2. Una caja 🔞🔥


20 DE ENERO

Felix estaba temblando y no tenía nada que ver con la nieve que cubría el suelo del callejón. Era más bien su propio anhelo manifestándose en forma de contracciones musculares. Minho terminó la llamada telefónica a su lado con un resoplido. Él no podía parar de mirar al fondo del callejón, a los neones que deletreaban Unholy en inglés y japonés.

—Tu padre ha adelantado el vuelo de mañana, tenemos que estar en el aeropuerto a las seis. El coche pasará a recogernos a las cinco.

—¿Qué mierda? ¿Por qué no me ha llamado a mí para decírmelo? —se quejó en voz alta.

—Soy tu niñera asignada, Yongbok —bromeó. Felix bufó—. Deberíamos volver al hotel, no tendremos tiempo de dormir.

—¡¿Qué?! ¡Pero avisaste a Hannie de que veníamos! —exclamó, ni siquiera pudo contener la impaciencia indignada en su voz.

—Puedo avisarle de que tenemos que irnos, Hannie nunca reclama nada... Solo se pondrá un poco llorón...

—Pero...

—Además, no quiero que te quedes dormido y perdamos el vuelo, tenemos una reunión en la oficina de Seúl mañana a las 11 a. m.

Hyung, no puedes hacerle eso a Hannie, él me gusta, se pondrá triste... Le dijiste que vendrías...

—¿Por qué soy yo el que está tratando de convencerte de volver al hotel, Yongbok?

—Vamos, vamos a verle un rato, nos tomaremos una copa y después nos marchamos.

—No puedo verlo y tomarme solo una copa —se quejó, mientras Felix tiraba de su brazo por el callejón.

—Entonces una copa y una hora arriba. Luego nos vamos.

—Te quedarás solo...

—No me importa —interrumpió, llegando hasta la puerta del club.

El guardia de seguridad abrió con una sonrisa de reconocimiento y los dejó pasar al calor del recibidor. Lo saludaron y dejaron sus abrigos en el guardarropas. Minho todavía mascullaba maldiciones, pero todo se le olvidó en el momento en el que entraron al gran local y las chicas los saludaron con familiaridad.

El tirón de vergüenza en la parte de atrás de su cerebro lo ralentizó un poco. Se pellizcó su propia muñeca para calmarse, no podía verse como un adolescente a punto de conocer a su ídolo. Tenía que centrarse, era un adulto, estaba allí acompañando a Minho y no como cliente. Aunque no fuera verdad, aunque estuviera desesperado por encontrar a aquel demonio de pelo largo en el que no podía dejar de pensar y subir a las habitaciones.

—¡Lino hyung! —exclamó Hannie, saltando al cuello de su amigo con una carcajada. Minho floreció cuando puso las manos en la cintura del chico.

Llevaba unas orejas grises, distintas a las anteriores, que combinaban perfectamente con su nuevo color de cabello gris azulado. Lo hacía ver mayor, pero le quedaba bien y parecía suave y bien cuidado. Probablemente el dinero de Minho financiaba de sobra los botes de Olaplex.

—¡Hola, Yongbok! —saludó el chico con sus mejillas de ardilla hinchadas por la sonrisa.

—Hola, Hannie, me gusta tu pelo, te queda muy bien.

—Oh, gracias. Me alegro de que lo hayas notado —comentó, frunciendo el ceño con falso enojo hacia Minho.

—¡Yo también lo noté! ¡Ni siquiera me dio tiempo a decir nada! —lloriqueó el mayor con un puchero.

El pequeño lo miró un segundo antes de asentir y darse la vuelta. Los siguió hasta el reservado, observando como Minho susurraba algo en el oído de Hannie mientras caminaban, de espaldas a él. Vio al más pequeño sonrojarse cuando la mano de su amigo le dio un llamativo apretón en la nalga. Felix rodó los ojos.

—Hola, Felix. —El susurro llegó desde su izquierda.

Se congeló exteriormente mientras su interior estallaba en miles de pequeñas explosiones placenteras. Su polla reaccionó como si estuviera condicionada por esa voz, como si ese murmullo áspero en su oreja fuera suficiente para encenderlo. Una mano en su espalda baja lo instó a caminar hacia el reservado. Quemaba. Dolía. Ardía.

Felix estaba tan hambriento de ese toque que casi jadeó cuando el cuerpo ajeno se acomodó a su espalda, llevándolo definitivamente hasta el sillón en el que Hannie saltaba sobre el regazo de Minho.

Se dejó caer en el asiento y abrió el primer botón de su camisa blanca. De pronto hacía demasiado calor allí. La temperatura de su cuerpo subió aún más cuando el imponente chico se sentó a su lado; llevaba puesto un traje blanco, con la chaqueta modificada para atarse alrededor de su cintura con un lazo y su espalda al descubierto. No debería ser legal. Ese hombre vestido así era completamente incidente, era impío y profano, tan dolorosamente sensual como los labios que se mordió antes de guiñar un ojo. Tan demoníaco como el lunar bajo su ojo y la sonrisa conocedora en su rostro. Tan doloroso como la forma en la que lo ignoró para centrarse en la conversación de Hannie y Minho, fuera cual fuese.

Maldita sea, Lee Minho, llévate a tu chico a las habitaciones. Lárgate de aquí. Deja de robarme su atención.

Quería gritarlo. Si fuera un poco más valiente, se lo diría. Si Felix no fuera un auténtico cobarde, Minho sería su compinche, podría subir a las habitaciones sin tener que esperar a que ellos se marcharan, no tendría que guardar al impresionante hombre vestido de blanco como un secreto oscuro.

—Hoy solo nos tomaremos una copa y nos marcharemos. —La voz de Minho se filtró en sus pensamientos.

