simplenete con un par de sábanas blancas ocupaban un lado del lugar, mientras que un haz de luz se filtraba por debajo de la única puerta, la cual parecía ser de grueso hierro. No había ni una ventana en ninguna de las paredes, por lo que el chico no pudo darse cuenta de que hora era.
-¿Dónde estamos?- le preguntó luego de la rápida inspección al lugar.
Dómaco soltó todo el aire que tenía en su sistema, dejándose caer contra una de las paredes gélidas de la celda, con su cola escamosa golpeteando nerviosamente el suelo.
-¿Qué es lo último que recuerdas?
El ángel tuvo que esforzarse para pensarlo. Se acordaba de haberse quedado dormido en su habitación luego de todo el drama del entrenamiento y la pelea entre los dos hermanos demonios, para luego despertarse de golpe en medio del fragor de las explosiones. El resto eran como fotografías borrosas y demasiado rápidas: el esfuerzo de pasar entre el mar de estudiantes que corría desesperados hacia las escaleras en el pasillo; el piso temblando por las explosiones; el dolor de garganta provocado de llamar tantas veces a sus amigas...
Recordó de pronto estar en el patio, ayudando a los demás a evitar ser llevados por esos ángeles sin aureolas. Y Cassiel.
-¿¡Dónde está Cass!?- exclamó, en pánico, mirando de un lado a otro como si su amiga pudiera estar oculta en una rendija entre las piedras- ¿¡Ella está bien!? Por favor, dime que no-
-Cassiel está a salvo, tranquilo- lo tranquilizó Dómaco, poniéndole una mano en el pecho para calmarlo- Lograste evitar que se la llevaran. La salvaste.
Esa confirmación le provocó al ángel el mismo sentimiento que como si se hubiera librado del peso de un muro sobre él. Exhaló cerrando los ojos, aliviado. Pero...¿cómo había llegado Dómaco a donde sea que estuvieran con él?
-Me arrastraron justo después de tí- dijo el demonio elementalista, como si le hubiera leído la mente- Creo que fuí uno de los últimos, porque el portal se cerró justo después de que apareciéramos.
Abariel frunció el ceño, confundido:
-¿Y dónde se supone que estamos, supuestamente?
Un encogimiento de hombros fue todo lo que obtuvo como respuesta, lo que le sacó un gruñido de derrota.
-Solo sé que es una especie de "base", o algo así- se defendió Dómaco ante su queja- Los demás estudiantes también están por aquí, en otras celdas. Pude divisar a algunos cuando nos arrojaban a esta.
Abariel iba a abrir la boca para hacer una pregunta, pero de repente la cerradura hizo ¡CLANG!, y la pesada puerta de hierro se abrió, dejando paso a una figura alta, con ambas alas extendidas a ambos lados. La luz que se diltraba por detrás de la espeluznante silueta hacía imposible distinguir quien era.
El rubio no se había percatado que Dómaco se había movido con rapidez enfrente de él, usando un brazo para mantenerlo detrás, como si quisiera protegerlo. Si no hubiera estado tan absorto en la aterradora nueva presencia, se habría sonrojado como un tomate.
-¿¡QUIÉN ERES!?- rugió Dómaco a la misteriosa figura, con los labios retraídos y dejando ver sus colmillos- ¿¡QUÉ QUIERES!?
El silencio se hizo casi total por unos diez segundos, hasta que, de pronto, una risa apagada y sin demasiado humor detrás salió de la silueta misteriosa.
Todas las alarmas en la mente de Abariel se encendieron parpadeando en un alarmante rojo. Recordaba esa risa bastante bien.
-Pensé que estarías más feliz de ver a tu profesor, Dómaco Luxtor- comentó Azrael, con los ojos esmeralda brillando peligrosamente.
El demonio se tensó enseguida, y su amigo tuvo que sostenerlo del brazo para evitar que se lanzara a atacar al que hasta hace un día era su profesor suplente en el entrenamiento.
-¿¡Qué haces aquí, maldito cobarde!?- le espetó el demonio de hielo, revolviéndose en el agarre de Abariel para soltarse.
El otro se encogió de hombros.
-Les traigo la cena, por supuesto- respondió, como si fuera obvio, y dejó en el suelo una bandeja con dos platos de algo que parecía sopa.
Dómaco saltó a un lado, alejándose más del hombre, pero sin dejar que Abariel quedara al frente, llevándolo hacia atrás y protegiéndolo con las alas. En un acto reflejo, había levantado una de sus garras en dirección a la amenaza, como hacía cada vez que lanzaba hielo. Pero esta vez no pasó nada. La cara de sorpresa y confusión del demonio fue tan evidente que Azrael negó con la cabeza:
-Sus poderes no funcionan aquí- les informó, para horror de ambos. Acto seguido, señaló las paredes, donde unas pequeñas piedras que emitían un brillo negro se camuflaban, mimetizadas con las normales- ¿Ven eso? Es Esmeralda Oscura, proveniente del Énferton. Anula los poderes de los ángeles y los demonios como si no fueran nada. Bastante útil, ¿no lo creen?- se rió, lanzándoles una mirada burlona.
Abariel no se dejó intimidar, y, con los dientes casi rechinando, encaró al hombre de alas verdosas.
-¿Dónde estamos? ¿Qué quieren de nosotros?
La sonrisa que Azrael le dirigió le envió un escalofrío por toda la columna vertebral.
-Bienvenidos a Áncander, la base de sus servidores- proclamó, haciendo una falsa reverencia, inclinándose y extendiendo ambas alas a sus costados. Recién entonces, Abariel se percató de que sobre la maraña de pelo color miel de este no había ninguna aureola.
<<Cassiel tenía razón>> alcanzó a pensar, antes de que el hombre continuara:
-En cuanto a para qué están aquí...eso lo descubrirán dentro de unas horas. Por ahora, intenten ponerse cómodos- les aconsejó Azrael, volviéndose hacia la puerta de nuevo.
-¿A QUÉ TE REFIERES CON ESO?- rugió Dómaco.
La sonrisita que el ángel sin aureola les dirigió casi podría haber tenido una pizca de compasión detrás, aunque lo mas probable era que fuera la imaginación de Abariel.
-Porque no irán a ningún lado en un laaargo tiempo.
Sin agregar nada más, salió de la celda, con el par de alas verdosas arrastrándose detrás de él. Y la oscuridad volvió a reinar cuando la puerta se cerró tras de él.
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