Cap 12: La tensión está en el aire.
-¿Por qué están tardando tanto?- gruñó Astartea, mientras caminaba de un lado a otro sin detenerse. Su cuerpo, reaccionando a sus emociones, seguía despidiendo involuntariamente una ligera columna de humo, amenazando con formar una fogata en cualquier segundo. A su paso iba dejando sus pisadas manchadas de hollín, lo que probablemente le traería problemas con los encargados de la limpieza más tarde, cosa que parecía traerle sin cuidado. Estaba demasiado ocupada pulverizando con la mirada a la gruesa puerta de piedra que los separaban de la reunión que el director y algunos de los profesores estaban teniendo con representantes de la Orden.
Y no era la única. El pasillo fuera del salón del Instituto donde la junta estaba teniendo lugar estaba repleto de estudiantes, auxiliares de mantenimiento y limpieza, profesores y estudiantes de todas las edades, desesperados por recopilar hasta la más mínima información acerca de lo sucedido.
Pero también había huecos. Notables y dolorosos espacios vacíos donde normalmente varios estudiantes llenaban. Estudiantes que desde esa mañana no estaban.
Cassiel suspiró, retorciéndose nerviosamente las manos desde su lugar en un asiento próximo a la puerta. A pesar de que ella no podía verse, sabía que debía de tener un aspecto lamentable: no había parado de llorar en toda la noche (para dolor de las mellizas, quienes habían intentado animarla si éxito), por lo que sus ojos estaban enrojecidos e hinchados. Cada tanto, se sorbía los mocos lo más silenciosamente que podía, puesto que tanto llanto había traído sus consecuencias.
Siendo sincera, su aspecto no le importaba ahora en lo más mínimo. Solo quería que esa puerta se abriera para que comenzaran el rescate de los secuestrados.
Otro bufido la sacó de su reflexión. Astartea continuaba en su nube de humo y furia, y había comenzado (no satisfecha con pasearse de un lado al otro) a lanzar golpes al azar a la pared, mesas, estudiantes, y en general cualquier cosa que se cruzara por su camino.
Cassiel puso los ojos en blanco e intentó concentrarse en otra cosa, lo que fuera, sin éxito. Siguió con la mirada a Aster, haciendo ruiditos exasperados cada vez que la demoniesa lanzaba alguna sarta de insultos o golpeaba con su cola escamosa el suelo (el cual, a esa alturas, estaba cubierto de hollín).
La ignoró dos, tres, cuatro veces. Pero cuando Astartea pateó la pared por quinta vez, Cassiel ya estaba en su límite de paciencia.
-¿Podrías parar, por favor?- le preguntó con brusquedad, pegando la espalda correctamente en el respaldo de su silla.
La elementalista se detuvo en medio de otra patada, sin mover un músculo por menos de un segundo. Casi inmediatamente volteó la cabeza hacia donde el ángel la observaba con desaprobación.
-¿Tienes alguna queja, plumero?- le espetó con violencia, cruzándose de brazos en dirección a Cassiel y echando volutas de humo por la cabellera.
-De hecho, tal vez tenga un par de cosas, Doña Llameante- contestó sin vacilar la joven, lanzando dagas por los ojos.
-¿¡A, sí!?
-¡Sí!
-¿¡Cómo qué!?
-¡Cómo, por ejemplo, que dejes de comportarte como una bebé malcriada y no hagas ruido!- exclamó con rabia.
Unas exclamaciones de sorpresa y otras de ligero interés se hicieron oír. Cassiel se dio cuenta de que los estudiantes más próximos a ellas se habían apiñado a su alrededor, formando un círculo y esperando con curiosidad la pelea que parecía estar por venir. En cualquier otra ocasión, la joven les habría dicho amablemente que volvieran a su rutina, pero ahora estaba demasiado enojada como para preocuparse por eso. Solo tenía los sentidos puestos en cómo Astartea le gruñía cual dragón que ha descubierto al ladrón de su tesoro.