—¿Por qué? —dijeron Hannie y él al unísono, en el mismo tono infantil. Los otros dos se rieron. A Felix no le hacía ninguna maldita gracia.

—Mañana tenemos que salir del hotel a las 5. Nos han adelantado el vuelo de vuelta a Seúl.

Hyung, llamaré a mi padre y le pediré que nos deje volver más tarde...

—Yongbok, tenemos la reunión a las 11, no hay ninguna posibilidad de volver más tarde.

—Entonces, le diré que retrase la reunión —insistió.

—De ninguna manera —dijo, molesto—, tenemos responsabilidades, Yongbok.

—Mañana es sábado, tendríamos que tener el día libre, llevamos tres días en Tokio y no hemos tenido ni un segundo de descanso.

—Déjalo, por favor, a Hannie no le importa que solo estemos aquí un rato, ¿verdad, jagi? —Felix clavó sus ojos en los del chico, que simplemente se encogió de hombros.

—Iremos sin dormir... Hannie está decepcionado, pero no te lo dirá porque no quiere hacerte sentir mal.

—Jesús, Yongbok, cualquiera diría que eres tú el que quería verlo —exclamó su amigo exasperado.

Los ojos de Felix se abrieron y se apresuró a negar con la cabeza. Jinnie se rio a su lado, avergonzándolo aún más. Casi había olvidado la presencia del chico vestido de blanco que tenía su muslo pegado al suyo. Su piel picaba en el espacio en el que hacía contacto con la calidez del otro. Se sentía alterado, como si tuviera prisa, como si hubiera bebido un tanque de café antes de llegar al callejón.

Se secó el sudor de la frente, dando un trago a la copa de champán. El frescor del líquido calmó un poco la ansiedad que le apretaba el vientre, pero no lo suficiente. Era como si se moviera a la velocidad del sonido y vibrase como un colibrí mientras el mundo a su alrededor se ralentizaba. Se llevó una mano al pecho, preocupado por lo rápido que latía su condenado corazón.

—Yo cuidaré de Yongbok, Lino-ssi —soltó Jinnie, poniendo su mano, masculina y grande, sobre la rodilla de Felix—. Lo pasamos bien la última vez, ¿verdad? —preguntó, mirándolo con esos ojos tan expresivos.

Felix tragó saliva, desabrochando un botón más de su camisa que le asfixiaba. El host siguió el camino de sus dedos detenidamente y tuvo la indecente idea de lamerse los labios carnosos antes de girarse de nuevo hacia Minho y Hannie.

—¿Estás seguro, Yongbok? —insistió su amigo. El apretón en su rodilla lo obligó a reaccionar y asintió muchas veces.

—Sí, sí... —O eso esperaba.

—Bajaré en una hora.

—Tómate tu tiempo, Lino hyung, no te preocupes por mí... —dijo, porque de pronto a él tampoco le parecía suficiente una hora.

Se fueron con un asentimiento de cabeza y una risita tonta, tomados de la mano, abrieron la puerta roja y desaparecieron unos segundos después. Felix no podía apartar su atención de aquel lugar exacto, la entrada al infierno del que ya no quería salir.

—Buen chico —musitó Jinnie en su oreja, haciéndolo estremecer de los pies a la cabeza.

Esa velocidad, esa prisa infame que lo tenía dominado desde que enfilaron la calle nevada, volvió a apoderarse de su cuerpo. Estaba otra vez agitándose como las alas de un colibrí. Su pecho de nuevo golpeado por el latido de su corazón, sus manos temblando de anticipación, su polla llenándose en sus pantalones.

La mano del host subió por su muslo, sus yemas clavándose con fuerza en sus cuádriceps, cavando en su carne, desgarrando el autocontrol de Felix para dejarlo hecho jirones. Quería quedar hecho trizas, quería que vaciara su mente como lo hizo aquella primera vez, que llenase su cabeza de puro aire inocuo, ser una perra tonta sin raciocinio, un animal obediente y domesticado.

Joder, cómo lo necesitaba...

—Por favor, vamos arriba —suplicó, aunque sabía que suplicar no solía funcionar, que no debía pedir nada que no le dieran directamente.

—Claro que sí —coqueteó, con una sonrisa traviesa—, creí que no me lo pedirías nunca, ángel.

El apodo lo hizo estremecer y se aferró a la mano que le ofreció, olvidándose de los secretos, de las mentiras, del papel que llevaba tantos años interpretando. Tomó esa palma suave y cálida entre las suyas más pequeñas como un niño perdido, Jinnie era el faro al que seguía en medio del mar oscuro. Su pelo lacio y negro ondeó mientras subían las escaleras, su espalda descubierta tenía la cantidad justa de músculos; su piel rosada combinaba perfectamente con las tiras blancas del traje.

Tenía tantas ganas de que lo destrozara, que lo hiciera estallar arrodillado a sus pies, que le dijera lo necesitado que estaba, que era buen chico y una puta, adorable y sucio, perfecto y asqueroso... Quería ser su ángel, quería ser su zorra. Quería la cabeza flotante y el corazón ralentizado, el cuerpo dolorido y el culo lleno.

Lo anhelaba tanto que no había podido dejar de pensar en todo el mes en la polla de Jinnie en su garganta, jodiendo su úvula sin piedad, sus manos aferradas a su pelo. Joder, hacía años que Felix estaba muerto y aquella mamada lo sacó de la tumba como una mano divina y le dijo "levántate y anda".

—¿Me echaste de menos, ángel? —Sí, mierda, sí, te eché de menos como quien extraña respirar cuando está bajo el agua, quiso gritar, en su lugar, asintió—. Quiero respuestas verbales mientras tu boca no esté ocupada, Felix —advirtió, con ese ligero tono autoritario que hacía que sus piernas temblaran.

