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Con sus brazos flexionados apoyando sus codos sobre sus rodillas y apoyada su cabeza con sus manos, sentía el vómito cruzando por su garganta, y la rabia inundando su corazón. Días y días pidiendo por un milagro. Días y días creyendo en quien le había prometido: no te dejare ni te desamparare.
¿Acaso lo había desamparado? ¿acaso había faltado a su promesa?
había creído fervientemente en él, y por eso esperaba una respuesta; una positiva. Esperaba que el dijera que todo se solucionaría. Quería levantarse de esa sala de hospital y escuchar que podían regresar a casa y volver a ser felices. ¿Acaso era mucho pedir eso?
Ni siquiera sabía qué hacer, o a que método recurrir para recuperar sus fuerzas. Se sentía perdido, desorbitado, solo, confundido. Por momentos, se cuestionaba quien era y para que había sido creado. No había que probar nada; él era débil, necesitado del ser Supremo; necesitado de Papá. Y entonces, si ya había confesado necesitarlo, ¿por qué le hacía esto?
Ella murió. Ella no resistió. Él se la llevo.
Quería morir.
- lo siento. Intentamos todo, pero...
Lo siento. ¿lo siento? ¿en serio un lo siento? ¿acaso esas palabras podrían mejorar la situación? ¿acaso traerían a Ángel de vuelta?
Por pura inercia su puño se había cerrado, y estaba dispuesto a descargarlo en el rostro de aquel médico, pero ¿serviría de algo?
Si. Desahogarte. ¿no es eso lo que quieres? ¡vamos! hazlo, hazlo.
Santiago estaba desesperado, sumado en ese oscuro pozo donde no podía ver la luz. Ángel había llegado dando tanta felicidad; le había dado toda la felicidad que siempre quiso, su esposa, su hija; la familia. Pero entonces, como si de un intruso se tratara, se la había arrebatado de las manos; así, de repente, sin previo aviso, con dolor. Y entonces, cuando creyó tenerlo cerca, lo sintió lejos. Muy, muy lejos de él.
Sin saber exactamente dónde estaba yendo, tomo su chaqueta y salió. ¿Como podía seguir en el mismo lugar donde su tierna bebe estaba sin vida? sí. Así. Esa era la palabra. Muerta.
Y como dolía.
Caminó por un par de calles, pero caminar no estaba sirviendo de mucho. Necesitaba hacer algo más; entonces gritó. Gritó y gritó hasta que su garganta ardió. ¿Acaso era posible gritar aún más fuerte? quería que todo el dolor que llevaba saliera, no quería sentir más. No quería.
Vagamente la idea de acabar con ese dolor visitó su mente. ¿Solucionaría todo? ¿se sentiría mejor todo si lo hacía? pero pensó en Clarisa. Como podría hacerle eso. La amaba, y había prometido separarse de ella hasta que Dios lo decidiera, no él. No él.
Pero, ¿porque debería cumplir su promesa, si el creador de las promesas no había cumplido la suya?
Como olvidar esos salmos que siempre leía; una y otra, y otra vez.
Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?
Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay para mi reposo.
¿Dónde estás? ¿acaso te has olvidado de mí? ¿acaso no me amas? ¿Dónde estás?
Yo jamás prometí que te daría una respuesta positiva.
En la tormenta yo soy tu paz
En el dolor, yo soy tu refugio.
Cuando pases por el valle, yo estaré contigo.
Aunque no me veas, incluso cuando haya días que no me sientas; yo estaré ahí.
Prometí estar contigo cada día de tu vida, hasta el fin. Y así ha sido.
Y en todo ese tiempo, él había estado ahí.
Entonces de repente las lágrimas comenzaron a fluir. Pero nada dolía. No había sufrimiento, solo paz, alivio, tranquilidad. Eran sus ojos, habían sido abiertos. Estaba viendo, y de verdad. Todo este tiempo no había entendido nada, había sido un tonto, había vivido como un tonto, un completo tonto e ignorante.
Jehová es mi luz y mi salvación, ¿por qué iba a temer? él era la fortaleza de mi alma.
Fortaleza. Fortaleza. Fortaleza. Él era mi fortaleza.
¿A dónde huiré? a donde huiría si no puedo estar fuera de tu presencia. Tu eres el todo. Aun en medio del dolor del dolor, Jesús es el todo. Aun cuando duela, él está ahí.
Ese salmo, ese salmo: desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios. No te alejes de mí, porque la angustia está cerca. Y aun en mi quebranto yo te alabare, porque grandes son tus maravillas, porque sabias son tus decisiones, porque bueno tú has sido.
Sin pensarlo, y como si de alguien más manipulara sus manos se tratara; Santiago saco tu móvil y busco ese salmo; ese que sentía que había sido escrito por el mismos Dios para él. Ese que Dios había pensado para él.
Al inicio le fue imposible ver, sus ojos estabas llenos de lágrimas que no habían sido derramadas. Paso la manga de su traje por sus ojos en un intento vano de secarlos; pero era imposible, sus ojos seguían recargados de lágrimas.
Lo intento una vez más y logro leer. Ahí estaba.
Oye, oh Jehová, mi voz con que a ti clamo; ten misericordia de mí y respóndeme.
Mi corazón ha dicho de ti: buscad mi rostro. Tu rostro buscare, oh Jehová.
Mi ayuda has sido. No me dejes ni me desampares, Dios de mi salvación.
Aunque mi madre y mi padre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.
Aunque haya sufrimiento, dolor, perdida, engaño, desanimo. Con todo y eso; Jehová me recogerá.
Ahora lo entendía. Justo en ese momento Santiago entendió todo: y él quería entrar, esta vez de verdad, al reposo del señor. Donde no importa si hay dolor o perdida, siempre sentirás la paz que solo el Espíritu Santo de Dios sabe dar.
Solo en Dios hay descanso. Solo en Dios hay descanso.
Aunque no podía ignorar el dolor de perder a su hermosa Ángel, sabia, con certeza, que las decisiones de Dios siempre son sabias. Que sus pensamientos para con el hombre, siempre han sido pensamientos de bien. Pensamientos de bien y no de mal.
En ese momento, después que Santiago termino de leer esa parte de los salmos, respiro profundo y luego suspiro. Miro hacia el cielo y finalmente sus lagrimas comenzaron a salir, en silencio esta vez. Aunque su pecho estaba siendo estrujado porque jamás volvería a verla tierna sonrisa de Ángel, sabia, con mucha seguridad, que se había convertido en un verdadero ángel de Dios.
Ángel estaba ahora feliz, segura, en los brazos del Padre. Ella era libre. Y lo que más quería era vivir en santidad hasta el momento que Dios decidiera llevarlo con él.
- De verdad eres bueno. Pido perdón, por dudar, renegar, por ser tan terco. Lo siento - decía entre suspiro mientras seguía viendo el inmenso firmamento - eres bueno, Papá. De verdad tu eres bueno.
Es cuando entregas tu vida verdaderamente a tu creador, que entiendes que el es realmente bueno. Dios es bueno en gran manera.
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