Una pequeña llama había comenzado a encenderse en uno de los cabellos rojos de la joven escamosa, cosa que esta no parecía notar, puesto que devolvió el grito:
-¿¡Conque yo soy la bebé!? ¡Al menos no me paso lloriqueando sin sentido de un lado al otro por un inútil que no sabe defenderse solo!
Los demonios lanzaron gritos de aprobación, pero Cassiel no los escuchaba. La sangre le latía contra los oídos, convertida en un torrente de furia tan caliente como la lava pura. Los costado de la visión le hacían rojo, a la vez que se ponía de pie de un salto, con los puños tan apretados que probablemente se rompió algo.
Insultarla a ella era una cosa. Pero insultar a un ser querido...eran completamente diferente. Era declaración de guerra.
<<Hoy toca demonio a las brasas>> pensó, con la cara enrojecida por la furia.
Antes de que pudiera pensarlo mejor, estaba a menos de un pie de la cara de Astartea. Lo suficientemente cerca para ver cómo el fuego se avivaba con intensidad en sus pupilas. Lo suficientemente lejos para no saber que se estaba pasando de la raya.
-Pues el "inútil que no sabe defenderse solo" debería aplicarse a tu querido hermano entonces, ¿no?- dice. Lo sabe, sabe que está llegando demasiado lejos, que Dómaco no es como su estúpida hermana, que no debería incluirlo en esto; pero no puede detenerse- Después de todo, ¿tu lo ves por aquí? Al menos yo sí intenté salvar a mi amigo. ¿Y tú? ¿Dónde estabas para ayudar a tu querido hermano, demonio?
Esta ves, todos los presentes lanzaron un conjunto de gritos ahogados (aunque algunos no fueron tan silenciosos). Las llamas ya comenzaban a cubrir parte del rostro de Aster, coincidiendo con la expresión de muerte que esta le lanzaba.
-Retira...eso...AHORA- le espetó, con la voz temblando por la ira. El fuego casi la tapaba, iluminando sus facciones y dándole un aspecto aterrador.
Pero Cassiel no sentía miedo. Y, aunque fuera así, casi no tendría espacio dentro de sus emociones. La furia lo estaba ocupando todo. Esa condenada chica había insultado a su (casi) hermano. ¿Por qué debería disculparse por devolverle con la misma moneda?
Así que se inclinó lentamente en dirección a la bomba de tiempo pelirroja, y murmuró, muy suavemente, para que solo ella la oiga:
-No.
Lo siguiente que supo es que no podía respirar. Hubo un borrón en el cual el mundo se desdibujó, y ahora estaba en el suelo, con una mano enguantada presionada con fuerza en su cuello, a lo que otra le tiraba de las plumas de un ala. Tan pronto como pudo reaccionar, Cassiel devolvió el ataque: le otorgó a su oponente un certero puñetazo en la cara. Al instante, la presión en u cuello desapareció, lo que le dio la motivación para tomar las riendas, lanzándose sobre Astartea sin dejar de golpearla.
La demoniesa se cubría de la mayoría de los ataques con facilidad, pero la obstaculizaba el hecho de que estaba constantemente intentando quitarse los guantes negros. Y Cassiel por ninguna motivo debía dejar que esto sucediera.
Había una sencilla razón por la que Astartea Luxtor estaba literalmente obligada a usar esos guantes. Los poderes elementales, sin excepción, siempre estaban conectados de diversas formas con su portador. A diferencia de Dómaco, quien poseía una personalidad tranquila y era capaz de controlar sus emociones (y, por lo tanto, sus poderes), Aster era impulsiva, descontrolada y con una alta tendencia a enojarse con facilidad.
No era ningún misterio que la demoniesa de escamas rojas tenía dificultades para controlar sus emociones, pero todo el asunto se salió de control en primaria, cuando el salón de música se había incendiado. Después de haber evacuado a todos, los profesores encontraron a Astartea en el medio de la llamas, bufando como un gato y dándole patadas a los objetos, con el cuerpo completamente convertido en un bola de fuego. Después del incidente, se le prohibió entrar al Instituto sin un par de guantes especiales: estaban hechos con fibras de metal y acrílico, y eran tan ajustados que no permitían que las llamas que brotaran de sus manos recibieran el oxígeno necesario para crecer demasiado.