—Sí, Jinnie...

—¿A qué quieres jugar hoy? —preguntó, sacándose las botas de los pies despreocupadamente y subiéndose a la cama.

Se veía hermoso entre las sábanas rojas, con la espalda contra la cabecera y sus kilométricas piernas cruzadas. Intuía la forma de su polla semidura en la tela blanca y lo estaba poniendo más frenético de lo que estaba.

Frotó sus palmas contra sus costados y se sacó la chaqueta directamente. Él sabía qué tenía que hacer, sabía como se hacía, era bueno, era un buen chico, era obediente y siempre recibía elogios porque su entrenamiento había sido el mejor. Daba igual que hubieran pasado más de cinco años, no se olvidaba, la memoria muscular seguía ahí.

Se sacó el cinturón sin decir una palabra, mirando al suelo; desabotonó la camisa doblándola con cuidado sobre la cómoda y después se quitó los zapatos. Terminó con el pantalón y la ropa interior, dejando todo perfectamente ordenado. Su corazón retumbaba en sus oídos, un feo mordisco de vergüenza lo hizo enrojecer y aterrorizarse. Comprobó la puerta por el rabillo del ojo, seguía cerrada, como debería estar, como debió haber estado aquel día de mierda en el que lo perdió todo...

—Ven aquí, ángel —ordenó Jinnie.

Obligó a sus pies a avanzar, arrodillándose en el colchón y gateando para acercarse al hombre que seguía completamente vestido. El host dio dos palmaditas sobre su regazo invitándolo a subirse y acató el mandato. Se montó a horcajadas sobre esas piernas largas y musculosas, la tela del pantalón se sintió suave contra la parte trasera de sus muslos. Jinnie le acarició suavemente, mirándolo con lo que parecía hambre.

Felix esperaba, de verdad, que fuera hambre, que fuera al menos un diez por ciento de la que él tenía; que estuviera una décima parte de desesperado por tomarlo de lo que él lo estaba por ser tomado.

—Qué chico tan obediente —murmuró, dándole un beso en la mejilla—, yo también te extrañé, cariño —añadió, con sus labios muy cerca de los de Felix.

—Pu... ¿Puedo tocar? —preguntó, el hombre asintió con una sonrisa y colocó sus manos pequeñas sobre los bíceps marcados. Se sentían duros bajo sus dedos, con su piel pálida tensa sobre los músculos abultados.

Probó a tientas, todavía concentrado en los ojos que tenía tan cerca. Quería besarlo, recordaba el sabor de su saliva mezclada con el champán como droga. ¿Qué droga te hace adicto en el primer chute? ¿Estaba Jinnie utilizando algún ritual para amarrarlo a su cuerpo? Porque Felix necesitaba una dosis con tanta desesperación que creía que se volvería loco.

—Bésame, baby boy —susurró en inglés.

¿Qué iba a hacer Felix, que era solo un colibrí deseando entrar en una jaula, más que obedecer?

Lo besó con gula, chupando sus labios lujosos entre los suyos, probando el empuje de su lengua contra la propia. Dejó que le saqueara la boca, que sus manos contuvieran su cintura con decisión. Lamió sus dientes blancos, probó su saliva, jadeó cuando empujó su cuerpo desnudo contra su centro vestido. Hacía mucho calor, demasiado.

Las manos expertas del mayor subieron hasta sus pezones, tirando sin miramientos de las cuentas rosadas. Felix dejó escapar un jadeo, separándose de la boca carnosa que lo cubría. Un hilo de saliva quedó prendido entre ellos antes de romperse. Un beso más, una caricia más, un movimiento de caderas más. Su cabeza empezaba a nublarse y todo en lo que podía pensar era en tener esa enorme polla dentro de él.

Había pasado tanto tiempo...

Las yemas ajenas tocaron su columna, dibujando cada uno de las protuberancias, enumerando las vértebras como si estuviera comprobando que estaban todas. Fue lento y constante, robándole besos y obligándolo a encorvarse como un gato sobre su regazo.

Cuando llegó a la grieta de su trasero, no pudo evitar el sobresalto.

—Tranquilo... —murmuró contra su boca, antes de besar su cuello. La humedad se impregnaba en su piel, se preguntó si habría marcas donde sorbía. Deseo secretamente estar lleno de cicatrices hechas por él—. Oh... ¿Qué tenemos aquí?

Los dedos largos apretaron en su trasero y Felix aulló una queja. Sin piedad, tiró del plug in que llevaba. La parte ancha estiró su agujero y creyó, erróneamente, que lo sacaría del todo, en su lugar, volvió a meterlo con un movimiento brusco. El aire se atoró en sus pulmones cuando repitió la acción un par de veces más.

Hacía años que no se corría intacto, pero estaba seguro de que si Jinnie volvía a sacar el juguete de su culo, se derramaría sobre su traje blanco.

—Qué buen chico... ¿Viniste preparado para papá? —Su voz oscura se estrelló contra su oído al mismo tiempo que empujaba con más solidez el pedazo el vidrio dentro de él—. Contéstame, ángel. ¿Te preparaste para que papi te follara?

—Sí, sí... —jadeó, desesperado—. Sí, me preparé...

—¿Para quién?

—Hmgffff —gruñó, buscando fricción contra el traje.

—Palabras, Felix, o no te follaré. —La amenaza le puso los pelos de punta cuando tiró del tope.

—Para ti... Me preparé para papi —afirmó, con la vergüenza empañándole el cerebro.

Good boy —susurró en el inglés.

Lo empujó bruscamente a su lado. Felix cayó de costado en la cama, aturdido y excitado. El host se levantó y desabrochó la chaqueta, sacándola de su cuerpo lentamente. Observó el espectáculo sin moverse, tumbado en posición fetal, presionando sus piernas juntas, mordiéndose el labio inferior. La lujuria tenía su sangre bullendo cuando desabrochó el pantalón y lo bajó por sus piernas. Llevaba un calzoncillo Calvin Klein negro que siguió el mismo camino hasta sus pies. Abrió la mesita junto a la cama y sacó dos condones y lo que parecía una botella grande de lubricante estándar.

Gloriosamente desnudo, volvió a la cama desde la que Felix lo observaba. Había en sus labios una sonrisa diabólica y los mechones de cabello le cubrieron la cara cuando se cernió sobre él. Quería tocar, quería sentirlo más, quería rogar.

Jinnie mordió su hombro y el suspiró. Sus dedos volvieron a su columna y recorrió el camino hasta sus nalgas. Un segundo después, lo tumbó boca abajo, subiéndose a horcajadas sobre sus muslos. Felix aplastó la cara contra las sábanas de seda, temblando de anticipación.

—¿Te pusiste esto en el hotel? —preguntó, abriendo sus cachetes hasta que dolía.

—Sí, papi...

—¿Viniste hasta aquí con tu culo abierto sin decir nada? ¡Qué zorra! ¿Qué pensaría Lino hyung si supiera lo puta que eres? Tal vez debería decírselo, le diré que compruebe si llevas un tapón cuando vienes aquí.

La vergüenza era espesa, como si le tiraran un tarro de miel en la cara y sus pestañas estuvieran pesadas. Estaba en sus pómulos ruborizados, en sus manos aferradas a las sábanas, en su boca, ahogándolo.

—No... no... —La melaza oscura lo hizo balbucear.

—Apuesto a que te gustaría que te follara. Se correría en tu culo y vendrías aquí con este tapón de cristal para que yo pudiera ver su semen dentro de ti —gruñó, arañando sus nalgas.

—No, no, papi... Solo tú, por favor, solo me preparé para ti —gimoteó.

Apretó los dientes en el momento en el que Jinnie sacó el juguete de su culo con un tirón. El ramalazo de dolor lo hizo estremecerse. Se sentía abierto y expuesto. El host acarició con un dedo seco su borde dilatado, sus piernas temblaron. Una ráfaga de aire frío acrecentó el espesor de la miel que lo cubría. Gimió arqueándose lo más que pudo bajo el peso del chico. Lo escuchó reír y se dio cuenta de que había soplado de nuevo cuando el aliento chocó una vez más contra su entrada.

—Chico sucio, mira lo abierto que estás —murmuró, agarrando la botella de lubricante—, ni siquiera tendré que usar mis dedos para prepararte.

—Fóllame, papi, por favor...

—¿Tantas ganas tienes, ángel? —El chorro de lubricante se sintió gélido, pero fue peor cuando los dedos lo esparcieron por todas partes, arañando sus paredes sensibles con brusquedad—. Dime cuánto lo quieres.

—Mucho, muchísimo... Lo necesito, lo necesito tanto que voy a volverme loco —lamentó, perdiendo cualquier ápice de dignidad que pudiera quedar en él.

Very, very good, baby boy —Felix gimió. Escuchó el plástico del condón romperse y lo sintió trastear tras él un segundo antes de que la punta roma empujara contra su entrada—. Yo tampoco puedo esperar... Tengo tantas ganas de follarte...

—Sin condón, quítate el condón —exigió. Su insolencia fue castigada con una fuerte palmada en su costado. Felix chilló sobresaltado.

—Recuérdame quién manda aquí —pidió un segundo después, empujando su polla un poco más adentro de su cuerpo.

—Tú —contestó, conteniendo un gemido que le desgarraba la garganta—. Tú, tú mandas, papi manda y yo obedezco.

—Muy bien, bebé.

La polla entró en su cuerpo inexorablemente. Era grande, más ancha que el tapón que llevaba, pero Felix ya lo sabía. Su garganta había quedado tan mal después de la jodida que le dio que era perfectamente consciente de que ese trozo de carne llegaría a lugares a los que no había llegado nadie. Ni siquiera su antiguo amo.

Jinnie tanteó el terreno con una embestida fuerte que le sacó el aire de los pulmones. Si se movía un poco más hacia abajo, estaría golpeando la próstata de Felix. Y no había nada que quisiera más que eso, no había en el mundo nada que necesitara con más ansiedad que el glande de Jinnie castigando su punto P hasta que se deshiciera.

—Voy a follarte duro, ángel. Utilizaremos el sistema de semáforos, ¿entendido?

—Sí... —gimió, sin escucharlo del todo. Estaba perdido, estaba tan perdido...

—Repíteme los colores —ordenó el chico, saliendo y entrando lentamente de su culo.

—Ro... rojo... —gruñó, apretando las sábanas—. Amarillo...

La mano de Jinnie subió a su cabeza y tiró de su pelo con fuerza. Las lágrimas picaron en sus ojos y su cuello se contorsionó en una posición incómoda. El jadeo se escapó de su garganta sin que pudiera contenerlo mientras el host se empalaba hasta el fondo.

—Dime los colores o dejaré de follarte, zorra necesitada —gruñó en su oreja. Felix no podía hablar, su cerebro estaba derretido, sentía que caía en una piscina llena de caramelo líquido, pegajoso, espeso y dulce. Su saliva atorada en su esófago, su estómago empujado, la polla dentro de él reacomodando sus órganos, el cuerpo caliente y sudoroso de Jinnie sobre él... Todo era demasiado—. Tienes tres segundos o me marcharé de aquí. Buscaré otro culo para romper.