No hacía fata decir que Astartea ODIABA esos guantes. Sus problemas de ira no habían mejorado ni empeorado desde aquella vez, por lo que siempre estaba intentando deshacerse de esas molestas prendas sin éxito.
Y, si Cassiel quería sobrevivir para ayudar a Abariel, no podía dejar que el deseo de la chica se hiciera realidad en ese momento preciso.
-Ni siquiera lo pienses, amiga- bufó, para después lanzarse sobre Astartea, sujetándole los brazos con fuerza.
La cautiva comenzó a debatirse con violencia, sacudiéndose de un lado a otro y golpeando a Cassiel con sus alas (las cuales, dicho sea de paso, le provocaron un par de cortes). Los gritos de <<¡Pelea, pelea!>> que vociferaban los estudiantes apiñados a su alrededor no se habían detenido, si no que se habían echo más ruidosos. La adrenalina y la ira inicial de el ángel de alas rosas ya estaban apagándose, por lo que simplemente había comenzado a entrar en pánico.
<<Oh, rayos rayos rayos>> piensa, mirando disimuladamente a su alrededor con desesperación.
De pronto, siente las palmas de las manos arder, robándole un grito y haciendo que se apartara de su rival de un salto, soplándose la piel enrojecida. Cuando levantó la vista, se encontró con los ojos encendidos en llamas de Aster, quien, antes de lo que se tarda en decir "Plumas en llamas", se abalanzó sobre ella con una expresión que clamaba muerte y el pelo en llamas, alargando las manos aún enguantadas hacia Cassiel, tirándola de nuevo al piso, arañando su cara y tirando de su pelo.
Esta vez, Cassiel se limitó a evitar y bloquear los golpes que la otra le lanzaba con rapidez, solo devolviéndolos cuando su cara no estaba en riesgo de ser achicharrada si bajaba la guardia. Las aclamaciones de los espectadores sonaban amortiguadas, como si de pronto todo se hubiera sumergido en un gigantesco balde de agua...
Y repentinamente, así de la nada, el peso que ejercía la figura de Astartea sobre ella desapareció, como evaporándose en el aire.
A Cassiel le tomó unos cinco segundos darse cuenta de que estaba libre, y cuando se levantó finalmente, se encontró con la mirada enfundada detrás de unos lentes de Ágramon, quien estaba sujetando por los brazos a la demoniesa echa una bestia de furia y fuego, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un costado para no quemarse la cara.
-¡Asty, tranquila! No vale la pena- bufó, pareciendo estar haciendo acopio de toda su fuerza para contener a la chica llameante- No valen la pena.
El brillo asesino en los ojos de Aster poco a poco se fue apagando, hasta que dejó que fuera el diablo el que la sostuviera casi por completo, gruñendo con esmero y lanzándoles dagas por los ojos a Cassiel y a los demás congregados.
-¿Qué miran?- espetó, logrando estabilizarse con la ayuda de Ágramon, el cual parecía estar fulminando con la mirada a cada ángel presente en el pasillo.
Cuando Cassiel iba a abrir la boca para replicar, la pesada puerta que tantos misterios estaba guardando se abrió de repente con un chillido. Al menos cincuenta rostros curiosos se voltearon hacia la habitación por la que salían el director y uno de los representantes de la Orden.
El silencio era absoluto, y la tensión era tal que Cassiel casi podía verla cristalizándose en el aire como pequeños cristales de hielo.
Finalmente, el hombre de alas grises se aclaró la garganta con un carraspeo.
-Tengo el deber de informar que, junto a los demás profesores presentes y a los embajadores de la Orden, hemos decidido, con el fin de preservar la salud y el bienestar de tanto nuestra civilización como la de nuestros estudiantes...
Cassiel contuvo el aliento, al igual que Aster, al igual que Ágramon, y al igual que todos en el pasillo.
Las ligeras arrugas que surcaban el rostro del director se tensaron ligeramente cuando continuó:
-...que no se realizará ningún tipo de búsqueda o rescate de los alumnos secuestrados hasta que se obtenga más información que pueda evitar pérdidas.
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