—Rojo para parar, amarillo para ralentizar, verde para seguir —balbuceó, apresurado. No quería que se fuera.

Sentía que si se marchaba, Felix se derretiría en un charco de lágrimas saladas en el suelo. Que dejaría de ser un ser humano para convertirse en la nada. Si Jinnie salía de su culo en ese instante, se desmayaría de dolor, su cuerpo convulsionaría. No podía irse, no podía dejarlo.

Él sería bueno, se portaría bien, obedecería cada orden, tomaría todo lo que tuviera para darle.

—¿Ves qué fácil era? —preguntó, la condescendencia en su voz era tan dolorosa como la mano que mantenía sosteniendo su pelo—. No eres una puta tan tonta —escupió. El desprecio envió una descarga de placer a sus piernas temblorosas.

Y entonces empezó el castigo. O el regalo. Felix no estaba seguro de nada, solo que esa polla que se movía dentro y fuera de su cuerpo lo estaba destrozando. Fue rudo y voraz, mordiendo sus hombros, sin soltar la mata de pelo de la que tiraba. Las lágrimas se le escaparon, junto a los gemidos húmedos y las súplicas. Porque ya no le quedaba nada en la cabeza sino que rogar por más.

Se convirtió en un pedazo de carne inútil, taladrado por aquella enorme verga que golpeaba su próstata. Las manos grandes de Jinnie levantaron sus caderas, presentándolo ante él como una perra en celo. Se encontró con sus embates, soportando el dolor de las embestidas y de las nalgadas que enrojecían la piel de su trasero.

Jinnie apretó su cara contra las sábanas, follándolo con rabia, recordándole lo puta que era, lo buen chico que era. Tembló, gritó, lloró. No tuvo tiempo de avisarle cuando se corrió ahogando un chillido contra el satén rojo. Jinnie no frenó, en todo caso, lo sancionó con embestidas más fuertes.

Sus dedos soltaron su pelo para agarrar su polla húmeda y masturbarlo. La sensibilidad le hizo enroscar los dedos de los pies mientras su culo se cerraba alrededor del eje ajeno. Jinnie gimió a su espalda, un gruñido animal que acompañó con un tirón duro en su entrepierna medio llena, su dedo áspero le acarició el glande y Felix sintió que un nuevo orgasmo se construía en sus bolas.

Hacía tantos, tantísimos años que no se sentía así.

—Te corriste sin permiso, ahora te correrás cuando yo te diga —aseguró el hombre.

—Lo siento, papi, perdóóóón —gimió, arqueando más la espalda en una embestida particularmente bien dirigida a su próstata.

—Vamos, ángel, córrete una vez más —exclamó, girando la muñeca de una forma que envió a Felix al cielo.

Se corrió otra vez, sintió las gotas quemarle la uretra. Ardía como el infierno y también era la mierda más placentera que había sentido en siglos. Jinnie se corrió clavando las uñas en sus caderas, enterrado hasta el fondo. Deseó con fervor que su semen se quedara dentro, que pusiera el tapón de cristal para mantener todo el desastre cálido dentro de él.

—Buen chico —susurró, bajando de la altura.

Felix solo pudo gimotear, con su cabeza llena de algodón.


13 DE FEBRERO

—¿Cómo se llamaba? —preguntó Hyunjin, deshaciendo lentamente el nudo de la cuerda de yute a la espalda del chico.

Estaba tumbado en la cama de lado, su culo lleno con el plug in y su polla gastada y manchada de semen sobre su muslo. Era la cosa más hermosa que Hyunjin había visto en su vida.

—¿Quién, papi? —Sus ojos estaban desenfocados. Estaba perdido, dentro del espacio de su cabeza que lo dejaba dócil y maleable, tan bonito y adorable que Hyunjin no podía evitar acariciarlo con cariño.

—Tu amo, el que te entrenó. —Hyunjin sabía que hubo alguien antes que él, ningún sumiso tenía ese nivel de forma innata.

—¿Qué...? —Parecía realmente confuso, pero no iba a dejarlo pasar.

—Dile a papi la verdad, bebé —insistió.

Desató los brazos por completo, masajeándolos suavemente. Las marcas durarían al menos un par de días, se preguntó si sería un problema para él y su esposa. El anillo de oro llamó su atención y no pudo evitar acariciarlo cuando amasó los dedos para regresarlos a su circulación normal. Como lo odiaba, como detestaba ese maldito pedazo de metal...

—Se llamaba Changbin. Pero yo lo llamaba señor —susurró.

—¿Cuánto hace que no lo ves? —insitió, mordiéndose el interior de la mejilla para evitar el ligero ramalazo de celos. Desató las cuerdas que le ceñían las costillas y el pecho.

—Cinco años...

—¿Por qué dejaste de verlo? —Felix se quedó en silencio. Hyunjin se asomó sobre su hombro aprovechando para desenredar la soga de la parte delantera. El chico estaba mirando al otro lado de la habitación, lejos de él—. ¿Te dejó por otro sumiso?

—Amarillo —susurró. Hyunjin lo miró fijamente.

—¿No quieres hablar de esto ahora? —El chico negó con la cabeza, pero no cambió la dirección de sus pupilas. Lo besó en la mejilla suavemente, consolándolo—. Está bien, perdóname, ángel —murmuró, abrazándolo cuando apartó toda la cuerda de su cuerpo—. No quería hacerte sentir incómodo, ¿de acuerdo?

—Ujum...

—¿Me crees, ángel? —cuestionó una vez más. Los labios de Felix se arrugaron en un puchero que Hyunjin besó.

—Sí, papi.

—Muy bien, cariño. Vamos a la ducha.

21 DE MARZO

—¿Qué es esto?

—Es... Es un regalo. Minho hyung dijo que era tu cumpleaños —comentó, fingiendo despreocupación.

Era muy mal actor delante de Jinnie. El hombre conocía las partes más vulnerables de Felix, las más oscuras, las más dolorosas... Aunque no tuviera detalles de todo lo que había pasado antes de que acabara acompañando a Minho a ese local, todavía podía sentir que sabía todo sobre él.

Sus manos temblaban un poco, así que agarró las sábanas a los lados de su cuerpo. Estaba desnudo, como siempre que entraba a esa habitación. Jinnie vestía un pantalón blanco vaquero, su jersey gris y la camisa azul estaban colgados en la puerta del armario. Boyfriend look había dicho, sí que lo parecía, la cantidad exacta de sensualidad y familiaridad. A Felix le gustaba casi más que cuando vestía de cuero.

El host tomó la bolsa negra en sus manos y la abrió lentamente. Sacó el papel de seda y tiró del asa del bolso Fendi colocándolo frente a su cara. Lo había comprado el día anterior en un paseo en el que Minho, su niñera asignada, lo dejó en paz. Había sido un impulso, un arrebato histérico, un movimiento pasional. Y había valido la pena cada yen que pagó por él. El sonrojo en la cara perfecta de Jinnie era suficiente para comprarle veinte bolsos como ese más.

—¿Te gusta? No sabía si usarías bolsos grandes... Me pareció que sí... —comentó, nervioso. El chico le dio una sonrisa taimada.

Siguió comprobando el bolso, abriendo las cremalleras, probando la longitud del asa, acariciando la piel. Felix se sentía como un flan, como en el examen de acceso a la universidad, como el día que su antiguo amo le puso un collar por primera vez.

—Oh, supongo que ahora soy oficialmente tu sugar baby. ¿Quieres que te llame papi? —preguntó el más alto de pronto, con sus ojos brillando por la risa.

—Para... —ordenó, con las mejillas ardiendo. Jinnie colocó el regalo dentro de la bolsa negra y se levantó para dejarlo sobre la cómoda. Se volvió con esa expresión diabólica que hacía que Felix enroscara los dedos de los pies.

—¿Por qué? ¿Papi está enfadado con su sugar baby? —preguntó, lamiéndose los labios.

Se subió a la cama, gateando por encima de las sábanas rojas. Acechó a Felix como un depredador, como si estuviera dispuesto a comérselo, a desgarrar con sus colmillos cada pieza de carne hasta que solo quedaran los huesos. Y él lo quería.

Joder, lo quería tanto que estaba cerca de echarse a llorar. El tapón de cristal presionaba su culo con eficiencia, pero no era suficiente para hacer que se corriera. Todavía necesitaba las manos de Jinnie, sus atenciones, su crueldad, su ternura. Quería tener a Jinnie para sí mismo, que cuidara solo de él, que lo follara solo a él.

Por estúpido que pudiera parecer, Felix quería pertenecer a ese hombre al que pagaba por pasar un par de horas a solas. Si Jinnie se lo hubiera pedido en ese momento, suspendido sobre su cuerpo, con su piel limpia y pálida cubriéndolo, Felix hubiera hecho un montón de locuras por él.

—Tendré que agradecerle a papá mi regalo —murmuró en su oreja. Felix casi esperó que le rogara que dejara a su mujer, que se mudara a Japón, que vivieran juntos para siempre. Deseó con fervor que Jinnie hiciera cualquiera de esas demandas para concederlas todas.

En lugar de pedirle algo, lo reventó contra el colchón.

17 DE ABRIL

Hyunjin se amaba a sí mismo, pero no lo suficiente como para irse de esa habitación, por supuesto, no lo suficiente como para alejarse del cuerpo menudo y musculoso que se retorcía.

Su madre siempre decía que no tenía sentido de la autoconservación. Por eso jugaba con los chicos mayores al fútbol y acababa con las rodillas magulladas. Por eso siguió a aquella mujer que quiso captarlo en una secta. Por eso disfrutaba cuando hacía puenting, saltando desde lo alto de la grúa. Por eso se marchó solo a Japón cuando lo rechazaron por décima vez en los castings. La sensación de subidón de la adrenalina, el estómago encogido, su cuerpo flotando como la pluma de Forrest Gump... Por eso sus manos retenían con fuerza los muslos prietos de ese hombre. Por eso su lengua recorrió el camino desde la verga hasta el ombligo. Por eso mordió el pezón rosado con fuerza. Por eso lo besaba.

Porque no tenía sentido de la autoconservación.

Pensándolo fríamente, follarse a Felix hasta convertirlo en un desastre lloroso era como saltar de un puente. Igual de placentero, igual de emocionante, igual de peligroso.

Todavía temblaba con los estragos de su primer orgasmo y algo en el fondo de su cerebro se resistía a dejarlo ir. La polla gastada de Hyunjin colgaba entre sus piernas, pero aún así, quería un poco más de Felix.

Lo volteó sin cuidado, la cadena que ataba sus manos al cabecero tintineó. El muchacho jadeó tratando de acomodarse, Hyunjin levantó las caderas para presentar su culo ante él, abierto, rojo por el uso, sucio de semen y lubricante. Era asqueroso y hermoso, magnífico y repugnante al mismo tiempo. Como su tiempo con él, como sus besos llenos de saliva y dientes contrastando los que se regalaban en la ducha, suaves y cariñosos.

Su índice acarición el borde maltrecho. Era vagamente consciente de que Felix siempre acababa cojeando y estaba totalmente seguro de que Lee Minho sabía todo lo que estaba pasando. La razón de su silencio complaciente la desconocía. Tal vez él sí sabía quién había entrenado al rubio, quizá había visto a su antiguo amo... No tenía ni idea. No conocía a ese hombre más allá de ese deseo insano de ser aplastado como un insecto.

El destello dorado de la alianza llamó su atención. En la posición en la que estaban, Felix sufría más que disfrutar. Nalgeó el culo irreverente con rabia, su segundo azote, más suave, fue directamente a su raja y la voz del chico se quebró en un chillido.

—¿Color?

—Verde —contestó automáticamente.

Había llegado a un buen lugar con el sistema de semáforos, Felix utilizaba los colores y respondía verbalmente cuando se le ordenaba. Eso dejaba a Hyunjin lo suficientemente tranquilo para dar rienda suelta a sus deseos oscuros. Tenía la compulsión de dominarlo, lo veía entrar por la puerta del local y lo único en lo que podía pensar era en sus ojos llenos de lágrimas, en la baba escapándose por su barbilla, en su culo abierto con un tapón de cristal. Y en el anillo de oro que no se quitaba.

Golpeó una vez más sobre su agujero, apuntando con especial predilección al músculo enrojecido que se cerraba a la nada. Felix volvió a gemir. Música, su voz de barítono era como música para sus oídos. Escupió sobre su culo, aunque no hacía falta porque su semilla seguía filtrándose en enormes goterones. Empujó tres dedos dentro directamente, sobresaltando al chico atado.

—¿Qué diría la gente si te viera así, ángel? —preguntó, tragando saliva. Metió un cuarto dedo en el espacio, curvándolos para rozar su próstata—. ¿Qué pasaría si se enterasen de que estás atado al cabecero de la cama de un prostíbulo? —El cuerpo de Felix tembló entre estremecimientos. Su cabeza giró de un lado al otro.

Estaba enajenado, casi tanto como Felix estaba profundamente hundido. El cuerpo flexible acogía todo lo que tenía para darle, sus dígitos escarbando en el recto que había follado, el semen y el lubricante manchaban sus propios dedos. El muchacho balbuceaba palabras como "papi", "mas" y "por favor", pero era incapaz de formar una frase completa. Su desesperada búsqueda de un segundo orgasmo era tan bonita como él mismo.

A Hyunjin le gustaba su segundo orgasmo. Se volvía tan sensible que cualquier toque lo hacía llorar. Seguramente debajo de esa venda estaría todo húmedo por las lágrimas. Tan perfecto, tan cruelmente inalcanzable, tan mundano y al mismo tiempo tan divino...

Presionó los dedos con más fuerza, forzando su castigado culo con cuatro dígitos, empujando el pulgar contra su perineo. La cadena volvió a tintinear cuando se sujetó a ella. Era plateada, un contraste vibrante con el anillo de oro de su dedo anular.

Tenía ganas de arrancarlo, tirarlo al fondo del río Sumida y reemplazarlo por uno más barato, uno peor, uno que fuera suyo. Estúpido angel, perra insaciable, deja de apoderarte de mi mente.

—¿Te imaginas la cara que pondría tu esposa si enterase que casi tienes mi puño en tu culo? —gruñó. Y era la primera vez que decía eso en voz alta. Era la primera vez que hablaban de ese elefante rosa que había entre ellos.

Presionó una vez más la próstata del chico y lo sintió correrse gritando palabras que sonaban como "papi", llorando, como si estuviera muriéndose. Hyunjin hervía de rabia, de lujuria y de necesidad. Sacó sus dedos de la cavidad que aleteaba, buscando cerrarse a la nada. Empujó sin esperas el tapón dentro de él y lo escuchó sollozar.

—Tranquilo, bebé, todo está bien —susurró, tumbándose a su lado para acariciarle el pelo con una mano mientras con la otra desataba sus manos.

El rubio parecía deshuesado en el centro de la cama, temblando por los últimos coletazos de su orgasmo, con las piernas y las mejillas húmedas de diferentes fluidos. Masajeó sus muñecas con suavidad, recuperando la circulación en los dedos que estaban un poco fríos.

—Cierra los ojos, baby boy, voy a quitarte la venda. —Aunque la luz era tenue, todavía había llevado ese trozo de tela por más de una hora.

Las cejas del muchacho se fruncieron y Hyunjin aprovechó para masajear allí también. Pasó el pulgar de su mano limpia por sus pestañas mojadas y secó las últimas lágrimas que caían. El rubio gimoteó, uniéndose más a él, buscando su toque. Le permitió acercarse hasta que su cara estaba contra su pecho. Lo enjauló en sus brazos, tapando la luz de la lámpara lo más que pudo. Él pareció entenderlo, abriendo sus ojos con parpadeos rápidos.

Hyunjin besó su frente, su nariz de botón y sus mejillas pecosas. Su corazón tartamudeó cuando el muchacho sonrió suavemente, observándolo como si Hwang hubiera bajado las estrellas del cielo. Cómo dolía, joder, cómo dolía saber que todo eso era solo por la niebla del subespacio. Dolía como el infierno saber que Felix se iría después de ducharse, que no sabría cuándo lo volvería a ver.

—Has sido muy buen chico hoy, ángel —elogió, porque sabía que le encantaban los elogios cuando estaba recuperándose de las sesiones—. ¿Te divertiste?

—Sí, papi...

—¿No fui demasiado lejos? —preguntó, un poco nervioso. El chico puso mala cara un segundo antes de esconderse bajo su barbilla.

—Un poco...

—¿Físicamente?

—No...

—¿Las cosas que dije? —El chico asintió. Hyunjin se sintió profundamente culpable—. Lo siento... No debí hacerlo, lo siento muchísimo...

—Está bien... Solo... Eso es rojo... ¿De acuerdo?

—Sí, ángel, es rojo. —Como todo lo que tenía que ver con su vida fuera del club. Como todo lo que Felix era en realidad.

Su propia caja de Pandora: repleta de rojos, llena de armas para destrozarlo, hasta el borde de cosas peligrosas. Y todavía esperaba que en el fondo hubiera esperanza.

30 DE MAYO

—Tengo que contarte algo, Yongbok —dijo Minho mientras caminaban hacia su coche en el aparcamiento del edificio de oficinas.

—¿Qué has hecho ahora, hyung?

—Entra al coche y te lo diré —ofreció, abriéndole la puerta.

Era una especie de rutina que habían adquirido desde que volvieron por primera vez del viaje a Japón. Minho lo recogía en casa por la mañana y lo llevaba por la noche. Vivían lo suficientemente cerca como para que no tuviera que desviarse de su camino y a su padre le había parecido una excelente idea. Y una muy buena forma de mantenerlo en el redil.

—¿Qué pasa, hyung?

—Vas a pensar que estoy mal de la cabeza... —comentó, cuando salieron del aparcamiento subterráneo.

—Me estás asustando.

—Yo... Le he dicho a Hannie que venga a vivir a Corea —soltó, después de unos segundos mirando fijamente a la calzada—, conmigo.

Felix se atragantó con su propia saliva. Hubiera esperado un millón de cosas distintas: que dejaba el trabajo, que quería adoptar un cuarto gato porque "nunca son suficientes", que se raparía la cabeza o que estaba pensando en volver a perseguir su sueño de abrir una academia de baile. Nada como eso, nada como la posibilidad de ver a Hannie fuera del Unholy.

Su corazón se aceleró al pensar en el lugar, al pensar en Hyunjin, en la posibilidad de no volverlo a ver, de no tener un lugar seguro en el que dar rienda suelta a sus secretos.

—¿Qué?

—Ha aceptado —interrumpió—, llevamos meses hablándolo, meses planeándolo. Ahora será real, se vendrá a vivir conmigo. He esperado a que todo estuviera en orden para decírtelo...

—¿Has estado pensando en esto meses y no me has dicho nada? Joder, creí que éramos amigos, hyung... —se quejó, inevitablemente dolido y muy aterrorizado.

—Tú tienes tus secretos y yo tengo los míos, Yongbok —contestó, apretando los dedos en el volante. Felix se ruborizó, avergonzado—. Seguramente estará aquí el mes que viene. Confío en que lo ayudes a adaptarse... No quiere... No quiere que nadie sepa dónde ha estado hasta ahora, dice que prefiere decir que es botones y le conocí en el hotel en el que siempre me alojo en Japón —contó. Había una risita escondida, como si esa historia les hubiera costado horas y horas de inventos dramáticos—. Es tan tonto... Le dije que podría inventarse una historia mejor, como que era guardabosques en el monte Fuji. Y él me dijo que mejor diría que dedicó los últimos años a ser kaito* .

*Ama o Kaito en la península de Izu: son mujeres buceadoras buscadoras de perlas.

—¡Pero si las kaito son casi siempre mujeres! —Felix se echó a reír por la idiotez, con la tensión desapareciendo un poco de sus hombros.

—Imagínate, ni siquiera sabe nadar y quiere fingir que era una buscadora de perlas —continuó Minho.

Se carcajearon un rato más, con el aire saliendo en resoplidos histéricos de sus gargantas. Felix miró a su amigo secarse una lágrima de felicidad de la mejilla y se sintió irremediablemente mal. Por ser tan egoísta, por ocultarle a Jinnie, por no poder apoyarlo totalmente cuando él estaba tan feliz.

—Haré lo que pueda por ayudarlo a adaptarse, hyung —comentó, dandole una palmadita en el hombro al conductor.

—Eso es muy amable, gracias, Yongbok.

El silencio cómodo se instaló entre ellos mientras llegaban a su casa. La ansiedad se arremolinó en su estómago. Observó el perfil sonriente de su amigo una vez más cuando aparcó frente a la puerta del edificio.

—Procura prepararte si mi padre se entera...

—Es tu padre, Yongbok, no el mío. Y no voy a permitir que dirija mi vida. Hannie es la persona con la que quiero estar y es la persona con la que voy a estar.

—Pero...

—Tu padre se puede meter su homofobia por el culo, con todos mis respetos. Y si se le ocurre despreciar a Hannie lo despedazaré. Con todos mis respetos, otra vez. Ahora lárgate, tengo que llegar a casa para llamar a mi jagui.

Felix forzó una sonrisa y salió del coche. Cómo deseaba ser como él, haberse caído en la marmita de asertividad de pequeño y pelear contra las imposiciones de su padre. Minho siempre conseguía lo que quería, incluso enfrentándose al terrible señor Lee. Él siempre se salía con la suya incluso convenciendo a Hannie para dejar el Unholy y traerlo a Corea de vuelta. Ese cabrón era como el maldito Richard Gere de Pretty woman.

¿Y Felix? ¿Qué era Felix? Una cáscara vacía que sobrevivía en piloto automático el tiempo que pasaba entre un encuentro y el próximo. Un fantasma de lo que alguna vez fue, el Lázaro al que solo Jinnie podía decir "levántate y anda".

Abrió la puerta de su apartamento de lujo, quitándose los zapatos. Soltó el maletín sobre el mueble y colgó la chaqueta en el armario. Suspiró y caminó hacia el salón.

—Bienvenido a casa, oppa.

Felix quiso dejar de ser todo y convertirse en nada.  

***

Nunca dije que no hubiera drama, navegantes.

¡Nos vemos en el infierno!

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